domingo, diciembre 25, 2011

‘Sermón de Navidad’ de Martín Lutero

Albrecht Dürer, La Natividad, s/a

‘El Evangelio es tan claro que no necesita muchas interpretaciones. Sólo requiere que lo miremos y contemplemos y que lo dejemos penetrar hasta lo más hondo de nuestro corazón. Sólo aprovecha a los que, aquietando su corazón, se olvidan de todas las cosas y sólo ponen la atención en sus páginas. Es como el sol sobre las aguas quietas: vemos sus reflejos y nos calienta. Mas el sol, sobre las aguas agitadas, no se ve, y tampoco nos calienta. Si queréis, pues, iluminación y calor, la gracia divina y sus milagros; si queréis tener el corazón ardiente, alumbrado, devoto y alegre, id allí donde encontráis quietud y las imágenes penetran en vuestro corazón, y hallaréis milagro sobre milagro.

¡Cuán sencilla y simplemente tienen lugar en la tierra los sucesos que tan ensalzados son en el cielo! En la tierra sucedió de esta guisa: Había una pobre y joven esposa, María de Nazaret, entre los pobladores más pobres de la aldea, tan poco estimada que nadie se dio cuenta de la gran maravilla que ella llevaba. Era callada, no se vanagloriaba, sino que servía a su marido, José, pues no tenían sirvienta ni mozo. Ellos simplemente abandonaron su casa. Quizá tenían un asno para que María cabalgara, aunque los evangelios no dicen nada de él, y bien podemos suponer que fuera a pie. El viaje era, por cierto, de más de un día desde Nazaret de Galilea hasta Belén, en el país judío que se halla al otro lado de Jerusalén. José había pensado: “Cuando lleguemos a Belén, esteramos entre parientes y podremos pedir prestado todo”. ¡Buena idea! Ya era bastante malo que una joven desposada, casada hacía solamente un año, no pudiera tener un hijo en Nazaret en su propia casa y tuviera que hacer todo ese viaje de tres días estando encinta. ¡Cuánto peor aun el que cuando llegara no hubiera lugar para ella! La posada estaba llena. Nadie quiso ceder su habitación a una mujer embarazada. Tuvo que ir a un establo y allí dar a luz al Hacedor de todas las criaturas a quien nadie quería hacer lugar. ¡Qué vergüenza, malvado Belén, habría que haber pegado fuego a esa posada! Pues aun cuando la virgen María hubiera sido una pordiosera o no hubiera estado casada, todos en ese momento deberían haberse alegrado de poder prestarle ayuda. Hay muchos de vosotros en esta congregación que pensáis: “Si yo hubiera estado allí! ¡Cuán pronto hubiera estado para ayudar al Niño! Le hubiera lavado los pañales. ¡Ojalá yo hubiese tenido la suerte, como los pastores, de ver al Señor yaciendo en el pesebre!”. Sí, ahora lo haríais, porque conocéis la grandeza de Cristo, pero en aquel entonces no os hubierais comportado mejor que la gente de Belén. ¡Qué pueriles y tontos pensamientos son ésos! ¿Por qué no lo hacéis ahora? Tenéis a Cristo en vuestro prójimo. Debéis pues lo que hacéis a favor de vuestro prójimo necesitado lo hacéis al Señor Jesucristo mismo. El nacimiento fue aún más lastimoso. Nadie se compadeció de esa joven esposa que daba luz a su primogénito; nadie la atendió; nadie reparó en su vientre grávido; nadie se dio cuenta de que en ese extraño lugar no tenía la menor cosa para un parto. Allí estaba sin nada preparado: sin luz, sin fuego, en plena noche, sola en la obscuridad. Nadie le prestó la ayuda habitual. Todos están beodos y alegres en la posada, un pulular de huéspedes de todas partes, de modo que nadie se ocupa de esa mujer. También creo que ella misma no se había percatado que su alumbramiento no estaba tan próximo; si no, se hubiera quedado en Nazaret. Y podéis imaginar qué clase de paños pueden haber sido aquellos en que lo envolvió. Quizás su velo, pero no por cierto los pantalones de José, que ahora se exhiben en Aquisgrán.

Pensad, mujeres, que allí no había nadie para bañar al Niño. Nada de agua caliente, ni siquiera fría. Ningún fuego, ninguna luz. La madre tuvo que ser ella misma comadrona y criada. El frío pesebre fue cama y baño. ¿Quién enseñó a la pobre muchacha lo que debía hacer? Nunca antes había tenido un hijo. Me maravilla que el pequeño no muriera de frío. No hagáis de María una piedra. Pero cuanto más altas están las gentes en el favor de Dios, tanto más frágiles son.

Cuando meditamos, pues, sobre el Evangelio del Nacimiento, hay que imaginar que todo sucedió del mismo modo que con nuestros hijos. Contemplad a Cristo yaciendo en el regazo de su joven madre. ¿Qué cosa puede ser más dulce que el Niño, qué más encantador que su madre? ¿Qué cosa más hermosa que su juventud? ¿Qué cosa más tierna que su virginidad? Mirad al Niño, ¡cuán inocente es! Sin embargo, todo lo que existe le pertenece, para que vuestra conciencia no le tema sino que busque consuelo en él. No dudéis. Para mí no hay mayor consuelo dado a la humanidad que éste, que Cristo se convirtiera en hombre, en un niño, un infante que jugaba en el regazo y en el pecho de su graciocísima Madre. ¿A quién no reconforta esta visión? Ahora ya está vencido el poder del pecado, de la muerte, del infierno, de la conciencia y de la culpa, si os acercáis a este Niño que juguetea y creéis que ha venido no para juzgarnos sino para salvarnos.’

Martin Luther, c. 1534.

viernes, diciembre 09, 2011

Händel, el anarquista

Independientemente de la crítica trillada (mas no por eso menos atinada) del problema teológico y filosósfico sobre cristianismo y poder, la Navidad de 2011 me invita a y me exige a repetir ciertas verdades de perogrullo.

En primer lugar, habrá que recordar qué significa en verdad la Navidad, cuál es la razón de asuetos, cenas, compras, regalos y abrazos. Vayamos, pues, a las fuentes:

For unto us a Child is born, unto us a Son is given, and the government shall be upon His shoulder: and His name shall be callèd Wonderful, Counsellor, the Mighty God, the Everlasting Father, the Prince of Peace.



Porque nos ha nacido un niño, un hijo nos ha sido dado. Estará el señorío sobre su hombro, y su Nombre será llamado: Maravilla de Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de la Paz. [Is IX, 5]

Sí, ¡porque nos ha nacido un niño, un bebé de carne y hueso, que señala el inicio del fin definitivo de la Humanidad! Toda la paz de la humildad, la debilidad, la ternura, la inocencia, que sólo un recién nacido puede traer: así es como acaece la victoria definitiva sobre el mal, el poder corrompido, la guerra y la injusticia. Ésa es la única vía. Y por ello, ese Niño es llamado Príncipe de la Paz: porque es manso, sencillo, amable, dulce, no busca nada para sí y no tiene nada a qué llamar propio. Porque ésa es la paz bíblica: no sólo la ausencia de guerra, sino el imperio de la solidaridad, la justicia, la caridad y la gratuidad.

Hoy, en cambio, resulta que hasta Fidel Castro (el mismo que, en 1962, incitó a Jrúshchiov a llenar Cuba de misiles...) advierte al mundo contra la guerra nuclear, dado el inminente peligro de que Israel y/o EE. UU. ataquen al integrista Irán una vez que se confirme su largamente sospechado desarrollo de armas nucleares, y puesto que Rusia ha enfríado sus relaciones con Estados Unidos, Europa y la OTAN como nunca desde 1989...

Lo cual me hace cuestionar, con el Salmista y con Händel:

Why do the nations so furiously rage together?
[and] why do the people imagine a vain thing?
The kings of the earth rise up, and the rulers take consel together against the Lord,
and against His Anointed.



¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos conspiran en vano?
Los reyes de la tierra se sublevan,
los príncipes a una se alían
en contra del Señor y de su Ungido. [Sal II, 1-2]

¿Por qué empeñarse, pues, en la misma manera de pensar y hacer las cosas de siempre? ¿Qué no fue suficiente el siglo XX con sus horrores y calamidades? ¿Por qué las naciones se sublevan contra un Orden mayor, que toda persona de buena voluntad anhela y que cualquier Hombre sensato conoce? ¿Por qué rebelarse contra la civilización del amor, el Reino de Dios, el Shalom bíblico? ¿No es una mejor opción que mantener todo como está, a pesar de que resulta obvio que hemos fracasado incluso como especie (con 2/3 partes de la Humanidad malviviendo en la pobreza, a punto de destruir al planeta), por no mencionar la vergüenza que somos como familia humana?

Tan sencillo: porque el poder y el falso saber (la seguridad que por naturaleza busca todo ser) sólo pueden afirmarse a sí mismos: no admiten nada mayor que ellos y subsisten por sobre todo lo demás. La precariedad de la gracia, en cambio, corroe desde sus cimientos todas sus pretensiones, y por ello le oponen resistencia. Mas el Niño del pesebre, con su yugo suave y carga ligera, ha venido a anunciar la abolición de la mentira y el derrocamiento del poder idolátrico:

Let us break their bonds asunder, and cast away their yokes from us.



Rompamos sus cadenas,
sacudámonos sus riendas. (Sal II, 3)

Y si Dios mismo incita la rebelión y fomenta la subversión del status quo es porque el ídolo del poder requiere todo el culto para sí y exige víctimas. Mas no puede haber dos Dioses. El Señor de los ejércitos celestiales, no obstante, lo ha vencido ya, revirtiendo su jugada: desde la pobreza del portal de Belén y la fragilidad del pesebre. Por eso, la victoria está de antemano asegurada y las consecuencias advertidas:

He that dwelleth in heaven shall laugh them to scorn;
the Lord shall have them in derision.


Thou shalt break them with a rod of iron;
Thou shalt dash them in pieces like a potter's vessel.




El que habita en el Cielo se ríe,
el Señor se burla de ellos.

Los machacarás, Señor, con cetro de hierro,
los pulverizarás, oh Dios, como vasija de barro. (Sal II, 4.9)

¿Y qué nos sorprenden las amenazas y las duras palabras, si ya lo había dicho por boca de sus profetas y en el momento mismo de hacerse carne en el vientre de una muchacha?

Every valley shall be exalted, and every mountain and hill made low;
the crooked straight, and the rough places plain.




Todo valle será elevado, y todo monte y cerro rebajado;
volveráse lo escabroso, llano; y las breñas, planicie. (Is XL, 4)

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. (Lc I, 51-53)

Y eso será cuanto ha de acarrear el haber claudicado ante Mammon y haber entronizado las maneras de hacer las cosas según el mundo: como los cristianos con belenes de plata, cenas pantagruélicas y gastos millonarios para celebrar el nacimiento, en pobreza extrema, de Aquel que ha venido a reinar sobre reyes y establecer un Reino donde ya no mueran unos de inanición y otros de obesidad:

Hallelujah! for the Lord God omnipotent reigneth.
The kingdom of this world is become the kingdom of our Lord, and of His Christ: and He shall reign for ever and ever.

King of Kings, and Lord of Lords!
Hallelujah!




¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso!
Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y su Cristo;
y reinará por los siglos de los siglos.

¡Rey de reyes y Señor de señores!
¡Aleluya! (Ap XIX, 6; XI, 15; XIX, 16)

G. G. Jolly

jueves, noviembre 17, 2011

sábado, noviembre 05, 2011

Carta de Jon Sobrino, SJ a Ignacio Ellacuría, SJ†

Querido Ellacu:


Es una ficción escribirte, pero quizás de este modo nos digamos a nosotros mismos cosas que pueden ser importantes. Y con ello también quisiera ambientar un poco el aniversario de su martirio. Te voy a hablar de tres cosas de actualidad, tal como las veo, que tienen que ver con lo que tú fuiste y dijiste.

1. El ‘siempre’ del pueblo crucificado. Ya no se habla mucho de ‘pueblos crucificados’, como lo hicieron tú y Monseñor Romero, llegando a esa genial formulación, creo que independientemente el uno del otro, y guiados del mismo espíritu salvadoreño y cristiano. Y menos aún se insiste en que ese pueblo crucificado es ‘siempre’ el signo de los tiempos como lo escribiste en el exilio de Madrid. La razón para ese silencio no es que vuelva a estar en boga el pensamiento utópico de Ernst Bloch, filósofo, o de Teilhard de Chardin, teólogo. Tampoco es que el mundo esté mejorando, pues sigue gravemente enfermo, como dijiste en tu último discurso. Creo que la razón es que hoy hay menos profetas y que ha empeorado la honradez con lo real. Hablar del ‘siempre’ no solo no es políticamente correcto, sino que es locura impensable. Pero no hay que darle vueltas. Siguen existiendo Haití y Somalia, y entre nosotros se ha propagado una nueva epidemia: el homicidio. De 12 a 15 asesinatos diarios en los últimos años. Es la enfermedad que produce más muertes. Lo light ha avanzado mucho en el modo de pensar y lo políticamente correcto se ha apoderado del lenguaje: ‘vulnerabilidad’, ‘los menos favorecidos’, ‘países en vías de desarrollo’. Nada suena mal.

Por ello, mencionar el ‘siempre’ del pueblo crucificado parece ser cosa de masoquistas irredentos. Pero no es así. En el país siempre llueve cada año, y siempre hay torrentes, destrucción y muerte. Pero también siempre son los mismos los que sufren las consecuencias, los que viven en quebradas, en champas y casas pobres. La pregunta de Gustavo Gutiérrez sigue siendo la pregunta fundamental: ‘¿dónde dormirán los pobres?’. Hay pueblos depredados como el Congo, pueblos ignorados como Haití, pueblos inundados, como los nuestros... Siguen siendo el pueblo crucificado.

¿Y los ricos y poderosos? Siempre sufren algunos daños, pero casi siempre los superan sin mucho costo. Y nada digamos de las crisis financieras. Se invierten miles de millones de dólares o euros para que no se hunda el sistema. El pueblo crucificado no da la vida por supuesto, pero los pueblos ricos sí, y además tienen la profunda convicción de ser los elegidos: dan por supuesto la vida, y están convencidos de que el buen vivir les es debido. Si a ellos les ocurre algo grave elevan la realidad a escándalo metafísico. Pero si ocurren cosas mucho más graves en África o en el Bajo Lempa, no hay tal escándalo. Pertenece al existencial histórico de haber nacido pobres. Es el ‘siempre’ del pecado.

Pero quiero añadir, Ellacu, e insistir, en que hay también otro ‘siempre’. Hay mucha gente honrada que trabaja para que ‘el pueblo inundado’ —hablamos de El Salvador— no acabe muriendo como ‘pueblo desplazado’ o como ‘pueblo ahogado’. La entrega y la bondad también tienen su ‘siempre’. Es el siempre de la gracia.


Y a veces surge un Dean Brackley, SJ. Cuando le dicen que muchos rezan por él, contesta con toda sencillez: ‘Recen por los que tienen cáncer y no pueden tener la atención médica que yo tengo. Y recen por los que estos días se han quedado sin casa y sin comida’. Volveremos a Dean.

2. ‘Qué hacer con los buenos’. La pregunta puede extrañar, pero se me ha impuesto, debido al revuelo que ha causado la audiencia de Madrid. Trabajar para que se juzgue a los responsables últimos de tantos asesinatos en este país, los de ustedes y los de dos mujeres inocentes, es cosa muy buena y muy necesaria. Puede traer muchos bienes. Puede ser una gran ayuda, y muy necesaria, para que se acabe, o disminuya, la impunidad.

Por cierto, no ha salido en las noticias, pero mucho nos hemos alegrado de que los militares argentinos que en 1976 ordenaron el asesinato del obispo Enrique Angelelli vayan a ser juzgados 35 años después. Es un ejemplo, poco extendido, de que la verdad puede triunfar sobre la mentira y el encubrimiento, que tienen millones de dólares y armas sofisticadas a su servicio; que la justicia puede triunfar sobre la crueldad y la vileza; que la civilización de la impunidad, muy afín a la civilización de la riqueza contra la que nos advertiste tercamente hasta el final, se vea un poco frenada. Con el juicio de los militares argentinos no desaparecen todos los males, y el mundo del capital, aun con algunos avances y algo de democracia, sigue produciendo víctimas impunemente. Y ha conseguido crear una civilización de encubrimiento, aunque siempre hay quien lo desenmascara de diversas formas: obispos como Casaldáliga, ‘los indignados’... Esperamos que la audiencia de Madrid tenga éxito, y que en El Salvador ocurra lo de Argentina, aunque, evidentemente, hay fuerzas poderosísimas que están en contra de que eso ocurra.

En esta situación, me ha venido a la mente una pregunta que puede parecer rara. Dicho con sencillez, parece que sabemos qué hacer ‘con los malos’, de modo que nuestro proceder con ellos produzca bienes, por supuesto: instaurar verdad y justicia en el país, llegar a ofrecer perdón —aunque más difícil que perdonar es dejarse perdonar—. Y hay gente muy buena que trabaja por ello.
También sabemos, al menos en principio, qué hacer con las víctimas: lo que Puebla dice que Dios hace con los pobres, ‘tomar su defensa y amarlos’. Y éstas no son, en absoluto, palabras inocentes, pues tomar su defensa supone inevitablemente entrar en graves conflictos con quienes los oprimen. Significa entrar ‘en la lucha por la justicia’, ‘la lucha crucial de nuestro tiempo’, como dijo la Congregación General XXXII [de la Compañía de Jesús]. No muchos lo hacen, pero la idea queda clara.

Pero ¿sabemos qué hacer ‘con los buenos’, con los santos? Ciertamente, ponerlos a producir, aprender de ellos, sus ideas y convicciones, sus modos de actuar... Y agradecerles. Es lo que solemos decir y procuramos hacer.

¿Pero nos planteamos de verdad qué hacer con ellos? Estos días nos topamos con la pregunta de qué hacer con Dean Brackley. Hemos velado y acompañado su cadáver. El amor y el agradecimiento se han desbordado, con lágrimas y gozo, en muchas celebraciones, en el cementerio.

Pero me queda el desasosiego de saber bien qué hacer con Dean, con Monseñor Romero, con gente como ustedes. Con Jesús de Nazaret. La respuesta es sencilla: ser como ellos, seguirlos en su hacer y en su ser, imitarlos, historizadamente, como tú decías. En definitiva, dejarnos afectar por ‘los buenos’ y los santos en nuestro hacer. Y más profundamente todavía en nuestro ser.

Entiéndeme bien, Ellacu. Bueno y necesario es saber reaccionar ante lo que hacen ‘los malos’, y actuar adecuadamente con ellos. Bastantes personas e instituciones lo hacen. Pero creo que debemos avanzar en reaccionar como es debido ante ‘los buenos’, intentando ser como ellos. Difícil, sí. Pero necesario para humanizar este mundo. Y también esta Iglesia.

3. Dean Brackley. Ellacu, estas palabras te sonarán. ‘Con Dean Brackley, Dios pasó entre nosotros’. Pienso que no hay mayor confesión de fe que afirmar que Dios sigue pasando por nuestro mundo. Es la fe que más me llena. Y como Dios se hace presente en seres humanos, ellas y ellos, jóvenes y viejos, salvadoreños y norteamericanos, mártires y confesores, como se decía antes, el misterio se desdobla de muchas formas, convergentes, y así es un misterio mayor. Dios pasó con Monseñor y Dios pasó con Dean.

En los muchos testimonios de esta Carta a las Iglesias —‘Amor y Testimonios’ lo titulamos— se narra ese paso de Dios. Elijo sólo uno, el de la doctora Miny: ‘Dean, I love you so much... for ever’. Es lenguaje bello y de eternidad. Lenguaje que remite a Misterio. También Dean, semanas antes de morir, habló en su testamento del paso de Dios, en él, con gran humildad, sencillez y lucidez. Ahora, en otro lenguaje, más conceptual, pero espero que comprensible, quiero hablarte de Dean ante Dios y de Dean con Dios.

Lo primero es que Dean murió empapado de Dios. Así lo veo, aunque en ese misterio solo se puede entrar de puntillas. En su último libro cuenta Dean sus problemas con Dios, sus épocas de agnosticismo, que no fue cosa de poca monta. Me recordó unas palabras tuyas de junio de 1969 que he citado muchas veces: ‘Rahner lleva con elegancia sus dudas de fe’, y pensé que algo semejante te ocurría a ti. Pero a lo largo del libro, Dean ofrece su propia fe, honda y sencilla, y muy real. Y los lectores quedan sorprendidos al leer el prólogo escrito por la encargada de la editorial para juzgar sobre la calidad del libro. Se reconoce agnóstica, sin que el asunto de Dios le preocupe gran cosa. Pero confiesa que, leyendo el texto, su interés profesional se convirtió en interés existencial, personal. El texto le llevó a Dios, y Dean la bautizó un año después. Luchando con Dios, como Jacob, o dejándose seducir por Dios, como Jeremías, Dean llegó a Dios. Y quedó empapado de Dios.

En ese proceso Dean confiesa con inmensa gratitud que se encontró con los pobres. Cuántas veces escribiste, Ellacu, que los pobres son el lugar del evangelio y el lugar de Dios. Y también recuerdo las palabras de Porfirio Miranda: ‘El problema no es buscar a Dios, sino buscarlo allá donde Él dijo que estaba. En los pobres’. Es cierto que no siempre se encuentra a Dios, aun estando entre los pobres, pues entre ellos y trabajando por ellos, hay agnósticos que son espléndidos seres humanos, y siguen siendo agnósticos. Pero en la mejor tradición de Jesús, el Dios que se encuentra entre los pobres tiene un sabor especial. Pienso que la misericordia se puede hacer más delicada, la justicia más firme, la verdad más sin componendas y la fidelidad más sin medir los costos.

El Dean empapado de Dios fue un ejemplo notable de interesarse por todas y cada una de las personas con quienes convivió y a quienes buscó. Todas y cada una de ellas, compañeros jesuitas, familiares, feligreses de Jayaque y de la UCA, amigos y amigas, salvadoreños, norteamericanos y europeos, y por supuesto los desheredados y pequeños, tenían un nombre muy concreto para él. Cada uno era inintercambiable con otros. Eso hizo que su servicio fuese de gran finura. Y me recuerda al Jesús que conocía a todas sus ovejas por sus nombres.

Y su Dios fue, de verdad, el de la creación. No por moda, algunas de las cuales son muy buenas, Dean puso gran interés en la mujer y el feminismo, en el ecumenismo, y era muy amigo de gente de otras iglesias, en la ecología, y creo que hasta en las causas indígenas. Los argumentos fundamentales no eran categoriales, ni tomados de normas de la jerarquía ni de la doctrina social. Creo que para Dean el gran argumento era que Dios es un Dios de todos.


Dean me ha recordado unas palabras de Monseñor Romero que he citado muchas veces. Son del 10 de febrero de 1980, en medio de la barbarie que reinaba en el país. Dijo Monseñor. ‘¡Quién me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación fuera que cada uno de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su majestad y de nuestra pequeñez!’. Para Monseñor Romero Dios no empequeñecía al hombre, pero para el hombre era bueno empequeñecerse ante Dios.

Esto me recuerda a Dean. Nunca pensó que era grande. Nunca se puso en primer lugar, ni hablaba de sí mismo cuando las cosas salían bien —‘ha sido un éxito’—, aunque las hubiera hecho él. Simplemente, se alegraba del bien. Me recordaba a Pablo en su Carta a los corintios: ‘El amor es paciente, es afable, el amor no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre’. En esto Dean me recordaba al gran Padre Arrupe. Creo que siempre pensó en los demás antes que en sí mismo. Nunca se preocupó de que reconocieran lo bueno que hacía. No es frecuente, y por eso sorprende e impacta. Y ayuda también a desabsolutizarnos y a vivir con alegría nuestra pequeñez ante Dios, como decía Monseñor.

Una ultima reflexión. Ellacu, Dean no murió mártir como ustedes, pero sus últimos meses fueron un martirio, de cuerpo, por los sufrimientos de un cáncer de páncreas muy doloroso, y de alma, cuando le asaltaban miedos, sentirse solo, que no le recordasen. No murió crucificado, pero vivió hasta el final participando activamente en las cruces de este mundo. Trabajó con poder, es decir, con fuerza y energía, para bajarlos de la cruz. Y murió con amor silente e indefenso. Como el Dios crucificado.

Las últimas palabras de Dean son palabras de gratitud, a fondo perdido, sin poder poner pie en tierra firme. Pero la gratitud vive de otros y para otros, de Dios y para Dios. Los agradecidos pueden hacer que la realidad sea gracia. Ellacu, si me permites la expresión —creo que es un neologismo— los agradecidos pueden ‘buenear’ la realidad. Es lo que hizo Dean.

Ellacu, ya ves que, en medio de muchos males y a pesar de todo, estamos contentos. Ustedes, Julia Elba y Celina, Jon Cortina y el padre Ibisate, ahora nuestro querido Dean Brackley, han estado con nosotros. Y con ustedes Dios ha estado con nosotros. No se puede pedir más.

sábado, agosto 13, 2011

Quiniela papal

No que no le desee buena salud y larga vida a Benedicto XVI, apreciado y respetado por mí en gran medida (aun si este año ha caído de su añeja primacía en mis afectos), pero, dados sus 84 años, me atrevo a echar los dados de la quiniela al aire y sugerir tres nombres de pastores prominentes que considero inteligentes, carismáticos y fieles a la Tradición (cristiana), a la vez que nada temerosos del mundo posmoderno. Ya dirá el Espíritu qué le depara a la Iglesia. Por favor, comenten y háganme saber sus opiniones.







martes, agosto 09, 2011

Por qué NO defender la ‘filosofía’ en las escuelas públicas


La supuesta, prevista, negada y, a la mera hora, confusa (¿y qué no en México?) eliminación de las materias filosóficas (ética, lógica, estética y filosofía) del programa educativo de bachillerato elucubrada por la SEP no ha hecho otra cosa que atizar a los comentócratas y promover el ‘activismo’ de las redes sociales, ambos, con su consabido moralismo y tono pontificante. La realidad es que estas reacciones, como síntomas del principal producto de la educación pública en México (en todos sus niveles), i. e. la mediocridad, no son razones en contra, sino a favor de que se destierren esas materias de una vez y para siempre (y, ya que estamos encarrerados, a la SEP y la educación pública con ellas).

Me explico, antes de que los susodichos (que estudiaron, en su inmensa mayoría, en escuelas privadas y/o bajo el programa de preparatoria de la UNAM, más favorable a las humanidades) se rasguen las vestiduras y me armen un proceso inquisitorial.

En primer lugar, éste es un problema inevitable cuando el Estado se adjudica la potestad de configurar e imponer estructuras, métodos y contenidos en todos los niveles de la educación pública y privada, al avalar y garantizar (eso, en caso de que el Estado tuviese credibilidad de algún tipo) todo certificado o título expedido por las instituciones educativas. Más aún si a este monopolio estatal sobre la educación le añadimos el monopolio sobre el Estado de sindicatos, partidos políticos y mafias, valga la redundancia… Disculpen ustedes si sueno como Lutero y cuestiono el dogma infalible de si es posible la salvación fuera del Estado, en contra de la santísima trinidad: ‘laica, gratuita y obligatoria’. ¿Por qué no, por una vez en la vida, dejamos de lado lo ideológico y echamos un vistazo a la realidad (y miren que yo soy el filósofo, supuestamente en las nubes especulando sobre abstracciones inútiles)?


Que la educación en México sea pública (que no es lo mismo que gratuita, porque la pagan los onerosos impuestos sobre la clase media) y obligatoria, en la práctica quiere decir que el señor Lujambio, la señora Elba Esther y la hidra burocrática fuerzan a los niños pobres, cuyos padres no pueden pagar escuelas privadas (un tanto menos peores que las públicas), a estudiar lo que a ellos les dé la gana de enseñar; tonterías como: ‘Hidalgo bueno, Iturbide malo’; ‘Juárez santo, Díaz demonio’; ‘El Himno Nacional Mexicano es el más bonito del mundo… después de La Marsellesa’; ‘ciencia es la que sigue el método empírico-experimental’. Y todo, por encima de sus padres y sus valores (ya lo de ‘laico’ lo dejo para otra ocasión). Y así, si al ‘ogro filantrópico’, como bien bautizó Octavio Paz al Estado postrevolucionario que aún padecemos, se le ocurre un día desterrar para siempre a la filosofía como asignatura, lo hará con la mano en la cintura. Al fin y al cabo a los padres de familia (pobres) jamás se les ha consultado sobre qué se les enseña a sus hijos ni a los pocos contribuyentes tampoco se les pide su opinión sobre sus impuestos (y su cobro es el único acto que nuestro Estado no descuida demasiado). Ambos grupos, sin embargo, sólo cuentan como una cifra, un vulgar porcentaje, cada que hay elecciones.

En segundo lugar, defender a la ‘filosofía’ y el ‘espíritu crítico’ son políticamente correctos, obedecen muy bien a la lógica progre, porque ‘saber es poder’ y porque ‘al Estado le interesa que el pueblo esté desinformado y, por tanto, dócil’, y demás clichés, migajas del 68 y de los filósofos de la sospecha. (Lean si no a este idiota, que hasta la nefanda mano del Vaticano ve conspirando para promover el obscurantismo antifilosófico). Y no estoy diciendo que en el fondo no tengan razón: como lugares comunes y clichés en sentido estricto, tienen algo de verdad. Sin embargo, ese espíritu reivindicativo y moralista, ese saber superfluo y general, denota precisamente el fracaso del monopolio estatal sobre la educación, que ha producido generaciones enteras de moralistas laicos, filósofos de Güemes, lectores esporádicos (de libros de texto y autoayuda), historiadores de monografía de papelería, periodistas metidos a catedráticos y profesionistas cuantiosos en número y descomunales en mediocridad.

En tercer lugar, esa mentada ‘filosofía’ que se quiere erradicar, tal como está diseñada (y yo cursé esas materias, en el sistema abierto de la SEP, así que nadie me lo contó), adolece del mismo problema que otras asignaturas, menos afines al gran público y a los predicadores laicos de la izquierda, salvo a los cientificistas de la secta dawkiniana (física, química, biología, matemáticas): todas ellas están insertas en un modelo educativo ilustrado no sólo perverso, sino, además, caduco y pasado de moda. Desde el siglo XVIII, la educación, vista como la herramienta por excelencia para alcanzar el desarrollo (¿qué es eso?) pleno (¿hasta qué punto?) de la Humanidad, dejó de ser paideia (formación del carácter personal en la virtud, en aras al bienestar individual y comunitario) para volverse technē (una colección de datos abstractos, ‘científicos’, entre más enciclopédicos, mejor, que capacitan para contribuir mejor y en mayor medida al progreso técnico y que son cuantificables y conmensurables: se evalúan con números: calificaciones; y se recompensan con números: salarios). Ya no se educa a las personas para la vida feliz, sino a la fuerza laboral para la eficacia técnica. Si no me creen, presten atención a la retahíla de sandeces empresariales sobre la ‘formación permanente’, ‘diversificación’, ‘productividad’, ‘competitividad’, etcétera. Los efectos humanos y sociales están a la vista de todos, y son desastrosos: estrés, depresión, sedentarismo, outsourcing, salarios mínimos y desempleo permanente después de los cincuenta años... No ahondaré, por ahora, en las causas: los males de la Ilustración, la Modernidad y, uno de sus peores bastardos, el capitalismo global, como tampoco en el fracaso de los métodos didácticos del modelo ilustrado, que siguen en pie no obstante el derrumbe de sus cimientos: la autoridad, la memoria a largo plazo, la universalidad del saber (en tiempos de democracia, Internet y redes sociales o especialización extrema). Para esto, me remito a la breve charla animada de Sir Ken Robinson, teórico de la educación:



De esta manera, la filosofía, lo lógica, la estética y la ética son prostituidas por el sistema educativo vigente: son las credenciales ‘humanistas’ de un modelo radicalmente antihumanista (y deshumanizante, si se me permite añadir). Así, son reducidas, como las demás disciplinas (pensemos, si no, cómo la educación física no es un mens sana in corpori sano, sino una habilidad más que se evalúa de 0 a 10; y la orientación vocacional, que es un sistema teórico y abstracto de toma de decisiones… que también se califica numéricamente), a un mero cúmulo de datos abstractos a ser aprendidos de memoria, sin referencia a la cotidianeidad y despojados de todo contenido vivencial (y aquí, por ejemplo, sí cabe advertir que lo ‘laico’ de la educación pública cercena a la filosofía de varios de sus mayores problemas: la existencia de Dios y la pregunta por el sentido de la vida; asimismo, casi llega a omitir del currículum doce de los veintiséis siglos de su historia, debido a que la filosofía medieval está irremediablemente contaminada de ese germen supuestamente proscrito de las aulas llamado teología). Como si la filosofía científica ya de por sí y por propia culpa no estuviese suficientemente encerrada en sí misma, en las academias y libros para iniciados, relegada de las dudas cotidianas sobre la vida y la muerte, el amor y la libertad, el bien y la justicia, tanto en la vida de la gente de a pie como en las grandes discusiones públicas (mercado, aborto, eutanasia, multiculturalismo). Y me remito al curioso artículo de Stanley Fish del New York Times, ‘Does Philosophy Matter?’ (I y II).


En un país como México, sumido en la pobreza extrema, la desigualdad indignante, la violencia aberrante, estancado económica, política y culturalmente desde hace décadas, en plena decadencia social y moral, ¿no necesita de personas prudentes, virtuosas, críticas y creativas más que de pseudoilustrados, malos resúmenes del Pequeño Larousse Ilustrado? Si bien la gente común puede repetir algunas ideas y datos sueltos que, por azaroso milagro, puede recordar de sus interminables días encerrada en las aulas (y eso explica por qué nuestro nivel de debate es siempre paupérrimo), es extremadamente raro hallar personas con actitudes (es decir, formación humana) de creatividad, crítica, investigación, argumentación, sensibilidad estética, memoria histórica y sentido moral elevado (en este campo, la única verdadera formación no fue la ética teórica, sino la moralina barata, pero práctica, de los medios de comunicación, como Disney y el Cantinflas viejo, y de un deficiente catecismo religioso y/o familiar). No sorprende, por tanto, que México sea un país rezagado en todo (salvo en obesidad, violencia y corrupción), que nada inventa, nada resuelve y nada investiga a fondo por sí mismo. No es casualidad que esos mismos títulos que avala la SEP ya no signifiquen nada. Hoy, decenas de miles de profesionistas que no leen libros ni saben escribir se gradúan cada año: comunicólogos que no tienen nada que comunicar, internacionalistas que no saben ni historia ni geografía, administradores sin empresas que administrar, contadores que no hallan riquezas que contar, abogados y médicos que sirven al dinero y no a la justicia o la gente… por no hablar de los millones de graduados de las escuelas públicas, calificadísimos cajeros de Wal-Mart, ambulantes, viene-vienes, microbuseros…

Si ya es bastante malo que los grandes genios de la ciencia que EE. UU. produce y entrena en el MIT, Harvard o Princeton acaben en Wall Street o alguna gran corporación farmacéutica o armamentística, sin contribuir nada a la sociedad (más bien, ayudando a su destrucción), por lo menos habrá uno que gane un Nobel haciendo algo bueno. Aquí, nuestros ‘ilustrados’ nomás opinan y opinan (la contrario de la verdadera ciencia, según Aristóteles) y ‘defienden’ la ‘filosofía’... por Internet y tuiter.

G. G. Jolly

domingo, julio 31, 2011

La nueva historia de Francisco (IV)

Continuación (aquí la III parte).

Días y meses


Volvió a casa. Aquello era su casa. Aquel fárrago acomodado y climatizado, donde las cosas, ya de por sí muy historiadas, perdían su valor a fuerza de estar amontonadas. Aquella mesa tan inútilmente larga, cuidadosamente puesta, donde hermana agua era una criatura perdida.


Aquél era su padre, Pietro Bernardone. Quería vivir muchos años y bien; por eso iba periódicamente al médico y al dentista, hacía ‘yoga’ cada mañana y ‘relax’ cada noche. Era franco, comprensivo, amable, trabajador, cuidadoso de las relaciones humanas, débil con las trastadas del hijo y enternecido cuando le hablaba de su porvenir. A veces era como un niño y se reía con los mismos chistes que hacen reír a los niños. Pero en la oficina, tras su trinchera de teléfonos, era capaz de morder como una fiera. Dinero y trabajo, trabajo y dinero.


Aquélla era su madre, Pica. Hermosa, triste y callada, una sombra discreta y amable, desconocida y sola. Una pobre mujer vencida que no había sabido convertir su soledad en nada positivo que dar a los demás, a su hijo. Callaba y miraba, pero no sabía hacerse cercana.


Aquéllos eran sus amigos. Ponían discos, bailaban, bebían, discutían de angustia y estructuras. Esperaban que Cesco les asombrase con su inagotable atolondramiento y les hiciese creer que pensaban, proponiéndoles alguna paradoja ingeniosa. Y él se había convertido en un mal compañero de jarana; pronto se encontró solo.


Aquél era su trabajo; los exámenes. Tuvo que rellenar de garabatos, como en sueños, cantidades de papel. Le suspendieron, a él, tan preparado, tan suficiente en otro tiempo. Pietro no lo podía creer y soltó a Cesco un largo discurso, de hombre a hombre, como decía él, sobre el trabajo, la recapitulación de los propios fallos y el optimismo de no dejarse vencer por los fracasos. Pica no dijo nada.


Su casa y Asís. Todo era como un sueño.

Cayó enfermo y le mandaron al campo. Horas, días y meses de estar en cama. Luchaba como podía contra el tedio, por lo menos garabateando monigotes en un papel, como los párvulos en la escuela. Horas, días y meses. A su alrededor, como una alucinación geométrica, aquel ambiente que procuramos a los enfermos y que, quizás, sea lo que más les perjudica: un mundo aséptico, perfecto, limpio, concreto, unas paredes blancas sin mancha alguna que pueda fácilmente asemejarse a un caballo o a un mapa de Inglaterra. Horas, días y meses. Como en sueños, tocaba las sábanas y buscaba sentir en ellas el tacto de madera vieja, con relieves de vetas y nudos, de los bancos de San Damián; miraba y quería percibir la absoluta belleza que con cuatro maderos y una mano de cal pueden lograr los pobres de espíritu. Horas, días y meses. Aquellos frailes y aquellas monjas ya no eran del tiempo de San Francisco y Santa Clara, pero conservaban algo de él, como la triste gran iglesia guardaba en su interior las viejas paredes de la primera Porciúncula. Horas, días y meses. No dejarse vencer por la tristeza al ver que los amigos, los pocos amigos que venían, eran muy amables y traían algún regalo, pero no conseguían disimular el miedo al contagio. Horas, días y meses. No dejarse dominar por los fervores noveles del descubrimiento de Asís. No soñar y saber que todo es tan duro como las viejas piedras de la ciudad, las que habían visto pasar a San Francisco. Horas y horas de cama, días y días de cama, meses y meses de cama. Cuando se terminaron no sabía explicar cómo los había pasado, no podía hacer con ellos ninguna historia porque el tiempo parecía soterrado bajo una masa gris de días iguales; pero se encontraba en el interior de un silencio inteligible y pleno. A pesar de que al encontrar de nuevo a la gente se sintiese turbado y sus manos no pudiesen evitar un tic nervioso, a pesar de no haber podido vencer todavía su vehemencia acostumbrada, llevaba ya este silencio. Se había convertido para siempre en un contemplativo.

Tomado de: J. M. Ballarin, Francesco, Salamanca, Sígueme, 1975. pp. 37-39.

domingo, julio 10, 2011

‘Iglesia y homosexualidad (diez tesis en profundidad)’ de Xabier Pikaza

Con inmensa pena voy leyendo, casi día a día, los informes sobre temas de homosexualidad en la iglesia católica, relacionados casi siempre con posibles conductas delictivas del clero, como si este fuera, junto con las indemnizaciones de dinero, el tema básico del cristianismo. Desde ese fondo, de manera personal, casi en forma de confesión, me atrevo a presentar en alta voz mis pensamientos, sin más autoridad que la que me concede mi amor al pueblo de Dios y mis largos años pasados de religioso y presbítero, en tiempos de profundo cambio social y religioso. Desde ese fondo, partiendo de mi propia experiencia y de mi cariño a la vida, en su rica y misteriosa, gozosa y dolorosa variedad, quiero presentar en voz alta algunos de mis pensamientos sobre el tema:

1. Dentro de la iglesia católica, la homosexualidad, tanto masculina como femenina, es un hecho, lo mismo que fuera de ella. No es buena ni es mala. Simplemente existe: la vida nos ha hecho así, y así la debemos aceptar, como un elemento de nuestra complejísima y hermosa existencia. Por eso empiezo dando gracias a Dios por los homosexuales cristianos (y no cristianos), especialmente por aquellos que he conocido y querido. Me siento muy contento porque, en medio de grandes dificultades, muchos de ellos han podido salir del armario en que estaban encerrados hasta hace poco, para vivir sin más, es decir, como personas, con sus valores y sus problemas, que es claro que los tienen, como los otros grupos de personas. Si un cristiano se avergüenza de los homosexuales se avergüenza del mismo Dios, blasfema de la vida compleja y hermosa que ese Dios ha creado.
2. Todo el mundo sabe que dentro del clero (y de la vida religiosa) el porcentaje de homosexuales es más alto que en el resto de la sociedad, quizá por el mismo tipo de vida célibe de sus miembros pero también por una forma especial de filantropía y de sensibilidad ante la vida que ellos, los homosexuales, muestran. No tengo porcentajes fiables de la iglesia mundial, pero sí de la americana, según un libro de D. B. Cozzens (The Changing face of the Priesthood, Liturgical Press, Collegeville MN 2000), que ha sido uno de los responsables de la formación de los presbíteros católicos en USA, dentro de la mejor tradición jerárquica de aquella iglesia. Cozzens muestra y admite, sin ningún problema, que la mitad de los seminaristas y presbíteros de USA son homosexuales. Eso no es bueno ni es malo, es un hecho y sigo dando gracias a Dios o a la vida por ello. De todas formas, me gustaría que los porcentajes fueran los promedios dentro del contexto social, es decir, entre un 10 y un 15 por ciento, de tal manera que en el clero se diera el mismo número de homosexuales y heterosexuales, de hombres y de mujeres, que en la vida real exterior. Pero en las actuales circunstancias de reclutamiento clerical eso es imposible: mientras el clero siga siendo como en la actualidad, habrá en su interior una media más alta de homosexuales que el resto de la sociedad.

3. La mayor parte de los presbíteros y religiosos homosexuales han llevado y llevan una vida digna, trabajan a favor de los demás con honradez, son buenos presbíteros de la iglesia, son profesionales al servicio del evangelio. Es evidente que tienen sus problemas afectivos, lo mismo que los heterosexuales y que, a veces, sus dificultades de integración social son mayores. Pero también suelen ser mayores sus aportaciones de tipo creativo (en lo social, afectivo o espiritual). Le doy gracias a Dios y quiero darles gracias a ellos, sobre todo a los que he conocido y conozco, a los que debo una parte considerable de mi experiencia cristiana.

4. Algunos homosexuales, que son minoría, han realizado prácticas que resultan delictivas, seduciendo a menores, sobre todo allí donde el contexto social resulta más cerrado o asfixiante, en seminarios, internados y grupos juveniles. Pero eso, sin dejar de ser muy grave como lo sabe todo el mundo, sucede también en otros contextos parecidos (lo mismo que en algunos grupos familiares). Gran parte de esos casos, que pudieran acabar siendo delictivos, se resuelven, como en el resto de la sociedad, sin necesidad de acudir a los tribunales, con el tiempo, a veces con la ayuda de personas más expertas o amigas (médicos, sicólogos etc). Todos los que andamos por la vida hemos conocido, en familias o grupos cercanos a los nuestros, casos de dificultad que se han resuelto con cierto éxito. Pero en otros casos los responsables pueden y deben acabar en los tribunales. Debe ser así cuando la víctima así lo requiera. En caso de escándalo que tenga cierta base, sean culpables o no, los clérigos implicados (presbíteros y obispos, religiosos o religiosas) deberían abandonar su función pública, por amor a la transparencia, ya que la vida clerical no es un honor, ni una ventaja, sino un servicio. Pero, abandonen o no su función, ellos deben responder ante la sociedad como el resto de los ciudadanos, sin acudir a ninguna protección clerical o de defensa del grupo.

5. El número de clérigos que han seducido a menores me parece el “promedio” según las estadísticas (lo mismo que fuera del clero), tanto en el caso de heterosexuales como de homosexuales. Pero esa seducción resulta más dolorosa, porque se hace utilizando el prestigio sacerdotal o religioso y se puede herir de un modo más intenso a las víctimas. Conozco algunos casos que han llegado al intento de suicidio (y al mismo suicidio) entre las personas implicadas, sobre todo entre las victimas, y he sentido y siento una inmensa rabia por ello. Este ha sido, y quizá sigue siendo, un delito sangrante, pues se supone que su misma opción evangélica debería haber transformado a los clérigos o aspirantes, haciéndoles hombres y mujeres de gratuidad. Pero, como todo el mundo sabe, la vida ofrece sus dificultades y, en ciertos ambientes de reclusión afectiva, suelen producirse reacciones violentas. Ciertamente, también conozco casos duros de intentos de suicidio en ambientes no clericales, por este mismo motivo, con intentos de homicidio contra los pretendidos o reales seductores. Sea como fuere, esos casos no deben llevar a la condena del clero en su conjunto, ni de todos los homosexuales que lo componen. Igualmente, porque algunos heterosexuales han fallado en esa misma dirección, no se condena a la heterosexualidad como conjunto.


6. No me parece aconsejable que los clérigos homosexuales “salgan del armario” a bombo y platillo, pues en muchas circunstancias, como en el conjunto de la vida afectiva, lo mejor sigue siendo la discreción bondadosa, sin mentiras, pero sin alardes, siempre que no haya habido delitos graves. Por eso, tampoco me gusta que algunos medios de comunicación insistan de manera monotemática en estos problemas del clero, en vez de poner de relieve otros rasgos personales y sociales, culturales y espirituales más importantes de muchos de sus componentes. De todas formas, la que sí tiene que salir del armario, ya, desde ahora mismo, es la estructura clerical, si que es que no quiere perder su credibilidad: ella no tiene que airear sus problemas interiores, pero tampoco ocultar sus problemas. El clérigo, como hombre público en la iglesia, tiene que estar dispuesto a que su vida se conozca. Una estructura institucional, empeñada en defenderse a sí misma, protegiendo su poder y su secreto, es digna de ser condenada y de acabar disolviéndose a sí misma (o de ser abandonada por el conjunto de los fieles), sin más retrasos, para bien del evangelio y, sobre todo, de la sociedad en su conjunto.

7. Considero aberrante, si es que fuere cierta, la noticia que se ha dado en algunos medios de comunicación, donde se nos dice que altas instancias del Vaticano, dirigidas por un Cardenal que ha dirigido el Dicasterio dedicado al Clero, quieren prohibir el acceso de los homosexuales a los seminarios y a las funciones ministeriales de presbítero y obispo. ¿Cómo van a distinguir a unos y otros? ¿Qué van a hacer con los miles de presbíteros y obispos homosexuales que ejercen con toda honradez su ministerio? El tema no está en que los ministros sean homosexuales o heterosexuales (que también pueden ser peligrosos), sino en que ejerzan bien su tarea de evangelio, según la palabra de Jesús y la vida de sus comunidades, en libertad gozosa y servicio humano.

8. Lo que me preocupa no es que haya homosexuales en el clero (que eso es normal, según las estadísticas), sino la forma de vida del conjunto de la iglesia. Estoy convencido de que, al menos en occidente, ha terminado una fase clerical del cristianismo. El celibato de los presbíteros, que ha tenido en otro tiempo una función social, ya no lo tiene: lo que importa no es que el presbítero sea célibe o no, sino si es fiel al amor y a la vida, si es persona de gozo y evangelio, de hondura personal y de servicio cercano y libre a los demás. En esa línea, la iglesia está perdiendo y tiene que perder su estructura ministerial jerárquica, para convertirse en federación de comunidades autónomas, que sean capaces de elegir sus propios ministros, para toda la vida o por un tiempo, varones o mujeres, célibes o casados, homosexuales o heterosexuales, buscando sólo la fidelidad al evangelio y el anuncio de Dios, es decir, el gozo de la verdadera vida. El celibato será opcional, para quienes quieran vivirlo como carisma o como resultado de unos caminos peculiares, quedando vinculado de un modo especial con las diversas formas de comunidades religiosas, de tipo carismático. Vincular el celibato a un tipo de poder clerical constituye un riesgo humano, me parece contrario al evangelio, por más que se sigan buscando razones de tipo ideológico o espiritualista.

9. Pasando a otro plano, quiero añadir que casi todos los “cazadores de homosexuales” que conozco son, por desgracia, homosexuales que no admiten su identidad sexual y humana, descargando su resentimiento contra otros compañeros mejor afortunados o más honrados. Jesús no se portó de esa manera. El evangelio le presenta como amigo de publicanos y prostitutas, como un hombre que era capaz de poner como ejemplo a los “eunucos” biológicos o sexuales, hombres y mujeres con dificultad en este campo (Mateo XIX, 12). El mismo evangelio le presenta “curando” al amante homosexual del Centurión de Cafarnaúm (Mateo VIII, 5-13). ¡No hará falta decir que, en aquel tiempo, los cuarteles eran lugares de homosexualidad habitual, porque los legionarios no se casaban antes de licenciarse, ya de mayores!. Y perdonen los homosexuales y mujeres, si doy la impresión de marginarles, poniéndoles en esta compañía, con publicanos y prostitutas. Dicho esto, debo añadir que en el camino de Jesús no hay diferencia entre homo y heterosexuales, mujeres y varones, pues todos somos “uno en Cristo” (Gal III, 28).

10. Quiero terminar dando gracias a Dios y a la vida por ser lo que soy, homo-o-hetero sexual. No me avergüenzo, ni me enorgullezco por ello. Así como soy, tengo unos valores; si fuera otra cosa tendría otros (igual que si fuera mujer; me ha tocado ser varón, me va bien, no me enorgullezco por ello, pero estoy contento, como estaría contento de ser mujer, si lo fuera). No me ha costado demasiado ser lo que soy aunque en mi vida de seminario y después (¡cómo es normal en estos casos!) he debido superar “tentaciones” de diverso tipo. Pero, en conjunto, las vidas clerical y religiosa se han portado conmigo de una forma espléndida. Por eso, doy gracias a Dios y a todos los que me han recibido y tratado como a una persona, aunque ahora, pasados los años, me gustaría contribuir a cambiar la estructura de la vida clerical, por cariño a la vida, por amor al Evangelio, para atravesar con gozo los nuevos y hermosos, pero difíciles caminos de la vida.

Por eso, leyendo día a día los problemas que se airean en la prensa (¡evidentemente con cierta razón!) me gustaría que ella, la iglesia institucional, se trasformara en línea de verdad, aceptando lo que son sus miembros, y en esperanza de evangelio. Quiero que la iglesia, con otros muchos hombres y mujeres no creyentes, abra un camino de humanidad, en esta nueva travesía de la historia que se inicia. Mientras sigo esperando en ello, acabo como empezaba, dando gracias a tantos homosexuales y ahora también a tantos heterosexuales cristianos y clérigos por su servicio difícil, muchas veces menospreciado, al servicio del evangelio.

martes, mayo 10, 2011

Sobre la marcha nacional por la paz


Lo que me gustó de la marcha (mi primera y espero que última) es que el dolor de un poeta marginal haya podido convocar una marcha de semejantes proporciones y diversidad. Sí, había muchos grupos 'radicales' con las mismas propuestas 'tontas' de siempre, pero algo me quedó claro ayer: tengan razón o no, sus agravios son legítimos, sus problemas no han sido resueltos aún y sus propuestas (con las que podemos estar de acuerdo o no) no han podido materializarse (por uno u otro motivo) en iniciativas legales. Lo que han dicho algunos columnistas o intelectuales, repitiendo las críticas de siempre contra el populismo de la izquierda mexicana y la 'democracia totalitaria' de los mítines multitudinarios, suena muy bien. Es la respuesta sensata de siempre: los cambios suceden a través de la vía legal, institucional, lenta pero genuinamente democrática. Yo solía estar de acuerdo con eso, pero hoy ya no estoy tan seguro.

¿Pueden, en el punto actual de las cosas, resolverse tantos y tan graves crímenes y agravios de forma institucional? ¿No pasamos ha mucho esas circunstancias, como que el Congreso legalizara las drogas, regulara los monopolios, propuesiera una Reforma integral del Estado, los partidos y las finanzas públicas? Ante semejantes problemas que se agravan cada día en circunstancias cada vez más difíciles (no estamos ya en tiempos de Fox, cuando, mal que bien, había estabilidad económica, 'boom' petrolero, esperanza de renovación institucional), ¿se puede esperar un cambio desde dentro de las instituciones? ¿De verdad México se puede renovar desde los medios de comunicación convencionales, desde los partidos políticos concretos, de las elecciones y las 'reformas'? Sí, así debería ser, porque así se hacen las cosas en una democracia verdadera. Pero, tal como decía Ignacio Ellacuría, SJ en los años ochenta sobre El Salvador: 'Los salvadoreños llevan medio siglo eligiendo libremente a sus gobernantes y no han mejorado en nada su situación: siguen muriendo de hambre y siguen siendo asesinados. ¿Con qué cara les podemos pedir que sigan yendo a las urnas?'. Quizá se le pueda pedir a Sicilia o a Wallace que esperen a la democracia y su lento actuar, pero ¿qué hay de las Abejas de Chiapas y otros grupos indígenas? ¿Cuánto llevan ya esperando a que los 'cauces institucionales' resuelvan algo? Yo, al menos, no veo claro cómo pueda reformarse el sistema político desde el sistema actual de partidos. Y sólo hace falta, para confirmarlo, ver los nombres de la gente que ambiciona la Silla para el 2012. Preguntémonos sinceramente, ¿qué puede esperarle a un hombre honesto y honrado que se afilie a los partidos existentes?

Así como es fácil que la marcha, tan variopinta y multitudinaria, rebasara sus propios fines y cayera en el lugar común, lo mismo pasa con quienes, aprovechándose de eso, caen en la tentación de ignorar el trasfondo y las motivaciones que uno podía respirar al nivel de la calle: hay mucha, mucha gente que, por distinta que pueda ser y por diferente que pueda pensar, tiene algo en común: se siente agraviada, enojada y, sobre todo, impotente. Verla simplemente como una marcha contra Calderón y a favor de pactar con el narco es inadecuado e injusto (en dado caso, fue la señora Wallace la que culpó a las autoridades del asesinato de su hijo). Pero algo está claro: la gente que marchó está, en el mejor de los casos, sumamente decepcionada de las autoridades, comenzando por el presidente, que inició una ‘guerra’ frontal (quizás, eso sí, impostergable) contra el crimen organizado, por razones equivocadas, sin consultar a nadie, con una estrategia errónea (y los militares concuerdan), métodos equivocados y resultados funestos. Sí, claro que Felipe Calderón no ha torturado y mutilado a nadie con sus manos, pero ¿cómo puede pretender (él o sus defensores a ultranza) que no es responsable del desastre ya acaecido (¡35 mil muertos!) y del fracaso de su estrategia? Que lo niegue y se empecine en continuar es indignante y, me atrevo a decir, pecaminoso: demoníaco. Si nadie clamó contra el crimen organizado, los secuestradores y los asesinos es porque a ellos no puede exigírseles cuentas de nada, replanteamientos estratégicos, legalidad de ningún tipo. El crimen y la violencia se alimenta y se reproduce en sí mismo: allí no hay nada que hacer, salvo pedirles (aunque hagan caso omiso) que su crueldad no sea gratuita, que respeten a los ‘civiles’. En cambio, sí se le puede reprochar a Calderón, por quien muchos de los asistentes a la marcha votamos en 2006, que no estaba en sus promesas de campaña ninguna ‘guerra’, que la inició sin tener los medios adecuados (la cooperación municipal y estatal de la que se queja), que, simple y llanamente, cometió un error tras otro y que le ha legado, en la práctica, una ‘guerra civil’ a México.

Ahora bien, hay una cosa más que quisiera yo decir. Sicilia es, a todas luces, un ingenuo políticamente: ésa es su mayor cualidad y más grande defecto. Él, a diferencia de Martí, Vargas o Wallace, no proviene de la oligarquía económico-social mexicana: es un poeta relativamente poco conocido sin pretensiones electorales o económicas, católico sencillo, automarginado por convicción. Hay quienes han insinuado que lo que está haciendo es porque quiere vender más libros y obtener un ‘hueso’ en la política. Son gente que ignora de dónde viene, cómo es y que a su hijo y sus amigos los secuestraron, molieron a golpes hasta desfigurarlos y asfixiaron con bolsas de plástico. ¡Claro, todo por unos cuantos libros más y una alcaldía de pacotilla! Yo creo que lo que molesta a esta gente, más que el que no tome los ‘cauces institucionales’ (¡porque no tiene dinero ni influencias, que es lo único que puede mover los cauces institucionales para hacer oír y valerla propia voz en este país!), es que se ha atrevido a ir más allá, decir que no cree en esos cauces, porque están infestados e infectados de los mismos males que dicen combatir. Y peor aún: él, como un simple poeta que preferiría estar en Cuernavaca, escribiendo, orando y viendo crecer tranquilamente a su hijo Juan, ha tocado las fibras de los pobres, los zapatistas, los jóvenes, los ‘marihuanos’, los gays y tantos otros grupúsculos que la misma oligarquía institucional quisiera desaparecer. En el fondo, que Sicilia no sea un Martí o un Wallace le pesa a la gente 'bien', como Martí o Wallace, porque las marchas son de mal gusto, para los ‘nacos’ y los ‘radicales’, para aquellos que no creen en las instituciones (porque las instituciones los han despreciado toda la vida).


Qué bueno que Javier ha tenido toda una vida de cristianismo arraigado y de profunda mística personal. Sea lo que sea que pase, es para estos acontecimientos que Dios le había concedido tanta gracia.

G. G. Jolly

domingo, marzo 20, 2011

La nueva historia de Francisco (III)

Continuación (aquí la II parte).

El ratón


Andaba con su mochila por los lugares franciscanos.

Ya no era un turista, pero no llegaba a peregrino.

En Greccio, el fraile charlaba y charlaba y charlaba, con el incontenible afán del que se ve obligado a callar largos ratos. Pero Cesco veía el sol poniente, los cipreses, el huerto como un jardincillo, el convento pobre, las lejanas aldeas pegadas al terruño. Después de completas le dejaron solo en su celda exigua y rústica. Poco más sabía de aquel Francisco del siglo XIII; pero el sol poniente, los cipreses, el huerto como un jardincillo, el convento pobre, las lejanas aldeas pegadas al terruño, le habían sumido en un pasmo silencioso. Por primera vez supo que el verdadero silencio es imperceptible.


Volvió a Asís. Se inclinó ante una iglesia sin darse cuenta de que ahora era un cine.

Bajó a San Damián. Pasillos estrechos, empinadas escaleras y portezuelas bajas hasta el jardincillo de Santa Clara; un retazo de patio con algunos poyos, plantas emparradas y macetas con flores. En la pared de la derecha, bajo el arco que cobijaba un nido de golondrinas, estaba escrito el cántico al sol. Un balcón con poyo se abría a la llanura y, al atardecer, entre olivos y cipreses, el aire tenía el color quemado de los robles en invierno.

Cesco estaba quieto.


Una niña leía el cántico a sus compañeras; era agradable oír la cantinela. Y las palabras de San Francisco dichas por la niña parecían tan silenciosas como la vez primera que fueron cantadas allí mismo.

Cesco estaba aún más quieto.

De pronto le dio un arrebato. No era una ventolera loca como otras veces. Ahora le brotaba de las muchas horas de andar solo, y de las honduras del Espíritu santo.

Subió corriendo hasta la ciudad voceando trozos del cántico:

Altissimu, omnipotente, bon signore.

Encontró la habitación del hotel muy ordenada, con sus ficheros, sus libros, sus notas, su gran pizarra llena de fórmulas. Todo bien alineado. Los ficheros, los libros, las notas, la pizarra, ya no le servían. Algo más que todo aquello había en el aire de Greccio.

Laudato sí, missignore, per frate vento.

Abrió la ventana y empezó a echar los libros por ella. Cantaba, gritaba, no sabía lo que se hacía.

So aqua, la quale e multo utile et humile et pretiosa et casta.

Libros y ficheros por la ventana. No sabía lo que se decía.

Frate focu robusto et jocundo et forte.

Más libros por la ventana, la pizarra también y, tras ella, los libros sobre San Francisco. Ya no servían; algo más que todo aquello flotaba en el aire de San Damián.

Frate sole, lo quale iorna et allumini noi per loi.

Podía ser un arrebato, podía ser el Espíritu.

Llamaron a la puerta.

Eran los guardias municipales.

A poco estaba tendido bocabajo, encerrado en los sótanos del viejo caserón. Algún duende maligno le había echado a perder el día con aquella ventolera. Mordisqueaba una rebanada de pan, y algunas migas caían al suelo. De un agujero de la pared salió un ratón, cogió la migaja más grande y volvió a esconderse rápidamente. Cesco quedó sorprendido: puso un buen pedazo de pana su alcance y el ratón repitió el juego. Pasó la tarde tendido en el suelo dando migajas de pan al ratón.


Missignore, cum tucte le tue creatura. Empiezo a entenderte, Francisco, soy capaz de entretenerme con un ratón.

Ya no pensaba en ningún duende maligno.

La luz de la calle le deslumbró al salir; cuando pudo mirarla, le pareció nueva. Los hombres también parecían nuevos; mercaderes, albañiles, mujeres de la limpieza, el botones del hotel, el viajero gordo. Lo nuevo era él, como si le estuviese naciendo la ternura.

Tomado de: J. M. Ballarin, Francesco, Salamanca, Sígueme, 1975. pp. 34-36.

miércoles, marzo 16, 2011

Testamento de siete hombres libres

Para A., J. y S., compañeros de liberación

Los siete mártires trapenses de Tibhirine

Cuando un A-Dios se vislumbra…

Si me sucediera un día (y ese día podría ser hoy)
ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar
en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia,
yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia,
recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios
y a este país.

Que ellos acepten que el único Maestro de toda vida
no podría permanecer ajeno a esta partida brutal.

Que recen por mí.

¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda?
Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas
y abandonadas en la indiferencia del anonimato.

Mi vida no tiene más valor que otra vida.

Tampoco tiene menos.



En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia.

He vivido bastante como para saberme cómplice del mal
que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo,
inclusive del que podría golpearme ciegamente.

Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez
que me permita pedir el perdón de Dios
y el de mis hermanos los Hombres,
y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón,
a quien me hubiera herido.

Yo no podría desear una muerte semejante.
Me parece importante proclamarlo.

En efecto, no veo cómo podría alegrarme
que este pueblo al que yo amo sea acusado,
sin distinción, de mi asesinato.

Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás,
la “gracia del martirio”,
debérsela a un argelino, quienquiera que sea,
sobre todo si él dice actuar en fidelidad
a lo que él cree ser el Islam.

Conozco el desprecio con que se ha podido rodear
a los argelinos tomados globalmente.

Conozco también las caricaturas del Islam
fomentadas por un cierto islamismo.
Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila,
identificando este camino religioso
con los integrismos de sus extremistas.

Argelia y el Islam, para mí son otra cosa,
es un cuerpo y un alma.

Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien
todo lo que de ellos he recibido,
encontrando muy a menudo en ellos
el hilo conductor del Evangelio
que aprendí sobre las rodillas de mi madre,
mi primerísima Iglesia,
precisamente en Argelia y, ya desde entonces,
en el respeto de los creyentes musulmanes.

Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que
me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista:
“¡que diga ahora lo que piensa de esto!”
Pero estos tienen que saber que por fin será liberada
mi más punzante curiosidad.

Entonces podré, si Dios así lo quiere,
hundir mi mirada en la del Padre
para contemplar con ÉL a sus hijos del Islam tal como ÉL
los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo,
frutos de su pasión, inundados por el don del Espíritu,
cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión
y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.

Dom Christian de Chergé†
f. Luc Dochier†
p. Christophe Lebreton†
f. Michel Fleury†
p. Bruno Lemarchand†
p. Célestin Ringeard†
f. Paul Favre-Miville†


Por esta vida perdida, totalmente mía
y totalmente de ellos,
doy gracias a Dios
que parece haberla querido enteramente
para este GOZO, contra y a pesar de todo.

En este GRACIAS en el que está todo dicho,
de ahora en más, sobre mi vida,
yo los incluyo, por supuesto,
amigos de ayer y de hoy y a vosotros,
amigos de aquí,
junto a mi madre y a mi padre,
mis hermanas y hermanos y los suyos,
¡el céntuplo concedido, como fue prometido!
Y a ti también, amigo del último instante,
que no habrás sabido lo que hacías.

Sí, para ti también quiero este GRACIAS,
y este “A-Dios” en cuyo rostro te contemplo.

Y que nos sea concedido reencontrarnos,
ladrones bienaventurados,
en el paraíso, si así lo quiere Dios,
Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMÉN!

Argel, 1 de diciembre de 1993
Tibhirine, 1 de enero de 1994
(Abierta en el domingo de Pentecostés de 1996)

Dom Christian de Chergé, OCSO

Cómo encontrar a Dios, según Helen Prejean, CSJ

Para S.

El camino más directo que he encontrado para llegar a Dios es en el rostro de los pobres y de aquellos que están luchando por salir de algún problema. A mí fue eso precisamente lo que me llevó a involucrarme en los proyectos Santo Tomás para encontrar albergue a los necesitados y después con los condenados a muerte, y, luego, con las familias de las víctimas asesinadas.

No fue sino hasta los 40 años que me di cuenta de la relación entre el Jesús que dijo ‘Estuve preso y me visitaron, hambriento y me alimentaron’, entre esto, y la experiencia de la vida real de estar en circunstancias en las cuales me enfrenté verdaderamente con personas que tenían hambre, que estaban en prisión o que padecían por el racismo que prevalece en esta sociedad. Tuve la sensación de llegar a casa. Encontrar a Dios fue como llegar a mi hogar; entonces te preguntas a ti misma: ¿Dónde habías estado toda tu vida?

Recuerdo una ocasión en que estuve en un albergue para los sin-hogar: un comedor público. Mi trabajo consistía en servir agua fresca al principio de la fila que la gente hacía para recibir el alimento. Ése fue el primer acto consciente que hice en el que tuve que estar en contacto con personas menesterosas. Se acercó un joven, un muchacho guapo, que se parecía a Mr. Joe College. Era bien parecido, rubio y de ojos azules, y la temblaba la mano al extender la taza. Me dijo en un susurro: ‘Tiene que ayudarme. Es la primera vez que vengo aquí’. Me conmoví hasta las lágrimas y pensaba: Dios mío, ¿qué hace este joven aquí? Eso te despierta una energía tremenda y dones que ni sospechas tener.

La imagen que tengo de encontrar a Dios es la de que nuestros barquitos flotan en el río. Con frecuencia se ahoga el motor. Aguardamos y nada se mueve. Y todo parece permanecer igual en nuestra vida. Pero cuando nos involucramos en una situación como ésta (para mí eso implicó involucrarme con los pobres) es como si nuestro barquito empezara a moverse siguiendo esta corriente. El viento empieza a soplar a través de nuestra cabellera, y adquiere energía y vida. Esto fue lo que me llevó directamente a la cámara de ejecuciones. Como ven, fue muy rápida la transición entre involucrarme con la gente pobre en los proyectos de albergue Santo Tomás y escribirle a un hombre condenado a muerte, para visitarlo y estar allí con él hasta el desenlace final, pues no tenía a nadie más que le acompañara. Y esa experiencia de estar allí con él es realmente la esperanza de ver actuar la vida contra sí misma: es la vida o la muerte. La compasión o la venganza. Toda la vida se destila entonces hasta su esencia.

En esa situación, experimenté una tremenda fuerza y presencia de Dios; sentí que Dios estaba presente en este hombre al que la sociedad quería repudiar y matar. Y comprendí plenamente las palabras de Jesús de que ‘los últimos serán los primeros’. Eso es lo que esas palabras significan: que Dios habita en las personas de la comunidad de las que más nos queremos deshacer. Esto es lo construye la familia humana y la comunidad de los Hombres. Pues lo que hace posible que sigan sucediendo cosas como la pena de muerte, el racismo que perdura todavía en nuestra sociedad, la opresión de los pobres, es la falta de contacto con la gente.


Para mí, encontrar a Dios es encontrar a toda la familia humana. Nadie puede quedar desconectado de nosotros. Lo cual es otra forma de hablar del Cuerpo Místico de Cristo, del que todos formamos parte.

Y siento que todos necesitamos estar en contacto con los pobres. Y que, como dijo Jim Wallis, de la revista Sojourners, tenemos que admitir, que una de las disciplinas espirituales del cristianismo (así como la lectura de la Biblia, la oración y el resto de la liturgia) es el contacto físico con los pobres. Es un ingrediente esencial. Si nunca estamos en presencia de ellos, si nunca comemos con ellos, si jamás hemos escuchado sus historias, si siempre hemos estado apartados de ellos, entonces me parece que nos hace falta algo vital.

De hecho, pienso que éste es uno de los mayores problemas de nuestra sociedad actual. Se dice que el día de más segregación de la semana es el domingo, porque las iglesias participan muy activamente en la segregación. Han incorporado ese sistema a su funcionamiento y así las personas asisten a la iglesia con otras personas similares a ellas.

La ‘parte de Dios en nosotros’ es siempre la que camina por encima, para andar sobre las aguas y correr el riesgo. Nos impulsa a ir a lugares que están más allá de lo que quiere ir la ‘parte de nosotros mismos’, que prefiere estar a salvo y segura, permaneciendo en lo confortable y lo conocido. Sólo echemos un vistazo a todos los caminos espirituales, inclusive el viaje a través del desierto, para llegar a la Tierra Prometida. Pensemos en Jesús que dice: ‘Yo los precederé en Galilea’. Concretamente pienso que este viaje hacia el interior de Dios nos traslada a hacer el viaje hacia los proyectos del albergue, los barrios pobres, las ciudades perdidas, los lugares en que la gente padece de SIDA, hacia los presos condenados a muerte, hacia las esposas golpeadas; lugares todos en donde está presente el sufrimiento humano.

Me gustaría añadir algo a todo este asunto de cómo encontrar a Dios y es que el viaje, a donde quiera que nos lleve (en mi caso, me llevó a los pobres y a los que luchan con algún problema), debe ser acompañado de una reflexión y de un ubicarse en lo más importante, lo cual se obtiene en la oración y la meditación. Es muy importante asimilar lo que va sucediendo en nuestras vidas. Yo me doy cuenta de que no puedo funcionar adecuadamente si no tengo ese sentido que me ubica en el centro de mí misma, en el alma de mi alma, de manera que yo actúe realmente desde mi interior. Y es muy importante avanzar por el propio camino, porque fácilmente somos atrapados por los remolinos de los demás en el río de la vida, y esto nos conduce a un patrón de estímulo-respuesta. Es tan factible el ni siquiera darnos cuenta de que realmente estamos siendo movidos por la visión que otros tienen de la vida, por su modo de comprender las cosas, por sus programas de vida, que nos veamos arrastrados de una corriente a otra, como si no tuviéramos timón en nuestro propio barco.


Cuando te topas con algo tan grande cómo esto, con algo que sabes que te sobrepasa (como trabajar por la justicia en el mundo o tratar de relacionar la fe con el ir contra los sistemas poderosos y afianzados) tienes la sensación de que estás haciendo tu parte. Pero entonces también necesitas ser capaz de dejar que las cosas sigan su curso, capaz de dejar que sea Dios quien rija el universo, de modo que puedas también ponerte a tocar el clarinete, que puedas estar con tus amigos o cultivar tu jardín.

Llevar una vida plena es sumamente importante. Creo que la plenitud es parte del ser divino. Pienso que no es tanto la limpieza y el orden lo más cercano a Dios, ¡lo es la plenitud! Hay que tener una vida bien integrada, hay que tener una vida intelectual desarrollada, una vida en la que haya oportunidad de leer, de pensar y de discutir diversos temas. Hay que tener una vida emocional intensa que permita ofrecer intimidad a la gente y recibirla también. Hay que cultivar amistades como se cultiva un jardín. Porque ya no hay cabida para esos ‘llaneros solitarios’ que pretenden salvar al mundo por sí mismos.


Tomado de: James Martin, SJ [ed.], ¿Cómo puedo encontrar a Dios?, trad. Guillermo Cervantes Ramírez, SJ, México, Buena Prensa, 2000. pp. 15-18.