miércoles, octubre 14, 2009

‘Católicos’ estúpidos…

Ya lo había dicho yo antes: hoy en día, ser creyente, y particularmente católico, es ponerse una etiqueta en la frente que dice ‘Por favor, búrlate de mí, que soy un estúpido’. Hasta cierto punto, esto es una cosa buena. Es un síntoma positivo del ‘invierno eclesial’, en que la comunidad cristiana pasa de ser masiva y hegemónica a compacta y marginal (ya lo vaticinó a pesar de las críticas que sufrió, el joven doctor Ratzinger[1] y ya ha hablado de la Iglesia como ‘minoría creativa’ el Papa Benedicto XVI), denostada e incluso perseguida. Es vivir el espíritu de las bienaventuranzas, ser rechazados por ser ‘escándalo para judíos y locura para los gentiles’, por abrazar un estilo de vida, una ética, una cosmovisión potencialmente subversiva y explosiva. Justamente cuando los cristianos han dejado de ser perseguidos, donde la fe no ha provocado ningún conflicto, es cuando el Evangelio ha sido ahogado, sepultado por el tiempo, las tradiciones, las instituciones, la infedelidad o la mera comodidad.

Otra cosa muy distinta es cuando a los creyentes, y especialmente a los católicos, se nos llama ‘imbéciles’ cuando lo merecemos...

Y éste es el caso del sector de más rancio conservadurismo, que no catolicismo, en este país. Los mismos de siempre: grupos, ONGs, asociaciones religiosas, políticos de ciertas regiones... que demuestran que la extrema derecha mexicana es tan descerebrada como la extrema izquierda mexicana. Gente a la que no le importa el diálogo, las instituciones democráticas, los valores del liberalismo que nos permiten vivir civilizadamente, los valores cristianos... Gente que o no conoce o se rehusa a aprender historia. Gente que quiere imponer su pequeña y reduccionista visión del mundo (aunque en muchas cosas tenga razón) a la mala. Ya he hablado de ella antes[2]: son los ‘católicos’ que luchan a muerte (o a matar, más bien) por los seres humanos nonatos y que, ya nacidos, se olvidan de ellos, para que vivan en la miseria (a quienes se ponen de su lado, los tachan de comunistas y los acusan con Roma), los ‘católicos’ que piensan en términos de un Dios-poder y de una fe-cruzada, que se ensoberbecen, miran desde lo alto de su supuesta calidad moral y condenan y excomulgan a diestra y siniestra...


Y miren ahora lo que hicieron: quemaron libros. Sí, hicieron lo mismo que tantos cristianos pecadores antes que ellos, cosa que, junto a tantas otras, fue motivo de penitencia universal de Juan Pablo II y de la Iglesia entera en el año 2000. Dudo que conozcan aquella memorable petición de perdón, pero, me pregunto: ¿conocen el concepto de la penitencia? Unas ‘católicas’ madres de familia, preocupadas no por la entereza moral de sus hijos, sino por su puritanismo ideológico (nada que tenga que ver con el Dios-amor del Evangelio), quemaron los libros de texto de biología de la Secretaría de Educación Pública, que hablan abiertamente sobre métodos anticonceptivos y la diversidad sexual humana.

Por supuesto, yo no estoy de acuerdo, primeramente, en que sean unos burócratas los que decidan qué deben estudiar los niños en las escuelas. No creo en la educación ‘laica, gratuita y obligatoria’, proporcionada directamente por el Estado. Punto.[3] Tampoco concuerdo con la visión genitalista y tecnicista de la sexualidad que se aborda en esos libros, es decir, órganos sexuales, reproducción humana, enfermedades venéreas y métodos anticonceptivos... nada de afectividad, desarrollo psíquico-humano, patologías, ética...[4] Pero tampoco estoy de acuerdo con la visión de estos pseudocatólicos, enfermos de paranoia, que no hacen otra cosa que satanizar la sexualidad humana, porque ni siquiera se han enterado de lo que propone el mismo Magisterio de la Iglesia. No los he leído, pero quizá esos textos digan que la masturbación es un modo de autoconocimiento de los niños y adolescentes o que el sexo debe ser enteramente disfrutable, por lo que no me extrañaría que estos imbéciles quemaran también un libro que dice exactamente lo mismo, titulado Amor y responsabilidad y escrito por un joven obispo polaco a principios de los sesenta: Karol Wojtyła.[5]

Ya por último, incluyo la famosa frase de Heinrich Heine: ‘Donde se queman libros, tarde o temprano acaba quemándose gente’.

Alemania, 1933:


Alemania, 1945:


G. G. Jolly

[1] ‘¿Qué aspecto tendrá la Iglesia del futuro?’ de Joseph Ratzinger
[2] Sobre el aborto en México I y II

[3] Round 2 de las tendencias políticas
[4] Por una ética sexual humanista I y II
[5] Iglesia y sexo

sábado, octubre 10, 2009

Un diálogo entre Calderón y Shakespeare

Francisco de Goya y Lucientes, El sueño de la razón produce monstruos, 1799.

Hace tiempo, me topé con una entrada en el blog Génesis y Apocalipsis, que me hizo percatarme de un pasaje de La Vida es Sueño de Pedro Calderón de la Barca, que probablemente pasó desapercibido en su contexto original, mientras leía la obra completa. Su belleza y profundidad, así como el problema que deja abierto, ameritó que buscara una respuesta, y que ésta tuviera una calidad similar. Y fue precisamente el conocidísimo pasaje de Hamlet.

‘Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!
Apurar, cielo, pretendo,
ya que tratais así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo:
Aunque si nací ya entiendo
que delito he cometido:
bastante causa he tenido
vuestra justicia y rigor
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer).
¿Qué más os pude ofender,
para castigarme más?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?

Sueña el rico en su riqueza,
qué más cuidado le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.’

Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño.

Eugène Ferdinand Victor Delacroix, Hamlet y Horacio en el cementerio, 1839.
To be, or not to be: that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer

The slings and arrows of outrageous fortune,

Or to take arms against a sea of troubles,

And by opposing end them?
To die: to sleep;

No more; and by a sleep to say we end

The heart-ache and the thousand natural shocks

That flesh is heir to, 'tis a consummation

Devoutly to be wish'd. To die, to sleep;

To sleep: perchance to dream: ay, there's the rub;

For in that sleep of death what dreams may come

When we have shuffled off this mortal coil,

Must give us pause: there's the respect

That makes calamity of so long life;

For who would bear the whips and scorns of time,

The oppressor's wrong, the proud man's contumely,

The pangs of despised love, the law's delay,
The insolence of office and the spurns

That patient merit of the unworthy takes,

When he himself might his quietus make

With a bare bodkin? who would fardels bear,

To grunt and sweat under a weary life,

But that the dread of something after death,
The undiscover'd country from whose bourn

No traveller returns, puzzles the will

And makes us rather bear those ills we have

Than fly to others that we know not of?

Thus conscience does make cowards of us all;

And thus the native hue of resolution

Is sicklied o'er with the pale cast of thought,

And enterprises of great pitch and moment
With this regard their currents turn awry,

And lose the name of action.
O lo que es lo mismo:

‘Existir o no existir; ésa es la cuestión. ¿Cuál más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Éste es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir… y tal vez soñar. Sí, y ved qué grande obstáculo; porque el considerar qué sueños podrían ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón todopoderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios, cuando el que esto sufre pudiera procurar su quietud con sólo un puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta, si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan, antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes: así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan, y se reducen a designios vanos.’