sábado, febrero 20, 2010

‘Vuelve’ de Konstántinos P. Kaváfis

Para N.

Επέστρεφε
Επέστρεφε συχνά και παίρνε με,
αγαπημένη αίσθησις επέστρεφε και παίρνε με --
όταν ξυπνά του σώματος η μνήμη,
κ' επιθυμία παληά ξαναπερνά στο αίμα·
όταν τα χείλη και το δέρμα ενθυμούνται,
κ' αισθάνονται τα χέρια σαν ν' αγγίζουν πάλι.

Επέστρεφε συχνά και παίρνε με την νύχτα,
όταν τα χείλη και το δέρμα ενθυμούνται....

Κωνσταντίνος Π. Καβάφη

Y aquí una versión musicalizada por Thanos Mikroutsikos.

Vuelve

Vuelve una y otra vez, y tómame,
amada sensación, regresa y tómame.
Cuando despierta del cuerpo la memoria
y la vieja pasión recorre la sangre,
cuando los labios y la piel las reviven,
las manos sienten como si tocaran de nuevo.

Vuelve una y otra vez, y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel las reviven.

Come back

Come back once and again, and take me,
beloved feeling, come back and take me.

When memories awake from the body
and old passions run through the blood,
when lips and skin re-live them
the hands feel as if they touched once more.

Come once and again, and take me at night,
when lips and skin re-live them.


(Versiones española e inglesa de G. G. Jolly)

domingo, febrero 07, 2010

La Iglesia en el abismo: crítica a la crítica de un jesuita (III)

Veamos, ahora, las soluciones que propone el padre Boulad para rescatar a la Iglesia del ‘abismo’, que ya describió con indignación en las entradas anteriores(1):

‘- No es apoyándose en el pasado ni recogiendo sus migajas como se resolverán los problemas de hoy y de mañana.’
Espero que con ‘pasado’ no se refiera a la gran Tradición del cristianismo, pues, entonces, las catequesis que ha dado Benedicto XVI en los últimos años sobre los Padres de la Iglesia y los santos del medioevo estarían erradas… Seguramente, ha de ser inútil, por tanto, su idea de que los grandes santos medievales o los autores patrísticos, que bebieron del mismo manantial de fe, responden mejor a problemas de hoy que discursos ‘actuales’ que se pierden en el mar informativo global. Es obvio: ni San Agustín de Hipona ni Santo Tomás de Aquino tienen nada que aportar al diálogo entre fe y razón, religión y ciencia; las predicaciones y ejemplos pastorales de Santo Domingo de Guzmán o San Ambrosio de Milán son simples migajas; el amor a la naturaleza de San Francisco de Asís o las exigencias de justicia de San Juan Crisóstomo no son sino mensajes sosos, empolvados y estériles de hace siglos...
‘- La aparente vitalidad de las Iglesias del tercer mundo es equívoca. Según parece, estas nuevas Iglesias atravesarán pronto o tarde por las mismas crisis que ha conocido la vieja cristiandad europea.’Quizás sea cierto. Pero pregunto de nuevo, ¿cuáles son las causas de esas crisis europeas?
‘- La Modernidad es irreversible y por haberlo olvidado es por lo que la Iglesia se encuentra hoy en semejante crisis. El Vaticano II intentó recuperar cuatro siglos de retraso, pero se tiene la impresión que la Iglesia está cerrando lentamente las puertas que se abrieron entonces, y tentada de volverse hacia Trento y Vaticano I, más que hacia Vaticano III. Recordemos la declaración de Juan Pablo II tantas veces repetida: “No hay alternativa al Vaticano II”.’
Ya me pronuncié sobre esto. Y, aunque la ‘restauración’ sea un hecho, lo veo como parte del proceso dialéctico en el que siempre se ha desarrollado la Iglesia, en un ir y venir pendular entre remedios de excesos y excesos de remedios… El mismo Benedicto XVI lo explicó muy bien: no el Concilio, sino un ‘conciliarismo’ ingenuo y demasiado optimista causó estragos, como si el Vaticano II hubiera significado una ruptura con Vaticano I, Trento, Letrán, Calcedonia, Constantinopla, Nicea, Éfeso…


Y un Vaticano III, tan pronto, me huele a eso, a un afán desmedido y en última instancia destructivo, de praxis y reforma a ultranza, de las que ya Pablo VI advirtió en abril de 1968: ‘Renovación, sí; cambio arbitrario, no; Historia siempre viva y nueva de la Iglesia, sí; historicismo disolvente del compromiso dogmático tradicional, no; integración teológica según las enseñanzas del Concilio, sí; teología conforme a libres teorías subjetivas, a menudo procedentes de fuentes enemigas, no; Iglesia abierta a la caridad ecuménica, al diálogo responsable, al reconocimiento de los valores cristianos ante los hermanos separados, sí; irenismo que renuncia a las verdades de la fe, o proclive a uniformarse con ciertos principios negativos que han favorecido la separación de tantos hermanos cristianos del centro de la unidad de la comunión católica, no; libertad religiosa para todos dentro del ámbito de la sociedad civil, sí; libertad de adhesión personal a una religión según la elección meditada de la propia conciencia, sí; libertad de conciencia como criterio de verdad religiosa, no sufragada por la autenticidad de una enseñanza seria y autorizada, no’.


vs.


Después, Boulad exhorta al aggiornamento radical, a la reforma largamente postergada, pues ya el tiempo se nos ha venido encima, pues ‘la Historia no espera’… Incluso pregunta, con una comparación desatinada, si no es que ofensiva: ‘[Si] Toda operación comercial que constata un déficit o disfunción se reconsidera inmediatamente, se reúne a expertos, intenta recuperarse, se movilizan todas sus energías para superar la crisis… ¿Por qué la Iglesia no hace otro tanto?’

Así, según él, el camino que la Iglesia toda debería seguir (un camino tan general y ambiguo, que resulta imposible de negar):
‘La Iglesia tiene hoy una necesidad imperiosa y urgente de una TRIPLE REFORMA:

1. Una reforma teológica y catequética para repensar la fe y reformularla de modo coherente para nuestros contemporáneos.

Una fe que ya no significa nada, que no da sentido a la existencia, no es más que un adorno, una superestructura inútil que cae de sí misma. Es el caso actual.

2. Una reforma pastoral para repensar de cabo a rabo las estructuras heredadas del pasado.

3. Una reforma espiritual para revitalizar la mística y repensar los sacramentos con vistas a darles una dimensión existencial, a articularlos con la vida.

Tendría mucho que decir sobre esto. La Iglesia de hoy es demasiado formal, demasiado formalista. Se tiene la impresión de que la institución asfixia el carisma y que lo que finalmente cuenta es una estabilidad puramente exterior, una honestidad superficial, cierta fachada. ¿No corremos el riesgo de que un día Jesús nos trate de “sepulcros blanqueados”?’
El problema, como creo haber hecho bastante evidente, son los medios (el detalle de los tres años me hizo sonreír):
‘Para terminar, sugiero la convocatoria de un sínodo general a nivel de la iglesia universal, en el que participaran todos los cristianos -católicos y otros- para examinar con toda franqueza y claridad los puntos señalados más arriba y los que se propusieran. Tal sínodo, que duraría tres años, se terminaría con una asamblea general -evitemos el término “concilio”- que sintetizara los resultados de esta investigación y sacara de ahí las conclusiones.’
Termina pidiéndole al Papa una disculpa por su franqueza y una bendición, para elogiarlo después por su libro Jesús de Nazaret. Por todo cuanto le escribió al Papa en esta carta, dudo que lo haya leído, o cualquier otra cosa de Joseph Ratzinger, quien no vería sino esperanza en ese ‘abismo’.

Yo, por mi parte, concluyo, diciéndole al padre Boulad y a los jesuitas que simpatizan con él: sabrán disculpar mi franqueza y mi dura crítica, pero no puedo estar de acuerdo con ustedes en muchos detalles y en el tono. Por mi amor apasionado por la Iglesia... y por la Compañía.

G. G. Jolly

(1) I y II.

La Iglesia en el abismo: crítica a la crítica de un jesuita (II)

Giotto di Bondone, Jesús expulsa a los cambistas del Templo, c. 1305.

Sigo, pues, con la réplica a la carta del padre Henri Boulad, SJ al Papa.(1)

Continúa el jesuita:
‘4. El lenguaje de la Iglesia es obsoleto, anacrónico, aburrido, repetitivo, moralizante, totalmente inadaptado a nuestra época. No se trata en absoluto de acomodarse ni de hacer demagogia, pues el mensaje del Evangelio debe presentarse en toda su crudeza y exigencia. Se necesitaría más bien proceder a esa “nueva evangelización” a la que nos invitaba Juan Pablo II. Pero ésta, a diferencia de lo que muchos piensan, no consiste en absoluto en repetir la antigua, que ya no dice nada, sino en innovar, inventar un nuevo lenguaje que exprese la fe de modo apropiado y que tenga significado para el hombre de hoy.’
Este párrafo obscurece en vez de arrojar luz sobre las posibles soluciones. Adaptación, cambio, novedad, innovación, invención… todas ellas son siempre útiles y necesarias, pero no son la raíz del problema. El Vaticano II cambió muchas cosas, para bien, a pesar de las fricciones y desencantos de muchos, pero también hay que ser honestos: intentos fracasaron, modelos nuevos han caducado apenas cuarenta años después, adaptaciones hubo muchas que derribaron y no construyeron nada en su lugar. Ese golpe maravilloso del Espíritu que fue el Concilio tuvo sus altas y sus bajas, como todos sus antecesores, sacudió la Barca para bien y para mal. Y la sigue sacudiendo, y sigue llamando a sacudirla. Por eso es ingenuo, peligroso y hasta tonto hacer un llamado políticamente correcto a un Vaticano III cuando aún no copamos con las ondas de choque del II.

Al fin y al cabo, Boulad sigue focalizando el problema en lo exterior, en la forma del mensaje, más que en la crisis que experimenta el mensaje mismo. ¿Cómo es posible presentar el Evangelio con toda su crudeza y exigencia cuando no existe la verdad, cuando la Humanidad busca una religión sedante y no de compromiso, cuando un Dios humano y crucificado y una Iglesia milenaria y pecadora lucen más estúpidos que nunca, cuando 5 mil millones de personas ni siquiera gozan de libertad religiosa?(2)
‘5. Esto no podrá hacerse más que mediante una renovación en profundidad de la teología y de la catequética, que deberían repensarse y reformularse totalmente. Un sacerdote y religioso alemán que encontré recientemente me decía que la palabra “mística” no estaba mencionada ni una sola vez en “El nuevo Catecismo”. No lo podía creer. Hemos de constatar que nuestra fe es muy cerebral, abstracta, dogmática y se dirige muy poco al corazón y al cuerpo.

6. En consecuencia, un gran número de cristianos se vuelven hacia las religiones de Asia, las sectas, la new-age, las iglesias evangélicas, el ocultismo, etcétera. No es de extrañar. Van a buscar en otra parte el alimento que no encuentran en casa, tienen la impresión de que les damos piedras como si fuera pan. La fe cristiana que en otro tiempo otorgaba sentido a la vida de la gente, resulta para ellos hoy un enigma, restos de un pasado acabado.’
Puede que en este punto le dé la razón a este jesuita. El cristianismo es, ante todo, mística. Sin la contemplación, la experiencia íntima y el encuentro personal con un Dios-persona, el cristianismo no es nada.(3) Su novedad y radicalidad se disuelverían en el mar de las religiones. Hoy día, se transmite doctrina o, peor aún, ideología, que no dice nada y se abandona tan rápido como se recibió. En el mejor de los casos, el cristianismo es mera ética. Me permito actuar de abogado del diablo otra vez: ¿no el modelo liberal tiene buena parte de culpa también? En América Latina, ese noble intento de la teología y la pastoral de la liberación de beber de la gran fe de un pueblo para encarnarla y tornarla praxis liberadora, ¿no tiene también su buena parte de culpa en vaciar de fe a tantos cristianos, que la han buscado, ahora, en el espiritualismo de las sectas?(4) ¿Y no, con tanto énfasis en la reforma externa, Boulad sigue poniendo el acento en una praxis que depende de la fe, que es, a su vez, la que verdaderamente enfrenta la crisis?
‘7. En el plano moral y ético, los dictámenes del Magisterio, repetidos a la saciedad, sobre el matrimonio, la contracepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, el matrimonio de los sacerdotes, los divorciados vueltos a casar, etcétera, no afectan ya a nadie y sólo producen dejadez e indiferencia. Todos estos problemas morales y pastorales merecen algo más que declaraciones categóricas. Necesitan un tratamiento pastoral, sociológico, psicológico, humano... en una línea más evangélica.’
Aunque tiene razón, pues el discurso es chocante y repetitivo(5) de los ‘cruzados de la vida’ y ‘apóstoles de las “buenas costumbres”’ —lo cual no les quita, en el fondo, que digan la verdad, y más aún, una verdad incómoda y, sí, profética—, su última línea me resulta pedante. No diré más que lo que siempre he dicho acerca de muchos jesuitas y otros católicos liberales, entregados y comprometidos con las causas de la justicia y la liberación: que no solo la Populorum Progressio, también la Humanae Vitae, aunque no les guste. O ambas o ninguna, a menos que quieran caer en el mismo error que la derecha católica, tan preocupada por la vida nonata, pero indiferente ante la vida ya nacida, condenada a la pobreza.
‘8. La Iglesia católica, que ha sido la gran educadora de Europa durante siglos, parece olvidar que esta Europa ha llegado a la madurez. Nuestra Europa adulta no quiere ser tratada como menor de edad. El estilo paternalista de una Iglesia “Mater et Magistra” está definitivamente desfasado y ya no sirve hoy. Los cristianos han aprendido a pensar por sí mismos y no están dispuestos a tragarse cualquier cosa.’
Podría cuestionarse severamente la ‘madurez’ de un continente cada vez más xenófobo, autocomplaciente, escandalizado por la cacería de focas en Canadá e indiferente ante el genocidio de Ruanda o Darfur, cerrado incluso a su porvenir biológico… Por supuesto, un continente así aborrecerá la voz de una Mater et Magistra que denuncie su comportamiento y le obligue a volver la vista a sus raíces y sus valores auténticos. Por fortuna, una consecuencia feliz del ‘invierno eclesial’ del que se quejaba Boulad al principio es que una Iglesia minoritaria, reducida a tener voz entre muchas otras, perderá esa presencia institucional y esa soberbia discursiva.
‘9. Las naciones más católicas de antes -Francia, “primogénita de la Iglesia” o el Canadá francés ultracatólico- han dado un giro de 180º y han caído en el ateísmo, el anticlericalismo, el agnosticismo, la indiferencia. En el caso de otras naciones europeas, el proceso está en marcha. Se puede constatar que cuanto más dominado y protegido por la Iglesia ha estado un pueblo en el pasado, más fuerte es la reacción contra ella.

10. El diálogo con las demás iglesias y religiones está en preocupante retroceso hoy. Los grandes progresos realizados desde hace medio siglo están en entredicho en este momento.
Frente a esta constatación casi demoledora, la reacción de la iglesia es doble:
- Tiende a minimizar la gravedad de la situación y a consolarse constatando cierto repunte en su facción más tradicional y en los países del tercer mundo.
- Apela a la confianza en el Señor, que la ha sostenido durante veinte siglos y será muy capaz de ayudarla a superar esta nueva crisis, como lo ha hecho con las precedentes. ¿Acaso no tiene promesas de vida eterna?’
Ignoro si Boulad obtiene su información de CNN o alguna otra cadena de medios por el estilo, pero en su número 10 dice algo que es totalmente falso.


Desde la elección de Benedicto XVI, el ecumenismo y el diálogo interreligioso han tenido un repunte significativo. Justo ha sido un pontificado de primado y no de primacía, de arraigo en la Tradición y el núcleo de la fe y no en agendas políticas e ideologías de moda, una actividad pastoral que no titubea en proclamar la propia verdad y la diferencia, lo que ha traído una bocanada de aire fresco. En primer lugar, el discurso inflamatorio de Ratisbona, que detonó un verdadero diálogo entre Occidente e Islam, centrado en los asuntos espinosos: reciprocidad en la libertad religiosa, el rechazo de la violencia y el terrorismo. En segundo, el descongelamiento de las relaciones entre católicos y ortodoxos; estos últimos más dispuestos a conceder el primado a un Papa avocado a la riqueza de la liturgia y teología bimilenarias del cristianismo. Luego, el diálogo con anglicanos y luteranos, cuyas respectivas tradiciones son bien vistas por un pontífice cosmopolita y de gran sabiduría teológica. También el diálogo respetuoso, pero honesto, con los ‘hermanos mayores’, unidos por el Antiguo Testamento, pero separados por la plenitud de la revelación en el Mesías, Jesús de Nazaret. Y, por último, la cada vez más cercana superación del cisma lefebvriano, mediante la humildad, la caridad y la mansedumbre de un pastor, eficacísimas a la hora de desarmar los argumentos de la SSSPX.

G. G. Jolly

(1) Aquí la primera parte.
(2) Véase el artículo del vaticanista Sandro Magister al respecto.

(3) Véase: Hans Urs von Balthasar, ¿Quién es cristiano?, Salamanca, Sígueme, 200?.
(4) No estoy de acuerdo con que la Teología de la Liberación sea la causante de la ‘descatolización’ del continente, pero sus propios fracasos y excesos no pueden ser ignorados, como bien lo señala Paul Johnson en su Introducción al cristianismo, Barcelona, Ediciones B, 2003.

(5) Al respecto, escribí esta entrada para el blog.

Continuará...

La Iglesia en el abismo: crítica a la crítica de un jesuita... (I)

Aliéksandr Ivanov, Aparición de Cristo a María Magdalena, 1834-1836.

Como resulta bastante obvio para los lectores de este blog, sobre todo para aquellos que me conocen personalmente, tengo una relación de gran cercanía y cariño con la orden de San Ignacio. Sin embargo, esto nunca ha evitado que esté de acuerdo con lo que muchos jesuitas —o a veces la orden toda— hagan y deshagan. Faltaba más, si la Compañía está conformada por hombres ‘pecadores, pero llamados’, miembros como yo de la Casta meretrix.

Por fortuna, lo que pienso criticar hoy no es ningún crimen ni escándalo mayor. Se trata más bien de la carta que un jesuita egipcio, el padre Henri Boulad, de 78 años, ha enviado al Papa como un SOS, titulada ‘La Iglesia en el abismo’. Carta que expresa opiniones y actitudes que, a mi parecer, afectan a muchos, demasiados jesuitas, opiniones y actitudes que no puedo sino cuestionar su pertinencia, intención, veracidad o sentido eclesial. A diferencia de la cigüeña ignorante e integrista de siempre, preocupado más por sotanas, alzacuellos y un jesuita bailarín,(1) a mí me parece entender mejor el carisma de la Compañía actual, llamada y confirmada por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI a llevar el Evangelio a donde otros no pueden o no quieren ir, a las difíciles fronteras de la Iglesia y más allá.

No obstante, quisiera interpelar al padre Boulad y otros jesuitas de palabras similares.


La carta abre así:
‘Santo Padre:

Me atrevo a dirigirme directamente a Usted, pues mi corazón sangra al ver el abismo en el que se está precipitando nuestra Iglesia. Sabrá disculpar mi franqueza filial, inspirada a la vez por “la libertad de los hijos de Dios” a la que nos invita San Pablo, y por mi amor apasionado por la Iglesia.

Le agradeceré también sepa disculpar el tono alarmista de esta carta, pues creo que “son menos cinco” y que la situación no puede esperar más.’
Aunque obviará a lo largo de la carta a qué se refiere con ese ‘abismo’, me cuesta mucho darle crédito, al menos por los motivos que él refiere. Y eso es porque creo profundamente que la Iglesia siempre está un paso atrás, pecadora y necesitada de misericordia, muy lejos de cualquier ‘Edad de Oro’, en perenne crisis, semper reformanda… Benedicto XVI respondería que la solución está en la conversión, en los santos, más que en los sínodos y los documentos…

Algo raro me sucede con esta clase de críticas, como la de don Pedro Casaldáliga a Juan Pablo II… Por una parte, estoy de acuerdo con que la fidelidad afectiva y efectiva a la Iglesia jerárquica no es acrítica y servil; el pecado, el error y la debilidad existen en los pastores y las instituciones, por supuesto. Por otra, estas denuncias hacen que me cuestione. ¿Acaso no los autodenominados profetas de ‘una Iglesia más de Jesús’ pecan de lo mismo que critican: de monopolizar y reducir el Evangelio a su ‘verdadero’ Evangelio? A mis ojos, tan errado está el monseñor de la curia cuya vida se reduce a rúbricas, cenas de gala y cánones, como el pastor de los pobres que desearía vender la Basílica de San Pedro y regresar al lago de Genasaret. Eso es pecar de reduccionismo, es despojar al cristianismo de su riqueza y desarraigar a la Iglesia —y al Espíritu, en dado caso— de su misteriosa encarnación en el mundo. Además, ¿no peca de ingenuidad Casaldáliga al creer que es más apóstol de Jesús con sombrero de paja que con mitra, con un cáñamo que con báculo, con una cruz de madera que con una de oro o plata? Independientemente del complicado tema de la pobreza evangélica y de sus signos concretos, ¿no es poner la dignidad del obispo en signos externos —que al fin y al cabo es lo que le molesta, por ejemplo, de esos obispos sin grey romanos, que además ostentan títulos y honores propios de la nobleza—? ¿Ingenuidad o mala política? Monseñor Roncalli y Pío XII, con silencios oportunos y mucha ‘hipocresía’ diplomática, lograron salvar miles y miles de vidas durante el Holocausto. ¿Qué lograron los jesuitas mexicanos al pedir públicamente la destitución del nuncio Priggione —nefasto, por lo demás—, más allá de confirmar los prejuicios sobre la insubordinación de la Compañía?(2) ¿Cabe esa clase de denuncia profética, con ese tono, en el seno de la Iglesia, sobre todo en el contexto de la Vida Religiosa? Más aún, ¿es del todo sensato?
‘1. La práctica religiosa está en constante declive. Un número cada vez más reducido de personas de la tercera edad, que desaparecerán enseguida, son las que frecuentan las iglesias de Europa y de Canadá. No quedará más remedio que cerrar dichas iglesias o transformarlas en museos, en mezquitas, en clubs o en bibliotecas municipales, como ya se hace. Lo que me sorprende es que muchas de ellas están siendo completamente renovadas y modernizadas mediante grandes gastos con idea de atraer a los fieles. Pero no es esto lo que frenará el éxodo.’
A pesar de que la religión está nuevamente a la alza, esto es cierto. Pero, ¿es un síntoma del todo negativo? La reducción estrepitosa en números y en popularidad, ¿no puede ser también una oportunidad para que los católicos vuelvan sobre sus tradiciones, redefinan su identidad y estrechen los vínculos que les unen hacia dentro? ¿No será ya el tiempo de una Iglesia minoritaria, más sencilla y, hasta cierto punto, enfrentada con el mundo, como lo fue durante sus primeros siglos? ¿No ese abismo presenta también esperanza?(3)
‘2. Seminarios y noviciados se vacían al mismo ritmo, y las vocaciones caen en picado. El futuro es más bien sombrío y uno se pregunta quién tomará el relevo. Cada vez más parroquias europeas están a cargo de sacerdotes de Asia o de África.

3. Muchos sacerdotes abandonan el sacerdocio y los pocos que lo ejercen aún –cuya edad media sobrepasa a menudo la de la jubilación– tienen que encargarse de muchas parroquias, de modo expeditivo y administrativo. Muchos de ellos, tanto en Europa como en el Tercer Mundo, viven en concubinato a la vista de sus fieles, que normalmente los aceptan, y de su obispo, que no puede aceptarlo, pero teniendo en cuenta la escasez de sacerdotes.’
Aunque esto también tiene mucho de verdad, hay muchos casos en los que la tendencia es la inversa. Y, ¡oh sorpresa!, tiene que ver con los modelos de formación e identidad religiosa, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. ¿Se ha puesto a pensar el padre Boulad, después de ver el ejemplo de los seminarios franceses, cada vez más vacíos, que en apenas diez años el clero lefebvrista será más numeroso que el católico? No lo mencionó explícitamente en su carta, pero puedo suponer que el jesuita egipcio no es un partidario del rito extraordinario de la misa, pues lo ve como un signo de ‘restauración’, de una ‘involución’ hacia Vaticano I o Trento… Es una de las cosas que Benedicto XVI le podría responder: el cisma de los tradicionalistas planteaba grandes problemas, ya que en el futuro podrían ser los únicos católicos restantes. ¿Síntoma de qué es que los seminarios y parroquias lefebvrianas estén repletos? ¿Por qué el modelo liberal de sacerdocio, pastoral, ecumenismo, teología y vida religiosa, siguiendo la letra del Vaticano II y la luz de los tiempos, han dejado tras de sí diócesis desoladas, parroquias desiertas, clero envejecido y seminarios vacíos? Holanda, Bélgica, Canadá, Irlanda… ¿Por qué la vitalidad de los sectores más conservadores y el boom vocacional de las carmelitas y clarisas más tradicionales, de las diócesis de pastoral más agresiva y a la antigua, los nuevos movimientos de probada —a veces excesiva— ortodoxia?(4) ¿Por qué el auge de las Iglesias tercermundistas perseguidas, empobrecidas, minoritarias e incluso clandestinas, como en Corea, Vietnam, China, Myanmar, India o Bangladesh?


Su última línea apunta claramente al celibato ‘obligatorio’. Yo creo que, en efecto, sería provechoso la posibilidad de ordenar como sacerdotes a diáconos casados —del clero diocesano, por supuesto, nunca del religioso—, así como intentar nuevas formas de ministerios femeninos a largo plazo. Sin embargo, Boulad peca de ingenuidad o ignorancia. ¿Ha visto acaso lo que le ha sucedido a la Comunión Anglicana o a numerosas iglesias reformadas que tienen ministros casados o de ambos sexos? En ningún caso ha habido un auge de vocaciones ni conversiones masivas de parte de fieles alejados o apóstatas. El problema no es de formas, sino de fondo, algo que muy pocos han podido o querido situar en la crisis de la verdad, en el desarraigo de la gran Tradición, en concepciones agradables pero incorrectas del cristianismo. Uno de ellos es Benedicto XVI.

G. G. Jolly

(1) Por supuesto, la cigüeña desconoce la historia de la Compañía y su espiritualidad, la novedad radical de lo que quería San Ignacio para la Vida Religiosa. La última Congregación General de la orden, de 2007 (con el visto bueno de Benedicto XVI), parafraseando la anterior, de 1994 (aceptada por Juan Pablo II), describe así la misión de la Compañía: ‘El fin de nuestra misión (el servicio de la fe) y su principio integrador (la fe dirigida hacia la justicia del Reino) están así dinámicamente relacionados con la proclamación inculturada del Evangelio y el diálogo con otras tradiciones religiosas como dimensiones de la evangelización’.
(2) Véase si no el libro Las puertas del infierno. La historia de la Iglesia jamás contada de Ricardo de la Cierva, en que el autor, un ejemplo del más rancio y recalcitrante conservadurismo eclesial, utiliza a la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús como el más claro ejemplo de la traición a la Iglesia iniciada por Pedro Arrupe, tras el Vaticano II.
(3) Véase esta entrada anterior, en la que el ‘pesimista’ Joseph Ratzinger apuesta, ya en 1970, precisamente por una Iglesia minoritaria.
(4) Véase: Gabino Uríbarri, SJ, Portar las marcas de Jesús. Teología y espiritualidad de la vida consagrada, Bilbao, Desclée de Brouwer,
200?.

Continuará...