jueves, mayo 31, 2007

‘El bienestar de la apariencia’ por Benjamín González Buelta, SJ

Sobre los EE. EE. de San Ignacio de Loyola, 56.(1)

‘¡Ay de vosotros, los que ahora reís,
porque os lamentaréis y lloraréis!’ (Lc VI, 25)


‘¡Ay de aquellos
—que saborean el dulce del azúcar en platos refinados, pero no tienen paladar para la amargura del haitiano que corta la caña;
—que miran la belleza en las fachadas de los grandes edificios
pero no oyen en las piedras el grito de los obreros mal pagados;
—que pasean en carros de lujo por las nuevas avenidas,
pero no tienen memoria para las familias desalojadas como escombros;
—que exhiben ropa elegante en cuerpos bien cuidados
pero no se preocupan de las manos que cosechan el algodón;
porque dejan resbalar sobre la vida su mirada
de turistas y no contemplan
detrás de la fachada con ojos de profeta!

¡Ay de aquellos
—que sólo ven en el pobre una mano que mendiga
y no una dignidad indestructible que busca la justicia;
—que sólo ven en los numerosos niños marginados
una plaga y no una esperanza para todos que hay que cultivar;
—que sólo escuchan en los gritos de los pobres
caos y peligros y no oyen la protesta de Dios contra los fuertes;
—que sólo contemplan lo sano, bello y poderosos
y no esperan salvación de lo más bajo y humillado,
porque no podrán contemplar la salvación
que brota en el Jesús marginado desde abajo!’


(1) ‘El primer punto es el proceso de los pecados, es a saber, traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas’.

domingo, mayo 20, 2007

Leonardo Boff sobre Benedicto XVI en Aparecida


El popular teólogo y exsacerdote franciscano brasileño, Leonardo Boff, acaba de publicar un texto llamado ‘Los silencios de Benedicto XVI’, en el que se refiere a la visita de Papa al Brasil, donde inauguró la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

Boff no es para nada uno de mis autores favoritos, pero le reconozco su genio y enorme talla intelectual; sin duda, es una de las voces que han de ser tomadas en cuenta a la hora de debatir los asuntos más relevantes que afectan a la Iglesia, a Latinoamérica y al mundo. Quisiera, a continuación, comentar algunas de las cosas que dice en ese texto.

‘Es notorio que en Brasil persisten dos tipos de catolicismo: el devocional y el del compromiso ético. El primero tiene un cuño popular centrado en la devoción de los santos, la oración y los peregrinajes, y hoy, en su forma moderna, en la dramatización mediática con fuerte contenido emocional.’

De acuerdo. Buena observación.

‘El catolicismo del compromiso ético se inspira en la acción católica y en las pastorales sociales y culmina con la teología de la liberación.’

Hasta cierto punto cierto, pero, ¿culmina con la teología de la liberación? Me parece algo exagerada la palabra culmina. Es verdad que una de las cosas positivas que retomó de la tradición judeo-cristiana la teología de la liberación fue el compromiso ético radical, en especial para con los más pobres (en un sentido muy amplio, no sólo el de la pobreza material). Sin embargo, creo que el catolicismo del compromiso ético tiene más vertientes que eso y que, dada la desactualización que presenta la teología de la liberación hoy, no ha culminado, sino que continúa renovándose en un proceso continuo de búsqueda.

‘Este modelo requiere mediaciones socioanalíticas porque está interesado, desde su perspectiva espiritual, en la transformación social.’

Sí, mas no es el único modelo. El proyecto de un ethos mundial, como el que ha comenzado Hans Küng, por ejemplo, ha de contar con la contribución de muchos católicos filósofos, científicos, teólogos, sociólogos, historiadores, laicos o religiosos, de muy diversas tendencias, interesados en la transformación social. También el debate sobre la bioética, el narcotráfico y la despenalización de las drogas, el calentamiento global… todo eso demandará la participación de la Iglesia Católica, mucho más allá de la teología de la liberación, que, además, no es una realidad extralatinoamericana (aunque bueno, en este caso estamos hablando del Brasil).

‘Yo creo que el catolicismo devocional no tiene potencialidad de transformación social, por estar volcado sobre sí mismo…’

Totalmente de acuerdo.

‘…mientras que el otro articula constantemente fe, justicia y evangelio con compromiso de liberación’.

Sí, pero, de nuevo, no me atrevería a generalizar.

‘Lo que el Papa dijo sobre la primera evangelización en Brasil, como un “encuentro de culturas” y no una “imposición y alienación” no se sustenta históricamente. La colonización y la evangelización fueron parte de un mismo proyecto, que significó uno de los mayores genocidios de la historia.’

Esto ha sido tergiversado hasta la náusea en los medios, y está manchado no sólo de ignorancia, por una parte, sino de una clase de indigenismo tan común como nefasto (a mi ver). En primera, el Papa jamás negó que, en muchos casos, el Evangelio fue impuesto mediante violencia y coerción (cosa por la cual Juan Pablo II pidió perdón a nombre de la Iglesia en el año 2000). En segunda, lo que dice es más profundo; forma parte de la teología que cultivó y difundió incesablemente como cardenal durante muchos años, la de la universalidad del cristianismo en su relación con distintas culturas. Incluso lo llegó a tratar en el famoso debate que tuvo con el titán de la filosofía Jürgen Habermas. Muchas veces afirmó Ratzinger que el cristianismo no es sólo europeo, pues fusionó lo mejor y más avanzado del pensamiento helénico, latino y hebreo, precisamente aquello que tenía un carácter universal. Se trata de la búsqueda y el sentimiento íntimo de Dios intrínsecos en todo ser humano, que afirmó el Concilio Vaticano II y que desterró la idea de eterna condenación para todos los que no abrazaran a Jesucristo como Salvador, dentro de la Iglesia Católica. ¿Ahora habrá que negar que las culturas precolombinas, atrasadas en algunos aspectos y avanzadísimas en otros, no cultivaban una noción madura de Dios, que les hizo abrazar el cristianismo de manera íntima y libre?

Otra cosa que no pretendo comentar aquí es lo de ‘uno de los mayores genocidios de la historia’, que me suena a una interpretación parcial y tendenciosa, ideologizada, de la historia del continente…

‘Es teológicamente frágil la tesis de que Dios es explícitamente imprescindible para construir una sociedad justa. Los Estados Pontificios desmienten esta tesis. La España de Franco y el Portugal de Salazar alababan públicamente a Dios y no dejaban de torturar y condenar a muerte. Lo que hace falta es un consenso ético y una apertura a la trascendencia, dejando abierta la definición del contenido, como sucede en los Estados modernos.’

No sé si sea ‘teológicamente frágil’ o no el discurso del Papa; lo dudo. Más bien, entiendo que se refieren a lo mismo desde perspectivas distintas. Por lo demás, la forma de definirlo del señor Boff me parece acertadísima.

‘Estas insuficiencias teóricas hacen que el discurso papal se deslice hacia el moralismo y el espiritualismo. Y melancólicamente repite la cantilena: no a los contraceptivos, no al divorcio, no a los homosexuales, no a la modernidad, sí a la familia tradicional, sí a una rígida moral sexual, sí a la disciplina. Tantos “no” hacen antipático su mensaje, como si no hubiera temas más apremiantes.’

Menciona un buen punto: demasiados ‘no’, que, en verdad, hacen chocante el mensaje, al menos para los medios de comunicación, con sus agendas propias. Mas no creo el Papa deba dejar de hacer énfasis en la doctrina tradicional de la Iglesia, tan olvidada e ignorada (aunque caiga pesada). Puede que sí haya temas más apremiantes en América Latina, como la Iglesia ignorante y en crisis, las enormes injusticias sociales y la violencia. Sin embargo, uno de los enormes defectos de la teología de la liberación es que se centró tanto en la justicia social que también se le olvidó el proceso de la secularización, y así la posmodernidad la alcanzó. Ahora, no sólo las injusticias siguen allí, sino que hay nuevas estructuras de pecado social que cuestionan la razón de ser y los fundamentos mismos del Evangelio. ¿Cómo ha de haber liberación evangélica si la sociedad de hoy ya no cree en el Jesús liberado, histórico, redentor?

‘Hay silencios significativos en los discursos del Papa: sólo una vez se refirió a las comunidades de base, una vez a la opción por los pobres, una vez a la liberación, nunca a la teología de liberación y a las pastorales sociales, nunca al gravísimo problema del calentamiento global.’

Aquí creo que Boff peca a la vez de injusto y de ingenuo. Porque Benedicto XVI no es Pablo VI, ni mucho menos, Gustavo Gutiérrez o Leonardo Boff. Le está pidiendo peras al olmo. Además, creo que menosprecia los fuertes llamados éticos que hizo el Papa a la juventud o la clara denuncias a las estructuras de injusticia, al contrario del padre Ernesto Cavassa, SJ (otro de los izquierdosos e ‘imbéciles’ vilipendiados por la fundamentalista, pedante, ignorante e insoportable ‘cigüeña’), quien reconoció que el Santo Padre ha puesto la dimensión social y política del Evangelio en el centro de Aparecida, al igual que en su encíclica Deus Caritas est(1). Y sí se refirió al deterioro ambiental, de las selvas en específico. Quizá no mencionó el calentamiento global en Brasil, pero lo ha hecho en Roma. Ésa me parece una crítica gratuita.

Finalmente, algo con lo que estoy en absoluto desacuerdo con Boff, por su peligro y radicalidad desmesurada:

‘El catolicismo brasileño y latinoamericano, para estar a la altura de los tiempos actuales, exige el coraje que tuvieron los primeros cristianos: abandonaron el suelo cultural judaico de Jesús y se insertaron en el suelo pagano helenista. De esa inserción nació el cristianismo actual, que es una expresión del Nuevo Testamento, no del Antiguo.’

En un excelente escrito sobre las relaciones judeo-cristianas, el cardenal Carlo Maria Martini condenó con mucha fuerza nada más ni nada menos que ese abandono, llamándolo ‘el primer gran cisma de la Iglesia’. Según él, fue precisamente esa ruptura la que privó al cristianismo de su más grande fundamento ético-social: el Antiguo Testamento. Esa sensibilidad ante la realidad terrena, la injusticia social y la sensibilidad hacia los problemas comunes de la gente que tanto proclaman Boff y la teología de la liberación estuvieron ausentes durante muchos siglos en el cristianismo a causa de la ruptura radical con el manantial de la tradición judía. No creo que sea buena idea cometer el mismo error otra vez, siendo que aún no se ha resuelto el primero.
(1) v. Ernesto Cavassa, SJ, ‘Un mensaje alentador’.

G. G. Jolly

miércoles, mayo 16, 2007

‘Preludio a la V CELAM’ por Carlos Ignacio González, SJ

‘Por muchos siglos pareció que a la Iglesia no le bastaba la unidad de fe y de gobierno; sino que, para proteger su identidad católica, al menos en el mundo occidental, uniformó lo más posible sus instituciones y prácticas. Aparentemente, más que la unidad, se buscaba la uniformidad. También se resintieron de tal tipo de igualdad incluso los pueblos evangelizados por las misiones en el Oriente, por ejemplo en India, Japón y China. Un signo ilustrativo puede ser el uso de la lengua latina en la liturgia en todos los países en que la Iglesia de Occidente tenía un influjo más inmediato: ¿qué podrían comprender los fieles? Más grave aún era la estructura tan estandarizada y tradicional de sus prácticas pastorales y de gobierno que se volcaban simplemente desde el centro de la cristiandad sobre las Iglesias particulares. Pareciera que éstas, por lo mismo, no necesitaran de una reflexión que las llevase a una constitución interna y a una práctica pastoral que respondieran a los problemas y culturas de sus pueblos.

Se sentía en el ambiente que tal situación era cada vez menos sostenible. Era claro que la Iglesia estaba muy desfasada de la mentalidad del mundo, que en los últimos siglos corría por los carriles de un humanismo centrado en el Hombre (ya no en Dios, como en la Edad Media), en la igualdad entre los seres humanos, en su libertad y en la promoción de sus derechos. Un “régimen de cristiandad” ya no cabía en el mundo. Fue el motivo que movió a Juan XXIII a convocar, el 25 de enero de 1959, el Concilio Vaticano II. Por primera vez en la historia de estos sínodos universales, el Concilio no se reunió para aclarar algún problema de la fe, sino para que la Iglesia se mirase a sí misma como en un espejo, a fin de reflexionar en su propia identidad para renovarse a favor de las necesidades de los seres humanos. El Papa, desde el discurso inaugural del Concilio, lo encauzó hacia liberar la Iglesia de muchas estructuras sobreañadidas a través de los siglos, para acercarla más al servicio de la Humanidad que le señala el Evangelio: más servidora que señora, menos encerrada en sí misma y más apostólica, menos cercana a los sistemas de poder en este mundo y más solidaria con los pobres, con la mirada menos puesta en su interior y más en la misión, menos cerrada en su propia verdad y más abierta al diálogo con los seres humanos y sus culturas.

Pero este sueño de Juan XXIII no creció como una rosa en el desierto. Unos años antes, con la gozosa aprobación del Papa Pío XII, nuestra Iglesia en América Latina había empezado a tomar conciencia de su propia identidad y de su situación y papel dentro de la Iglesia universal. Incluso podía enriquecerla a partir de su honda experiencia de la fe de su gente, vivida desde sus propias culturas, como respuestas sus modos de ser en cada uno de los pueblos, y a sus problemas comunes, diversos de los de los otros continentes.

No era la primera vez en la historia en que América Latina trataba de vivir a su manera la fe universal de la Iglesia. En el siglo XVI, después del Concilio de Trento, trató de aplicarlo a la propia realidad a través del III Concilio Límense (1582) y del III Concilio Mexicano (1585). Y a fines del siglo XIX, en 1899, el I Concilio Plenario de América Latina convocado por el Papa León XIII llevó a cabo un primer intento de reflexión sobre los problemas con los que se topaba la evangelización de nuestros pueblos.

Aunque este primer concilio había recomendado que los obispos se reunieran en conferencias regionales o nacionales para reflexionar en sus problemas comunes, lo habían hecho sólo en casos particulares y esporádicos. En 1952 se fundó la primera conferencia episcopal permanente, en Brasil. Su dinámico secretario fue monseñor Hélder Cámara, a quien tocó organizar la preparación de la primera Conferencia General del Episcopado de América Latina. Ésta se llevó a cabo en Río de Janeiro en 1955, con la incondicional aprobación y apoyo del Papa Pío XII. A partir de ella renació con nuevos bríos la Iglesia en este continente: entre 1956 y 1959 se creó la mayor parte de las conferencias episcopales de nuestros países, y, como fruto inmediato, nació el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), programado por los obispos reunidos en Río.

Aprobado por el Papa, quedó fundado el 2 de noviembre de 1955. Este juvenil entusiasmo de la Iglesia en América Latina ha ofrecido una aportación a toda la Iglesia extendida por el mundo.
Los obispos advirtieron que nuestros pueblos están hermanados en muchos valores y lacras, comparten situaciones y culturas parecidas, de modo que sería muy útil reflexionar en ellos de manera unificada, para ofrecerles situaciones conjuntas y preparar los proyectos de pastoral de conjunto. Fue la razón de crear CELAM como un centro de servicio, a fin de que coordine los estudios sobre los problemas comunes y sugiera las posibles respuestas, para que unifique los esfuerzos de las conferencias episcopales de los varios países, y prepare las eventuales conferencias generales de nuestra Iglesia regional.

Su Santidad Benedicto XVI ha aprobado la celebración de la V Conferencia General, que se celebrará [...en Aparecida, Brasil, en mayo] 2007. Sería muy deseable ir preparando nuestro espíritu para acoger los rumbos que el Señor señale a nuestra Iglesia en este evento. Para este fin invitamos a nuestros lectores, desde un mirador panorámico, a echar una mirada veloz a las anteriores conferencias y a las guías que han dado a la América Latina para seguir a Jesús, nuestro Camino, a fin de cumplir la misión a la que la fe nos apremia. En los breves artículos siguientes hallaremos los trazos esenciales (aunque descarnados) de las rutas a seguir sobre los diversos temas que nos preocupan en la Iglesia, y que hasta el momento nuestros obispos han trazado.

Deseo prevenir a los lectores con dos advertencias: primera, que no todas las 4 conferencias hasta hoy celebradas han tenido la misma estructura ni las mismas preocupaciones, porque tampoco no han centrado su atención en las mismas necesidades de nuestro continente; ni desde el principio han contado con una idéntica mentalidad o con la ayuda de los mismos instrumentos, incluso de los teológicos. Piénsese, por ejemplo, que los obispos reunidos en Río de Janeiro en 1955 no tuvieron aún la iluminación del Concilio Vaticano II. Cada una que las conferencias ha respondido a un momento histórico de nuestro pueblo, y por lo mismo es muy dispar el valor que damos a la intervención de cada una de ellas en los temas que estudiamos.

[...]

Concluyo este preludio con una reflexión de conjunto, de un conocido colaborador de la CELAM:

“Es innegable que los obispos latinoamericanos han tenido un corazón sensible para escuchar y asumir las voces de nuestro pueblo. Ellos han sabido interpretar sus anhelos y hacerse eco de sus esperanzas. Nuestro episcopado ha simbolizado y traducido la vida de toda la Iglesia en América Latina. Aquí radica uno de los fundamentos del Magisterio de nuestros pastores eclesiales. Él ha sido fruto de la profunda sensibilidad de nuestros obispos por las condiciones de vida del pueblo humilde y sus expectativas de liberación”.(1)

[...]

En el Seminario Mayor “San José”, de la Arquidiócesis de Guadalajara, 14 de enero de 2006.

(1) Cadavid Duque A., ‘Historia del Magisterio episcopal latinoamericano. Visión sintética de Río, Medellín, Puebla, Santo Domingo’.

Tomado de: Carlos Ignacio González Jiménez, SJ, Seguir a Jesús en América Latina. Rutas de las cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, México, Buena Prensa, -2006. pp. 7-11.

miércoles, mayo 09, 2007

Sobre el aborto en México (II)

Hace un par de semanas, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, la capital del país, aprobó la propuesta de ley que despenaliza el aborto hasta la 12ª semana, sin motivos especiales. Hasta ese momento, sólo era posible recurrir a un aborto legal en cuatro circunstancias: riesgo de vida para la madre, malformación congénita del feto, embarazo producto de una violación y ‘resultado de una conducta culposa de la mujer embarazada’ (¿alguien tiene alguna idea de qué rayos significa eso?).

Es un hecho: los ‘valores’ (¿pseudovalores?, ¿antivalores?) de la posmodernidad han alcanzado México, para bien y para mal. En el Distrito Federal ya son legales el aborto y las ‘sociedades de convivencia’ (que reconoce ante la ley a las uniones familiares de facto, sean del tipo que sean). Y, si no me equivoco, algunos asambleístas capitalinos ya han amenazado con introducir una propuesta de ley sobre la eutanasia. Incluso, en el mismo lapso de tiempo, se aprobaron las dos leyes mencionadas y el fotógrafo estadounidense Spencer Tunick batió récord, retratando a 18 mil mexicanos desnudos en el Zócalo, la plaza mayor, de la Ciudad de México. Así, en unos cuantos meses, México se ha hecho consciente, de manera pública y abierta, de temas que generan polémica y que estaban vedados por la hipocresía y cierto puritanismo malsano. Finalmente, se rompieron los tabúes y las cosas se discutieron a la luz, como debe hacerse en toda sociedad libre. Esto es importante, ya que la Ciudad de México no es sólo la capital del país, sino su centro neurálgico, político, social, económico y cultural: lleva la delantera en las discusiones políticas del país y lo que se discute en ella se convierte prontamente en un debate nacional.

En este espacio, sin embargo, quiero destacar el nefasto papel que la Iglesia Católica mexicana tuvo en el debate de las legislaciones sobre el aborto y las ‘sociedades de convivencia’. Tal como predije en la primera parte de este escrito, la Iglesia sufrió la primera de una serie de inevitables derrotas, despeñándose miserablemente por el acantilado que está en el camino que ha de llevar a México hacia el siglo XXI. Guiada por el cardenal Norberto Rivera Carrera, titular de la Arquidiócesis de México y primado de la nación, la Iglesia (o, al menos, ciertas instituciones y sectores de ésta) tomó el debate sobre el aborto como una declaración de guerra y una cruzada a favor de la vida. No hubo casi apertura al diálogo honesto y abierto, muestra alguna a la tolerancia y al entendimiento del otro; es más, ni siquiera hubo respeto. Resultó muy claro que uno de los peores males del mexicano, la intolerancia y el nulo respeto por la ley o por el derecho del otro a disentir (que tan claramente vimos en el 2006 durante el acalorado conflicto postelectoral), existe, arraigado, en el seno de la Iglesia mexicana.

En las sociedades verdaderamente democráticas, es decir, en aquellas sociedades donde los asuntos se debaten pública y abiertamente, con leyes claras y dentro de marcos institucionales, ningún debate puede ser legítimo (y, obviamente, llegar a nada) si no es mediante el respeto por el otro y la tolerancia hacia su derecho a no estar de acuerdo, tal como menciona Federico Reyes Heroles: ‘la democracia supone que durante la discusión unos y otros se comporten como “animales domesticados”, es decir que no agredan a las contrapartes, que respeten las diferencias. No ha sido así. En todas y cada una de estas discusiones ha habido grupos radicales que recurren a la violencia igual en contra de Serrano Limón que de los asambleístas de la capital. Violencia light que es violencia’.(1)

La Iglesia mexicana, instada y coordinada por su jerarquía, comenzó el ‘debate’ (más bien, respondió a la propuesta de debate) con amenazas de excomunión. Jamás ofreció espacios propios de discusión ni propuso alternativas viables para analizar el problema y elaborar una solución conjunta a partir de allí. Cayó en la descalificación y la confrontación; luego, tomó las calles de la misma forma aberrante que el ‘Mesías Tropical’ el año pasado: socavando las instituciones democráticas y el estado de derecho al remplazar el diálogo con las consignas callejeras y la mesa de diálogo por las aceras unilaterales.

Excomuniones, amenazas, insultos, pancartas que rezaban: ‘¡Cobardes!, ¡Asesinos!’... Ejemplos claros de que el ocaso de la Iglesia tal como la habíamos conocido ha llegado al segundo país católico del mundo, al bastión guadalupano, en gran parte debido a la misma Iglesia, cuya jerarquía, al parecer, no ha comprendido aún el sentido del Concilio Vaticano II: ‘liberar la Iglesia de muchas estructuras sobreañadidas a través de los siglos, para acercarla más al servicio de la Humanidad que le señala el Evangelio: más servidora que señora, menos encerrada en sí misma y más apostólica, menos cercana a los sistemas de poder en este mundo y más solidaria con los pobres, con la mirada menos puesta en su interior y más en la misión, menos cerrada en su propia verdad y más abierta al diálogo con los seres humanos y sus culturas’.(1)

Es un hecho que la voz de los obispos latinoamericanos ha perdido volumen y contundencia en los últimos años, por dos razones principales:

La primera, porque provienen, en su mayoría, de un clero ignorante y de deficiente formación, por lo que desconocen o no saben cómo asimilar los valores de la democracia liberal y del capitalismo contemporáneos, ni sus ventajas ni desventajas. La Iglesia latinoamericana, acostumbrada tanto tiempo a vivir en medio de regímenes autoritarios, a veces oprimida y otras consentida por los mismos, no ha hallado su papel en la transición a la democracia pluralista y la economía de mercado del continente. Por lo tanto, tampoco ha ayudado a aminorar las deficiencias de dicho sistema ni a potenciar o encausar sus virtudes. Así, países como Venezuela, Nicaragua o Bolivia han caído en las recetas populistas del pasado, gracias a que la empobrecida gente se siente abandonada y desesperada.

La segunda, que los pastores de la Iglesia Latinoamericana tienen muy poco o nulo contacto con las necesidades reales de su grey. Y en esto tiene bastante culpa Roma, que ha buscado la ortodoxia doctrinal y la uniformidad de liderazgo por sobre la autonomía de las distintas iglesias. No estoy diciendo que la uniformidad doctrinal, cuya referencia principal sea Roma, sea del todo mala, pero los obispos mexicanos y su clero tienen poca iniciativa y ni siquiera son buenos difusores de la doctrina del Magisterio Romano, por bien formulada que ésta pueda estar. El mejor ejemplo de ello es el debate del aborto, cuyo tono y profundidad se parecía a todo menos a la encíclica de Juan Pablo II El Evangelio de la vida o a la doctrina contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica. Se asemejaba más, en cambio, como lo percibió la enorme mayoría de los periodistas, ensayistas e intelectuales seculares, a una obstinación fanática y a una medieval e inquisitoria cruzada.

Siendo la Iglesia Católica quizá la más importante y determinante de las instituciones de América Latina durante su historia, es poco esperanzador cómo la ignorancia de su jerarquía y de su grey, una completa falta de cultura autocrítica y democrática, han hecho que fallara en los retos que la han enfrentado las décadas pasadas: la escasez de sacerdotes, la deficiente formación de los pocos que tiene, la obstinación en modelos eclesiales caducos, la prioridad de lo meramente cúltico y ceremonial, la difusión defectuosa de su doctrina moral y social, la insensibilidad hacia las necesidades reales de la gente, falta de diálogo ecuménico con las otras confesiones y con el mundo secular, incongruencia para promover la íntegra defensa de los derechos humanos, etcétera.

En los albores del siglo XXI, el ocaso eclesial de la Iglesia Americana es menos evidente que el de la Iglesia Europea, pero tal vez igualmente inevitable. Aun con los golpes que el Espíritu y la iniciativa de un pontífice implacable que se puedan presentar en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida, Brasil, una jerarquía sin brújula, una Iglesia-pueblo poco educada, estructuras eclesiales torpes y pesadas y un mundo cada vez más ateísta, secularizante, laicista, relativista, narcisista y hostil a la ‘Gran ramera de las siete colinas’, es muy probable que veamos, en los próximos 50 años, la contracción y purificación de la Iglesia, minoritaria y algo más dinámica, como ya se vislumbran hoy las Iglesias europeas y norteamericanas. Y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella, sí, mas no viviremos para ver la futura expansión y el nuevo amanecer la barca de Pedro en el futuro lejano.

(1) Federico Reyes Heroles, ‘¿Cobardes?’, 24 de abril de 2007, en El siglo de Torreón.
(2) Carlos Ignacio González, SJ, Seguir a Jesús en América Latina. Rutas de las cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, México, Buena Prensa, 2006. p. 8.


G. G. Jolly