martes, diciembre 26, 2006

El cuestionario de Proust

Éste es el Cuestionario Proust, lo hizo Marcel Proust —el autor de En busca deltiempo perdido— y ha pasado de mano en mano hasta nuestros días. A mí me lo mandaron y lo contesté.

Si fueras ciudad, ¿cuál te gustaría ser?
La Roma en tiempos de Adriano, Granada en tiempos de al-Ándalus, el Londres victoriano, Nueva York, la Viena dieciochesca o Jerusalén.

Si fueras libro, ¿cuál te gustaría ser?
Al este del Edén de John Steinbeck, Los miserables de Victor Hugo, La guerra y la paz de Liev Tólstoi, La Ilíada de Homero, La Eneida de Virgilio. Incluso, el Talmud… (puros libros gordos y grandiosos, ¿megalomanía?).

Si fueras fruta, ¿cuál te gustaría ser?
Yo creo que un kiwi: extravagante, dulce y peludo… (bueno, ya soy así...).

Si fueras bebida, ¿cuál te gustaría ser?
Una Coca Cola bien fría o un buen vino tinto de California (así soy, contradictorio y unificador de extremos).

Si fueras platillo, ¿cuál te gustaría ser?
Paella valenciana.

Si fueras canción, ¿cuál te gustaría ser?
La 5ª sinfonía de Gustav Mahler (aunque no sea canción).

Si fueras animal, ¿cuál te gustaría ser?
Una ballena azul.


Si fueras personaje de ficción, ¿cuál te gustaría ser?
Eneas, Lucien de Rubempré (el de Ilusiones perdidas de Balzac), León Dupuis (el amante de Emma Bovary), Jack Aubrey o Henry Maturin (de la saga de Patrick O’Brian Capitán de mar y guerra).

Si fueras heroína de ficción, ¿cuál te gustaría ser?
Marguerite Gautier, ‘La dama de las camelias’, Madame Bovary o Anna Kariénina… aunque preferiría, por sobre todas ellas, a Lady de Winter (una de las más perras entre las perras malditas de la literatura, salida de las páginas de Los tres mosqueteros de Alexandre Dumas).

Si fueras calle de la ciudad de México, ¿cuál te gustaría ser?
Orizaba, en la colonia Roma.

Si fueras teoría filosófica, ¿cuál te gustaría ser?
El personalismo en su rama veterotestamentaria (Buber, Lévinas, Rosenzweig).

Si fueras poema, ¿cuál te gustaría ser?
‘Antinoo’ de Fernando Pessoa.

Si fueras letra —de la A a la Z—, ¿cuál te gustaría ser?
La W o la Z.

Si fueras cifra, ¿cuál te gustaría ser?
9.888

Si fueras mineral, ¿cuál te gustaría ser?
Un safiro.

Si fueras estrofa, ¿cuál te gustaría ser?
Chi son? Sono un poeta.
Che cosa faccio? Scrivo.
E come vivo? Vivo!
(de la ópera La Bohème de Giaccomo Puccini)

Si fueras instrumento musical, ¿cuál te gustaría ser?
Un órgano monumental, un timbal o la voz humana…

Si fueras máquina —simple o complicada—, ¿cuál te gustaría ser?
Un gran transatlántico de la belle époque o posterior, como el Normandie. (Parecería que soy un megalómano de pacotilla, pues he mencionado muchas cosas muy grandes: sinfonías megalómanas, órganos monumentales, libros gordos, grandes mamíferos y máquinas…)

Si fueras edificio —iglesia, palacio, casa o lo que sea—, ¿cuál te gustaría ser?
La basílica de San Pedro o el Kriémlin.

Si fueras santo, ¿cuál te gustaría ser?
San Pedro (el único tan cabezota y terco como yo), San Iñaki López de Oñaz y de Loyola, San Luis IX de Francia, San Pío X

¿Cual sería tu mayor desgracia?
Quedarme ciego y/o sordo.

¿Qué quisieras ser?
Cantante de ópera, emperador romano, cardenal, explorador del siglo XIX…

¿Dónde desearías vivir?
Roma, San Petersburgo, Jerusalén, Cuba…

¿El color que prefieres?
Azul.

¿La flor que prefieres?
La rosa, el jacinto.

¿El pájaro que prefiero?
El colibrí.

¿Mis autores preferidos en prosa?
Oscar Wilde, Joseph Ratzinger, John Steinbeck, Elfriede Jelinek, Carlo Maria Martini, Eduardo Mendicutti, Gore Vidal, Octavio Paz, Martin Buber, Thomas Mann, Enrique Krauze, Alexandre Dumas

¿Mis poetas preferidos?
Octavio Paz, Fernando Pessoa, Homero, Virgilio, Sylvia Plath, Vicente Huidobro, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Catulo, José Saramago, William Shakespeare, W. H. Auden, Walt Whitman, Lord Byron

¿Mis héroes de ficción?
Jack Aubrey, Eneas, Sam Hamilton o Lee (los más sabios de Al este del Edén).

¿Mis heroínas favoritas de ficción?
Madame Bovary, Marguerite Gautier, Anna Kariénina, pero, sobre todo, Lady de Winter (aunque ella es villanísima).

¿Mis compositores preferidos?
W. A. Mozart, Philip Glass, Henryk Górecki, J. S. Bach, G. F. Händel, Richard Wagner, Gioacchino Rossini, Gustav Mahler, Dmitrí Dmítrievich Shostákovich, John Williams, Wim Mertens, Wojciech Kilar, Zbigniew Preisner, Richard Strauss

¿Mis pintores predilectos?
Claude Monet, Marc Chagall, Jackson Pollock, Diego de Velázquez, Henri de Toulouse-Lautrec, Vasilí Kandinski, El Greco, Oskar Kokoschka, Esteban Murillo

¿Mis héroes de la vida real?
Juan Pablo II y el señor Shie Gilbert (ambos nacidos en Polonia en 1920). Benedicto XVI, que forma la tríada del 27, junto con Ernesto de la Peña y mi tío Felipe.

¿Mis heroínas históricas?
Hannah Arendt, María Teresa de Austria, Catalina II e Isabel II de Rusia, Simone de Beauvoir, Santa Teresa de Jesús, Santa Edith Stein, la Beata Teresa de Calcuta

¿Mis héroes históricos?
Sir Winston Churchill, Juan Pablo II, Alejandro Magno, Adriano, Trajano, Marco Aurelio, San Ignacio de Loyola, Juan de Austria, Felipe II, Federico el Grande, Sir Georg Solti, Daniel Barenboim, Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti

¿Mis nombres favoritos?
Aarón y Moisés, José, Julio César, Horacio, Trajano, Adriano, Antinoo, Alejandro, Luis Felipe, María Fernanda…

¿Qué detesto más que nada?
La ignorancia voluntaria.

¿A qué personajes de la historia desprecio más?
Hitler y toda su calaña. Lutero, Calvino y Zwinglio. Hussein, Milošević, Amin, Chávez, Pinochet, la familia Saúd, Bin Laden, el reverendo Fred Phelps, Richard Wagner, José Luis Rodríguez Zapatero, Mahmoud Ahmadineyad, Kim Jong-il


¿Qué reforma admiro más?
Los Concilios de Trento y Vaticano II. La creación de la ONU. Los juicios de Núremberg y Tokio.

¿Qué dones naturales quisiera tener?
Lucir como un modelo de Armani o Calvin Klein…

¿Cómo me gustaría morir?
Exhausto (y de no más de 80)...

¿Estado presente de mi espíritu?
En apatía sacramental…

¿Hechos que me inspiran más indulgencia?
Las metidas de pata bien intencionadas.

¿Mi lema?
‘Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, estallan.’ E. M. Cioran

sábado, diciembre 23, 2006

¡Feliz Navidad 2006 y próspero año 2007!

A todos mis lectores les deseo que pasen unas bellísimas fiestas y que tengan un excelente año 2007. Y quisiera agregar algo más:

¿Qué significa la Navidad realmente?, ¿qué celebramos?, ¿por qué es una época de paz y de amor?, ¿por qué se dan regalos?

Conmemoramos el nacimiento de Jesús de Nazaret, Cristo, el Mesías… en Belén de Judá.

Pero, ¿qué nos dice aquello, que pudiese parecer tan trillado?

Dejemos que un experto y hombre de fe lo responda:

‘[La Navidad es el mayor ejemplo de que] la elección de lo humilde caracteriza la historia de Dios con el ser humano. Esta característica la vemos primeramente en el escenario de la actuación divina, la tierra, esa mota de polvo perdida en el universo; en que dentro de ella, Israel, un pueblo prácticamente sin poder, se convierte en el pilar de su historia; en que Nazareth, otro lugar completamente desconocido, se convierte en su patria; en que el hijo de Dios nace finalmente en Belén, fuera del pueblo, en un establo. Todo esto muestra una línea: Dios coloca su medida, el amor, frente al orgullo humano. Éste es en el fondo el núcleo, el contenido original de todos los pecados, es decir, el querer erigirse uno mismo en Dios. El amor, por el contrario, es algo que no se eleva, sino que desciende. El amor muestra que lo auténtico consiste precisamente en descender. Que llegamos a lo alto cuando bajamos, cuando nos volvemos sencillos, cuando nos inclinamos hacia los pobres, hacia los humildes’.(1)

¡Feliz Navidad 2006 y próspero año 2007!

G. G. Jolly

(1) Joseph cardenal Ratzinger, Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2002. p. 200.

domingo, diciembre 17, 2006

Dios se ha llevado a mi primer hermano


Esta mañana, sin previo aviso y en tan sólo unos cuantos minutos, el Señor se llevó a mi hermano de comunidad, el padre Carlos Ignacio González Jiménez, SJ, (1937-2006) doctor en filosofía y teología, académico y profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, la Facultad de Estudios Teológicos de Lima, Perú y del Seminario Mayor de la Arquidiócesis de Guadalajara, México, autor y traductor de más de una treintena de libros y miembro muy estimado de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús.

Por favor, inclúyanle en sus oraciones.

G. G. Jolly

jueves, diciembre 14, 2006

Por una ética sexual humanista (I)

Michelangelo Buonarotti, Adán y Eva en la Capilla Sixtina, circa 1508-1512.

Introducción

En los albores del siglo XXI, existe un fenómeno antropológico y cultural muy especial que está en boga, del que todo el mundo habla, que vemos y sentimos en todos lados, que invade los medios de comunicación y nuestro entorno todo: el sexo.

Hace un siglo, justamente, que el doctor Freud, en Viena, ponía la sexualidad en el centro de la vida humana, para gran escándalo de la hipócrita y moralista sociedad victoriana de entonces. Esto no sólo rompió con tabúes y reglas establecidas, sino que abrió la puerta a una visión del ser humano mucho más profunda e integral, pues ‘La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad,(1) que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida de los hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad’.(2)

Sin embargo, aunque Freud acentuó excesivamente la sexualidad —algo muy positivo en su momento y su contexto—, fracasó en comprenderla con profundidad, tal y como critica Erich Fromm.(3) Es a partir de este fracaso, conjuntamente al desarrollo tecnológico y económico de Occidente en la posguerra, que el sexo invadió las sociedades y desvirtuó a la sexualidad.

La sexualidad, un don completamente humano

He de partir de la premisa que el hombre, como animal racional, ha emergido de la naturaleza y la ha trascendido —aunque sin abandonarla jamás ni dejar de pertenecer a ella—. No puede regresar a ella, sólo puede ir hacia delante, utilizando la misma razón, artífice de este éxodo. Según Martin Buber, primero hay una distancia originaria en que el hombre tiene conciencia, al mismo tiempo, del ser de su yo y del ser del otro, enfrente e independiente de él; y segundo, que una vez establecida esta distancia, él funda relaciones con los otros, establece lenguajes y crea mundos.(4) Se ha convertido en persona humana; una entidad, una realidad sumamente compleja, con muchas dimensiones, principalmente, la de ser un ente dialógico. De hecho, si examinamos la etimología de la palabra persona, nos encontramos la relación como su elemento constitutivo principal: en griego, prosopon contiene la partícula pros, ‘a’, ‘hacia’; mientras que persona en latín significa ‘resonar a través de’, e indica relación como comunicabilidad.(5)

Por todo lo anterior quería hacer la diferenciación entre hombre y persona humana, y también para evitar un odioso pandeterminismo, según el cual el ser humano es sólo producto de la herencia, el medioambiente y procesos condicionados —‘Yo soy yo y mi circunstancia’, diría Miguel de Unamuno—. El hombre, por naturaleza, tiene una agresividad animal y un instinto violento; mientras que la persona humana, también de forma natural, cuenta con la capacidad tanto de odiar como de amar. El hombre necesita alimentarse para sobrevivir, y por eso tiene apetito y un avanzado sistema digestivo; la persona humana es capaz de transformar las plantas y los animales en platillos complejísimos, manjares gourmet dignos de dioses. El hombre, al igual que los animales, puede emitir sonidos o hacer ruido con herramientas para comunicarse; mas la persona humana crea sistemas lingüísticos como el latín, el hebreo, el español, el inglés o el náhuatl —y los registra en diccionarios y estudia mediante tratados de gramática—, lo mismo que produce violines, pianos y orquestas, para los que compone conciertos, sinfonías y Te Deums. El hombre transforma su entorno con herramientas de piedra y madera; y la persona humana construye palacios, catedrales, presas, rascacielos y esculpe El David y El Pensador. De la misma manera, el hombre experimenta un deseo sexual intrínseco en él; la persona humana, por su parte, se entrega desinteresadamente al otro y ama con pasión.

La sexualidad de la persona humana, por lo tanto, va mucho más allá de los aspectos fisiológicos; no es solamente el estudio de la menstruación, las erecciones, el efecto de las hormonas o el instinto de reproducción que asegura la subsistencia del hombre. Es, en cambio, algo que está inscrito profundamente en nuestro ser-personas, que determina nuestro carácter, nuestra composición psico-espiritual y, sobre todo, el modo en el que nos relacionamos con el otro —implica la totalidad de la forma como experimentamos el ser-dialógicos—.

De esta forma, podemos ver cómo la sexualidad, entendida como fenómeno íntimamente humano, es un don de las personas mediante, por el cual y para el que se relacionan. Es una de las mayores oportunidades para salir al encuentro de y encontrarme en el otro, especialmente si se trata de la relación de amor absoluto entre varón y mujer. Hay que profundizar, pues, en el encuentro con la alteridad del otro, que, mediante la eliminación de la ‘separatidad’,(6) hace al hombre una persona humana completa, que ama con libertad y que, consecuentemente, necesita de la ética, tal como afirma Emmanuel Lévinas: ‘La relación metafísica [entre seres], la relación con el exterior [con el otro], no es posible sino como relación ética’.(7)

G. G. Jolly

(1) En adelante, utilizaré los términos sexo y sexualidad para referirme a cosas distintas. El primero, para el fenómeno cultural y antropológico descrito en el primer párrafo y el segundo para el fenómeno que caracteriza el ser mismo de la persona humana, en toda su profundidad y enmarcada en las dimensiones físico-biológica, psicológica y espiritual.
(2) Congregación para la doctrina de la fe, Declaración Persona humana acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, Roma, 1975. I.
(3) Erich Fromm, El arte de amar, Barcelona, Paidós, 2004. pp. 43-45.
(4) Roger Calles, ‘Martin Buber, una alternativa al individualismo’, en Martin Buber, El camino del hombre, Altamira, Argentina, 2003. p. 13.
(5) Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca, Sígueme, 2005. p. 153.
(6) v. Erich Fromm, Id. p. 19.
(7) Emmanuel Lévinas, ‘Libertad y mandamiento’, La huella del Otro, México, Taurus, 1998 [Traducción de Silvana Rabinovich].

martes, diciembre 05, 2006

‘La oración de la liberación integral: el Padrenuestro’ de Leonardo Boff, O. F. M.(III)

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‘En la oración del Señor encontramos prácticamente la correcta relación entre Dios y el hombre, el cielo y la tierra, lo religioso y lo político, manteniendo la unidad del único proceso. La primera parte dice respecto a la causa de Dios: el Padre, la santificación de su nombre, su reinado, su voluntad santa. La segunda parte concierne a la causa del hombre: el pan necesario, el perdón indispensable, la tentación siempre presente y el mal continuamente amenazador. Entre ambas partes constituyen la misma y única oración de Jesús. Dios no se interesa sólo de lo que es suyo —el nombre, el reinado, la voluntad divina—, sino que se preocupa también por lo que es el hombre —el pan, el perdón, la tentación, el mal—. Igualmente, el hombre no sólo se apega a lo que le importa —el pan, el perdón, la tentación, el mal—, sino que se abre también a lo concerniente al Padre: la santificación de su nombre, la llegada de su reinado, la realización de su voluntad.

En la oración de Jesús, la causa de Dios no es ajena a la causa del hombre, y la causa del hombre no es extraña a la causa de Dios. El impulso con el que el hombre se levanta hacia el cielo y suplica a Dios, se curva también hacia la tierra y atañe a las urgencias terrestres. Se trata del mismo movimiento profundamente unitario, y esta mutua implicación es justo lo que produce la transparencia en la oración del Señor.

Lo que Dios unió —la preocupación por Dios y el reinado de Satanás. El Padre está cercano (nuestro), pero también lejano (en los cielos). En la boca de los hombres hay blasfemias, y por eso es preciso santificar el nombre de Dios. En el mundo impera toda suerte de maldades que exaspera el ansia por la venida del reinado de Dios que es de justicia, de amor y de paz. La voluntad de Dios es desobedecida, e importa realizarla en nuestras obras. Pedimos el pan necesario porque muchos, por el contrario, no lo tienen. Imploramos que Dios nos perdona todas las interrupciones de la fraternidad porque, si no, somos incapaces de perdonar a quienes nos han ofendido. Suplicamos fuerza contra las tentaciones, pues de otro modo caemos míseramente. Gritamos que nos libre del mal porque, de lo contrario, apostamos definitivamente. Y bien, a pesar de esta densa conflictividad, la oración del Señor está transida de un aura de confianza alegre y de sereno abandono, porque de todo ese contenido —integralmente— hace objeto de encuentro con el Padre.

Si nos fijamos bien, el Padrenuestro tiene que ver con todas las grandes cuestiones de la existencia personal y social de todos los hombres en todos los tiempos. En él no hay ninguna referencia a la Iglesia, y ni siquiera se habla de Jesucristo, de su muerte o de su resurrección. El centro lo ocupa Dios juntamente con el otro centro que es el hombre necesitado. Ahí radica lo esencial. Todo lo demás es una consecuencia o comentario, concedido al lado de lo esencial. “Pedid cosas grandes, y Dios os dará las pequeñas”: ésta es una frase de Jesús transmitida fuera del Evangelio por Clemente de Alejandría (140-211). Es una hermosa lección: hay que ensanchar la mente allende nuestro pequeño horizonte y el corazón allende nuestros límites. Entonces encontraremos lo esencial, tan bien expresado por Jesús en la oración que nos enseñó, el Padrenuestro.

El orden de las peticiones no es arbitrario. Se empieza por Dios y sólo después se pasa al hombre; porque a partir de Dios, de su óptica, es como nos preocupamos de nuestras necesidades; y en medio de nuestras miserias es desde donde debemos preocuparnos de Dios. La pasión por el cielo se articula con la pasión por la tierra. Toda verdadera liberación, en perspectiva cristiana, arranca de un profundo encuentro con Dios que nos lanza a la acción comprometida. Justo ahí oímos su voz que nos lanza a la acción comprometida. Justo ahí oímos su voz que nos dice continuamente: ¡vete! Todo proceso de liberación que no llegue a dar con el motor último de toda actividad, Dios no logra su intento y no alcanza la integralidad. En el Padrenuestro encontramos esta feliz relación. No sin razón la esencia del mensaje de Jesús —el Padrenuestro— ha sido formulada no en una doctrina, sino en una oración.’

Tomado de: Leonardo Boff, O. F. M. , Padrenuestro, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1986. pp. 12-14.

lunes, noviembre 27, 2006

‘La oración de la liberación integral: el Padrenuestro’ de Leonardo Boff, O. F. M. (II)

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Ni teologismo ni secularismo

‘Hay que evitar dos peligros sobre los que tanto Pablo VI en la Evangelii nuntiandi como los obispos de Puebla (1979) nos llamaron la atención. El primero de ellos es el reductismo religioso (teologismo), que se limita, en la acción de la fe y de la Iglesia, al campo estrictamente religioso, al culto, la piedad, la doctrina. El papa Pablo VI sostuvo claramente que “la Iglesia no puede circunscribir su misión únicamente al campo religioso, como si se desinteresara de los problemas temporales del hombre” (Evangelii nuntiandi, 34). Puebla fue todavía más contundente: “El cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política. [La Iglesia] critica por esto a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuvieran allí relevancia” (515). Se subraya, pues, la necesidad de comprender adecuadamente el cristianismo, no como una región de la realidad (el campo religioso), sino justo como un proceso de encarnación de toda la realidad para redimirla y hacerla materia del reinado de Dios. La fe ha de ser verdadera y salvífica, y es tal cuando se hace amor. Y el amor que nos hace apropiarnos de la salvación no es una teoría; es una práctica. Sólo la fe que pasa por la práctica del amor merece ese nombre. Es imprescindible, pues, articular la fe con las demás realidades de la vida.

El segundo peligro es el reductionismo político (secularismo), que restringe la importancia de la fe y de la Iglesia al espacio estrictamente político, reduciendo su misión “a las dimensiones de un proyecto meramente temporal; sus objetivos, a una visión antropocéntrica; la salvación de la que es mensajera y sacramento la Iglesia, a un bienestar material; su actividad ─olvidando todas las preocupaciones espirituales y religiosas─, a iniciativas de orden político y social” (Evangelii nuntiandi, 32; Puebla, 483). La fe tiene ciertamente una cara vuelta hacia la sociedad, pero no se agota en es; su mirada originaria se orienta hacia la eternidad y desde ahí contempla la actividad política y permea la acción social. Anuncia y señala ya dentro de la historia una salvación que la historia no puede producir, una liberación tan plena que engendra la perfecta libertad, pero que empieza ya ahora aquí en la tierra.

Estos dos reductismos desgarran la transparencia y la unidad del proceso encarnacional. Hay que superar este dualismo antitético y establecer una correcta articulación y una relación adecuada entre la liberación humana y la salvación en Jesucristo: “La Iglesia se esfuerza por insertar siempre la lucha cristiana a favor de la liberación en el plan global de la salvación que ella misma anuncia” (Evangelii nuntiandi, 38; Puebla, 483; ver también Evangelii nuntiandi, 35; Puebla, 485).

El postulado de la historia y de la fe consiste en buscar una liberación integral que abrace todas las dimensiones de la vida humana: corpo-espiritual, personal-colectiva, histórico-trascendente. Cualquier reductismo, ya por el lado del espíritu, ya por el lado de la materia, no se ajusta a la libertad del hombre, al único designio del Creador y a la realidad central del anuncio de Jesús, el reinado de Dios, que abarca la totalidad de la creación.’

Tomado de: Leonardo Boff, O. F. M. , Padrenuestro, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1986. pp. 10-12.

jueves, noviembre 16, 2006

Mi prenoviciado

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Como la gran mayoría de mis lectores sabe, soy un joven de 20 años que es prenovicio de la Provincia mexicana de la Compañía de Jesús. No he hablado mucho al respecto, aunque quería hacerlo. He aquí, por fin, la crónica de toda mi nueva vida. Por ahora, quedo a deber fotos, pero ya se las pondré aquí algún día.

La puse no en éste, sino en el blog que hicimos los prenovicios: Prenovicios Jesuitas de México.

Como se trata de un texto largo, lo dividí en cinco partes:

1a. parte

2a. parte

3a. parte

4a. parte

5a. parte

G. G. Jolly

domingo, noviembre 12, 2006

‘La oración de la liberación integral: el Padrenuestro’ de Leonardo Boff, O. F. M. (I)

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La encarnación no sólo constituye uno de los misterios axiales de la fe cristiana, sino que abre también una nueva forma de entender la realidad, pues significa la mutua presencia de lo divino y lo humano, la intercompenetración de lo histórico y lo eterno. Cada una de estas dimensiones conserva su propia identidad, pero entrando al mismo tiempo en la composición de otra realidad. Jesucristo, hombre y Dios a la vez, constituye la realidad de la encarnación, paradigmática y suprema. Para comprender la novedad de esta realidad no bastan las categorías de trascendencia e inmanencia, claves del pensamiento griego, que captan, sí, el momento diferencial de cada una de esas dimensiones —lo humano no es lo divino y lo divino no es la humano—, pero no consiguen dar la razón de la coexistencia y de la mutua inclusión de ambas en el mismo y único ser. Es necesaria la ayuda de una categoría diferente, la transparencia, la cual intenta traducir la presencia de la trascendencia dentro de la inmanencia, haciendo que la una sea transparente a la otra. Lo humano es el lugar de la realización de lo divino: éste transfigura a aquél; surge una nueva realidad en tensión, compuesta por otras dos de naturaleza diferente.

1. La ley de la encarnación

El cristianismo hay que entenderlo como la prolongación del proceso encarnacional de Dios. Igual que el Hijo lo asumió todo para liberarlo todo, así la fe mira a encarnarse en todo para transfigurarlo todo. En este sentido decimos que todo, en cierto modo, pertenece al reinado de Dios; porque todo está objetivamente conectado con Dios y avocado a pertenecer a la realidad del reinado de Dios. De ahí que la fe no se interesa solamente por las realidades llamadas espirituales y sobrenaturales, sino que valora también las materiales e históricas. Todas ellas pertenecen al mismo y único proyecto encarnacional, en fuerza del cual lo divino penetra lo humano y lo humano entra en lo divino.

Debido a esta compenetración, la comunidad cristiana se compromete en la liberación del hombre en su integralidad y no sólo en su dimensión espiritual. También la corporalidad (que en su sentido pleno entraña la dimensión infraestructural económica, social, política y cultural) está llamada a la absoluta realización en Dios y a formar el reinado del Padre. Por eso la comunidad cristiana, sobre todo en estos últimos años, se ha comprometido cada vez más en la liberación de los oprimidos, de los condenados “a quedarse en los márgenes de la vida, con hambre, enfermedades crónicas, analfabetismo, empobrecimiento...”. La Iglesia —proclamó Pablo VI y lo repitió Puebla— “tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización” (Puebla, 26; Evangelii nuntiandi, 30). Y se compromete en esta tarea temporal porque tiene conciencia de que lo temporal está grávido de gracia y de realidades que pertenecen al reinado de Dios y que son transparentes y sacramentales. Con razón cantaba el poeta: “Barrendero que barres las calles, tú estás barriendo el Reino de los cielos” (D. Marcos Barbosa).’

Tomado de: Leonardo Boff, O. F. M. , Padrenuestro, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1986. pp. 9-10.

lunes, noviembre 06, 2006

¡Un cardenal bloggero!

¡Tremenda noticia para los bloggeros, y particularmente para los bloggeros católicos!

¿Quieren leer las entradas semanales y dejarle un comentario personal a Su Eminencia, Séan Patrick Cardenal O'Malley, OFM Cap., Arzobispo de Bostony vaya cardenal!)?

Aquí está la dirección:

http://www.cardinalseansblog.org/

martes, octubre 17, 2006

Un coloquio con Dios de Elie Wiesel

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‘Señor del Universo, hagamos las paces. Ya es hora. ¿Cuánto más podemos seguir enojados? Más de cincuenta años han transcurrido desde que terminó la pesadilla. Muchas cosas, buenas y menos buenas, les han pasado desde entonces a los que sobrevivieron a ella. Aprendieron a construir sobre las ruinas. Se recreó la vida familiar. Nacieron hijos, se entablaron amistades. Aprendieron a tener fe en su entorno, incluso en sus semejantes.

La gratitud ha reemplazado a la amargura en su corazón. Nadie es tan capaz de agradecimiento como ellos. Agradecimiento hacia cualquiera que estuviera dispuesto a escuchar sus relatos y convertirse en su aliado en la batalla contra la apatía y el olvido. Para ellos cada momento es una gracia. Oh, no perdonan a sus asesinos ni a los cómplices de éstos, ni deberían hacerlo. Ni tampoco deberías hacerlo tú, Señor del Universo. Pero ya no miran con recelo a todo el que pasa. Ni ven en cada mano un puñal.

¿Significa esto que las heridas de su alma han sanado? Nunca sanarán. Mientras una sola chispa de las llamas de Auschwitz y Treblinka brille en su memoria, mi alegría estará incompleta.

¿Qué hay de mi fe en ti, Señor del Universo? Ahora me doy cuenta de que nunca la perdí, ni siquiera allí, durante las horas más oscuras de mi vida. No sé por qué seguí susurrando mis oraciones diarias, y las reservadas para el Sabbath, y para los días festivos, pero las recitaba, a menudo con mi padre y, en la víspera de Rosh Hashanah, con cientos de prisioneros de Auschwitz. ¿Era porque las oraciones seguían siendo un lazo con el mundo desaparecido de mi infancia?

Hagamos las paces... Pero mi fe ya no era pura. ¿Cómo podía serlo? Estaba llena de angustia en lugar de fervor, de perplejidad más que de piedad. En el reino de la eterna noche, en los Días del Temor, que son los Días del Juicio, mis plegarias tradicionales estaban dirigidas a ti y también contra ti, Señor del Universo. ¿Qué me hirió más: tu ausencia o tu silencio?

En mi testimonio escribí palabras duras, palabras ardientes, sobre tu papel en nuestra tragedia. No las repetiría hoy. Pero las sentía entonces. Las sentía en cada célula de mi ser. ¿Por qué dejaste, si no permitiste, que el asesino día tras día, noche tras noche, torturara, matara y aniquilara a decenas de miles de niños judíos? ¿Por qué fueron abandonados por tu Creación? Estos pensamientos de ningún modo estaban dirigidos a disminuir la culpa de los culpables. Su culpabilidad establecida es irrelevante con respecto a mi problema contigo, Señor del Universo. En mi niñez, no esperaba demasiado de los seres humanos. Pero esperaba todo de ti. ¿Dónde estabas, Dios de la Bondad, en Auschwitz? ¿Qué pasaba en el cielo, en el tribunal celestial, mientras tus hijos eran elegidos para la humillación, el aislamiento y la muerte sólo porque eran judíos? Estas preguntas me han perseguido por más de cinco décadas.

Tienes muchos defensores de palabra, sabes. Se me dieron muchas respuestas teológicas, tales como: Dios es Dios. Sólo Él sabe lo que hace. Uno no tiene derecho a cuestionarlo a Él o a Sus acciones. O: Auschwitz fue un castigo por los pecados de asimilación y/o sionismo de los judíos europeos. Y: ¿Acaso Israel no es la solución? Sin Auschwitz, no hubiera habido Israel. Rechazo todas estas respuestas. Auschwitz deber ser y será para siempre un signo de pregunta: no puede ser concebido ni con Dios ni sin Dios. Llegado un punto, empecé a preguntarme si no era injusto contigo. Después de todo, Auschwitz no era algo que viniera armado del cielo. Fue concebido por hombres, implementado por hombres, manejado por hombres. Y su objetivo no sólo era destruirnos a nosotros sino también a ti. ¿No deberíamos pensar en tu dolor también? Al ver a tus hijos sufrir a manos de tus otros hijos, ¿no has sufrido tú también? Mientras los judíos otra vez empezamos a celebrar el Año Nuevo, preparándonos para orar por un año de paz y felicidad para nuestro pueblo y todos los pueblos, hagamos las paces, Señor del Universo. ¿A pesar de todo lo que pasó? Sí, a pesar de todo. Hagamos las paces: para el niño que hay en mí, es insoportable estar separado de ti durante tanto tiempo.’

Tomado de: Elie Wiesel (1928-), citado en el blog El Pensadero, del diácono bonaerense Eduardo Mangiarotti.

Nuestros verdaderos hermanos en la fe

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Siguiendo con mis artículos sobre el judaísmo, me gustaría ratificar cómo los hijos del pueblo de Israel son, verdaderamente, nuestros hermanos en la fe, con los que los católicos tenemos más en común que con los fieles de cualquier otra religión no-cristiana. Por ejemplo, los 13 preceptos básicos del judaísmo, su ‘credo’, leídos a profundidad, no contradicen en absoluto, más bien afirman, las creencias de la Iglesia.

En su comentario al décimo capítulo de la Mishná, en el tratado del Sanedrín, el ilustre rabí Moshé ben Maimón (1135-1204), el equivalente de San Agustín y Santo Tomás de Aquino del judaísmo, enumera los siguientes artículos de fe, conocidos como Ani ma’amin, ‘yo creo’:

‘Creo con toda mi fe que el Creador, Bendito sea su Nombre…

1. Crea y guía a todas las criaturas, y que Él solo ha hecho, hace y hará todo la que hay en el universo.
2. Es único, y que nada es único como Él en ningún sentido, y que sólo Él es, fue y será mi Dios.
3. No es un cuerpo y no está sujeto al mundo físico, y que no existe criatura alguna que se le parezca.
4. Es el primero y será el último.
5. Es el único a quien es apropiado rezar, y que no hay otro al que sea apropiado rezar.
6. Que todas las palabras de los profetas son verdad.
7. Que la profecía de Moisés, nuestro Maestro, que en paz descanse su alma, era verdadera, y que él era el más grande de los profetas, tanto aquellos que le precedieron como los que le siguieron.
8. Que la Torá que tenemos en las manos es la que fue entregada a Moisés, nuestro Maestro, que en paz descanse.
9. Que esta Torá no será cambiada, ni habrá otra Torá entregada por el Creador, Bendito sea su Nombre.
10. Que el Creador, Bendito sea su Nombre, conoce todos los hechos de los hombres y todos sus pensamientos, como está escrito: “Él forma sus corazones juntos; Él comprende todos sus actos” (Salmo XXXV, 15).
11. Que el Creador, Bendito sea su Nombre, obra a favor de quienes observan sus mandamientos y castiga a quienes transgreden sus mandamientos.
12. En el advenimiento del Mesías, y aunque tardara, yo no dejo de esperar su venida cada día con su venida.
13. Que habrá una resurrección de los muertos el día en que se haga la Voluntad del Creador, Bendito sea y ensalzado su Nombre por toda la eternidad’.

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G. G. Jolly

El sentido del ateísmo

Marc Chagall, Sol sobre París, ?.

Según un relato jasídico:

‘Una vez, un discípulo se dirigió a su rabí:
—Maestro, ¿todo en este mundo tiene un motivo?
—Sí.
—Entonces, ¿cuál es el propósito para que exista el ateísmo?
—Cuando un pobre hombre se dirige a ti y pide ayuda, ¡entonces sé un ateo! ¡No le digas a esa persona que Dios le ayudará! ¡Actúa como si no existiese nadie que pueda ayudar, excepto tú!’.

martes, octubre 10, 2006

Reflexiones sobre la Torá

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‘Cuenta la historia que un hombre, montado en su burro, fue a ver al rabí Yosef ben Akivá (50-135 d.C.) y le dijo: “Rabí, quiero aprender la Torá de una sola vez”. Y éste le respondió: “Nuestro maestro Moisés permaneció en el monte Sinaí durante cuarenta días y cuarenta noches, ¿y tú quieres que yo te enseñe la Torá en un día? Pues bien, éste es su principio básico: ‘No obres con el prójimo como no quieres que lo hagan contigo”’.(1)

Una historia similar, pero más famosa, cuenta acerca de un pagano que le dijo al rabí Hillel el Viejo (hacia el siglo I a.C. - siglo I d.C.) que se convertiría en judío si podía enseñarle la Torá mientras se sostenía en un pie. Hillel le contestó: ‘No hagas a tu prójimo lo que es odioso para ti: eso es toda la Torá. El resto es comentario… ve y estúdialo’.(2)

En el siglo XIII, rabí Simlai se expresó así de la Torá:

‘Seiscientos trece mandamientos le fueron impartidos a Moisés, trescientos sesenta y cinco negativos (correspondientes al número de los días del calendario), y doscientos cuarenta y ocho positivos (referidos al número de huesos del cuerpo humano). Llegó David y los redujo a doce en el Salmo XV:

“Señor, ¿quién morará en tu tienda?
¿quién habitará en tu santo monte?

El que anda sin tacha,
y obra la justicia;
que dice la verdad de corazón,
y no calumnia con su lengua;

que no daña a su hermano,
ni hace agravio al prójimo;
con menosprecio mira al réprobo,
mas honra a los que temen al Señor;

que jura en su perjuicio y no retracta,
no presta a usura su dinero,
ni acepta soborno en daño de inocente.
Quien obra así jamás vacilará.”

Después, otro rabí reduce los mandamientos a tres:

‘Fue dicho, Hombre, lo que es bueno y lo que el Señor pide de ti: obrar únicamente en forma justa, ser misericordioso y caminar humildemente junto a Dios (Miqueas VI, 8)’.

Y el Midrash (la exégesis de la Tanáj, o sea, la Biblia hebrea) concluye:

‘Luego llegó Amós y redujo el mandamiento a uno, así como está escrito (Amós V, 4): “Búscame, y vive”. El rabí Nahman ben Isaac propone una conclusión alternativa: ‘Habakuk también redujo el mandamiento a uno (Habacuc II, 4): “Los hombres rectos vivirán por su fe”’.(3)

Finalmente, para evitar reduccionismos absurdos, habría que citar dos Midrashim más:(4)

‘Nunca permitas que la Torá sea un mandato anticuado para ti. Debe ser algo nuevo, actual, de dos o tres días de antigüedad… Ben Azzai dijo: “No antigua… sino una mandato dado ¡hoy mismo!’.

‘¿Cuándo fue concebida la Torá? Fue conocida cuando cada persona la recibió’.

(1) citado en Emil L. Fackenheim, ¿Qué es el judaísmo? Una interpretación histórica, Buenos Aires: Lilmod, 2005. p. 21.
(2) citado en Paul Jonson, La historia de los judíos, Barcelona: Vergara, 2003. p. 156.
(3) Emil L. Fackenheim, Op. Cit. p. 21-22.
(4) Emil L. Fackenheim, Op. Cit. p. 31.

miércoles, septiembre 20, 2006

¿Otra vez Santa Cruzada vs. Yihad?

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Me tiene muy preocupado esta situación en el mundo, que suena a película de aventuras: ‘El Papa en apuros’. No sólo porque compruebo que, desgraciadamente, un aberrante choque de civilizaciones es cada vez más real, sino porque también, ahora, la seguridad misma del Santo Padre y del Vaticano son inciertas... No es que desconfíe yo de los fornidos y disciplinadísimos suizos en sus coloridos atuendos, pero, ¿recuerdan aquella anécdota en la que, cuando Juan Pablo II recibió una llamada de la Casa Blanca, nadie sabia qué era una ‘línea segura’? Si le pudieron pegar al Pentágono...

Dudo mucho que la enorme mayoría de quienes, en el mundo musulmán, protestan, queman efigies del Papa y atentan contra iglesias (una anglicana y una ortodoxa, por cierto...) hayan leído la ponencia completa, considerado el contexto y su intención durante la conferencia (‘Mi intención no es el reduccionismo o la crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y su aplicación’) y seguido de cerca el mensaje de la visita pastoral de Benedicto XVI a su natal Baviera. Sé que es demasiado pedir de esa gente.

La cita del emperador bizantino Manuel II es tan solo una de muchas partes del discurso del Santo Padre en la Universidad de Regensburg, en la que desplegó una vez más su talento y pasión para las cátedras universitarias y empezó diciendo cómo el ambiente de una verdadera cátedra universitaria, en un dies academicus, hace que muchos especialistas que a primera vista parecen no tener nada en común comparezcan juntos y formen un ‘todo de la única razón con sus diferentes dimensiones’. Y confesó: ‘Uno de los colegas había dicho que en nuestra universidad había algo extraño: dos facultades que se ocupaban de algo que no existía: Dios’, pero que ‘incluso frente a un escepticismo así de radical seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón y en el contexto de la tradición de la fe cristiana’.

Viene, pues, la tan controvertida cita: ‘De manera sorprendentemente brusca se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. El emperador explica así minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. “Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”’.

El Papa prosigue, comentando el trabajo de Khoury: ‘Para el emperador, como buen bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. Para la doctrina musulmana, en cambio, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, incluso a la de la racionalidad’.

Lo anterior, por tanto, no es gratuito, como han dicho algunos, porque enseguida viene lo importante: ‘La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o es válido siempre por sí mismo?’ Según el cristianismo, lo segundo. Al igual que tantas otras veces, como al comentar la encíclica de su predecesor, Fides et Ratio, Joseph Ratzinger prosiguió exponiendo cómo ‘la fe bíblica, durante la época helenística, salía interiormente al encuentro de lo mejor del pensamiento griego, hasta llegar a un contacto recíproco’, como por ejemplo, en la traducción griega del Antiguo Testamento o ‘de los 70’. ‘Se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión’. Sin embargo, esto ha sido –afirma– cuestionado, primero, durante la Reforma y, luego, en la Ilustración moderna, en un periodo en el que se ha intentado deshelenizar el cristianismo, apartar la Biblia de la metafísica y separar al Dios de Abraham, Isaac y Jacob del Dios de los filósofos.

Desde allí, Benedicto se lanza fieramente contra su enemigo más acérrimo, la jaula de un cientifismo demasiado racional, la castración de una filosofía que se cierra a la Verdad y las atroces consecuencias que esto le puede traer a un Hombre cerrado a la trascendencia:

‘Los interrogantes propiamente humanos, es decir, “de dónde” y “hacia dónde”, los interrogantes de la religión y la ética no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la “ciencia” entendida de este modo [‘la certeza que resulta de la sinergia entre matemática y empirismo’ y sujeta a la utilidad y la verificación mediante la experimentación] y tienen que ser colocados en el ámbito de lo subjetivo. El sujeto decide entonces, basándose en su experiencia, lo que considera que es materia de la religión, y la “conciencia” subjetiva se convierte en el único árbitro de lo que es ético. De esta manera, sin embargo, la ética y la religión pierden su poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto completamente personal. Este es un estado peligroso para los asuntos de la humanidad, como podemos ver en las distintas patologías de la religión y la razón que necesariamente emergen cuando la razón es tan reducida que las preguntas de la religión y la ética ya no interesan. Intentos de construir la ética a partir de las reglas de la evolución o la psicología terminan siendo simplemente inadecuados’.

Es decir, la crítica principal del Papa no es al Islam, sino a la ilustración mal concebida de Occidente, la cual, precisamente, es uno de los factores que obstaculizan el diálogo ecuménico profundo con el mundo musulmán: ‘Las culturas profundamente religiosas ven esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón como un ataque a sus más profundas convicciones. Una razón que es sorda a lo divino y que relega la religión al espectro de las subculturas es incapaz de entrar al diálogo con las culturas’.

Finalmente, concluye el Santo Padre: ‘“No actuar razonablemente (con “logos”) es contrario a la naturaleza de Dios”, dijo Manuel II, de acuerdo al entendimiento cristianos de Dios, en respuesta a su interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a encontrar este gran “logos”, esta amplitud de la razón. Es la gran tarea de la universidad redescubrirlo constantemente’.

¿Dónde está, pregunto yo, lo insultante? Este discurso dista mucho de parecerse a las malas caricaturas danesas; no es una burla, sino una reflexión de altura y la invitación a un diálogo inteligente y abierto. Y sí, una condena muy fuerte (que buena falta hace) al extremismo religioso: un Dios que es Logos, Razón Creadora, al mismo tiempo que Caritas, Amor (ver su encíclica) es imcompatible con la violencia.

Ahora bien, si hoy día ni siquiera se puede nombrar a Mahoma ni al Islam sin que se vuelen cosas, quemen iglesias y maten monjas es que Manuel II puede no haber estado tan errado...

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G. G. Jolly

miércoles, septiembre 13, 2006

El pueblo de Israel continúa siendo el pueblo de Dios

Ya sea que Dios tenga a los judíos la gran estima de siempre y un plan especial, como ha dicho numerosas veces Benedicto XVI o como declara el Concilio en la Nostra ætate:
‘La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, “a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas; y también los Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne” (Rom IX, 4-5), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo. Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita, gran parte de los Judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a su difusión. No obstante, según el Apóstol, los Judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación’.


Y tal como dice Paul Johnson:
‘Hebrón es prueba de ello. Se encuentra a unos treinta kilómetros al sur de Jerusalén, a mil metros de altura, en las montañas de Judea. Allí, en la cueva de Macpelá, están las Tumbas de los Patriarcas. De acuerdo con una antigua tradición, un sepulcro, de mucha antigüedad, contiene los restos de Abraham, patriarca de los judíos y fundador de su religión. Junto a su tumba está la de su esposa Sara. En el interior del edificio se encuentran las tumbas gemelas de su hijo Isaac y su esposa Rebeca. Al otro lado del patio interior se hallan otro par de sepulcros, el de Jacob, nieto de Abraham, y el de su esposa Lía. Fuera del edificio, la tumba de José, hijo de estos últimos. Allí es donde es posible situarla en el tiempo y el espacio.

Hebrón posee una belleza venerable. Transmite la paz y quietud característica de los antiguos santuarios; sin embargo, sus piedras son testigos mudos de luchas constantes y cuatro milenios de disputas religiosas y políticas. Ha sido sucesivamente un santuario hebreo, una sinagoga, una basílica bizantina, una mezquita, una iglesia de los cruzados y, después, de nuevo una mezquita. Herodes el Grande la rodeó con un majestuoso muro, que aún existe, y se eleva a doce metros de altura; está formado por grandes piedras talladas, algunas de las cuales tienen siete metros de longitud. Saladino adornó el santuario con un púlpito. Hebrón refleja la larga y trágica historia de los judíos y su inigualable capacidad para sobrevivir al infortunio. Allí se ungió rey a David, monarca de Judea (2 Samuel II, 1-4), y después de todo Israel (2 Samuel V, 1-3). Cuando Jerusalén cayó, los judíos fueron expulsados y el lugar fue poblado por Edom. Fue conquistado por Grecia, después por Roma, convertido, saqueado por los zelotes, incendiado por los romanos y ocupado sucesivamente por árabes, francos y mamelucos. A partir de 1266 se prohibió a los judíos entrara a orar en la cueva. Únicamente se les permitía ascender siete peldaños por el lado de la pared oriental. En el cuarto peldaño introducían sus peticiones a Dios en un orificio de dos metros de profundidad perforado en la piedra. Se utilizaban palos para empujar los pedazos de papel, hasta que caían en la cueva. Incluso así, los que pedían corrían peligro. En 1518 se produjo una terrible masacre otomana de los judíos de Hebrón. Tras ella se reorganizó una comunidad de eruditos piadosos, que llevó una existencia insegura, y estuvo formada, en distintas ocasiones, por talmudistas ortodoxos, estudiosos de la cábala mística e incluso por judíos ascetas, que se flagelaban cruelmente hasta que la sangre salpicaba las piedras veneradas. Después, los judíos habrían de dar la bienvenida al falso Mesías, Shabbetái Zevi, en la década de 1660, y también llegaron los primeros peregrinos cristianos modernos en el siglo XVIII, colonos judíos seculares un siglo después y los conquistadores británicos en 1918. La comunidad judía, nunca muy numerosa, fue atacada violentamente por los árabes en 1929 y otra vez en 1936, cuando prácticamente la exterminaron. Cuando los soldados israelíes entraron en Hebrón, durante la Guerra de los Seis Días de 1967, hacía una generación que no vivía allí un solo judío. No obstante, en 1970 se restableció un modesto asentamiento que, a pesar de los grandes temores y la incertidumbre, ha florecido.

De modo que cuando el historiador visita hoy Hebrón, se pregunta dónde están todos esos pueblos que otrora ocuparon el lugar. ¿Dónde los cananeos?, ¿dónde los idumeos?, ¿dónde están los antiguos helenos y los romanos, los bizantinos, los francos, los mamelucos y los otomanos? Se han desvanecido irrevocablemente en el tiempo. Pero los judíos continúan en Hebrón.’(1)
(1) Paul Johnson, La historia de los judíos, Barcelona, Ediciones B, 2003. pp. 15-16.

lunes, septiembre 11, 2006

‘El poder de la conversación’ de Adolfo Castañón

Janice Howell, Conversation.

‘Cada libro es como una cita, una promesa de cohabitación mental y convivencia, una conversación, un proyecto de vida, una promesa, un adorno mental. Las actas del simposio sobre La mitología del cerdo. Las figuras de la biblioteca en la imaginación del siglo de oro español, los Poemas completos de D. H. Lawrence; los Diarios de M. F. K. Fisher –la ensayista estadounidense que escribe sobre cocina y vida cotidiana–, el libro sobre Europa de Lucien Febvre, los ensayos de Germán Arciniegas o la prosa de Paul Celan. El comprador de libros no sólo los adquiere para leerlos sino, por supuesto, para tenerlos, para saber que los puede leer. Entro y salgo de las librerías con un sentido de culpabilidad o de extrañeza: estoy aquí, por fin, estoy aquí, me digo, antes he visitado las librerías con los ojos del sueño y de la mente. También me siento un intruso: ¿Qué hago aquí? ¿Por qué he venido a cumplir este ritual de absurdo? ¿Por qué estos autores –digamos Michel de Montaigne, George Steiner o Paul Valéry– me son más cercanos y preciosos y más próximos que algunos miembros de mi familia, que mis conocidos, vecinos y amigos? ¿Por qué despilfarro fortunas en llevarme estos libros?

Un libro es una cita, una conversación, un libro lleva a otro: precisamente por eso en cada uno están presentes y ausentes los demás. Atravieso una glorieta, y me doy cuenta de que yo mismo soy un crucero. Camino por el puente pero ¿no soy yo mismo un puente? ¿Qué es un puente? Un puente no está en ninguna orilla y sin embargo une las dos; no es el agua pero la atraviesa. Un puente está hecho para pasar. Nadie vive en un puente –aunque algunos pordioseros duerman bajo sus arcos. Un crítico literario, un ensayista, es un espectador que se ha hecho de su gusto por mirar un espacio. Es una persona-terraza. Quizá los libros que compra son la materia prima para elevar ese mirador.

Libros: flechas y señales. A fuerza de reunir libros, se crea una biblioteca. Algo así como un panteón o una ciudad mental. Y es cierto: los suburbios, las banlieue devoran las ciudades contemporáneas, las interminables manchas urbanas. El origen literal de estas palabras es un buen auxiliar: banlieue: lugar donde viven los proscritos, lugar de proscripción: ban-lieue; suburbio: la ciudad de los inferiores, la población de los subsuelos, de los de abajo. La biblioteca-ciudad no escapa a estas connotaciones: lo ilegible crece, ay de aquellos que llevan lo ilegible en su corazón.

El ruido impide leer: Un libro es ¿quién no lo sabe? una bomba de silencio. Una biblioteca y un muro aislante se parecen mucho; el papel funciona como el corcho: aísla del ruido. Así, la biblioteca está fuera de la historia o, al menos, se pone al margen de ella, la acepta a condición de transcribirla.

Se admiten periódicos, revistas y ¿por qué no? discos con música grabada. Incluso cabría aceptar discos con ruidos –como en la narración de George Steiner: Desert Island Discs (1992), a condición de que estén clasificados y organizados, claro, en función de un discurso subyacente que los eleve a la categoría de documento, parte de un código. O sea que el libro en última instancia no existe y es sólo una actitud. La actitud que lleva a contar historias y a oírlas, a conversar. La historia, por ejemplo, del avaro previsor que, nacido a fines del siglo XIX, pensó que nunca llegaría al XXI y mandó hacer su lápida con su nombre: Fulanito (1896-19….) dejando libres las dos últimas cifras, pues pensaba morir en el XX, pero pasó el siglo, cumplió cien años y, sí, estaba contento de vivir, pero furioso por tener que volver a gastar y tener que comprar otra lápida. Historias, anécdotas, episodios, ideas, pensamientos, recuerdos, memorias, historias de guerra, las historias de las mujeres humilladas en público en la Francia librada de los alemanes, rapadas por haber accedido no sólo a acostarse con los invasores, sino por haberse vanagloriado de ello. No, no todos los alemanes eran duros, no todos eran nazis, algunos eran simplemente soldados profesionales que veían con espanto de lo que eran capaces los jóvenes SS.

Pero en México no tuvimos guerra. ¿La cuestión judía?, ¿el poder nazi? Sólo conocimos ecos remotos. Hubo una revolución y luego una guerra cristera, y crímenes y hombres que eran sacados de su casa para ser fusilados de inmediato, y violencia y delaciones, y libros sobre los fusilamientos y libros sobre la traición y el heroísmo, y el amor entre las alambradas y sobre la locura llamada historia. Conocemos las historias de los desaparecidos, de los que se llevaron una noche y nunca volvieron. Porque finalmente decir libros es una forma de decir hombres, memorias humanas, y el que carga libros eso es lo que anda haciendo: llevando sobre sí el peso de la historia, la carga de la memoria y de la imaginación. Una carga tanto más grave y pesada cuanto que vivimos en una sociedad que idolatra el olvido, a pesar de que esté dispuesta a pagar millones para la conservación del patrimonio. Ciudades de amnesia a pesar de la comunicación y sus tecnologías. Quizá sólo estas sociedades tan complejamente uniformadas, tan sofisticadamente informadas gracias a internet podían haber inventado la soledad de nuestros siglos XX y XXI, el aislamiento de los desempleados, la orfandad, el miedo, aun la repugnancia que nos suscita lo humano, el terror a comunicarnos que precisamente los libros, los periódicos –ya no digamos las pantallas– ocultan. Terror a comunicarnos y terror también a estar solos. Porque la soledad inventada por la sociedad moderna nos prepara muy mal para poder resistir la antigua soledad creadora y contemplativa –y ahora ¿qué curioso, ¿no?, ¿no siempre ha sido así?– tenemos miedo de estar solos y de estar acompañados, miedo de cualquier cosa que no sea estar frente a una pantalla hipnotizados. Y hablar y escuchar, ¡vaya!, qué molestia, qué cansancio, qué flojera, qué poca… atención y compasión nos inspiran ahora nuestros prójimos.
Parecería necesario inventar una nueva conversación, “y la revolución que necesitamos hoy está en cambiar la forma en que hablamos del fracaso”. Las sociedades, lo sabemos, se fundan en las afinidades: en los cimientos de la ciudad está la amistad que produce pactos, alianzas, contratos. Me gustaría pensar que el lenguaje nació del placer y no de la necesidad, del gusto y la necesidad de compartirlo, por la voluntad de darle un futuro a cierta experiencia suficientemente placentera para cobrar un carácter trascendental. Ese gusto y placer está asociado al sentido –y transmitir el gusto sería transmitir el sentido. Pero en nuestros días de prisa, esclavitud asalariada, alimentos congelados, secularización mercantil, guerra económica, desempleo de por vida, rutina y supuesta falta de horizontes, la conversación está en decadencia, desfallece la palabra civilizada, y el mundo se ve reducido a los más diversos fundamentalismos –no por diversos menos compactos e intolerantes. La especialización –anota oportunamente Zeldin– es otra forma de exclusión social. La imaginación de la utopía es invención de una nueva comunidad.

Vivimos una sociedad mercantil y especializada de donde quedan excluidos todos aquellos seres y circunstancias que no conducen a un provecho y rentabilidad inmediatos. La sociedad del trabajador y de la movilización total considera el ocio como un castigo. De ahí que los desocupados, con la reputación de excluidos, necesiten tanta ayuda: primero económica, luego psicológica.

Como una salida al agotamiento de la conversación actual, propone Zeldin hablar del fracaso. Hablar valientemente del fracaso y de los fracasados; hablar con los fracasados y derrotados; con los humillados y ofendidos. Asumir en alguna forma su punto de vista. Pero esto –¡cuidado!– no siempre implica hablar en primer lugar de los propios fracasos, dolores e insatisfacciones o –al menos– estar consciente de ellos.

Otra de las conversaciones agotadas, otra de las causas de la decadencia de la conversación, es que el discurso del amor está estancado. La retórica amorosa de que disponemos no nos sirve de mucho: el amor cortés, el cortejo, el vuelo romántico, los discursos del matrimonio burgués y pequeñoburgués no han sido renovados por el cine y la televisión, de modo que nuestro desarrollo tecnológico hipertrofiado no corresponde a nuestras experiencias fragmentadas ni a unos discursos arcaicos dominados por la violencia. Es quizá la falta de un discurso sobre la amistad, la amistad amorosa, cristalice o no en una vida en pareja, lo que corroe desde su raíz a la sociedad.

La amistad es por supuesto el espacio de la conversación en su más alto grado de intimidad e intensidad, pero también es cierto que se pueden tener buenas conversaciones con quienes no son nuestros amigos más íntimos, y que incluso la intimidad puede llegar a ser un obstáculo para la libertad de la conversación. El Renacimiento y la Ilustración fueron momentos de gran conversación –y, añadiría yo, de libertad de costumbres. La conversación está, desde luego, asociada a las costumbres, a los valores y a los puntos de vista. Cambiar de conversación, iniciar una conversación, equivale a inventar una nueva red de costumbres, una “tercera naturaleza” para superar la segunda que ya no nos sirve. Sócrates, Cristo, iniciaron ¿quién lo dudará? otras conversaciones. ¿Una conversación fresca, nueva, es revolucionaria? Parecería que sí. También adúltera. Es relativamente sencillo –eso lo saben los maridos eternos– iniciar una nueva conversación con una nueva mujer: una nueva novela, una saga, un romance. Pero es más difícil mantener viva la conversación con la esposa (o la hermana), y todavía más mantener una intimidad amistosa con un amor imposible –aunque los amantes, si son cuidadosos, saben conservar su lengua fresca mucho tiempo. La mayoría de las personas cambia de trabajo por razones de dinero o de poder y prestigio. Existen, sin embargo, algunos casos en que se cambia de trabajo (o de mujer) simplemente para cambiar, para seguir la conversación: para perseguirla.

Pero –como decía el peregrino irlandés–, si no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación, aunque cambiar de país (de familia) sea ya hablar de otras cosas.
El mundo actual corre el riesgo de ser enormemente aburrido: de un lado, la especialización, la profesionalización, la transformación del ser humano en un instrumento de precisión incapaz de comunicarse con otras personas más primitivas, que son o le parecen herramientas y que aparecen ante él como cifras, caricaturas. La globalización: el mundo se estrecha, ya no hay tierra incógnita, sólo Dios Abscóndito, un Dios que se oculta, un silencio que no otorga. El mundo como un gran hospital atendido por especialistas, y donde la frontera entre curandero, charlatán, sacerdote, político, todólogo y médico generalista se iría disolviendo. Las explosiones aventureras son substituidas por las implosiones de la clandestinidad y la transgresión. La nueva Torre de Babel es horizontal y se llama internet. Instrumento prodigioso de información, comunicación, dominio, conservación, piratería, confusión, guerra, guerrilla y desinformación, internet es el instrumento más refinado y amplio de la secularización. Casi parece natural que el colegio de sabios de la Torá, compuesto por los rabinos ultraortodoxos de Israel, denuncie que “el diablo se esconde en internet”. La condena rabínica recuerda el anatema lanzado por la misma organización hace tres décadas contra la televisión. El hecho de que internet y la televisión sean los dos brazos de una misma pinza enriquecería, en principio, la conversación. La experiencia nos lleva a ser escépticos sobre su florecimiento superficial, a la vista de la explosión de revistas y diarios que proveen conversación barata y desechable, envolturas mentales listas para ser habladas (prêt-à-parler) y abandonadas. Pero la conversación debe seguir. Las puertas están abiertas. Sólo hay que empujarlas.’

Adolfo Castañón

Tomado de: Letras Libres.

sábado, agosto 26, 2006

Un post muy desagradable...

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Traté de contenerme durante más de un mes y no herir suceptibilidades tocando el tema de la guerra en el Líbano... pero mi tolerancia ha llegado a su límite.

He confirmado que en México somos buenos para escandalizarnos sin saber por qué. Siempre es muy fácil decir, cuando vemos los problemas del mundo en la tele: ‘¡Pinches gringos!’ (por mencionar el caso más usual) y quedarnos allí, sin hacer nada ni comprender nada, felices en nuestro querido país con paz, bienes materiales, posibilidades y clima y cultura maravillosos...

Fue en el clima de retiro espiritual y vida comunitaria con mis compañeros prenovicios en Ciudad Guzmán, Jalisco, donde, a falta de otro medio de información, me vi forzado a leer el pasquín izquierdoso de este país: el periódico La Jornada ( www.jornada.unam.mx ). Por supuesto, no le presté la atención que no merecen a los dimes y diretes sobre el conflicto post electoral y me fui derechito a la sección internacional. ¿Cuál habrá sido mi sorpresa al encontrame una caricatura que retrataba una estrella de David con cuatro líneas negras superpuestas en cuatro de los picos de la estrella, como esvástica? ¡Qué digo sorpresa, náuseas, desdén e ira absolutas! Pocas veces he visto tanta imbecilidad, ignorancia histórica y abierta falta con respeto a un país... Me puse verde, azul, morado... ¡el periódico voló hacia el jardín por la ventana!

Al día siguiente, la polémica cundía en los medios, pues el embajador de Israel en México había reaccionado negativamente (y con harta razón) a una proclama de los ‘intelectuales’ mexicanos en contra de la guerra, que hacía énfasis en las víctimas civiles libanesas y la destrucción causada por las fuerzas armadas de Israel, pero que no contenía mención alguna sobre las víctimas israelíes (yo supongo que el fin detrás de todo era salvaguardar su reputación como ‘intelectuales’ comprometidos con la ‘causa’ políticamente correcta en boga, en vez de hacer de eso, de intelectuales, pensando y orientando a la gente de forma objetiva e inteligente). A esto, el director de La Jornada respondió al embajador (y, por lo tanto, al pueblo israelí), en la primera plana de su mamotreto de papel y tinta: que era el deber de los periodistas denunciar las ‘atrocidades’ y hacer ‘algo’ para no repetir lo sucedido en el Holocausto, cuando millones fueron condenados por el silencio y la indiferencia de otros millones.

No tengo que decir que aquella primera plana acabó en el suelo, pisoteada. ¡Jamás había leído yo semejante pendantería, estupidez, altanería e insultante ignorancia reunidas en cinco líneas! Decidí que, de ahora en adelante, por salud de mi hígado, no he de acercarme a menos de 5 m de un diario La Jornada.

Pero allí no acabó el asunto. Hace unos días me tocó ver la imagen desplegada en el MSN de uno de mis contactos, un amigo de la preparatoria: una bandera israelí, con franjas blanquiazules y la cruz gamada nazi en sustitución de la estrella de David. Con ánimos de tener una discusión civilizada con él, le expuse de forma correcta mi indignación... Expongo el diálogo íntegro a continuación:

YO: Esa imagen me parece un insulto gravísimo y aberrante, carente de todo fundamento histórico, de pésimo gusto, salido de un mal caricaturista de La Jornada...

ÉL: Es una analogía.

YO: Muy mala...

ÉL: No, una imagen llena de precisiones y contexto rico en Historia. Es una analogía de la utilización de medios de terror por la policía secreta (si es que se le puede llamar ‘policía’ a esos delincuentes de la liga israelí), comparación con los métodos de la SS. Aunque tienes razón, no es tan similar, los israelitas utilizan métodos terroristas cobardes: sobre la SS se sabía cómo operaba.

YO: Es una soberana tontería comparar una cosa con la otra...

ÉL: En esencia no hay tanta diferencia. El fin es la eliminación racial e imposición de la propia. Más que racial, étnica.

YO: ¿Según quién? Olvídalo... No voy a discutir pendejadas...

ÉL: Como gustes, yo no inicié la pugna ideológica. Para mí es más sencillo, porque no persigo intereses de grupo.

YO: No es pugna ideológica... era una discusión objetiva, pero eso es lo que menos veo: objetividad. Y yo no persigo ningún interés de grupo. En fin. Adiós.’

Como pueden ver, lo correcto no me duró nada... No tienen una idea de cuán mal humor me puse. No podía creer lo que leía, el hediondo tufo de conspiración maligna y, para decirlo con todas sus letras: el aura de imbecilidad de una izquierda ya de por sí estúpida, ávida por descalificar cualquier cosa con la que no están de acuerdo utilizando ‘analogías’ fuera de contexto, sin ningún fundamento histórico racional y sin la más mínima reflexión filosófica previa... Esto, sumado a un comentario que escuché en un café: ‘¿Cómo ves lo de Medio Oriente? ¿A poco no se extraña la época en la que los corrían de todos lados?’; y a un correo electrónico titulado ‘¡No lo podemos permitir!’ con fotografías terribles de niños mutilados y escuelas destruidas y la acusación de ‘terrorismo de Estado’ por allí, me han llevado a escribir esta diatriba.

No cabe duda de que los niños libaneses mutilados y escuelas derruidas sean algo terrible. La guerra en sí misma es un mal, terrible e injustificable en esencia, pero más terrible es que juzguemos las guerras de manera sensacionalista y parcial (como la comunidad libanesa en México, que estuvo presta para sacar banderas y manifestarse contra la guerra, pero nunca se manifestó en contra de que Hezbolláh utilizara el país de sus ancestros como base para actividades terroristas, controlara parte de él y tuviese participación activa en su gobierno...)

En ese correo, yo no veo ninguna foto de los cientos de civiles asesinados a lo largo de los años por el grupo terrorista Hezbolláh en las ciudades israelíes. No dice tampoco que este grupo se resguardaba precisamente entre civiles y los usaba como escudos humanos, que era protegido y resguardado por el gobierno libanés (del que incluso formaba parte), en abierta violación a la resolución 1559 del consejo de seguridad las Naciones Unidas. No menciona tampoco las represalias que Hezbolláh tomó, lanzando misiles de forma deliberada contra poblaciones civiles en Israel (aquí, en efecto, es muy importante hacer la distinción entre las muertes de civiles por daños colaterales y ataques deliberados). Ya no digamos que mencione el abierto apoyo de Hezbolláh por parte de Irán, cuyo presidente ha declarado que el Estado de Israel no tiene derecho a existir. Y, por supuesto, el correo no toma en cuenta el contexto geopolítico, demográfico e histórico de la región... aunque eso es demasiado pedir para un patético mail de propaganda...

G. G. Jolly

miércoles, agosto 23, 2006

Carta de don Albino Luciani a Jesús

‘Querido Jesús:

He sido objeto de algunas críticas. “Es obispo, es cardenal —dicen—, ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M. Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!”.

Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un coloquio continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?

Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.

No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos por hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando fue enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: “¡No soy más que un niño, Señor, y no sé hablar!”.

* * *

Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: “¡He aquí al hombre!”. Creía conocerte, pero no conocía siquiera una brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.

Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que cuidase de ella, y dijiste a Juan: “He aquí a tu madre”.

Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Les instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: “A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos”. También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: “Hay que hacerse pequeños, ponerse en último lugar, servir”.

En el cenáculo les pusiste en guardia: “¡Tendréis miedo y huiréis!”. Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negará tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: “Apacienta a mis ovejas”.

En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo XXI de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.

Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquel padre bueno que, cuando reza al hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión —es la que yo tengo— de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: “¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!”.

* * *

Además del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica.

Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: “No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. De dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad”.

Tenías horror a las palabras inútiles: “Sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras”.

Querías los hechos reales y moderación: “Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”. Al leproso cuando le ordenaste: “No lo digas a nadie”. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: “Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”.

En la cruz, antes de morir, dijiste: “Todo está cumplido”. Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: “La gente nos sigue hace tiempo: enviémosla a su casa para que coman”. Tú respondiste: “No, démosle nosotros de comer”. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: “Recoged las sobras; no está bien que se pierdan”.

Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: “Ahora, dadle de comer”. La gente proclamaba ante Ti: “¡Ha hecho bien todas las cosas!”.

* * *

¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y éstos volvieron con las manos vacías. “¿Por qué no lo habéis detenido?”. Los guardias respondieron: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como él!”. Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: “Éste sí que habla con autoridad! ¡Lo contrario de lo que hacen los escribas!”.

¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.
Tú, por el contrario, dijiste: “Habéis oído que se dijo… Yo, en cambio, os digo…”. Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: “Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

Y no te cansabas nunca de enseñar en las sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casa e incluso durante la comida.

* * *

Hoy, todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste el tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: “Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído”.

Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.

El día en que enseñaste: “Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos”, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te habría susurrado al oído: “Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia, y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?”. Imprertérrito, continúas y te oigo decir: “Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero”.

Ya se cumplió esa profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contra los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?

* * *

Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas las partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta.

Cuando Pedro proclamó: “Tú eres cristo, el Hijo de Dios vivo”, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino que también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti lo que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.

Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: “¿Eres o no eres el Hijo de Dios?” Tú respondiste: “Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre”. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.

Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podrían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo.

Y, afortunadamente —a pesar de todo—, esto sigue ocurriendo también hoy.


Mayo, 1974.’

Tomado de: Albino Cardenal Luciani, Ilustrísimos señores, Madrid: Biblioteca de autores cristianos, 1978. pp. 317-323.