martes, mayo 10, 2011

Sobre la marcha nacional por la paz


Lo que me gustó de la marcha (mi primera y espero que última) es que el dolor de un poeta marginal haya podido convocar una marcha de semejantes proporciones y diversidad. Sí, había muchos grupos 'radicales' con las mismas propuestas 'tontas' de siempre, pero algo me quedó claro ayer: tengan razón o no, sus agravios son legítimos, sus problemas no han sido resueltos aún y sus propuestas (con las que podemos estar de acuerdo o no) no han podido materializarse (por uno u otro motivo) en iniciativas legales. Lo que han dicho algunos columnistas o intelectuales, repitiendo las críticas de siempre contra el populismo de la izquierda mexicana y la 'democracia totalitaria' de los mítines multitudinarios, suena muy bien. Es la respuesta sensata de siempre: los cambios suceden a través de la vía legal, institucional, lenta pero genuinamente democrática. Yo solía estar de acuerdo con eso, pero hoy ya no estoy tan seguro.

¿Pueden, en el punto actual de las cosas, resolverse tantos y tan graves crímenes y agravios de forma institucional? ¿No pasamos ha mucho esas circunstancias, como que el Congreso legalizara las drogas, regulara los monopolios, propuesiera una Reforma integral del Estado, los partidos y las finanzas públicas? Ante semejantes problemas que se agravan cada día en circunstancias cada vez más difíciles (no estamos ya en tiempos de Fox, cuando, mal que bien, había estabilidad económica, 'boom' petrolero, esperanza de renovación institucional), ¿se puede esperar un cambio desde dentro de las instituciones? ¿De verdad México se puede renovar desde los medios de comunicación convencionales, desde los partidos políticos concretos, de las elecciones y las 'reformas'? Sí, así debería ser, porque así se hacen las cosas en una democracia verdadera. Pero, tal como decía Ignacio Ellacuría, SJ en los años ochenta sobre El Salvador: 'Los salvadoreños llevan medio siglo eligiendo libremente a sus gobernantes y no han mejorado en nada su situación: siguen muriendo de hambre y siguen siendo asesinados. ¿Con qué cara les podemos pedir que sigan yendo a las urnas?'. Quizá se le pueda pedir a Sicilia o a Wallace que esperen a la democracia y su lento actuar, pero ¿qué hay de las Abejas de Chiapas y otros grupos indígenas? ¿Cuánto llevan ya esperando a que los 'cauces institucionales' resuelvan algo? Yo, al menos, no veo claro cómo pueda reformarse el sistema político desde el sistema actual de partidos. Y sólo hace falta, para confirmarlo, ver los nombres de la gente que ambiciona la Silla para el 2012. Preguntémonos sinceramente, ¿qué puede esperarle a un hombre honesto y honrado que se afilie a los partidos existentes?

Así como es fácil que la marcha, tan variopinta y multitudinaria, rebasara sus propios fines y cayera en el lugar común, lo mismo pasa con quienes, aprovechándose de eso, caen en la tentación de ignorar el trasfondo y las motivaciones que uno podía respirar al nivel de la calle: hay mucha, mucha gente que, por distinta que pueda ser y por diferente que pueda pensar, tiene algo en común: se siente agraviada, enojada y, sobre todo, impotente. Verla simplemente como una marcha contra Calderón y a favor de pactar con el narco es inadecuado e injusto (en dado caso, fue la señora Wallace la que culpó a las autoridades del asesinato de su hijo). Pero algo está claro: la gente que marchó está, en el mejor de los casos, sumamente decepcionada de las autoridades, comenzando por el presidente, que inició una ‘guerra’ frontal (quizás, eso sí, impostergable) contra el crimen organizado, por razones equivocadas, sin consultar a nadie, con una estrategia errónea (y los militares concuerdan), métodos equivocados y resultados funestos. Sí, claro que Felipe Calderón no ha torturado y mutilado a nadie con sus manos, pero ¿cómo puede pretender (él o sus defensores a ultranza) que no es responsable del desastre ya acaecido (¡35 mil muertos!) y del fracaso de su estrategia? Que lo niegue y se empecine en continuar es indignante y, me atrevo a decir, pecaminoso: demoníaco. Si nadie clamó contra el crimen organizado, los secuestradores y los asesinos es porque a ellos no puede exigírseles cuentas de nada, replanteamientos estratégicos, legalidad de ningún tipo. El crimen y la violencia se alimenta y se reproduce en sí mismo: allí no hay nada que hacer, salvo pedirles (aunque hagan caso omiso) que su crueldad no sea gratuita, que respeten a los ‘civiles’. En cambio, sí se le puede reprochar a Calderón, por quien muchos de los asistentes a la marcha votamos en 2006, que no estaba en sus promesas de campaña ninguna ‘guerra’, que la inició sin tener los medios adecuados (la cooperación municipal y estatal de la que se queja), que, simple y llanamente, cometió un error tras otro y que le ha legado, en la práctica, una ‘guerra civil’ a México.

Ahora bien, hay una cosa más que quisiera yo decir. Sicilia es, a todas luces, un ingenuo políticamente: ésa es su mayor cualidad y más grande defecto. Él, a diferencia de Martí, Vargas o Wallace, no proviene de la oligarquía económico-social mexicana: es un poeta relativamente poco conocido sin pretensiones electorales o económicas, católico sencillo, automarginado por convicción. Hay quienes han insinuado que lo que está haciendo es porque quiere vender más libros y obtener un ‘hueso’ en la política. Son gente que ignora de dónde viene, cómo es y que a su hijo y sus amigos los secuestraron, molieron a golpes hasta desfigurarlos y asfixiaron con bolsas de plástico. ¡Claro, todo por unos cuantos libros más y una alcaldía de pacotilla! Yo creo que lo que molesta a esta gente, más que el que no tome los ‘cauces institucionales’ (¡porque no tiene dinero ni influencias, que es lo único que puede mover los cauces institucionales para hacer oír y valerla propia voz en este país!), es que se ha atrevido a ir más allá, decir que no cree en esos cauces, porque están infestados e infectados de los mismos males que dicen combatir. Y peor aún: él, como un simple poeta que preferiría estar en Cuernavaca, escribiendo, orando y viendo crecer tranquilamente a su hijo Juan, ha tocado las fibras de los pobres, los zapatistas, los jóvenes, los ‘marihuanos’, los gays y tantos otros grupúsculos que la misma oligarquía institucional quisiera desaparecer. En el fondo, que Sicilia no sea un Martí o un Wallace le pesa a la gente 'bien', como Martí o Wallace, porque las marchas son de mal gusto, para los ‘nacos’ y los ‘radicales’, para aquellos que no creen en las instituciones (porque las instituciones los han despreciado toda la vida).


Qué bueno que Javier ha tenido toda una vida de cristianismo arraigado y de profunda mística personal. Sea lo que sea que pase, es para estos acontecimientos que Dios le había concedido tanta gracia.

G. G. Jolly