jueves, abril 22, 2010

Beethoven o la quintaesencia de lo humano

A mi hermana

W. J. Mähler, Retrato de Beethoven, 1804.

Si el crítico literario Harold Bloom puede hablar de que con Shakespeare se da la ‘invención de lo humano’, yo me atrevo a decir que con Beethoven asistimos a la más pura expresión, a lo más noble de aquello que se inventó con Shakespeare. También es cierto eso de que, si Bach es Dios y Mozart es Dios hablándole al Hombre, Beethoven es el Hombre hablándole a Dios. La aspiración a la trascendencia desde la humilde, aunque trascendente, terrenalidad. Eso es Beethoven para mí.

Ejemplos sobran: el ‘Adagietto’ de la 7ª sinfonía y la 9ª entera —aunque admito que está algo gastada a mis oídos—, la fantasía para piano, coro y orquesta, la sonata ‘Hammerklavier’y tantas otras, los últimos cuartetos... pero hay un ejemplo excepcional: su única ópera, Fidelio, estrenada en 1805. La música es elegante, apasionada, sutil y sublime. Sin embargo, la trama —del drama Léonore, ou l’amour conjugal de Jean-Nicolas Bouilly, de 1798— y la lírica —del poeta Joseph Sonnleithner— de la obra concuerdan a la perfección no sólo con la música, sino con el espíritu del mismo Beethoven, con un alma arquetípica del romanticismo decimonónico, con la quintaesencia de lo más noblemente humano del ser humano.

Florestán, que luchó contra la tiranía y en pos de los ideales ilustrados, con la conciencia tranquila por haber hecho lo recto y justo, se pudre en la cárcel. Sufre y añora a su amada esposa, Leonore, pero es un hombre que no ha perdido la fe, que, al igual que Job, reconoce a Dios precisamente en los infiernos.

Veamos, primero, la versión de Ben Heppner, con la orquesta del Teatro Metropolitan de Nueva York, bajo James Levine:



Florestan: Gott! Welch Dunkel hier! O grauenvolle Stille!
Öd’ ist es um mich her. Nichts lebet ausser mir.
O schwere Prüfung! -
Doch gerecht ist Gottes Wille!
Ich murre nicht! Das Mass der Leiden steht bei dir.

In des Lebens Frühlingstagen
Ist das Glück von mir geflohn!
Wahrheit wagt ich kühn zu sagen,
Und die Ketten sind mein Lohn.
Willig duld’ ich alle Schmerzen,
Ende schmählich meine Bahn;
Süsser Trost in meinem Herzen:
Meine Pflicht hab’ ich getan!
Und spür’ ich nicht linde, sanft säuselnde Luft?
Und ist nicht mein Grab mir erhellet?
Ich she’, wie ein Engel im rosigen Duft
Sich tröstend zur Seite mir stellet,
Ein Engel, Leonoren, der Gattin, so gleich,
Der führt mich zur Freiheit ins himmlische Reich.

Enseguida, la versión de Simon O’Neill y la Orquesta West East Divan, dirigidos por Daniel Barenboim:



Florestán: ¡Dios! ¡Qué oscuridad hay aquí!
¡Qué silencio aterrador!
La nada me rodea y nada,
nada vive a mi alrededor.
¡Dios, qué dura prueba!
¡Tu voluntad es justa!
¡No me lamento, oh
Dios que mides los pesares!
En los días de la primavera
de la vida,
la felicidad ha huido lejos de mí.
Me atreví a gritar la verdad
y mi recompensa fueron las cadenas.
Soportaré los sufrimientos,
mi vida se extingue con vergüenza.
Pero mi corazón alienta
un dulce consuelo,
he cumplido con mi deber.
¿No siento el murmurar,
la dulzura de una brisa?
¿No es la claridad
que ilumina mi tumba?
Veo aparecer un ángel
todo irisado de rosa,
situarse junto a mi, consolador,
tiene los rasgos de Leonora,
mi esposa.
¡Un ángel!
Viene para ayudarme y consolarme,
hasta conducirme a la libertad
del reino de los cielos.

Luego, la del joven tenor Jonas Kaufmann con la Casa de la Ópera de Zúrich, bajo la batuta de Nikolaus Harnoncourt:



Finalmente, la de Jon Vickers y Zubin Mehta, con la orquesta del Teatro Antiguo de Orange:



G. G. Jolly

‘Dios’ de Martin Buber

Marc Chagall, El sacrificio de Isaac, 1931.

‘Dios. La palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna otra está tan manchada y tan dilacerada… Las generaciones humanas han cargado el peso de su vida angustiada sobre esta palabra y la han dejado por los suelos; yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas con sus disensiones religiosas han dilacerado esta palabra; han matado y se han dejado matar por ella; esa palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre… Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra “Dios”; se asesinan unos a otros y dicen hacerlo en nombre de Dios… Debemos respetar a aquellos que evitan este nombre, porque es un modo de rebelarse contra la injusticia y la corrupción, que suelen escudarse en la autoridad de Dios.’

Martin Buber (1878-1965)