martes, octubre 17, 2006

Un coloquio con Dios de Elie Wiesel

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‘Señor del Universo, hagamos las paces. Ya es hora. ¿Cuánto más podemos seguir enojados? Más de cincuenta años han transcurrido desde que terminó la pesadilla. Muchas cosas, buenas y menos buenas, les han pasado desde entonces a los que sobrevivieron a ella. Aprendieron a construir sobre las ruinas. Se recreó la vida familiar. Nacieron hijos, se entablaron amistades. Aprendieron a tener fe en su entorno, incluso en sus semejantes.

La gratitud ha reemplazado a la amargura en su corazón. Nadie es tan capaz de agradecimiento como ellos. Agradecimiento hacia cualquiera que estuviera dispuesto a escuchar sus relatos y convertirse en su aliado en la batalla contra la apatía y el olvido. Para ellos cada momento es una gracia. Oh, no perdonan a sus asesinos ni a los cómplices de éstos, ni deberían hacerlo. Ni tampoco deberías hacerlo tú, Señor del Universo. Pero ya no miran con recelo a todo el que pasa. Ni ven en cada mano un puñal.

¿Significa esto que las heridas de su alma han sanado? Nunca sanarán. Mientras una sola chispa de las llamas de Auschwitz y Treblinka brille en su memoria, mi alegría estará incompleta.

¿Qué hay de mi fe en ti, Señor del Universo? Ahora me doy cuenta de que nunca la perdí, ni siquiera allí, durante las horas más oscuras de mi vida. No sé por qué seguí susurrando mis oraciones diarias, y las reservadas para el Sabbath, y para los días festivos, pero las recitaba, a menudo con mi padre y, en la víspera de Rosh Hashanah, con cientos de prisioneros de Auschwitz. ¿Era porque las oraciones seguían siendo un lazo con el mundo desaparecido de mi infancia?

Hagamos las paces... Pero mi fe ya no era pura. ¿Cómo podía serlo? Estaba llena de angustia en lugar de fervor, de perplejidad más que de piedad. En el reino de la eterna noche, en los Días del Temor, que son los Días del Juicio, mis plegarias tradicionales estaban dirigidas a ti y también contra ti, Señor del Universo. ¿Qué me hirió más: tu ausencia o tu silencio?

En mi testimonio escribí palabras duras, palabras ardientes, sobre tu papel en nuestra tragedia. No las repetiría hoy. Pero las sentía entonces. Las sentía en cada célula de mi ser. ¿Por qué dejaste, si no permitiste, que el asesino día tras día, noche tras noche, torturara, matara y aniquilara a decenas de miles de niños judíos? ¿Por qué fueron abandonados por tu Creación? Estos pensamientos de ningún modo estaban dirigidos a disminuir la culpa de los culpables. Su culpabilidad establecida es irrelevante con respecto a mi problema contigo, Señor del Universo. En mi niñez, no esperaba demasiado de los seres humanos. Pero esperaba todo de ti. ¿Dónde estabas, Dios de la Bondad, en Auschwitz? ¿Qué pasaba en el cielo, en el tribunal celestial, mientras tus hijos eran elegidos para la humillación, el aislamiento y la muerte sólo porque eran judíos? Estas preguntas me han perseguido por más de cinco décadas.

Tienes muchos defensores de palabra, sabes. Se me dieron muchas respuestas teológicas, tales como: Dios es Dios. Sólo Él sabe lo que hace. Uno no tiene derecho a cuestionarlo a Él o a Sus acciones. O: Auschwitz fue un castigo por los pecados de asimilación y/o sionismo de los judíos europeos. Y: ¿Acaso Israel no es la solución? Sin Auschwitz, no hubiera habido Israel. Rechazo todas estas respuestas. Auschwitz deber ser y será para siempre un signo de pregunta: no puede ser concebido ni con Dios ni sin Dios. Llegado un punto, empecé a preguntarme si no era injusto contigo. Después de todo, Auschwitz no era algo que viniera armado del cielo. Fue concebido por hombres, implementado por hombres, manejado por hombres. Y su objetivo no sólo era destruirnos a nosotros sino también a ti. ¿No deberíamos pensar en tu dolor también? Al ver a tus hijos sufrir a manos de tus otros hijos, ¿no has sufrido tú también? Mientras los judíos otra vez empezamos a celebrar el Año Nuevo, preparándonos para orar por un año de paz y felicidad para nuestro pueblo y todos los pueblos, hagamos las paces, Señor del Universo. ¿A pesar de todo lo que pasó? Sí, a pesar de todo. Hagamos las paces: para el niño que hay en mí, es insoportable estar separado de ti durante tanto tiempo.’

Tomado de: Elie Wiesel (1928-), citado en el blog El Pensadero, del diácono bonaerense Eduardo Mangiarotti.

Nuestros verdaderos hermanos en la fe

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Siguiendo con mis artículos sobre el judaísmo, me gustaría ratificar cómo los hijos del pueblo de Israel son, verdaderamente, nuestros hermanos en la fe, con los que los católicos tenemos más en común que con los fieles de cualquier otra religión no-cristiana. Por ejemplo, los 13 preceptos básicos del judaísmo, su ‘credo’, leídos a profundidad, no contradicen en absoluto, más bien afirman, las creencias de la Iglesia.

En su comentario al décimo capítulo de la Mishná, en el tratado del Sanedrín, el ilustre rabí Moshé ben Maimón (1135-1204), el equivalente de San Agustín y Santo Tomás de Aquino del judaísmo, enumera los siguientes artículos de fe, conocidos como Ani ma’amin, ‘yo creo’:

‘Creo con toda mi fe que el Creador, Bendito sea su Nombre…

1. Crea y guía a todas las criaturas, y que Él solo ha hecho, hace y hará todo la que hay en el universo.
2. Es único, y que nada es único como Él en ningún sentido, y que sólo Él es, fue y será mi Dios.
3. No es un cuerpo y no está sujeto al mundo físico, y que no existe criatura alguna que se le parezca.
4. Es el primero y será el último.
5. Es el único a quien es apropiado rezar, y que no hay otro al que sea apropiado rezar.
6. Que todas las palabras de los profetas son verdad.
7. Que la profecía de Moisés, nuestro Maestro, que en paz descanse su alma, era verdadera, y que él era el más grande de los profetas, tanto aquellos que le precedieron como los que le siguieron.
8. Que la Torá que tenemos en las manos es la que fue entregada a Moisés, nuestro Maestro, que en paz descanse.
9. Que esta Torá no será cambiada, ni habrá otra Torá entregada por el Creador, Bendito sea su Nombre.
10. Que el Creador, Bendito sea su Nombre, conoce todos los hechos de los hombres y todos sus pensamientos, como está escrito: “Él forma sus corazones juntos; Él comprende todos sus actos” (Salmo XXXV, 15).
11. Que el Creador, Bendito sea su Nombre, obra a favor de quienes observan sus mandamientos y castiga a quienes transgreden sus mandamientos.
12. En el advenimiento del Mesías, y aunque tardara, yo no dejo de esperar su venida cada día con su venida.
13. Que habrá una resurrección de los muertos el día en que se haga la Voluntad del Creador, Bendito sea y ensalzado su Nombre por toda la eternidad’.

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G. G. Jolly

El sentido del ateísmo

Marc Chagall, Sol sobre París, ?.

Según un relato jasídico:

‘Una vez, un discípulo se dirigió a su rabí:
—Maestro, ¿todo en este mundo tiene un motivo?
—Sí.
—Entonces, ¿cuál es el propósito para que exista el ateísmo?
—Cuando un pobre hombre se dirige a ti y pide ayuda, ¡entonces sé un ateo! ¡No le digas a esa persona que Dios le ayudará! ¡Actúa como si no existiese nadie que pueda ayudar, excepto tú!’.

martes, octubre 10, 2006

Reflexiones sobre la Torá

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‘Cuenta la historia que un hombre, montado en su burro, fue a ver al rabí Yosef ben Akivá (50-135 d.C.) y le dijo: “Rabí, quiero aprender la Torá de una sola vez”. Y éste le respondió: “Nuestro maestro Moisés permaneció en el monte Sinaí durante cuarenta días y cuarenta noches, ¿y tú quieres que yo te enseñe la Torá en un día? Pues bien, éste es su principio básico: ‘No obres con el prójimo como no quieres que lo hagan contigo”’.(1)

Una historia similar, pero más famosa, cuenta acerca de un pagano que le dijo al rabí Hillel el Viejo (hacia el siglo I a.C. - siglo I d.C.) que se convertiría en judío si podía enseñarle la Torá mientras se sostenía en un pie. Hillel le contestó: ‘No hagas a tu prójimo lo que es odioso para ti: eso es toda la Torá. El resto es comentario… ve y estúdialo’.(2)

En el siglo XIII, rabí Simlai se expresó así de la Torá:

‘Seiscientos trece mandamientos le fueron impartidos a Moisés, trescientos sesenta y cinco negativos (correspondientes al número de los días del calendario), y doscientos cuarenta y ocho positivos (referidos al número de huesos del cuerpo humano). Llegó David y los redujo a doce en el Salmo XV:

“Señor, ¿quién morará en tu tienda?
¿quién habitará en tu santo monte?

El que anda sin tacha,
y obra la justicia;
que dice la verdad de corazón,
y no calumnia con su lengua;

que no daña a su hermano,
ni hace agravio al prójimo;
con menosprecio mira al réprobo,
mas honra a los que temen al Señor;

que jura en su perjuicio y no retracta,
no presta a usura su dinero,
ni acepta soborno en daño de inocente.
Quien obra así jamás vacilará.”

Después, otro rabí reduce los mandamientos a tres:

‘Fue dicho, Hombre, lo que es bueno y lo que el Señor pide de ti: obrar únicamente en forma justa, ser misericordioso y caminar humildemente junto a Dios (Miqueas VI, 8)’.

Y el Midrash (la exégesis de la Tanáj, o sea, la Biblia hebrea) concluye:

‘Luego llegó Amós y redujo el mandamiento a uno, así como está escrito (Amós V, 4): “Búscame, y vive”. El rabí Nahman ben Isaac propone una conclusión alternativa: ‘Habakuk también redujo el mandamiento a uno (Habacuc II, 4): “Los hombres rectos vivirán por su fe”’.(3)

Finalmente, para evitar reduccionismos absurdos, habría que citar dos Midrashim más:(4)

‘Nunca permitas que la Torá sea un mandato anticuado para ti. Debe ser algo nuevo, actual, de dos o tres días de antigüedad… Ben Azzai dijo: “No antigua… sino una mandato dado ¡hoy mismo!’.

‘¿Cuándo fue concebida la Torá? Fue conocida cuando cada persona la recibió’.

(1) citado en Emil L. Fackenheim, ¿Qué es el judaísmo? Una interpretación histórica, Buenos Aires: Lilmod, 2005. p. 21.
(2) citado en Paul Jonson, La historia de los judíos, Barcelona: Vergara, 2003. p. 156.
(3) Emil L. Fackenheim, Op. Cit. p. 21-22.
(4) Emil L. Fackenheim, Op. Cit. p. 31.