jueves, septiembre 06, 2007

El mundo pierde la luz de una gran Estrella...

Ha fallecido uno de los artistas más grandes de todos los tiempos, el tenor italiano Luciano Pavarotti (Módena, 1935 - íd. 2007), cuya figura dominó los escenarios de teatros de ópera y la arena pública popular durante todo el último cuarto del siglo XX.

Era una máquina de cantar, todo voz, que parecía dar las notas sin esfuerzo, una leyenda viviente. Tal vez, después de Caruso, sea la voz del siglo. Destaco también su labor humanitaria y filantrópica, su difusión de la cultura y la ópera a multitudes. Su aparición en 1990, en Roma, junto a José Carreras y Plácido Domingo, durante el primer y legendario concierto de 'Los tres tenores' fue un evento televisado y visto por millones de personas a nivel mundial y se convirtió en el disco clásico más vendido en la historia. Gracias a él, la ópera se volvió pop, para bien, para hacerla llegar a la juventud y sacarla de los teatros.

Me duele mucho que lo hallamos perdido y me siento en verdad triste. Por fortuna y a diferencia de las súperestrellas de otros siglos, nos quedan sus magníficas grabaciones en audio y video. Vive para siempre en nuestra memoria, en su legado de arte y bondad, y le canta ahora a Aquél que le hubo regalado esa voz sublime... Descanse en paz, Luciano Pavarotti.

G. G. Jolly, nSJ



'Una furtiva lagrima', de la ópera L'elisir d'amor, de Gaetano Donizetti.

lunes, septiembre 03, 2007

‘Cómo vivir la vida’ por San Alberto Hurtado, SJ


‘Limosnero en bien de pobres,
trotador de los niños, sus niños.
Buscador.
No entre plantas floridas,
sino en la espesura del egoísmo.
Rara sencillez de hablar mágico.
Ya no trajinas por tus chiquitos.
Duerme el que mucho trabajó.
No te duermas, Chile. No.
Si duerma dulcemente él sin sobresalto,
memoria sin angustia de la chilenidad.
Criatura y ansiedad suya, todavía’

(basado en un escrito de Gabriela Mistral).

En el silencio de la noche, me detengo a reflexionar. El ajetreo y la rutina hacen perder la orientación de nuestra vida.

La lucha por la existencia, la competitividad de nuestro trabajo, la búsqueda del éxito económico para nuestras familias, son realidades que terminan por agobiarnos. El Mundo enfrenta grandes problemas materiales.

Niños que crecen sin sentir la cercanía y el apoyo de sus padres. Jóvenes sin oportunidades de realizarse. Grandes grupos de empleados, cuyos sueldos no les permiten afrontar las necesidades de sus familias. Sometidos a este ritmo, ya no comprendemos el sentido de nuestros actos. Estudiar para trabajar y educar a nuestros hijos, para que ellos puedan estudiar, y trabajar, y descansar. Es un remedio que toma fuerza con el tiempo. Y nos centra en nosotros, alejándose de los demás.

¿A cuántos vi, pero no miré? ¿A cuántos oí, pero no escuché? En la trama de la vida hay algo oculto, que nos tiene insatisfechos. Tratamos de alcanzar un éxito que no es más que la sombra de la realización verdadera. ¿Vale la pena vivir para luchar de esta manera, y defenderse por todos lados?

Hay que dar a la vida su verdadero sentido. Hacerla profunda, fecunda, feliz. Inspirada en grandes ideales. Entregada a los demás. Seamos como la naturaleza: ella es toda grandiosa. Aspiremos a ser heroicos como la flor que en el desierto crece, a la menor seña de agua. Estos ideales significan desinterés, generosidad, sacrificio. En lo grande y en lo chico. En el estudio, en nuestro trabajo, en los juegos, en las instituciones, en las labores de la casa, en la vida familiar. Que cada acción sea la proyección de un ideal.

No nos quedemos en ser un antialgo. Comprometámonos con la causa de los demás, entregando lo mejor de nuestras capacidades. Menos palabras y más obras. La vida no se piensa ni se esquiva. Hay que arriesgarla entera. Puesto que toda construcción humana flaquea cuando su base no está en Dios, nuestros ideales deberán ser un espejo de Su voluntad. De Él nos viene la vida, la fuerza y la energía para vivirla. No estamos solos, contamos con Él.

Debemos vivir la vida con alegría, inundando de sol a los demás. No olvidar ni evadir las dificultades, sino encararlas con confianza y optimismo. El regalo de nuestra sonrisa enriquece al que la recibe. Y nadie es tan pobre que no pueda darla. No hay problema que no tenga solución, si empeñamos todo nuestro esfuerzo y tenemos fe en el Señor. Y cómo no hacerlo. Si la vida está llena de belleza. Lo simple, lo gratuito, los delicados gestos de nuestro planeta, están llenos de hermosura. Fe en Dios y en los demás, sin desalentarnos.

La confianza en los demás se propaga tal como la vida cuando el viento sopla llevando el polen germinal. Así venceremos al egoísmo, y nacerá el amor. Es este sentimiento, sencillo, desinteresado y responsable,, que debe mover toda nuestra vida. Amor bueno y divino. Concreto, silencioso, respetuoso, sutil. Profundo y comprometido.

El amor nos hace descubrir que la forma de dar solución a los problemas de pareja no es echando pie atrás a la palabra comprometida, sino encarándolos y buscando el encuentro. Porque el amor jamás usa la palabra ‘yo’, sino ‘tú’. Debemos cultivar su misterio y aumentar nuestro compromiso. Los talentos que hemos recibido son para trabajar y ponerlos al servicio de la gente. No podemos, como el Señor, multiplicar los panes, pero sí trabajar en aliviar los sufrimientos humanos. Especialmente, los de los más pobres, porque en ellos está Cristo. Porque ellos son Cristo.

Mis críticas no valen nada si no ayudé a mi compañero, si no colaboré con mis vecinos, o no consolé al enfermo. En fin, si no compartí con quienes más nos necesitan. Dar, darse siempre, hasta que duela. Hasta que se nos caigan los brazos de cansancio. Que no acabe nuestra vida sin haber hecho algo concreto por los demás.

Somos cristianos. No podemos eludir. Nuestra misión es revolucionar la sociedad con el Evangelio. Nuestra entrega debe ser precisa y concreta. Cuando busquemos soluciones a los problemas, hagámoslo seguros de no generar buenos conflictos. Somos seres de paz. Nuestra voz debe sentirse firme cuando asome la violencia. En el servicio a los otros está el umbral de la justicia.

Cuando aparezca la duda, nos llene de angustia una situación, o volvamos a la rutina de ayer o de hace un año, deberemos preguntarnos: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Y con inmenso valor, arrojar la red, lanzarse a realizar el plan de Cristo, por más difícil que parezca. Dar a cada problema la solución que Cristo daría. Actuar como Él. Vivir la vida con lo bueno y lo malo, dándome cuenta de que el Señor y yo somos uno, que trabajamos juntos.

¿Cómo vivir la vida?
Siendo como Él…

¡Contento, Señor, contento!