Queridos lectores y visitantes: Tras una larga ausencia (o indolencia, más bien), regreso de nuevo a este espacio, con la promesa de poner una nueva entrada cada jueves. La primera se la dedico a María. Gracias por su paciencia.
Andrea Mantegna, María con el Niño dormido, 1455.
‘Cuando contemplaba a este divino niño, vencida —imagino— por el amor y por el temor, ella hablaría así consigo misma: ¿Qué nombre puedo dar a mi hijo que le venga bien?; ¿hombre? Pero tu concepción es divina… ¿Dios? Pero por la encarnación has asumido lo humano… ¿Qué haré por ti? ¿Te alimentaré con leche o te celebraré como a un Dios? ¿Cuidaré de ti como una madre o te serviré como una esclava? ¿Te abrazaré como a un hijo o te rogaré como a un Dios? ¿Te ofreceré leche o te llevaré perfumes?’
Basilio de Seleucia, Homilía sobre la Theotókos, 5.
Rafael, María con Cristo niño, 1508.
‘La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que yo habría querido pintar sobre su cara es una maravillosa ansiedad que nada más ha aparecido una vez sobre una figura humana. Porque Cristo es su niño, la carne y el fruto de sus entrañas. Ella le ha llevado nueve meses y le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre de Dios. Y por un momento la tentación es tan fuerte que se olvida de que él es Dios. Le aprieta entre sus brazos y le dice: “Mi pequeño”. Pero en otros momentos se corta y se piensa: “Dios está ahí”, y es presa de un religioso temor ante ese Dios mudo, ante ese niño aterrador. Porque todas las madres se sienten a ratos detenidas ante ese trozo rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten desterradas ante esa nueva vida que se ha hecho con su vida y que tiene pensamientos extraños. Pero ningún niño ha sido más cruel y rápidamente arrancado a su madre que éste, porque es Dios y sobrepasa con creces lo que ella pueda imaginar.
Pero yo pienso que hay también otros momentos, fugaces y escurridizos, en los que ella siente a la vez que Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Ella le mira y le piensa: “Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Ha sido hecho por mí; tiene mis ojos, y el trazo de su boca es como el de la mía; se me parece. ¡Es Dios y se me parece!”
Y a ninguna mujer le ha cabido la suerte de tener a su Dios para ella sola; un Dios tan pequeño que se le puede tomar en brazos y cubrir de besos; un Dios tan cálido que sonríe y respira; un Dios al que se puede tocar y que ríe. Y es en uno de esos momentos cuando yo pintaría a María si supiera pintar…’
Jean-Paul Sartre, Bariona.
Citadas en Luis González-Carvajal Santabárbara, Esta es nuestra fe. Teología para universitarios, Santander, Sal Terrae, 1998. pp. 310-311.