viernes, enero 15, 2010

De problemas ‘gay’ y algo más… (I)

Finalmente, le ha llegado el tiempo a México de romper sus silencios y encarar de frente un tema. Por supuesto, el debate ha sido, como siempre, de muy bajo nivel, con posturas fanáticas y erradas de ambos lados: desde la homofobia descarada de los sectores más rancios de la derecha mexicana hasta los grupúsculos políticamente correctos que enarbolan los ideales de una izquierda mexicana ‘progre’ que no existe.

El 21 de diciembre de 2009, la Asamblea Legislativa —el congreso local— de la Ciudad de México legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo, otorgándole la misma categoría que el matrimonio civil entre hombres y mujeres. Como ya antes había dicho yo, a propósito de la legalización del aborto hasta las doce semanas de gestación en una entrada anterior, dudo mucho de las convicciones de la izquierda mexicana, que gobierna en la capital del país. Perseguir esta agenda políticamente correcta, ‘progresista’, en un país con 40 millones de pobres, de endebles instituciones democráticas y que carga aún con caudillos y ‘diálogo’ de plantones y machetazos, es posar de izquierda de primer mundo en un país del tercero… lo cual me parece no sólo impertinente, sino insensato.

Con esto, se dio un paso más allá, después de que, en noviembre de 2006, la misma Asamblea haya reconocido las ‘Sociedades de Convivencia’, uniones familiares de facto, de cualquier tipo. Si no fuera porque me opongo a que el Estado haya de reconocer y avalar las relaciones interpersonales en general, de cualquier tipo, habría sido imposible objetar estas ‘uniones’. Eso de la ‘ley natural’ no me acaba de convencer, pues me suena a biologización, a fundamentar la ‘familia’ en la capacidad reproductiva más que en el amor, con lo que las familias monoparentales, divorciadas, adoptivas o asociadas carecerían de una raison d’être...


José Luis Cortés

De hecho, bien lo ejemplifica esta verídica anécdota:
El día que aprobaron la ley de las ‘Sociedades de convivencia’, llegó un jesuita a su casa con un pastel que le habían regalado tras una misa. Se presentó en el comedor con él, y dijo: ‘¡Hay que celebrar las “Sociedades de convivencia”!’. Por supuesto, unos padres, ya mayores, le reclamaron: ‘¡¿Cómo quieres que celebremos eso?!'. Y él respondió: ‘Pues es que ya somos legales’. ‘¡¿Somos?! ¡¿Quiénes?!’, le preguntaron. ‘Nosotros. Nuestra comunidad. Esta “sociedad de convivencia”: de diez hombres que, sin ser parientes, vivimos juntos’. Tenía toda la razón, y así celebraron los jesuitas ese día, con pastel.
El matrimonio de pleno derecho es otra cuestión. Creo que un Estado sanamente laico no debería tener voz ni voto reconociendo con quién duerme, vive y se junta cada cual. A diferencia de EE. UU, donde uno se puede casar lo mismo en un casino, una sinagoga, una iglesia, un juzgado o el club de fans de Star Trek, en México hay una doble ley y una doble moral, por lo que no estoy de acuerdo con que exista el matrimonio civil, ‘homosexual’ o ‘heterosexual’.

Sin embargo, el mayor problema es el que surge con la posible adopción de niños, que, para variar, se plantea de forma indebida. Por ejemplo, un argumento es que, como un matrimonio entre personas del mismo sexo no puede procrear naturalmente, no debería permitírsele adoptar un niño; lo cual, al mismo tiempo, descalificaría a una pareja heterosexual estéril…

Jan Provoost, Abraham y Sara, c. ss. XV-XVI.

Otro es que un niño criado por ‘homosexuales’ terminaría siendo él mismo ‘homosexual’, hecho que numerosos estudios y testimonios han puesto seriamente en duda. Yo podría cuestionar también el que sea el Estado el encargado de cuidar y ‘repartir’ a los niños en cuestión…

El núcleo del problema de la adopción, no obstante, yace en que no existe semejante cosa como un ‘derecho a la paternidad’.(1) Nadie, soltero o casado, ‘heterosexual’ u ‘homosexual’ puede reclamar un hijo. Por otra parte, sí existe el derecho de los niños a un desarrollo pleno: ellos sí tienen derecho a crecer en un hogar digno, conformado por dos padres, una figura masculina y una femenina. Por supuesto, esta plenitud no siempre es posible, como en los casos de los niños criados por abuelos, tíos o un solo padre, así como los niños criados por padres incompetentes e incluso desobligados y crueles. Es decir, las familias estables conformadas por un varón y una mujer deberían tener absoluta prioridad para adoptar un niño. Esto no es discriminación, porque el criterio es el bienestar del infante y no el deseo de los padres, tal como se le dará prioridad a una pareja que no tiene ningún hijo que a una que tiene tres o a una pareja de menor edad que a una casi anciana. Aunque, una vez establecida esta prioridad, habrá que proceder con un criterio mucho más flexible y práctico, en aras del bienestar de los niños, si se quiere ser consecuente con esta postura; es decir, habrá de darse en adopción niños a familias ancianas, de menores recursos, monoparentales, atípicas o, en efecto, de padres del mismo sexo. Y sirva esto último como nota para las iglesias, pues se torna cuanto más acuciante aún, dado el terrible pecado social del aborto, si es que se quiere luchar ‘por la vida’ congruentemente, con más hechos y menos palabras.

G. G. Jolly


(1) Luis-Fernando Valdés, ‘Homosexualidad y adopción’, en Columna Fe y Razón, 3 de enero de 2010.

viernes, enero 08, 2010

Breve historia familiar de Occidente...

Grecolatina

Había una vez una muchacha, hermosa como nunca ha habido otra, llamada Grecolatina. Su padre, Imperio, era un soldado alto, fuerte y guapo, bien instruido en leyes, ingeniería y administración. Su madre, Helenia, era bella y culta, versada en poesía, teatro, filosofía y medicina. Para gran escándalo de sus padres, Grecolatina fue cortejada largo tiempo y finalmente conquistada por Judeo, un rudo hombre de clase baja, de piel tostada por el sol del desierto y de larga barba rizada, celosísimo de su religión, pero sabio y bueno.

Imperio, Helenia y Judeo

De la joven pareja nacieron Cristián y Cristiano, unos impetuosos gemelos que, al principio, eran inseparables, casi siameses. Ambos heredaron la bella elegancia de Grecolatina y la justa sabiduría de Judeo, aunque Cristián, muy dado a los libros y a largas charlas de sobremesa, se parecía más a su abuela Helenia, mientras que Cristiano salió como Imperio, ordenado e hiperactivo. Ha de decirse que los gemelos nunca se llevaron bien con su padre; incluso de repente su madre desesperaba de ellos. Sin embargo, una vez que Judeo se exilió de la casa, Grecolatina pasó sus últimos días mimando a sus hijos, sobre todo a Cristián, a quien le dejó toda su herencia. Éste último contrajo nupcias algo tarde, con una pobre y bella campesina, callada y misteriosa, de nombre Eslavia.

Cristiano, por su parte, se casó a temprana edad, con una rubia y terca mujer llamada Bárbara. Desheredado él y sin dote ella, pasaron una época algo obscura. Peleaban mucho y salían poco. Tuvieron una hija llamada Media, niña fea que se compuso ya grandecita. A la niña tampoco le gustaba salir mucho y se entretenía revisando y copiando los viejos libros de sus bisabuelos. Aunque rezaba mucho, no pudo evitar enfermarse de peste ni pelearse con un pariente lejano del lado de su abuelo Judeo, el primo Islamo, lo cual la volvió algo irritable. No sabemos cómo ni de quién, pero quedó embarazada, ¡y de trillizos! Murió durante un largo y doloroso parto que los médicos llamaron, de forma exagerada, renacimiento…

Media

Los trillizos, sin embargo, sobrevivieron. La primogénita fue Roma, una hermosa, aunque regordeta, mujer. Alguien la describió como una versión exagerada de su bisabuela Grecolatina, con lo piadosa y malgeniuda de su madre. Hasta la fecha, es la solterona de la familia. El segundo hermano fue Humanio, hombre muy culto, pero tímido, que no dio mucho de qué hablar, a pesar de sus esfuerzos de explotar lo mejor de sus genes sin causarle problemas a nadie. Se casó con una intelectual, del linaje de Helenia, llamada Ciencia. El último, Reformo, fue siempre impetuoso, rebelde y trabajador; estaba empecinado en imitar en todo a su abuelo Cristiano, lo que le llevó a enfrentarse a pellizcos y puntapiés con Roma. Halló esposa al otro lado del Atlántico: una muchacha algo desabrida, Puritania.

Roma, Humanio y Reformo

Mientras Roma y Reformo se peleaban a muerte, Humanio y Ciencia criaron, lejos de los problemas familiares, a su hija Ilustria, que resultó ser una muchacha cultísima, inteligente e inconformista… Por fortuna, tras una ardua búsqueda, pudieron hallarle un marido que la soportara, pues sólo le interesaban el trabajo y los negocios. Se trataba del vástago de Reformo y Puritania, su primo, Mercadio.

Y allí es donde se empezó a fastidiar la cosa, pues Mercadio e Ilustria trajeron al mundo a varios hijos muy peculiares. Primero vino Liberalia, buena mujer —¡ni quién lo niegue!—, pero quizás por eso mismo algo ingenua; todos la quieren, pues se vive muy bien en su acogedora casa, a pesar de su mal gusto. Luego vino Marxia, una bellísima pelirroja. Ésa sí atraía a todos con su carácter vigoroso y contestatario, además de que prometía el sol, la luna y las estrellas a quien la cortejase. Por desgracia, su lucha contra lo establecido lo único que le granjeó fue varios hijos ilegítimos —antipáticos todos ellos— y la enfermedad venérea que la llevó a la tumba. El tercero fue un niño regordete y feo: Fascio. Con mal carácter y cuerpo de gorila, se dedicó a hacerle la vida imposible a sus dos hermanas: desde la cuna ya pataleaba y berreaba, haciendo desesperar a Marxia y suspirar a Liberalia. Al principio, se dejaba arrullar por la vieja y gorda tía Roma, que no tenía nada mejor que hacer más que inmiscuirse en los asuntos ajenos: criticaba la poca clase de Liberalia y aborrecía las costumbres disolutas de Marxia. Después, en cambio, Fascio la despreció también a ella y se largó de la casa para hacer de las suyas, hasta que, entre toda la familia, lo pusieron en orden. Las dos hermanas enfriaron sus relaciones durante buen tiempo, justo cuando nacía el benjamín de la familia, tras muchos años. Lo llamaron Posmo.

Posmo

Y así llegamos al presente, cuando, muerta ya Marxia, Fascio retirado y Liberalia anciana y achacosa, el cabeza de familia no es otro que el inmaduro, hedonista y despilfarrador Posmo. Si sus antepasados, de Grecolatina a Ilustria pudiesen ver en manos de quién ha quedado toda la fortuna familiar, se revolcarían en sus tumbas…

G. G. Jolly