lunes, abril 30, 2007

Adiós a un maestro

Mstislav Liepóldovich Rostrópovich (27 de marzo 1927 - 27 de abril 2007), uno de los mejores y más conocidos violonchelistas del mundo, director de orquesta e incansable luchador por la democracia y los derechos humanos. Ver este excelente artículo.

Hélo aquí, tocando el preludio de la suite para violonchelo # 1 de Johann Sebastian Bach.

domingo, abril 08, 2007

¡1er. aniversario de Ululatus sapiens!

Alfred Gockel, Celebration.

Es increíble, pero este blog ha cumplido un año. Yo que pensé que no iba a incursionar en este terreno, mírenme nada más, un año después...

¡Felicidades a mis lectores, sobre todo (a veces más, a veces menos)!

viernes, abril 06, 2007

Por una ética sexual humanista (II)

Continuación de la primera parte:

La era del vacío

En la era posmoderna, o ‘del vacío’ en palabras de Gilles Lipovetsky,(1) el sexo parece haber desplazado a la sexualidad. ¿Cómo es posible, si el sexo es sólo un acto y la sexualidad un todo acerca de nuestro ser-persona, respecto a quiénes y cómo somos y nuestras relaciones con los demás?(2) Precisamente porque esta última ha sido despojada de su complejidad y reducida a una serie de actos, se ha materializado, simplificado y desvirtuado, en detrimento no de algo tan subjetivo como ‘las buenas costumbres’ o la ‘correcta moral’, sino de algo tan objetivo como la dignidad de la persona humana.

Gracias al desarrollo del capitalismo y la democracia liberal en la posguerra, la Humanidad —al menos en los países más desarrollados— atraviesa su segunda revolución individualista. Los valores liberales e ilustrados del siglo XVIII han sido rebasados y llevados a alturas inusitadas. El individuo, soberano de sí mismo y del mundo que le rodea, sigue siendo el centro de esta cosmovisión, aunque sin el marco de normas, instituciones y responsabilidades que hasta hace algunos años eran elementos inseparables del sistema democrático liberal.

Hoy día, el individuo, en todo lo que hace, requiere un mínimo de coacciones y un máximo de elecciones, una mínima austeridad y una mayor comprensión, un máximo deseo y una mínima represión. Vivimos en una sociedad basada en la estimulación y la satisfacción de necesidades, del sexo y del culto a lo ‘natural’. Asimismo, el siglo XXI es el siglo de las decepciones, de pérdida de las utopías, de la esperanza en el futuro. Mauricio Beuchot, OP, filósofo, gran conocedor de la era posmoderna, la define así: ‘Es el universo de la decepción, del desengaño, que se expresa a través de una literatura de crisis, de una sensación de estar instalados en la angustia y en la depresión culturales, y descreer de cualquier propuesta que busque conservar el conocimiento o poner reglas claras de conducta ética. La posmodernidad, con diferentes matices, rechaza el núcleo de la modernidad que es la razón y, en consecuencia, la filosofía del hombre y de la ética’.(3) Lipovetsky coincide ampliamente con él: ‘Sociedad posmoderna: cambio de rumbo histórico de los objetivos y modalidades de la socialización, actualmente bajo la égida de dispositivos abiertos y plurales; el individualismo hedonista y personalizado [yo preferiría el término atomizado] se ha vuelto legítimo y ya no encuentra oposición; la era de la revolución, del escándalo, de la desesperanza futurista, inseparable del modernismo, ha concluido. La sociedad posmoderna es aquella en la que reina la indiferencia de masa, donde domina el sentimiento de reiteración y estancamiento, en el que la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, donde se banaliza la innovación, en la que el futuro no se asimila ya a un progreso ineluctable’.(4) De esta forma, el individuo posmoderno busca tranquilidad, satisfacción inmediata, particularidad en vez de universalismo.

Es decir, la segunda revolución individualista nos ha llevado no a un individualismo mejorado, sino al narcisismo. Entre más energías se invierten en el Yo, mayor es la angustia de la soledad, la incertidumbre y la interrogación, así como menor es la responsabilidad hacia el otro. Lo más importante para Narciso es la liberación del Yo; amarse tanto para no necesitar ser amado por nadie más. No obstante, el Narciso moderno, en lugar de quedar prendido de su propia belleza, no puede enfrentarse a sí mismo tal como es y busca, entonces, la autorrealización individual ad infinitum, en cada aspecto de su vida: en el trabajo, en la familia, en la vida ‘espiritual’, en la apariencia, en el deporte, en las artes y, por supuesto, en la vida amorosa.

Lo anterior nos lleva al punto de las relaciones de pareja posmodernas, dominadas por el consumo. Erich Fromm describió acertadamente este fenómeno, en el que existe un mercado en el que se consigue pareja y en el que el poder adquisitivo radica en el número de cualidades que uno pueda tener, una mezcla de popularidad y sex-appeal.(5) Y todo se reduce a un sencillo problema: ‘Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar’.(6) Es decir, la autorrealización laboral, espiritual, social y estética nos provee del ‘capital’ para buscar una persona con las mayores cualidades posibles dentro de nuestro ‘presupuesto’. Sin embargo, esta clase de uniones por conveniencia, en aras de la autorrealización, no es intensa y violenta, no tiene la fuerza suficiente para desterrar la angustia de la soledad, la incertidumbre y la interrogación. La apatía anímica de Rollo May,(7) la indiferencia hacia el otro de Lipovetsky y la vergüenza por la separación humana de Fromm continúan y se incrementan.

Y justamente la sexualidad desvirtuada, el sexo, es el mejor ejemplo de ello, pues el acto sexual desligado del amor nunca puede eliminar el abismo, la separatidad, con el otro, ni autorrealizarse de ninguna manera, ni mucho menos darle sentido a la vida.

Es acertado, para proseguir con la tercera parte de este artículo, considerar las advertencias de Viktor Frankl: ‘La autorrelización sólo cabe conseguirse per effectum, nunca per intentionem’; y de Pinchas Lapide, que, en el mismo diálogo, concuerda con aquél: ‘No se puede amar a uno mismo si se es incapaz de amar algo o a alguien que está fuera de uno. El Yo necesita amor hacia fuera, el amor-extra-nos para la propia autorrealización. Quien es capaz de “salir de la propia piel” para amar a otro —hasta la negación de sí mismo— es verdaderamente fiel a su propio ser’.(8)

(1) Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona, Anagrama, 2006.
(2) Ver la primera parte de este artículo:
‘Por una ética sexual humanista (I)’
(3) Javier Sicilia, ‘Dios posmoderno. Entrevista con Mauricio Beuchot’, en Letras Libres 12, diciembre 1999. p. 46. En línea: aquí.
(4) Gilles Lipovetsky, Op. cit. p. 9.
(5) Erich Fromm, El arte de amar, Barcelona, Paidós, 2004. p. 13-17.
(6) Erich Fromm, Op. cit. p. 13.
(7) Rollo May, Love and Will, Nueva York, Collins, 1974.
(8) Viktor Frankl y Pinchas Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Barcelona, Herder, 2005.

G. G. Jolly


martes, abril 03, 2007

‘¿Dónde estás, Adán?’

Ary Stillman, Rabbi.

El rabino Shnuer Zalman, de Rusia del norte, muerto en 1813, fue encarcelado en San Petersburgo porque sus adversarios habían denunciado sus principios y su modalidad de vida. Se hallaba esperando el juicio cuando el jefe de los gendarmes entró en su celda. El rabino, con su majestuosa y tranquila expresión, estaba a tal punto sumido en sus meditaciones, que al principio no percibió la llegada de su visita. El jefe, un hombre perceptivo, se dio cuenta de la clase de persona que tenía ante sí. Comenzó a conversar con el prisionero y trajo una serie de cuestiones que le habían surgido mientras leía las escrituras. Finalmente interrogó: ‘¿Cómo debemos entender el hecho de que Dios, que todo lo sabe, pregunte a Adán: “¿Dónde te encuentras?”’ [Gn III, 9].

—Crees tú —contestó el rabino— que las escrituras son eternas y que todas las épocas, todas las generaciones y todos los hombres están incluidos en ella?

—Creo que sí —dijo el otro—.

—Pues bien —dijo el zaddik (nombre que reciben los líderes o rabinos de las comunidades jasídicas)—, en cada época Dios llama a cada hombre: ‘¿dónde estáis en vuestro mundo? Tantos años y días han pasado y, ¿cuán lejos habéis avanzado en vuestro mundo?’ Dios dice algo así como: ‘Has vivido 46 años, y ¿cuán lejos has llegado?’.

Cuando el jefe de los gendarmes le oyó mencionar su edad tuvo un sobresalto, apoyó la mano en el hombro del rabino y dijo: ‘¡Bravo!’, pero su corazón temblaba’.

¿Qué ocurre con este cuento?

Al principio nos recuerda ciertos cuentos talmúdicos en los cuales un romano o algún pagano interroga acerca de un fragmento bíblico con la intención de señalar una supuesta contradicción en la doctrina religiosa judía. Normalmente se responde explicando que tal contradicción no existe, o se refuta de alguna otra manera, agregando algunas veces a la respuesta una advertencia. Pero de inmediato advertimos una gran diferencia entre aquellos cuentos talmúdicos y esta narración jasídica. Esta diferencia consiste en el hecho de que en el cuento jasídico la respuesta está dada en un nivel distinto al que fue planteada.

El jefe quiere indicar una contradicción en la doctrina judía. Los judíos creen en un Dios que todo lo sabe, pero en la Biblia Dios hace preguntas que son características de aquel que quiere aprender algo que no conoce. Dios busca a Adán que se ha escondido. Lo llama en el jardín, preguntando dónde está; puede parecer entonces que lo ignora, que es posible esconderse de su presencia, y en consecuencia, que Dios no es omnisciente. Ahora, en lugar de explicar el fragmento y resolver la aparente contradicción, el rabino toma el texto sólo como un punto de partida desde donde procede a cuestionar al jefe de su vida pasada, su falta de seriedad, su inconsistencia y su irresponsabilidad. Una pregunta impersonal que, aun con toda la seriedad con que pudiera ser formulada, no es en realidad una pregunta genuina, sino meramente una forma de controversia, pide una respuesta personal, o más bien, una admonición personal en lugar de una respuesta. Por lo tanto, nos da la impresión de que lo único que perdura en este tipo de respuestas talmúdicas es la advertencia que muchas veces la acompañaba.

Pero examinemos la anécdota más de cerca. El jefe quiere informarse acerca de un fragmento de las historias de Adán. La respuesta del rabino significa, efectivamente: ‘Tú mismo eres Adán, tú eres el hombre a quien Dios pregunta: ¿dónde estás?’. De este modo puede parecer que la respuesta no da ninguna explicación del fragmento como tal. Sin embargo, arroja luz no sólo sobre la situación de Adán, sino sobre la de todo hombre en todo lugar y momento. Porque tan pronto como el jefe escucha y comprende que la pregunta bíblica está dirigida a él, es inevitable que vea el significado que vea el significado de la pregunta de Dios: ¿dónde estás?, ya sea que la pregunta esté dirigida a Adán o a cualquier otro hombre. Al preguntar, Dios no espera aprender algo que no conoce; lo que anhela es producir un efecto en el hombre que sólo una pregunta de esta índole puede producir. Busca llegar al corazón del hombre siempre y cuando el hombre le permita llegar a su corazón.

Adán se esconde para evitar rendir cuentas, para escapar de la responsabilidad por su modo de vivir. Todo hombre se esconde con el mismo propósito, porque todo hombre es Adán y se encuentra en su situación. Para escapar de la responsabilidad de su vida, el hombre convierte la existencia en un sistema de ocultamientos. Y al esconderse de este modo una y otra vez ‘de la presencia de Dios’, el ser humano se sumerge en una alineación cada vez más profunda. De este modo surge una nueva situación, que se vuelve cada vez más cuestionable con cada nuevo escondite. Esto puede definirse concisamente del siguiente modo: el hombre no se puede escapar de la visión de Dios, pero al tratar de esconderse de Él, se está escondiendo de sí mismo. Es cierto que dentro del hombre también hay algo que busca, pero él lo hace cada vez más difícil para que ese algo lo encuentre. Esta pregunta está formulada para despertar al hombre y destruir su sistema de ocultamientos; es para mostrar al hombre la posición en que se encuentra y despertar en él la fuerza de voluntad para salir de ella.

Todo depende ahora de si el hombre enfrenta la pregunta. Por supuesto, el corazón de cada hombre, así como el del jefe, va a temblar cuando escuche la pregunta. Pero su sistema de ocultamiento lo ayudará a sobreponerse a esta emoción. Esto sucede porque la Voz no viene como un trueno que amenaza la existencia del hombre; sino como un suave y pequeño murmullo, fácil de ahogar. En tanto esto ocurra, la vida del hombre no se convertirá en un camino. Sea cual fuere el éxito o el placer que pueda lograr, las acciones que realice o el poder que consiga, su vida deambulará sin camino, en tanto no enfrente la voz. Adán la enfrenta, percibe el grado de sumergimiento y confiesa ‘Estuve escondido’. Éste es el comienzo del camino del hombre. La decisiva búsqueda dentro de nuestro corazón es una y otra vez el comienzo del camino en la vida del hombre. Esta búsqueda dentro de nuestro corazón es decisiva sólo si se convierte en el camino. Hay también una búsqueda estéril de uno mismo que no conduce a otra cosa que al sufrimiento, a la desesperación y a un sumergimiento aún mayor. Cuando el rabino de Ger enseñaba las escrituras se encontró con las palabras con que Jacob se dirigió a su criado: ‘Cuando Esaú, mi hermano, te encuentre y te pregunte: “¿Quién eres, adónde vas y quiénes son estos hombres que te rodean?”’, él le decía a sus discípulos: ‘Observen con atención cuán similares son las preguntas de Esaú con los dichos de nuestros sabios: “Sabed de dónde venís, hacia dónde vais y quién tendréis que rendir cuentas”. Se debe ser muy cuidadoso en la consideración de estas cuestiones, porque bien puede ocurrir que el mismo Esaú formule las preguntas y suma al hombre en la desesperación’.

Hay una pregunta demoníaca, espuria, que imita la pregunta de Dios, la pregunta por la Verdad. Su característica es que no se detiene en la frase ‘¿dónde estás?’, sino que continúa: ‘no hay salida del lugar a donde has llegado’. Esta es una búsqueda equivocada dentro del corazón de uno, no alienta al hombre a cambiar, ni le pone en camino. Esta falta de esperanza y la representación como algo completamente imposible, lleva al hombre a vivir en sus sistemas de ocultamientos sostenido únicamente por un orgullo alienante.

Tomado de: Martin Buber, ‘El camino del hombre según las enseñanzas del jasidismo’, en El camino del hombre, Buenos Aires, Altamira, 2003. pp. 59-63.