sábado, octubre 10, 2009

Un diálogo entre Calderón y Shakespeare

Francisco de Goya y Lucientes, El sueño de la razón produce monstruos, 1799.

Hace tiempo, me topé con una entrada en el blog Génesis y Apocalipsis, que me hizo percatarme de un pasaje de La Vida es Sueño de Pedro Calderón de la Barca, que probablemente pasó desapercibido en su contexto original, mientras leía la obra completa. Su belleza y profundidad, así como el problema que deja abierto, ameritó que buscara una respuesta, y que ésta tuviera una calidad similar. Y fue precisamente el conocidísimo pasaje de Hamlet.

‘Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!
Apurar, cielo, pretendo,
ya que tratais así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo:
Aunque si nací ya entiendo
que delito he cometido:
bastante causa he tenido
vuestra justicia y rigor
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer).
¿Qué más os pude ofender,
para castigarme más?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?

Sueña el rico en su riqueza,
qué más cuidado le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.’

Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño.

Eugène Ferdinand Victor Delacroix, Hamlet y Horacio en el cementerio, 1839.
To be, or not to be: that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer

The slings and arrows of outrageous fortune,

Or to take arms against a sea of troubles,

And by opposing end them?
To die: to sleep;

No more; and by a sleep to say we end

The heart-ache and the thousand natural shocks

That flesh is heir to, 'tis a consummation

Devoutly to be wish'd. To die, to sleep;

To sleep: perchance to dream: ay, there's the rub;

For in that sleep of death what dreams may come

When we have shuffled off this mortal coil,

Must give us pause: there's the respect

That makes calamity of so long life;

For who would bear the whips and scorns of time,

The oppressor's wrong, the proud man's contumely,

The pangs of despised love, the law's delay,
The insolence of office and the spurns

That patient merit of the unworthy takes,

When he himself might his quietus make

With a bare bodkin? who would fardels bear,

To grunt and sweat under a weary life,

But that the dread of something after death,
The undiscover'd country from whose bourn

No traveller returns, puzzles the will

And makes us rather bear those ills we have

Than fly to others that we know not of?

Thus conscience does make cowards of us all;

And thus the native hue of resolution

Is sicklied o'er with the pale cast of thought,

And enterprises of great pitch and moment
With this regard their currents turn awry,

And lose the name of action.
O lo que es lo mismo:

‘Existir o no existir; ésa es la cuestión. ¿Cuál más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Éste es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir… y tal vez soñar. Sí, y ved qué grande obstáculo; porque el considerar qué sueños podrían ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón todopoderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios, cuando el que esto sufre pudiera procurar su quietud con sólo un puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta, si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan, antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes: así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan, y se reducen a designios vanos.’

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