Por qué NO defender la ‘filosofía’ en las escuelas públicas
La supuesta, prevista, negada y, a la mera hora, confusa (¿y qué no en México?) eliminación de las materias filosóficas (ética, lógica, estética y filosofía) del programa educativo de bachillerato elucubrada por la SEP no ha hecho otra cosa que atizar a los comentócratas y promover el ‘activismo’ de las redes sociales, ambos, con su consabido moralismo y tono pontificante. La realidad es que estas reacciones, como síntomas del principal producto de la educación pública en México (en todos sus niveles), i. e. la mediocridad, no son razones en contra, sino a favor de que se destierren esas materias de una vez y para siempre (y, ya que estamos encarrerados, a la SEP y la educación pública con ellas).
Me explico, antes de que los susodichos (que estudiaron, en su inmensa mayoría, en escuelas privadas y/o bajo el programa de preparatoria de la UNAM, más favorable a las humanidades) se rasguen las vestiduras y me armen un proceso inquisitorial.
En primer lugar, éste es un problema inevitable cuando el Estado se adjudica la potestad de configurar e imponer estructuras, métodos y contenidos en todos los niveles de la educación pública y privada, al avalar y garantizar (eso, en caso de que el Estado tuviese credibilidad de algún tipo) todo certificado o título expedido por las instituciones educativas. Más aún si a este monopolio estatal sobre la educación le añadimos el monopolio sobre el Estado de sindicatos, partidos políticos y mafias, valga la redundancia… Disculpen ustedes si sueno como Lutero y cuestiono el dogma infalible de si es posible la salvación fuera del Estado, en contra de la santísima trinidad: ‘laica, gratuita y obligatoria’. ¿Por qué no, por una vez en la vida, dejamos de lado lo ideológico y echamos un vistazo a la realidad (y miren que yo soy el filósofo, supuestamente en las nubes especulando sobre abstracciones inútiles)?
Que la educación en México sea pública (que no es lo mismo que gratuita, porque la pagan los onerosos impuestos sobre la clase media) y obligatoria, en la práctica quiere decir que el señor Lujambio, la señora Elba Esther y la hidra burocrática fuerzan a los niños pobres, cuyos padres no pueden pagar escuelas privadas (un tanto menos peores que las públicas), a estudiar lo que a ellos les dé la gana de enseñar; tonterías como: ‘Hidalgo bueno, Iturbide malo’; ‘Juárez santo, Díaz demonio’; ‘El Himno Nacional Mexicano es el más bonito del mundo… después de La Marsellesa’; ‘ciencia es la que sigue el método empírico-experimental’. Y todo, por encima de sus padres y sus valores (ya lo de ‘laico’ lo dejo para otra ocasión). Y así, si al ‘ogro filantrópico’, como bien bautizó Octavio Paz al Estado postrevolucionario que aún padecemos, se le ocurre un día desterrar para siempre a la filosofía como asignatura, lo hará con la mano en la cintura. Al fin y al cabo a los padres de familia (pobres) jamás se les ha consultado sobre qué se les enseña a sus hijos ni a los pocos contribuyentes tampoco se les pide su opinión sobre sus impuestos (y su cobro es el único acto que nuestro Estado no descuida demasiado). Ambos grupos, sin embargo, sólo cuentan como una cifra, un vulgar porcentaje, cada que hay elecciones.
En segundo lugar, defender a la ‘filosofía’ y el ‘espíritu crítico’ son políticamente correctos, obedecen muy bien a la lógica progre, porque ‘saber es poder’ y porque ‘al Estado le interesa que el pueblo esté desinformado y, por tanto, dócil’, y demás clichés, migajas del 68 y de los filósofos de la sospecha. (Lean si no a este idiota, que hasta la nefanda mano del Vaticano ve conspirando para promover el obscurantismo antifilosófico). Y no estoy diciendo que en el fondo no tengan razón: como lugares comunes y clichés en sentido estricto, tienen algo de verdad. Sin embargo, ese espíritu reivindicativo y moralista, ese saber superfluo y general, denota precisamente el fracaso del monopolio estatal sobre la educación, que ha producido generaciones enteras de moralistas laicos, filósofos de Güemes, lectores esporádicos (de libros de texto y autoayuda), historiadores de monografía de papelería, periodistas metidos a catedráticos y profesionistas cuantiosos en número y descomunales en mediocridad.
En tercer lugar, esa mentada ‘filosofía’ que se quiere erradicar, tal como está diseñada (y yo cursé esas materias, en el sistema abierto de la SEP, así que nadie me lo contó), adolece del mismo problema que otras asignaturas, menos afines al gran público y a los predicadores laicos de la izquierda, salvo a los cientificistas de la secta dawkiniana (física, química, biología, matemáticas): todas ellas están insertas en un modelo educativo ilustrado no sólo perverso, sino, además, caduco y pasado de moda. Desde el siglo XVIII, la educación, vista como la herramienta por excelencia para alcanzar el desarrollo (¿qué es eso?) pleno (¿hasta qué punto?) de la Humanidad, dejó de ser paideia (formación del carácter personal en la virtud, en aras al bienestar individual y comunitario) para volverse technē (una colección de datos abstractos, ‘científicos’, entre más enciclopédicos, mejor, que capacitan para contribuir mejor y en mayor medida al progreso técnico y que son cuantificables y conmensurables: se evalúan con números: calificaciones; y se recompensan con números: salarios). Ya no se educa a las personas para la vida feliz, sino a la fuerza laboral para la eficacia técnica. Si no me creen, presten atención a la retahíla de sandeces empresariales sobre la ‘formación permanente’, ‘diversificación’, ‘productividad’, ‘competitividad’, etcétera. Los efectos humanos y sociales están a la vista de todos, y son desastrosos: estrés, depresión, sedentarismo, outsourcing, salarios mínimos y desempleo permanente después de los cincuenta años... No ahondaré, por ahora, en las causas: los males de la Ilustración, la Modernidad y, uno de sus peores bastardos, el capitalismo global, como tampoco en el fracaso de los métodos didácticos del modelo ilustrado, que siguen en pie no obstante el derrumbe de sus cimientos: la autoridad, la memoria a largo plazo, la universalidad del saber (en tiempos de democracia, Internet y redes sociales o especialización extrema). Para esto, me remito a la breve charla animada de Sir Ken Robinson, teórico de la educación:
De esta manera, la filosofía, lo lógica, la estética y la ética son prostituidas por el sistema educativo vigente: son las credenciales ‘humanistas’ de un modelo radicalmente antihumanista (y deshumanizante, si se me permite añadir). Así, son reducidas, como las demás disciplinas (pensemos, si no, cómo la educación física no es un mens sana in corpori sano, sino una habilidad más que se evalúa de 0 a 10; y la orientación vocacional, que es un sistema teórico y abstracto de toma de decisiones… que también se califica numéricamente), a un mero cúmulo de datos abstractos a ser aprendidos de memoria, sin referencia a la cotidianeidad y despojados de todo contenido vivencial (y aquí, por ejemplo, sí cabe advertir que lo ‘laico’ de la educación pública cercena a la filosofía de varios de sus mayores problemas: la existencia de Dios y la pregunta por el sentido de la vida; asimismo, casi llega a omitir del currículum doce de los veintiséis siglos de su historia, debido a que la filosofía medieval está irremediablemente contaminada de ese germen supuestamente proscrito de las aulas llamado teología). Como si la filosofía científica ya de por sí y por propia culpa no estuviese suficientemente encerrada en sí misma, en las academias y libros para iniciados, relegada de las dudas cotidianas sobre la vida y la muerte, el amor y la libertad, el bien y la justicia, tanto en la vida de la gente de a pie como en las grandes discusiones públicas (mercado, aborto, eutanasia, multiculturalismo). Y me remito al curioso artículo de Stanley Fish del New York Times, ‘Does Philosophy Matter?’ (I y II).
En un país como México, sumido en la pobreza extrema, la desigualdad indignante, la violencia aberrante, estancado económica, política y culturalmente desde hace décadas, en plena decadencia social y moral, ¿no necesita de personas prudentes, virtuosas, críticas y creativas más que de pseudoilustrados, malos resúmenes del Pequeño Larousse Ilustrado? Si bien la gente común puede repetir algunas ideas y datos sueltos que, por azaroso milagro, puede recordar de sus interminables días encerrada en las aulas (y eso explica por qué nuestro nivel de debate es siempre paupérrimo), es extremadamente raro hallar personas con actitudes (es decir, formación humana) de creatividad, crítica, investigación, argumentación, sensibilidad estética, memoria histórica y sentido moral elevado (en este campo, la única verdadera formación no fue la ética teórica, sino la moralina barata, pero práctica, de los medios de comunicación, como Disney y el Cantinflas viejo, y de un deficiente catecismo religioso y/o familiar). No sorprende, por tanto, que México sea un país rezagado en todo (salvo en obesidad, violencia y corrupción), que nada inventa, nada resuelve y nada investiga a fondo por sí mismo. No es casualidad que esos mismos títulos que avala la SEP ya no signifiquen nada. Hoy, decenas de miles de profesionistas que no leen libros ni saben escribir se gradúan cada año: comunicólogos que no tienen nada que comunicar, internacionalistas que no saben ni historia ni geografía, administradores sin empresas que administrar, contadores que no hallan riquezas que contar, abogados y médicos que sirven al dinero y no a la justicia o la gente… por no hablar de los millones de graduados de las escuelas públicas, calificadísimos cajeros de Wal-Mart, ambulantes, viene-vienes, microbuseros…
Si ya es bastante malo que los grandes genios de la ciencia que EE. UU. produce y entrena en el MIT, Harvard o Princeton acaben en Wall Street o alguna gran corporación farmacéutica o armamentística, sin contribuir nada a la sociedad (más bien, ayudando a su destrucción), por lo menos habrá uno que gane un Nobel haciendo algo bueno. Aquí, nuestros ‘ilustrados’ nomás opinan y opinan (la contrario de la verdadera ciencia, según Aristóteles) y ‘defienden’ la ‘filosofía’... por Internet y tuiter.
Me explico, antes de que los susodichos (que estudiaron, en su inmensa mayoría, en escuelas privadas y/o bajo el programa de preparatoria de la UNAM, más favorable a las humanidades) se rasguen las vestiduras y me armen un proceso inquisitorial.
En primer lugar, éste es un problema inevitable cuando el Estado se adjudica la potestad de configurar e imponer estructuras, métodos y contenidos en todos los niveles de la educación pública y privada, al avalar y garantizar (eso, en caso de que el Estado tuviese credibilidad de algún tipo) todo certificado o título expedido por las instituciones educativas. Más aún si a este monopolio estatal sobre la educación le añadimos el monopolio sobre el Estado de sindicatos, partidos políticos y mafias, valga la redundancia… Disculpen ustedes si sueno como Lutero y cuestiono el dogma infalible de si es posible la salvación fuera del Estado, en contra de la santísima trinidad: ‘laica, gratuita y obligatoria’. ¿Por qué no, por una vez en la vida, dejamos de lado lo ideológico y echamos un vistazo a la realidad (y miren que yo soy el filósofo, supuestamente en las nubes especulando sobre abstracciones inútiles)?
Que la educación en México sea pública (que no es lo mismo que gratuita, porque la pagan los onerosos impuestos sobre la clase media) y obligatoria, en la práctica quiere decir que el señor Lujambio, la señora Elba Esther y la hidra burocrática fuerzan a los niños pobres, cuyos padres no pueden pagar escuelas privadas (un tanto menos peores que las públicas), a estudiar lo que a ellos les dé la gana de enseñar; tonterías como: ‘Hidalgo bueno, Iturbide malo’; ‘Juárez santo, Díaz demonio’; ‘El Himno Nacional Mexicano es el más bonito del mundo… después de La Marsellesa’; ‘ciencia es la que sigue el método empírico-experimental’. Y todo, por encima de sus padres y sus valores (ya lo de ‘laico’ lo dejo para otra ocasión). Y así, si al ‘ogro filantrópico’, como bien bautizó Octavio Paz al Estado postrevolucionario que aún padecemos, se le ocurre un día desterrar para siempre a la filosofía como asignatura, lo hará con la mano en la cintura. Al fin y al cabo a los padres de familia (pobres) jamás se les ha consultado sobre qué se les enseña a sus hijos ni a los pocos contribuyentes tampoco se les pide su opinión sobre sus impuestos (y su cobro es el único acto que nuestro Estado no descuida demasiado). Ambos grupos, sin embargo, sólo cuentan como una cifra, un vulgar porcentaje, cada que hay elecciones.
En segundo lugar, defender a la ‘filosofía’ y el ‘espíritu crítico’ son políticamente correctos, obedecen muy bien a la lógica progre, porque ‘saber es poder’ y porque ‘al Estado le interesa que el pueblo esté desinformado y, por tanto, dócil’, y demás clichés, migajas del 68 y de los filósofos de la sospecha. (Lean si no a este idiota, que hasta la nefanda mano del Vaticano ve conspirando para promover el obscurantismo antifilosófico). Y no estoy diciendo que en el fondo no tengan razón: como lugares comunes y clichés en sentido estricto, tienen algo de verdad. Sin embargo, ese espíritu reivindicativo y moralista, ese saber superfluo y general, denota precisamente el fracaso del monopolio estatal sobre la educación, que ha producido generaciones enteras de moralistas laicos, filósofos de Güemes, lectores esporádicos (de libros de texto y autoayuda), historiadores de monografía de papelería, periodistas metidos a catedráticos y profesionistas cuantiosos en número y descomunales en mediocridad.
En tercer lugar, esa mentada ‘filosofía’ que se quiere erradicar, tal como está diseñada (y yo cursé esas materias, en el sistema abierto de la SEP, así que nadie me lo contó), adolece del mismo problema que otras asignaturas, menos afines al gran público y a los predicadores laicos de la izquierda, salvo a los cientificistas de la secta dawkiniana (física, química, biología, matemáticas): todas ellas están insertas en un modelo educativo ilustrado no sólo perverso, sino, además, caduco y pasado de moda. Desde el siglo XVIII, la educación, vista como la herramienta por excelencia para alcanzar el desarrollo (¿qué es eso?) pleno (¿hasta qué punto?) de la Humanidad, dejó de ser paideia (formación del carácter personal en la virtud, en aras al bienestar individual y comunitario) para volverse technē (una colección de datos abstractos, ‘científicos’, entre más enciclopédicos, mejor, que capacitan para contribuir mejor y en mayor medida al progreso técnico y que son cuantificables y conmensurables: se evalúan con números: calificaciones; y se recompensan con números: salarios). Ya no se educa a las personas para la vida feliz, sino a la fuerza laboral para la eficacia técnica. Si no me creen, presten atención a la retahíla de sandeces empresariales sobre la ‘formación permanente’, ‘diversificación’, ‘productividad’, ‘competitividad’, etcétera. Los efectos humanos y sociales están a la vista de todos, y son desastrosos: estrés, depresión, sedentarismo, outsourcing, salarios mínimos y desempleo permanente después de los cincuenta años... No ahondaré, por ahora, en las causas: los males de la Ilustración, la Modernidad y, uno de sus peores bastardos, el capitalismo global, como tampoco en el fracaso de los métodos didácticos del modelo ilustrado, que siguen en pie no obstante el derrumbe de sus cimientos: la autoridad, la memoria a largo plazo, la universalidad del saber (en tiempos de democracia, Internet y redes sociales o especialización extrema). Para esto, me remito a la breve charla animada de Sir Ken Robinson, teórico de la educación:
De esta manera, la filosofía, lo lógica, la estética y la ética son prostituidas por el sistema educativo vigente: son las credenciales ‘humanistas’ de un modelo radicalmente antihumanista (y deshumanizante, si se me permite añadir). Así, son reducidas, como las demás disciplinas (pensemos, si no, cómo la educación física no es un mens sana in corpori sano, sino una habilidad más que se evalúa de 0 a 10; y la orientación vocacional, que es un sistema teórico y abstracto de toma de decisiones… que también se califica numéricamente), a un mero cúmulo de datos abstractos a ser aprendidos de memoria, sin referencia a la cotidianeidad y despojados de todo contenido vivencial (y aquí, por ejemplo, sí cabe advertir que lo ‘laico’ de la educación pública cercena a la filosofía de varios de sus mayores problemas: la existencia de Dios y la pregunta por el sentido de la vida; asimismo, casi llega a omitir del currículum doce de los veintiséis siglos de su historia, debido a que la filosofía medieval está irremediablemente contaminada de ese germen supuestamente proscrito de las aulas llamado teología). Como si la filosofía científica ya de por sí y por propia culpa no estuviese suficientemente encerrada en sí misma, en las academias y libros para iniciados, relegada de las dudas cotidianas sobre la vida y la muerte, el amor y la libertad, el bien y la justicia, tanto en la vida de la gente de a pie como en las grandes discusiones públicas (mercado, aborto, eutanasia, multiculturalismo). Y me remito al curioso artículo de Stanley Fish del New York Times, ‘Does Philosophy Matter?’ (I y II).
En un país como México, sumido en la pobreza extrema, la desigualdad indignante, la violencia aberrante, estancado económica, política y culturalmente desde hace décadas, en plena decadencia social y moral, ¿no necesita de personas prudentes, virtuosas, críticas y creativas más que de pseudoilustrados, malos resúmenes del Pequeño Larousse Ilustrado? Si bien la gente común puede repetir algunas ideas y datos sueltos que, por azaroso milagro, puede recordar de sus interminables días encerrada en las aulas (y eso explica por qué nuestro nivel de debate es siempre paupérrimo), es extremadamente raro hallar personas con actitudes (es decir, formación humana) de creatividad, crítica, investigación, argumentación, sensibilidad estética, memoria histórica y sentido moral elevado (en este campo, la única verdadera formación no fue la ética teórica, sino la moralina barata, pero práctica, de los medios de comunicación, como Disney y el Cantinflas viejo, y de un deficiente catecismo religioso y/o familiar). No sorprende, por tanto, que México sea un país rezagado en todo (salvo en obesidad, violencia y corrupción), que nada inventa, nada resuelve y nada investiga a fondo por sí mismo. No es casualidad que esos mismos títulos que avala la SEP ya no signifiquen nada. Hoy, decenas de miles de profesionistas que no leen libros ni saben escribir se gradúan cada año: comunicólogos que no tienen nada que comunicar, internacionalistas que no saben ni historia ni geografía, administradores sin empresas que administrar, contadores que no hallan riquezas que contar, abogados y médicos que sirven al dinero y no a la justicia o la gente… por no hablar de los millones de graduados de las escuelas públicas, calificadísimos cajeros de Wal-Mart, ambulantes, viene-vienes, microbuseros…
Si ya es bastante malo que los grandes genios de la ciencia que EE. UU. produce y entrena en el MIT, Harvard o Princeton acaben en Wall Street o alguna gran corporación farmacéutica o armamentística, sin contribuir nada a la sociedad (más bien, ayudando a su destrucción), por lo menos habrá uno que gane un Nobel haciendo algo bueno. Aquí, nuestros ‘ilustrados’ nomás opinan y opinan (la contrario de la verdadera ciencia, según Aristóteles) y ‘defienden’ la ‘filosofía’... por Internet y tuiter.
G. G. Jolly
2 comentarios:
Hola Gabriel:
Tienes razón, y yo agregaría a lo que dices que, actualmente, la filosofía tal y como se cultiva hoy, no escapa de ciertos estándares de eficiencia: no sólo por el modo en que CONACyT -otro brazo del ogro-, califica a los que cultivan las humanidades, sino que la investigación es entendida como "especialización". La filosofía como sabiduría prácticamente es más un acto de fe que una realidad constatable. Sólo así se explican ciertas personalidades del status quo filosófico que no sólo amasan fortunas y prestigio, sino poder político (¿verdad Juliana González?).
Hasta donde recuerdo, el modo de enseñanza de la filosofía en la educación básica es un desastre: por ejemplo, en doctrinas filosóficas dan un hiperembutido y al final los alumnos terminan con la moraleja: ni te acerques a la filosofía, porque manejan unos términos más esotéricos que los libros de Harry Potter.
Y todavía, en la licenciatura, en dos semestres quieren despachar 14 siglos: o sea, la Edad Media donde también meten a la Patrística.
Lo único rescatable de las protestas contra la desaparación de las materias filosóficas, es que puede ser una llamada de atención contra la tendencia de instalar una instrucción meramente tecnológica, que sólo generará hombres y mujeres de provecho... para una transnacional.
¡Saludos!
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