sábado, agosto 29, 2009

‘Tu pupila azul’ de Gustavo Adolfo Bécquer

A la Helena de Troya, de pupilas azules
Amedeo Modigliani, Mujer de ojos azules, 1900.

—¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mí pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

lunes, agosto 17, 2009

Una vida por otra vida

‘El Holocausto es un valor porque condujo a un saber inconmensurable a través de un sufrimiento inconmensurable; por eso esconde también una reserva moral inconmensurable.’
Imre Kertész(1)


El viernes 14 de agosto, la Iglesia conmemora la festividad y celebra la vida no sólo de un santo, sino de uno de los más grandes héroes del siglo XX: el polaco San Maximiliano María Kolbe, OFM Conv. Su historia es bastante simple (al menos de la forma en que voy a contarla aquí, de pasada), y quizá por eso tan contundente: tras cuarenta y seis años de una vida rebosante de energía, ambiciosa, volcada enteramente a ganar el mundo entero para la causa de la Inmaculada y del Reino de Dios, fue apresado por la Gestapo y enviado a Auschwitz, que era apenas un campo como cualquier otro del archipiélago concentracionario nazi (faltaba tiempo aún para que creciera hasta convertirse en la peor industria de asesinato en la Historia).

Allí, fue esclavizado y torturado junto a otros tantos miles de hombres (disidentes, intelectuales y miembros de la resistencia polaca, en su mayoría) hasta que, un día, el Lagerführer quiso escarmentar a los presos luego de una fuga; seleccionó al azar diez hombres por cada uno de los prófugos para encerrarlos y matarlos de hambre. El padre Kolbe dio un paso al frente y pidió tomar el lugar de un hombre desconocido, esposo y padre de familia, que suplicó piedad. De esta forma, al intercambiar su vida, ese templo de Antihumanidad, de Negación absoluta, fue demolido precisamente por la humanidad y afirmación absolutas, tal y como alguna vez aconteció en el Gólgota. En un discurso pronunciado en Auschwitz mismo, Juan Pablo II dijo de él:
‘En este lugar que fue construido para negar la fe —la fe en Dios y la fe en el Hombre— y para aplastar definitivamente no sólo el amor, sino todos los signos de la dignidad humana, de la humanidad, ese hombre logró la victoria mediante el amor y la fe.
G. G. Jolly

(1) Imre Kertész, ‘El Holocausto como cultura’, en Un instante de silencio en el paredón. El Holocausto como cultura, Barcelona, Herder, 2002. p. 85.




domingo, agosto 09, 2009

A mis hermanos...

A mis hermanos:
Rodrigo Espinosa, SJ
Emilio González S., SJ
Juan Pablo Gil, SJ
Santiago Morell, SJ
Emanuel Michel, SJ
Joel Arellano, SJ

Seis hombres de una pieza. Seis íntegros seguidores de Jesús. Seis jóvenes que dejaron atrás una visión distorsionada del mundo y escogieron mirar la realidad con los anteojos de los empobrecidos. Seis cristianos que han decidido servir a la Iglesia, pueblo y jerarquía, luz y obscuridad, humana y divina, actual y eterna.


Yo creo que el problema con el mundo actual, con los jóvenes, y con esta ética light de vivir y dejar vivir es su inconsistencia, pereza y cobardía: nadie hace nada para no tener que responsabilizarse de nada y tomar decisiones difíciles. La ética real es dejarse matar por los principios. No es coincidencia que sea Sócrates el padre de la ética o que Jesús de Nazaret y los mártires cristianos sean ejemplos de integridad, fidelidad y valor.

¡Es, simple y llanamente, un gran privilegio, conocer y haber compartido el camino de la vida con seis hombres de hoy que han decidido, si hace falta, dejarse matar en la lucha por la fe y la justicia, la caridad en la verdad! ¡Eso es coraje y valentía, es entregarlo todo!

G. G. Jolly

jueves, agosto 06, 2009

Aniversario luctuoso de un grande del siglo XX

‘Quien nunca con lágrimas su pan haya comido,
quien noches pesarosas jamás haya pasado
en su lecho llorando y muy dolido,
la verdad es que no os conoce, potencias celestiales.’
Goethe


El aniversario luctuoso de hoy es el de un hombre que, si bien no ha sido inscrito aún en el catálogo de los santos (y no estoy seguro de que, al menos a causa del trámite, lo sea algún día), no me cabe duda alguna de que su vida fue la de un hombre justo, cristiano ejemplar y de enorme fe: Giovanni Battista Montini, 262º sucesor de San Pedro que sirvió bajo el nombre de Pablo VI durante quince años decisivos para la historia de la Iglesia (de 1963 a 1978) y que retornó a la Casa del Padre el 6 de agosto de 1978.

El Papa Montini brilló muy poco con luz propia, pues se trataba de un hombre humilde con la creencia de que el Evangelio estaba más cercano a la parroquia rural o a la fábrica que a las oficinas de la Secretaría de Estado vaticana o al Código de Derecho Canónico. Nunca buscó sobresalir y no gobernó mediante el encanto personal. Es por ello que se le considere un Papa ‘olvidado’, ‘aplastado’ entre figuras de la talla de Pío XII, el ‘último príncipe de Dios’; el Beato Juan XXIII, ‘el Papa bueno’; y Juan Pablo II, a quien se llama ya ‘el Grande’.Pablo VI no figura sino como un eslabón gris entre gigantes, gracias a un pontificado con mucha pena y nada de gloria, repleto de duda y de vacilación… Por el contrario: el suyo fue el que mayor influencia ha tenido en todo el siglo XX.(1)

Fue Pablo VI quien tradujo en prosa la poesía del Vaticano II convocado por el Papa Roncalli. Así, calladamente, sin aplausos, escrutando exhaustivamente su espíritu y la realidad (los ‘signos de los tiempos’), llevó a cabo una tarea casi imposible, en medio de la época más convulsionada del siglo: combinar la apertura con la fidelidad. Consiguió terminar y poner en práctica el Concilio sin dividir a la Iglesia. Reformó la curia sin alienarla. Gobernó junto con sus hermanos obispos sin dejar de ser la cabeza. Abrió el corazón eclesial a los demás cristianos y hombres de fe sin renunciar a la identidad católica. Dialogó con el mundo sin dejarse manipular por él. Alzó la voz contra la injusticia sin apuntar farisaicamente el dedo.

Con él terminó el Papado del absolutismo y la pompa. Fue el primer pontífice en visitar los cinco continentes, en exigirle al pleno de las Naciones Unidas el destierro definitivo de la guerra, en celebrar la Eucaristía en otra lengua y rito que no fueran latinos, en orar junto a ortodoxos, anglicanos y luteranos… Durante su gestión no hubo excomuniones ni ostracismos, inauguró y puso en funcionamiento más de cincuenta conferencias episcopales, nombró mujeres para cargos vaticanos, renovó el episcopado mundial, impulsó la lucha por la justicia y la opción por los pobres y promovió la puesta al día de la Vida Religiosa. Pero, sobre todo, tuvo el coraje de desilusionar al mundo secular y a mucha gente en el seno de la Iglesia (a la izquierda por ir muy lento y a la derecha por ir muy rápido), al demostrarles a todos que la Iglesia puede y debe ponerse al día al mismo tiempo que no puede ni debe deshacerse de veinte siglos de tradición y rendirse ante la moda. Es más, demostró que la Iglesia tiene incluso el deber de denunciar y e incomodar a un mundo egoísta, más preocupado por el placer que por la justicia, tal como lo hizo con sus encíclicas Populorum Progressio (1967) y Humanae Vitae (1968).

Todo esto le valió la incomprensión y la hostilidad, desde fuera y al interior de la Iglesia, lo cual tal vez no quebró su fe, pero sí su temple y su físico. Agobiado por el dolor y la soledad, con las espaldas vencidas por el peso de las Llaves, murió, no obstante, un hombre feliz que se supo siempre hijo amado del Padre y seguidor de Jesús, y así pudo entregar gustosamente su vida al servicio de sus hermanos.

G. G. Jolly

(1) Véase: Peter Hebblethwaite, Pablo VI, el primer Papa moderno, Buenos Aires, Javier Vergara, 1995.