‘Cómo vivir la vida’ por San Alberto Hurtado, SJ
‘Limosnero en bien de pobres,
trotador de los niños, sus niños.
Buscador.
No entre plantas floridas,
sino en la espesura del egoísmo.
Rara sencillez de hablar mágico.
Ya no trajinas por tus chiquitos.
Duerme el que mucho trabajó.
No te duermas, Chile. No.
Si duerma dulcemente él sin sobresalto,
memoria sin angustia de la chilenidad.
Criatura y ansiedad suya, todavía’
(basado en un escrito de Gabriela Mistral).
trotador de los niños, sus niños.
Buscador.
No entre plantas floridas,
sino en la espesura del egoísmo.
Rara sencillez de hablar mágico.
Ya no trajinas por tus chiquitos.
Duerme el que mucho trabajó.
No te duermas, Chile. No.
Si duerma dulcemente él sin sobresalto,
memoria sin angustia de la chilenidad.
Criatura y ansiedad suya, todavía’
(basado en un escrito de Gabriela Mistral).
En el silencio de la noche, me detengo a reflexionar. El ajetreo y la rutina hacen perder la orientación de nuestra vida.
La lucha por la existencia, la competitividad de nuestro trabajo, la búsqueda del éxito económico para nuestras familias, son realidades que terminan por agobiarnos. El Mundo enfrenta grandes problemas materiales.
Niños que crecen sin sentir la cercanía y el apoyo de sus padres. Jóvenes sin oportunidades de realizarse. Grandes grupos de empleados, cuyos sueldos no les permiten afrontar las necesidades de sus familias. Sometidos a este ritmo, ya no comprendemos el sentido de nuestros actos. Estudiar para trabajar y educar a nuestros hijos, para que ellos puedan estudiar, y trabajar, y descansar. Es un remedio que toma fuerza con el tiempo. Y nos centra en nosotros, alejándose de los demás.
¿A cuántos vi, pero no miré? ¿A cuántos oí, pero no escuché? En la trama de la vida hay algo oculto, que nos tiene insatisfechos. Tratamos de alcanzar un éxito que no es más que la sombra de la realización verdadera. ¿Vale la pena vivir para luchar de esta manera, y defenderse por todos lados?
Hay que dar a la vida su verdadero sentido. Hacerla profunda, fecunda, feliz. Inspirada en grandes ideales. Entregada a los demás. Seamos como la naturaleza: ella es toda grandiosa. Aspiremos a ser heroicos como la flor que en el desierto crece, a la menor seña de agua. Estos ideales significan desinterés, generosidad, sacrificio. En lo grande y en lo chico. En el estudio, en nuestro trabajo, en los juegos, en las instituciones, en las labores de la casa, en la vida familiar. Que cada acción sea la proyección de un ideal.
No nos quedemos en ser un antialgo. Comprometámonos con la causa de los demás, entregando lo mejor de nuestras capacidades. Menos palabras y más obras. La vida no se piensa ni se esquiva. Hay que arriesgarla entera. Puesto que toda construcción humana flaquea cuando su base no está en Dios, nuestros ideales deberán ser un espejo de Su voluntad. De Él nos viene la vida, la fuerza y la energía para vivirla. No estamos solos, contamos con Él.
Debemos vivir la vida con alegría, inundando de sol a los demás. No olvidar ni evadir las dificultades, sino encararlas con confianza y optimismo. El regalo de nuestra sonrisa enriquece al que la recibe. Y nadie es tan pobre que no pueda darla. No hay problema que no tenga solución, si empeñamos todo nuestro esfuerzo y tenemos fe en el Señor. Y cómo no hacerlo. Si la vida está llena de belleza. Lo simple, lo gratuito, los delicados gestos de nuestro planeta, están llenos de hermosura. Fe en Dios y en los demás, sin desalentarnos.
La confianza en los demás se propaga tal como la vida cuando el viento sopla llevando el polen germinal. Así venceremos al egoísmo, y nacerá el amor. Es este sentimiento, sencillo, desinteresado y responsable,, que debe mover toda nuestra vida. Amor bueno y divino. Concreto, silencioso, respetuoso, sutil. Profundo y comprometido.
El amor nos hace descubrir que la forma de dar solución a los problemas de pareja no es echando pie atrás a la palabra comprometida, sino encarándolos y buscando el encuentro. Porque el amor jamás usa la palabra ‘yo’, sino ‘tú’. Debemos cultivar su misterio y aumentar nuestro compromiso. Los talentos que hemos recibido son para trabajar y ponerlos al servicio de la gente. No podemos, como el Señor, multiplicar los panes, pero sí trabajar en aliviar los sufrimientos humanos. Especialmente, los de los más pobres, porque en ellos está Cristo. Porque ellos son Cristo.
Mis críticas no valen nada si no ayudé a mi compañero, si no colaboré con mis vecinos, o no consolé al enfermo. En fin, si no compartí con quienes más nos necesitan. Dar, darse siempre, hasta que duela. Hasta que se nos caigan los brazos de cansancio. Que no acabe nuestra vida sin haber hecho algo concreto por los demás.
Somos cristianos. No podemos eludir. Nuestra misión es revolucionar la sociedad con el Evangelio. Nuestra entrega debe ser precisa y concreta. Cuando busquemos soluciones a los problemas, hagámoslo seguros de no generar buenos conflictos. Somos seres de paz. Nuestra voz debe sentirse firme cuando asome la violencia. En el servicio a los otros está el umbral de la justicia.
Cuando aparezca la duda, nos llene de angustia una situación, o volvamos a la rutina de ayer o de hace un año, deberemos preguntarnos: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Y con inmenso valor, arrojar la red, lanzarse a realizar el plan de Cristo, por más difícil que parezca. Dar a cada problema la solución que Cristo daría. Actuar como Él. Vivir la vida con lo bueno y lo malo, dándome cuenta de que el Señor y yo somos uno, que trabajamos juntos.
La lucha por la existencia, la competitividad de nuestro trabajo, la búsqueda del éxito económico para nuestras familias, son realidades que terminan por agobiarnos. El Mundo enfrenta grandes problemas materiales.
Niños que crecen sin sentir la cercanía y el apoyo de sus padres. Jóvenes sin oportunidades de realizarse. Grandes grupos de empleados, cuyos sueldos no les permiten afrontar las necesidades de sus familias. Sometidos a este ritmo, ya no comprendemos el sentido de nuestros actos. Estudiar para trabajar y educar a nuestros hijos, para que ellos puedan estudiar, y trabajar, y descansar. Es un remedio que toma fuerza con el tiempo. Y nos centra en nosotros, alejándose de los demás.
¿A cuántos vi, pero no miré? ¿A cuántos oí, pero no escuché? En la trama de la vida hay algo oculto, que nos tiene insatisfechos. Tratamos de alcanzar un éxito que no es más que la sombra de la realización verdadera. ¿Vale la pena vivir para luchar de esta manera, y defenderse por todos lados?
Hay que dar a la vida su verdadero sentido. Hacerla profunda, fecunda, feliz. Inspirada en grandes ideales. Entregada a los demás. Seamos como la naturaleza: ella es toda grandiosa. Aspiremos a ser heroicos como la flor que en el desierto crece, a la menor seña de agua. Estos ideales significan desinterés, generosidad, sacrificio. En lo grande y en lo chico. En el estudio, en nuestro trabajo, en los juegos, en las instituciones, en las labores de la casa, en la vida familiar. Que cada acción sea la proyección de un ideal.
No nos quedemos en ser un antialgo. Comprometámonos con la causa de los demás, entregando lo mejor de nuestras capacidades. Menos palabras y más obras. La vida no se piensa ni se esquiva. Hay que arriesgarla entera. Puesto que toda construcción humana flaquea cuando su base no está en Dios, nuestros ideales deberán ser un espejo de Su voluntad. De Él nos viene la vida, la fuerza y la energía para vivirla. No estamos solos, contamos con Él.
Debemos vivir la vida con alegría, inundando de sol a los demás. No olvidar ni evadir las dificultades, sino encararlas con confianza y optimismo. El regalo de nuestra sonrisa enriquece al que la recibe. Y nadie es tan pobre que no pueda darla. No hay problema que no tenga solución, si empeñamos todo nuestro esfuerzo y tenemos fe en el Señor. Y cómo no hacerlo. Si la vida está llena de belleza. Lo simple, lo gratuito, los delicados gestos de nuestro planeta, están llenos de hermosura. Fe en Dios y en los demás, sin desalentarnos.
La confianza en los demás se propaga tal como la vida cuando el viento sopla llevando el polen germinal. Así venceremos al egoísmo, y nacerá el amor. Es este sentimiento, sencillo, desinteresado y responsable,, que debe mover toda nuestra vida. Amor bueno y divino. Concreto, silencioso, respetuoso, sutil. Profundo y comprometido.
El amor nos hace descubrir que la forma de dar solución a los problemas de pareja no es echando pie atrás a la palabra comprometida, sino encarándolos y buscando el encuentro. Porque el amor jamás usa la palabra ‘yo’, sino ‘tú’. Debemos cultivar su misterio y aumentar nuestro compromiso. Los talentos que hemos recibido son para trabajar y ponerlos al servicio de la gente. No podemos, como el Señor, multiplicar los panes, pero sí trabajar en aliviar los sufrimientos humanos. Especialmente, los de los más pobres, porque en ellos está Cristo. Porque ellos son Cristo.
Mis críticas no valen nada si no ayudé a mi compañero, si no colaboré con mis vecinos, o no consolé al enfermo. En fin, si no compartí con quienes más nos necesitan. Dar, darse siempre, hasta que duela. Hasta que se nos caigan los brazos de cansancio. Que no acabe nuestra vida sin haber hecho algo concreto por los demás.
Somos cristianos. No podemos eludir. Nuestra misión es revolucionar la sociedad con el Evangelio. Nuestra entrega debe ser precisa y concreta. Cuando busquemos soluciones a los problemas, hagámoslo seguros de no generar buenos conflictos. Somos seres de paz. Nuestra voz debe sentirse firme cuando asome la violencia. En el servicio a los otros está el umbral de la justicia.
Cuando aparezca la duda, nos llene de angustia una situación, o volvamos a la rutina de ayer o de hace un año, deberemos preguntarnos: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Y con inmenso valor, arrojar la red, lanzarse a realizar el plan de Cristo, por más difícil que parezca. Dar a cada problema la solución que Cristo daría. Actuar como Él. Vivir la vida con lo bueno y lo malo, dándome cuenta de que el Señor y yo somos uno, que trabajamos juntos.
¿Cómo vivir la vida?
Siendo como Él…
¡Contento, Señor, contento!
5 comentarios:
Ululatus:
Emocion profunda al leer estos escritos tan vigentes y tan necesarios para el momento que vivimos.
Gracias por recordarnos estas enseñanzas del Padre Hurtado, que nos remecen y nos comprometen. ¿que harìa Cristo en mi lugar? por ahi va el camino del discipulo. gracias. Dios te bendiga. Una chilena de alma y corazòn
Increible. Me pasa que cuando leo a este Santo, sient el fuego que lo movía, siento que habia un fuego que lo inquietaba profundamente. Gracias por compartir estos escritos, creo que nos activan.
Un abrazo, gracias por el escrito.
Benjamín
Nunca había escuchado de este Santo. Pero las palabras que publicas me movilizaron a investigar de quién se trataba.
Y que fuerte me impactó, me emocócioné realmente, tan actual, no es un santo de las estampitas, de la Edad Media, es un Santo Siglo XIX. ¡¡TODOS EN CUALQUIER ÉPOCA PODEMOS SER SANTOS!
Bendiciones para tí, y que sigas con este blogg por mucho tiempo.
Fuego Puro, te lo robo para mi blog..!
No les había contestado: muchas gracias por sus comentarios, María Laura, Carmen, Benjamín y Carlos. :)
Carlos: róbatelo, no hay problema. ;) Nomás di que te lo encontraste aquí y sirve que me pasas algunos lectores... jejeje
No soy el devoto más grande de San Alberto Hurtado, pero su testimonio es contundente y actual.
¡Saludos!
Publicar un comentario