Una herejía del catolicismo contemporáneo: negación de la verdadera humanidad de Jesús
Negación de la verdadera humanidad de Jesús
Introducción
Últimamente se ha difundido entre algunos católicos una
visión de Jesús que no ve en él otra filiación divina que la misma de todos los
Hombres: lo que distingue a Jesús es que ha sabido percibir esa filiación nuestra
y nos la ha comunicado. Jesús es, por tanto, primogénito entre muchos hermanos,
pero no es Unigénito del Padre. Y los cristianos no debemos a él nuestra
filiación (no somos ‘hijos en el Hijo’), sino sólo nuestra conciencia de ella.
En mi opinión, tal modo de ver no es cristiano.[1]
A lo mejor estoy equivocado en mi fe en la Encarnación (a fin de cuentas, la
plena verificación de la fe es sólo escatológica). Pero de lo que no me cabe
duda es que la afirmación de la encarnación de Dios es intrínseca a la fe
cristiana. No obstante, lo que aquí intento señalar es otra cosa: por más que
ese modo de ver tenga estrecha relación con el problema de las otras religiones
y con el influjo en Occidente de toda la teología hindú de la ‘no dualidad’
(advaita), en realidad hay en ese modo de ver[2]
otro gran componente de reacción contra
una imagen heterodoxa y muy difundida que sólo sabe concebir la divinidad
de Jesús a costa de su verdadera humanidad. Esta otra herejía es la que
quisiera comentar ahora.
Karl Rahner habló varias veces de que hay un monofisismo
latente en las cabezas de muchos católicos.[3]
Destaquemos la palabra ‘latente’: hablan con plena ortodoxia de Jesús como
‘verdadero Dios y verdadero Hombre’, pero les ocurre lo mismo que cuentan los
evangelios sobre Pedro: que, tras hacer una profesión verbalmente correcta de
Jesús como Mesías, resulta que entendía ese mesianismo de manera herética y
Jesús llega a tacharlo de piedra de escándalo y de ‘Satanás’ (Mt XVI, 23).
Pues bien: es en este sentido de mala intelección de una
fórmula correcta como vamos a hablar de esta herejía.
1 Hombre, ‘pero no tanto’
Volviendo a la denuncia ya vieja de Rahner, creo que quizá
sería mejor hablar de un ‘apolinarismo latente’;[4]
es decir: se le concede a Jesús una ‘carne humana’ como la nuestra; pero parece
imposible reconocerle una psicología
humana como la nuestra: sujeta al error y la ignorancia, o a la debilidad,
la angustia, el miedo o la sensación de fracaso. Porque todos esos rasgos
parecen incompatibles con nuestra idea de Dios y de la dignidad divina.
Se podría objetar que también la materia y sus fragilidades
son incompatibles con nuestra idea de Dios, pero, para estos apolinaristas
anónimos, eso es más fácil de soportar: porque ellos suelen concebir la materia
y la corporalidad de manera más platónica que bíblica, es decir, como si la
corporalidad fuese una dimensión totalmente ajena a nuestro yo (o a nuestra
alma, en el lenguaje tradicional), que sólo se encuentra como aprisionado en
ella. El cuerpo es sólo una ‘cárcel’ exterior de nuestra alma, pero no
‘componente’ intrínseco de ésta.
Dicho de otro modo: al igual que aquellos cristianos del
siglo I que se separaron de la comunidad del cuarto evangelio porque su forma
de divinizar a Jesús les impedía una plena aceptación de su humanidad y, sin
embargo, se creían los más fieles y los más amantes del Maestro, muchos
cristianos de hoy deducen cómo tendría que ser la humanidad de Jesús desde su
idea previa de Dios y de la dignidad divina. Y cuando se encuentran con una
imagen de Jesús que no empalma con su idea previa de Dios, la rechazan como
‘ajena a la fe de la Iglesia’, aunque, en realidad, es ajena a la forma como ellos han deformado esa fe
de la Iglesia. Igual que Pedro rechazaba el mesianismo sufriente de Jesús como
ajeno a la fe de Israel.
2 Orígenes y consecuencias
La historia es una gran maestra. Y aquí quisiéramos ir
comprendiendo cómo fueron gestándose muchas de las herejías que denunciamos,
atendiendo, precisamente, a la historia que las produjo. En el tema que nos
ocupa, la fuente de este desequilibrio es un uso privilegiado del evangelio de
Juan casi en contra de los sinópticos: quizás porque Juan, aunque no abandona
el esquema narrativo, parece un evangelio más intelectual, más especulativo. Y
el cristianismo griego creía que hay que buscar a Dios por el conocimiento y
temía que la narración sólo fuese apta para las mitologías paganas. Sea por la
razón que sea, hace ya algunos años subrayó Schillebeeckx que la tradición
eclesiástica había privilegiado unilateralmente a Juan contra los demás
evangelios.[5] Y poco
antes E. Käsemann se atrevía a insinuar provocativamente que Juan es un
evangelio ‘herético’, añadiendo con agudeza que a pesar de todo entró en el
cánon bíblico ‘por error de los Hombres y por providencia de Dios’.[6]
Era un modo llamativo de explicar, por un lado, la necesidad e importancia del
cuarto evangelio, pero, por otro, su peligro cuando es leído al margen de los
sinópticos.
Juan intenta mostrar la dimensión más honda del Jesús de los
sinópticos, el reverso de aquella humanidad subversiva, subyugante y derrotada;
y hacer que resplandezca ‘la gloria’ que estaba detrás de todo el hacerse
‘carne’ de la Palabra ‘plantando su tierra entre nosotros’ (Jn I,
14). Por eso si se lee a Juan al margen de los sinópticos o por encima
de ellos y no como reverso del tapiz sinóptico, se le falsea.[7]
Podríamos decir que Marcos y Juan son tan inseparables en nuestra imagen de
Jesús como ‘las dos naturalezas’ en la realidad de Jesús.
¿Qué sucede en cambio si se les separa? Pues que se impide a Jesús ser revelador de Dios:
a Dios nosotros ya lo conocemos (o creemos conocerlo) y lo único que
necesitamos es que venga a redimirnos. Y efectivamente, la tradición católica
de los últimos siglos ha puesto todo el acento en la misión redentora de Jesús,
olvidando totalmente su misión reveladora, que, paradójicamente, es la más
decisiva de Jesús para Juan: ‘A Dios nadie lo ha visto nunca: el Unigénito que
vive vuelto hacia el Padre nos lo ha contado’ (Jn I, 18); ‘les he dado a conocer tu Nombre’; o ‘quien me ve a mí
ve al Padre’ (Jn 17, 26 y 14, 8).
Lo que hace, pues, esta herejía es deducir a priori la humanidad de Jesús desde una idea previa de Dios
que tenemos ya antes de conocer al Nazareno: como si Felipe, en el último texto
antes citado, le respondiera a Jesús: ‘para que al verte a ti veamos al Padre,
tienes que ser así y asá’…
Por tanto, este modo de proceder arguye tácitamente desde el
siguiente silogismo: ‘Dios es así. Es así que Jesús era Dios. Luego Jesús tenía
que ser así y así’.
Pero ¿y si Dios fuese distinto? ¿Y si en Jesús se revela un
Dios diferente del de la idea general de Dios? ¿Y si el Dios que concebimos
como necesariamente todopoderoso fuera capaz de renunciar a su poder y
anonadarse asumiendo forma de esclavo? ¿Y si el verdadero modo de argüir fuese
este otro: ‘Jesús era así; es así que Jesús es Dios, luego Dios es así’? ¿Y si
Dios, más que con la categoría del poder, hubiera de ser mediado por la
categoría del amor para relacionarse con nosotros? ¿Y si tuviera razón Pablo cuando
escribe que el Dios crucificado que anunciamos es ‘locura para los sabios y
escándalo para las personas religiosas’?[8]
3 Dictar a Dios cómo ha de ser
La diferencia entre ambos modos de argumentar es que estos
últimos razonan según el esquema del Nuevo Tes
tamento (Hb V, 7ss): ‘aunque era
el Hijo’… (tuvo que aprender lo que cuesta obedecer). Mientras que la herejía
que denunciamos razona de forma contraria al Nuevo Testamento: ‘como era el Hijo’ tuvo que ser así y
asá. Para ellos no caben en la humanidad de Jesús esa locura y ese escándalo
que reconocía Pablo, sino que esa humanidad habría sido cuidadosamente limitada
para hacerla compatible con la dignidad de Dios tal como ellos la conciben.
Permítaseme un ejemplo tomado de una petición que el
Breviario Romano propone para el día 24 de diciembre: ‘Tú que tomaste de
nuestra humanidad todo lo que no
repugnaba a tu divinidad…’. Con un deseo de ‘salvar la proposición del
prójimo’ se puede argumentar que ese modo de dirigirse al Señor lo incluye todo
menos el pecado. Sin embargo, me parece innegable que la invocación da a
entender, más bien, que hay elementos de nuestra humanidad que no fueron
asumidos en la encarnación de Dios porque ‘repugnan a su divinidad’.[9]
Con lo cual se niega la kénosis de
Cristo, se contradice el mensaje de la Carta a los hebreos que iguala a Jesús
con nosotros ‘en todo menos en el pecado’ (que de ningún modo es algo humano,
sino más bien la fuerza de lo inhumano). Y de este modo se aplica a Dios un
concepto de dignidad que tiende a separarlo de nosotros y que tendrá serias
consecuencias eclesiológicas.[10]
Pero no es cuestión sólo de la Carta a los hebreos. Ocurre
exactamente lo mismo con el pasaje mateano de las tentaciones de Jeús (IV,
1ss): allí es Satanás quien argumenta desde una idea determinada de Dios: ‘si
eres Hijo de Dios’… (tienes que hacer esto o lo otro), mientras que Jesús (el
Unigénito del Padre) es el que responde siempre a partir de la condición
humana, de cómo vive el Hombre y de qué le está permitido al Hombre… Otra vez
aparece puesta en juego en este relato la
noción de dignidad de Dios: si debe ser concebida en consonancia con la
idea humana de dignidad (superioridad y distancia) o debe ser concebida desde
el ejemplo de Jesús: ‘Señor y Maestro, ejemplo os he dado…’ (Jn XIII, 13-15). Si las rodillas deben
doblarse ante el que se manifiesta como superior a todos o ante el que aparece
como un Hombre más y con figura de siervo (Flp
II, 7).
4 Dios pero digerible
Con otras palabras: lo que esta herejía niega es todo el
mensaje neotestamentario sobre el anonadamiento (kénosis) de Dios en Jesucristo y el ‘despojo de su condición
divina’; ahora se considera el ser igual a Dios como ‘un botín irrenunciable’
(contra Flp II, 6) y, por
consiguiente, se le concede a Jesús una humanidad, pero no en todo como la
nuestra: una humanidad singular que le impide ‘presentarse como uno de tantos y
actuar como un Hombre cualquiera’ (Flp
II, 7). Y es cierto que Jesús tiene una humanidad singular, única: pero la
teología clásica situaba esa singularidad en el nivel ontológico (el de la unidad del ser que los griegos llamaron
subsistencia o hypóstasis[11]),
mientras que la herejía que estamos comentando lo sitúa en un nivel psicológico y cree poder percibirla
haciendo de Jesús una especie de ‘superman’, primero en todo y ‘el más bello de
los hijos de los Hombres’.[12]
La kénosis queda
reducida así al hecho mismo de la Encarnación, pese a que el himno de la Carta
a los filipenses deja claro que el sujeto de la kénosis no es Dios, sino ‘Cristo Jesús’ y que, por tanto, el
anonadamiento de Dios no reside en el hecho de hacerse Hombre (¡también es
Hombre el Resucitado que vive la vida misma de Dios!), sino en el modo elegido
para ser Hombre: ‘como uno de tantos’ o, aún peor, ‘con figura de siervo’. Todo
lo cual no significa que no haya algo de singular en la humanidad de Jesús.
Pero esa singularidad no consiste en su condición de superhombre o de ‘agente
007 divino’, sino en que, por esa humanidad, llegamos a conocer ‘la gracia y la
verdad de Dios’, y llegamos a contemplar la Gloria de Dios no en el mero
hacerse Hombre sino en el hacerse ‘carne’ (Jn
I, 18) de la Autoexpresión de Dios.
‘Carne’ es un término clásico en la Biblia y en el cuarto
evangelio para designar los aspectos débiles o escandalosos de nuestra humana
condición; mientras que ‘la gracia y la verdad’ son los atributos clásicos de
Dios en el primer Testamento, como consta en Ex XXXIV. Pues bien, el cuarto evangelio pretende que los atributos
de Dios (gracia y verdad) no se vieron en las teofanías del primer Testamento,
sino en la ‘carne’ del Hombre Jesús. Con enorme probabilidad, ‘gracia y verdad’
no son dos sustantivos sino una endíadis (figura en la que, de dos sustantivos,
uno califica o determina al otro).[13]
Puede traducirse, por tanto, como ‘misericordia firme, auténtica, fiel,
verdadera’ o como la verdad gratuita o el ‘don de la verdad’: la verdad de Dios
que se nos ha regalado como un don.[14]
Cualquiera de las dos versiones es apta para designar la singular humanidad de
Jesús, dado que la verdad de Dios es su amor y que lo decisivo del amor de Dios
es su autenticidad y su fidelidad.
Esto es lo que el Hombre Jesús revela y transparenta del
Padre y lo que permite a Marcos cerrar la vida de Jesús con la figura del
centurión que ‘al ver cómo había muerto’,
baja del Gólgota diciéndose: verdaderamente este hombre era Hijo de Dios’ (XV,
39).
De qué Hombre a qué Dios
En definitiva, lo que está en juego en esta heterodoxia
anónima es nada menos que la revelación de Dios, o de la total solidaridad de
Dios con el género humano, en la línea de II
Co VIII, 9: ‘siendo rico se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con
su pobreza’. Esta herejía prefiere un Dios que nos enriquezca con su riqueza
(de la que unos participan más que otros…). Falta aquí algo que en la reflexión
teológica se viene reclamando desde hace tiempo: una cristología del Espíritu que complete la clásica cristología del
Lógos. Puesto que de esta herejía se deriva irremediablemente otras, como la negación de la eminente dignidad
de los pobres en la Iglesia y la negación de la absoluta
incompatibilidad entre Dios y el dinero, ya que aquí ha entrado en juego una
palabra que será decisiva en ellas: la
noción cristiana de la dignidad humana.
‘El Hijo Unigénito…, para darnos gratuitamente la salvación asumió un Hombre completo en beneficio del Hombre completo que es el que había pecado… Si sólo fie asumido un Hombre incompleto, entonces resulta incompleto el don de Dios porque no es todo nuestro ser humano el que ha sido salvado. ¿Y para qué dijo entonces que el Hijo del Hombre había venido a salvar todo lo que se había perdido (Mt XVIII, 11)? “Todo” significa: el alma, el cuerpo, la sensibilidad (sensu) y toda nuestra naturaleza humana. Si se había perdido todo el Hombre era necesario salvar todo lo perdido… Además, es en la sensibilidad donde radica la cima de todo pecado y el resumen de toda perdición… ¿Cómo, entonces, se pretende que no ha de ser salvado precisamente aquello que es como el origen de todo pecado? Pero nosotros que nos sabemos íntegra y completamente salvados, profesamos con la Iglesia católica que Dios asumió una humanidad completa…Hay que confesar, por tanto, que el mismo que es la Sabiduría, la Palabra o el Hijo de Dios ha tomado un cuerpo humano, un alma humana y una sensibilidad humana, es decir: “el íntegro Adán” o, para decirlo más claramente, todo nuestro Hombre viejo sin el pecado. Y así como al confesar que tenía un cuerpo humano, no le atribuimos nuestros vicios y pasiones corporales, así también, al decir que tiene un alma y una sensibilidad, no pretendemos que haya sucumbido al pecado de los pensamientos humanos. Pero a quien dice que la Palabra, en vez de llegar hasta la sensibilidad humana se limitó a estar en el cuerpo del Señor, a éste la Iglesia lo anatematiza.’ (San Dámaso, Papa, Cartas a obispos orientales, D 145, 146, 148)[15]
Tomado de: José Ignacio González Faus, SJ, Herejías del catolicismo actual, Trotta, Madrid, 2013, pp. 17-24.
[1] Creo que
tampoco es concorde con los datos de la investigación histórica: después de
varios análisis minuciosos, un exégeta tan cuidadoso y sereno como R. Brown
escribe: ‘Si Jesús se presentó a sí mismo como el primero entre muchos hermanos
que tienen una nueva y especial relación con Dios como Padre, esa prioridad implica que su filiación fue
de alguna manera superior a la filiación de todos los que habían de seguirle’
(Introducción a la cristología del Nuevo
Testamento, Sígueme, Salamanca, 2001, p. 101; subrayados del original).
[2] Derivado
de la tesis de J. Hick, que quiso resolver todo el problema de las religiones
con el mejor simplismo norteamericano.
[3]
Monofisismo (= unicidad de naturaleza) significa que al unirse en Jesús lo
divino y lo humano, éste se ve anegado por aquél y desaparece en él como la
gotita de vino que cayera en la inmensidad del océano.
[4]
Apolinar, obispo de Laodicea, fue un hereje del siglo IV que, creyendo ser más
fiel al Concilio de Nicea, concedía a Jesús un cuerpo como el nuestro, pero no
un ‘alma’ (un psiquismo) como la nuestra: porque el Verbo de Dios suplía y
hacía inútil toda la psicología humana (para más detalles ver: J. I. González
Faus, La humanidad nueva. Ensayo de
cristología, Sal Terrae, Santander, 2000, cap. 9).
[5] Jesús. La historia de un viviente,
Trotta, Madrid, 2010, p. 561ss.
[6] Jesu letzer Wille nach Johannes 17,
Tubinga, 1971, pp. 154ss.
[7] Por
elemental que sea, remito a la comparación entre la pasión de Mc y la Jn, propuesta en el capítulo tercero de La humanidad nueva.
[8] Quizás
valga la pena notar, aunque sea de pasada, que todas las preguntas anteriores
resumen el malentendido que se produjo a raíz del libro de J. A. Pagola, Jesús. Aproximación histórica (PPC,
Madrid, 2012), declarado por unos no sólo ambiguo, sino contrario a la fe de la
Iglesia, mientras que muchos otros teólogos y obispos, como J. Uriarte, L.
Ladaria, G. F. Ravasi o el obispo de Braga lo consideraban no sólo libre de tal
sospecha, sino profundamente evangelizador.
[9] Este
modo de argumentar es tan lógico, tan antiguo y tan extendido que, entre los
textos apócrifos encontrados en Nag Hammadi, hay uno que dice que la Virgen
María no tenía la regla… Y una vez que (hace ya bastantes años) dije en un
programa de televisión que María, durante su embarazo, tenía vómitos y mareos,
hubo gentes que se me echaron encima tachándome desde irrespetuoso hasta de
blasfemo. Si esto piensan de María, ¿cómo pensarán de Jesús? Semejante forma
gnóstica de concebir ha marcado mucho al cristianismo y es una de las razones
de la fatal separación entre fe y vida que comentaremos en otro capítulo.
[10] Ejemplo
de esas consecuencias: un informe sobre las Constituciones de los legionarios
de Cristo encargado ya en 1957 al superior general de los carmelitas constataba
que la pobreza se entendía de manera ‘muy singular’; y aduce como prueba que
‘la casa de Roma es muy confortable, con piscina, uso habitual de varios
automóviles, fácil uso del teléfono para comunicaciones internacionales e
intercontinentales, viajes habitualmente en avión, uso de albergues y
restaurantes de gran clase…, gracias a que se afirma que la pobreza del
legionario debe ser digna y distinta’
(AA. VV., La voluntad de no saber, Mondadori,
México, 2012, p. 106). Me siento obligado a aclarar que esa concepción de
pobreza, derivada de una cristología heterodoxa y compatible con la noción
mundana de dignidad, no es exclusiva de los legionarios.
[11] Y
además, como es sabido, no había acuerdo a la hora de precisar en qué consiste
esa ultimidad del ser: tomistas, nominalistas y escotistas, las tres grandes
escuelas teológicas medievales, diferían a la hora de responder a esta
cuestión.
[12] El
increíble ‘voto de caridad’ redactado por el fundador Maciel reza así: ‘Prometo
a Dios omnipotente delante de la beatísima Virgen María de los Dolores y
delante de toda la corte celestial jamás
dañar con opiniones ni siquiera uno de los actos de gobierno de los superiores,
y avisar inmediatamente al superior general si supiera que sucede esto por
parte de algunos de los religiosos’ (La
voluntad de no saber, Op. cit., p.
106). Aparte del tono melifluo que suele ser sospechoso, llama la atención que
la caridad sólo se ejerza para con los de arriba y no para con los hermanos a
los que sí se puede denunciar. Aún más increíble es que en las Constituciones
se diga que los jóvenes candidatos han de ser guapos y atractivos (‘decenti sint conspectu, attractione
corripiant’, citado en latín en Ibid.,
p. 245).
[13] El
ejemplo clásico de endíadis, en las antiguas gramáticas latinas, era la frase
de Cicerón contra Verres: ‘cruz y suplicio’ (= el suplicio de la cruz).
[14] La
primera traducción está más en coherencia con el léxico veterotestamentario; y
hasta puede encontrar su correspondencia en las dos palabras que más dicen de
Jesús los evangelios sinópticos: ‘las entrañas conmovidas’ y la autoridad de su
libertad (eksousía). La segunda
traducción parece más en coherencia con la noción de verdad fundamental y
propia del cuarto evangelio y es preferida por O. Tuñí en su libro sobre Juan: El do de la veritat (Facultat de
Teologia de Catalunya, Barcelona, 2012), basándose en que Juan no traduce el
hebreo hesed de Ex XXXIV, por eleos (misericordia,
como hacen los LXX), sino por charis (gracia).
[15] He traducido
perfectus por ‘completo’ y sensus por ‘sensibilidad’. La versión de
El magisterio de la Iglesia (DH)
traduce por ‘perfecto’ y por ‘facultad perceptiva’. Pero me parece que esas
traducciones confunden la totalidad con la perfección cualitativa o reducen el
psiquismo humano a sólo el nivel intelectual.
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