‘Resurrección’ (fragmento) de Javier Sicilia
A +Carlo Maria cardenal Martini, SJ, in memoriam.
G. G. Jolly
Porque tú estás aquí,
y nunca, Mi Señor, jamás te has ido;
porque estás siempre en Ti
y en Tu amor no hay olvido,
ni distancia, ni tiempo dividido;
porque en tres, siempre en tres,
se cifra Tu presencia y tu misterio
y no hay noche o revés
que destruya el imperio
con que grabas al mundo Tu cauterio,
alégrense en el cielo
el coro de ángeles y jerarquías
y descórrase el velo
de las sombras vacías,
del secreto y las vastas geometrías;
alégrense la tierra,
el corazón del grillo entre los huertos
y la noche que encierra
los mudos desconciertos,
alégrense los huesos y los muertos;
alégrense los árboles,
el incendio del verde en las colinas,
las terribles catástrofes
del mar en las neblinas,
el hierro de la luz en las salinas
nocturnas y distantes en la noche;
alégrense las fábricas,
la sirena en la niebla de los puertos,
el chirriar de las máquinas,
los sonidos más yertos
de engranes y poleas, los desiertos
de la herrumbe y el óxido;
alégrense la Iglesia, los edictos
papales y sus códigos,
la sed de los convictos,
la ley y sus desnudos veredictos;
alégrense el Nirvana,
la noble sinagoga y el salmista,
la salmodia que emana
de la blanca mezquita,
el mantram del hindú y del budista;
el tótem del pielroja,
la enjoyada liturgia del Oriente,
la Biblia y cada hoja
del salterio, Occidente,
sus Iglesias que guardan el luciente
legado de los siglos
en las húmedas bóvedas del templo;
los monstruos, los vestigios,
los santos y su ejemplo
y la cantera-luz del antetemplo
donde aguardan aquellos
que no se sienten dignos; sí, alégrense
descórranse los sellos
y enciéndanse los trébedes
del alma y en silencio celébrense
las bodas del amor
con lo Divino.
Alégrense el dolor
y la oscura agonía
del enfermo, la sed y la apatía,
la epilepsia y su fárrago,
el cáncer obediente a su miseria;
alégrense el escándalo
febril de la difteria
y el constante morir de la materia;
alégrense en Ti mismo
la muerte de mi padre y lo creado,
el humilde ostracismo de morir, lo increado;
alégrense en Tu amor transfigurado
los vientres y la entraña,
la vida que florece a cada instante;
el monte, la campaña,
el grito de la amante
y su desnudo cuerpo ya llameante,
porque Tú estás aquí
y ésta es la noche más oscura, la primera;
es la noche que en Ti
nunca tuvo frontera
y estaba desde siempre y en Ti era;
la noche en que creaste,
del gozo de mirarte, cada cosa,
y en Ti mismo Te amaste,
oh luz más misteriosa,
desierta soledad más luminosa;
la noche en que vaciaste
Tu Ser y el cielo, oh Dios, quedó vacío;
la noche en que encarnaste
Tu Amor, Amante mío,
la de la espera, el goce, el desafío;
la noche en que se junta
Tu Divina Presencia con la tierra
y a solas nos pregunta,
nos desnuda, nos hierra,
nos abandona en vilo y nos aferra;
es la noche del paso,
del dolor y el silencio más agudo,
la noche en que el fracaso
entró en la luz desnudo,
la noche en que la muerte ya no pudo
beber de su misterio
soterrado, de su boca de abismo,
de su negro cauterio;
la noche en que Tú mismo
venciste de la sombra su mutismo;
es la noche en que a espaldas
de los hombres, inerme ante lo oscuro,
en la roca que escaldas,
en la fosa y el muro
donde el gusano roe y no hay conjuro
que nos salve el pellejo;
la noche de la espera desolada
do el terrible cortejo
del olvido y de la nada
acecha con su jeta desdentada,
iluminaste todo
con una tenue llama imperceptible,
con ese dulce modo
de Tu amor invisible
que destruye la muerte y lo imposible.
Así, en secreto, a oscuras,
en esa eterna noche sin pasado,
enciendes mis venturas,
la luz en el brocado
confuso de la muerte y del pecado,
y redimiendo así
la noche en su tiniebla, los esputos,
la inscripción baladí
del oro y los abruptos
festejos del dolor y sus tributos
donde se inciensa el humo
de los grandes, el fuego macilento
de los cerdos, el grumo
de las putas y el lento
renacer del demonio y su excremento;
sí, redimiendo todo:
las nupcias del padrote y la ramera,
los insultos y el lodo
de la usura, la espera
del coyote en su negra madriguera;
las guerras, las prisiones,
la industria del banquero y del político,
las negras delaciones,
el lugar honorífico
del juez, el policía, el reo, el cínico;
redimiendo lo oscuro,
mi boca que profiere maldiciones,
mis blasfemias, mi apuro,
mis mudas turbaciones,
mis secretos, mis odios, mis traiciones;
la boca gangrenada
del que miente a la turba y a sí mismo,
el honor de la espada,
la cloaca, el hondo abismo
del fraude, la tortura, el fanatismo;
los exilios, las bombas,
su progenie maldita y radioactiva,
el rencor y sus trombas,
el mal y su deriva,
el mercado sin alma y su diatriba;
la muerte de mi padre,
la muerte de mis muertos, nuestros muertos,
el dolor de mi madre,
los sepulcros abiertos,
los huesos que tan secos están yertos;
sí, redimiendo la
oscura persistencia de mis vicios,
mis cosas, mi sofá,
mi pluma, mis oficios,
mi pobre pequeñez, mis sacrificios;
sí, redimiendo con
esa tenue luz imperceptible
que elevas como don
de Tu amor invisible,
la noche y sus demonios, la terrible
presencia de lo absurdo
y el miedo de no ser ante el vacío;
sí, redimiendo el burdo
temor de nuestro hastío
y el sabor del pecado y su extravío,
devuelves esta noche
a los cielos la tierra que extraviamos,
y en Tu cuerpo el derroche
de Tu amor que allanamos
nos eleva y al fin en Ti llameamos,
oh frescura nocturna
en la que el pobre más pobre se hizo aurora,
oh resurrecta urna
donde al fin todo mora,
oh íntima plegaria, inmensa hora.
Porque tú estás aquí,
y nunca, Mi Señor, jamás te has ido;
porque estás siempre en Ti
y en Tu amor no hay olvido,
ni distancia, ni tiempo dividido;
porque en tres, siempre en tres,
se cifra Tu presencia y tu misterio
y no hay noche o revés
que destruya el imperio
con que grabas al mundo Tu cauterio,
alégrense en el cielo
el coro de ángeles y jerarquías
y descórrase el velo
de las sombras vacías,
del secreto y las vastas geometrías;
alégrense la tierra,
el corazón del grillo entre los huertos
y la noche que encierra
los mudos desconciertos,
alégrense los huesos y los muertos;
alégrense los árboles,
el incendio del verde en las colinas,
las terribles catástrofes
del mar en las neblinas,
el hierro de la luz en las salinas
nocturnas y distantes en la noche;
alégrense las fábricas,
la sirena en la niebla de los puertos,
el chirriar de las máquinas,
los sonidos más yertos
de engranes y poleas, los desiertos
de la herrumbe y el óxido;
alégrense la Iglesia, los edictos
papales y sus códigos,
la sed de los convictos,
la ley y sus desnudos veredictos;
alégrense el Nirvana,
la noble sinagoga y el salmista,
la salmodia que emana
de la blanca mezquita,
el mantram del hindú y del budista;
el tótem del pielroja,
la enjoyada liturgia del Oriente,
la Biblia y cada hoja
del salterio, Occidente,
sus Iglesias que guardan el luciente
legado de los siglos
en las húmedas bóvedas del templo;
los monstruos, los vestigios,
los santos y su ejemplo
y la cantera-luz del antetemplo
donde aguardan aquellos
que no se sienten dignos; sí, alégrense
descórranse los sellos
y enciéndanse los trébedes
del alma y en silencio celébrense
las bodas del amor
con lo Divino.
“Di más, amada mía.”
Alégrense el dolor
y la oscura agonía
del enfermo, la sed y la apatía,
la epilepsia y su fárrago,
el cáncer obediente a su miseria;
alégrense el escándalo
febril de la difteria
y el constante morir de la materia;
alégrense en Ti mismo
la muerte de mi padre y lo creado,
el humilde ostracismo de morir, lo increado;
alégrense en Tu amor transfigurado
los vientres y la entraña,
la vida que florece a cada instante;
el monte, la campaña,
el grito de la amante
y su desnudo cuerpo ya llameante,
porque Tú estás aquí
y ésta es la noche más oscura, la primera;
es la noche que en Ti
nunca tuvo frontera
y estaba desde siempre y en Ti era;
la noche en que creaste,
del gozo de mirarte, cada cosa,
y en Ti mismo Te amaste,
oh luz más misteriosa,
desierta soledad más luminosa;
la noche en que vaciaste
Tu Ser y el cielo, oh Dios, quedó vacío;
la noche en que encarnaste
Tu Amor, Amante mío,
la de la espera, el goce, el desafío;
la noche en que se junta
Tu Divina Presencia con la tierra
y a solas nos pregunta,
nos desnuda, nos hierra,
nos abandona en vilo y nos aferra;
es la noche del paso,
del dolor y el silencio más agudo,
la noche en que el fracaso
entró en la luz desnudo,
la noche en que la muerte ya no pudo
beber de su misterio
soterrado, de su boca de abismo,
de su negro cauterio;
la noche en que Tú mismo
venciste de la sombra su mutismo;
es la noche en que a espaldas
de los hombres, inerme ante lo oscuro,
en la roca que escaldas,
en la fosa y el muro
donde el gusano roe y no hay conjuro
que nos salve el pellejo;
la noche de la espera desolada
do el terrible cortejo
del olvido y de la nada
acecha con su jeta desdentada,
iluminaste todo
con una tenue llama imperceptible,
con ese dulce modo
de Tu amor invisible
que destruye la muerte y lo imposible.
Así, en secreto, a oscuras,
en esa eterna noche sin pasado,
enciendes mis venturas,
la luz en el brocado
confuso de la muerte y del pecado,
y redimiendo así
la noche en su tiniebla, los esputos,
la inscripción baladí
del oro y los abruptos
festejos del dolor y sus tributos
donde se inciensa el humo
de los grandes, el fuego macilento
de los cerdos, el grumo
de las putas y el lento
renacer del demonio y su excremento;
sí, redimiendo todo:
las nupcias del padrote y la ramera,
los insultos y el lodo
de la usura, la espera
del coyote en su negra madriguera;
las guerras, las prisiones,
la industria del banquero y del político,
las negras delaciones,
el lugar honorífico
del juez, el policía, el reo, el cínico;
redimiendo lo oscuro,
mi boca que profiere maldiciones,
mis blasfemias, mi apuro,
mis mudas turbaciones,
mis secretos, mis odios, mis traiciones;
la boca gangrenada
del que miente a la turba y a sí mismo,
el honor de la espada,
la cloaca, el hondo abismo
del fraude, la tortura, el fanatismo;
los exilios, las bombas,
su progenie maldita y radioactiva,
el rencor y sus trombas,
el mal y su deriva,
el mercado sin alma y su diatriba;
la muerte de mi padre,
la muerte de mis muertos, nuestros muertos,
el dolor de mi madre,
los sepulcros abiertos,
los huesos que tan secos están yertos;
sí, redimiendo la
oscura persistencia de mis vicios,
mis cosas, mi sofá,
mi pluma, mis oficios,
mi pobre pequeñez, mis sacrificios;
sí, redimiendo con
esa tenue luz imperceptible
que elevas como don
de Tu amor invisible,
la noche y sus demonios, la terrible
presencia de lo absurdo
y el miedo de no ser ante el vacío;
sí, redimiendo el burdo
temor de nuestro hastío
y el sabor del pecado y su extravío,
devuelves esta noche
a los cielos la tierra que extraviamos,
y en Tu cuerpo el derroche
de Tu amor que allanamos
nos eleva y al fin en Ti llameamos,
oh frescura nocturna
en la que el pobre más pobre se hizo aurora,
oh resurrecta urna
donde al fin todo mora,
oh íntima plegaria, inmensa hora.
Dona, Jesu pie, servo tuo requiem.