VT VNVM SINT
Cada año, la Iglesia de Cristo —término extensible más allá de Roma— celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos entre el 18 y el 25 de enero. Por primera vez en mi vida —aunque lo intenté el año pasado—, me uní al Pueblo de Dios en oración para tal propósito. Y he de confesar que esto no es cualquier cosa para alguien de un ecumenismo tan limitado como yo —por lo menos en lo referente al amplísimo término ‘protestantes’—.
Afortunadamente, en esta ocasión, los textos que prepararon conjuntamente el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias trataba sobre un tema no sólo de mi interés, sino que coincide con mi mayor acercamiento ecuménico con los ‘hermanos separados’: la Iglesia de Sudáfrica. Resulta ser que uno de mis mejores amigos —y no uso esta palabra a la ligera— de la red, Christian Uitzinger —que aparece en la fotografía junto al célebre Arzobispo anglicano de Johannesburgo y Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu—, está en proceso de convertirse en un ministro-sacerdote anglicano.
Nuestra amistad se ha desarrollado en un constante compartir de experiencias, búsqueda de Dios y los distintos caminos de fe. Por más que estemos en desacuerdo sobre más de una cosa —muchas, en realidad—, nos respetamos y apreciamos tal cual somos y estamos siempre dispuestos a explorar lo que haya de santo y bueno en nuestras respectivas iglesias; un ejemplo es que yo le regalé el libro Dios y el mundo del entonces cardenal Ratzinger y él me dio Dios tiene un sueño de monseñor Tutu. Ambos quedamos muy enriquecidos y contentos.
Ahora bien, reflexionando los textos con los que las iglesias tratan de acercarse unas a otras para volver a conformar la verdadera y única Iglesia de Cristo, me he dado cuenta de que las divisiones entre los cristianos son un obstáculo mayúsculo para la construcción del Reino, una incongruencia inmensa con el Evangelio y una terrible forma de desprestigio para las instituciones eclesiales.
La Iglesia en África es un ejemplo contundente de ello: una cristiandad dividida no puede hacer frente a la enorme miseria, la inequidad, la ignorancia, la violencia, la desintegración familiar y el SIDA que afectan a millones de personas, especialmente a los más pobres. Sin embargo, es precisamente entre los más pobres, casi siempre entre miembros de distintas iglesias, que ‘las iniciativas locales a pequeña escala, a menudo de tipo ecuménico, hacen del Reino de Dios una realidad que consigue romper el silencio sobre la pobreza, la enfermedad, la violencia y la desesperación’.
Aunque en Sudáfrica, donde vive mi amigo Chris y el arzobispo Tutu, y donde el 10% de la población vive con VIH; aún se dejen ver los muros invisibles del racismo y la segregación, también podemos contemplar un ecumenismo vivo, de facto, así como los frutos de una de las reconciliaciones más grandiosas de la Historia, en la que oprimidos y torturados le tendieron la mano en perdón a sus opresores y torturadores.
¿Qué se podría lograr cuando metodistas, anglicanos, bautistas y católicos fueran ‘uno’, se aceptaran como lo que son: la Iglesia, el Pueblo de Dios
Afortunadamente, en esta ocasión, los textos que prepararon conjuntamente el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias trataba sobre un tema no sólo de mi interés, sino que coincide con mi mayor acercamiento ecuménico con los ‘hermanos separados’: la Iglesia de Sudáfrica. Resulta ser que uno de mis mejores amigos —y no uso esta palabra a la ligera— de la red, Christian Uitzinger —que aparece en la fotografía junto al célebre Arzobispo anglicano de Johannesburgo y Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu—, está en proceso de convertirse en un ministro-sacerdote anglicano.
Nuestra amistad se ha desarrollado en un constante compartir de experiencias, búsqueda de Dios y los distintos caminos de fe. Por más que estemos en desacuerdo sobre más de una cosa —muchas, en realidad—, nos respetamos y apreciamos tal cual somos y estamos siempre dispuestos a explorar lo que haya de santo y bueno en nuestras respectivas iglesias; un ejemplo es que yo le regalé el libro Dios y el mundo del entonces cardenal Ratzinger y él me dio Dios tiene un sueño de monseñor Tutu. Ambos quedamos muy enriquecidos y contentos.
Ahora bien, reflexionando los textos con los que las iglesias tratan de acercarse unas a otras para volver a conformar la verdadera y única Iglesia de Cristo, me he dado cuenta de que las divisiones entre los cristianos son un obstáculo mayúsculo para la construcción del Reino, una incongruencia inmensa con el Evangelio y una terrible forma de desprestigio para las instituciones eclesiales.
La Iglesia en África es un ejemplo contundente de ello: una cristiandad dividida no puede hacer frente a la enorme miseria, la inequidad, la ignorancia, la violencia, la desintegración familiar y el SIDA que afectan a millones de personas, especialmente a los más pobres. Sin embargo, es precisamente entre los más pobres, casi siempre entre miembros de distintas iglesias, que ‘las iniciativas locales a pequeña escala, a menudo de tipo ecuménico, hacen del Reino de Dios una realidad que consigue romper el silencio sobre la pobreza, la enfermedad, la violencia y la desesperación’.
Aunque en Sudáfrica, donde vive mi amigo Chris y el arzobispo Tutu, y donde el 10% de la población vive con VIH; aún se dejen ver los muros invisibles del racismo y la segregación, también podemos contemplar un ecumenismo vivo, de facto, así como los frutos de una de las reconciliaciones más grandiosas de la Historia, en la que oprimidos y torturados le tendieron la mano en perdón a sus opresores y torturadores.
¿Qué se podría lograr cuando metodistas, anglicanos, bautistas y católicos fueran ‘uno’, se aceptaran como lo que son: la Iglesia, el Pueblo de Dios
G. G. Jolly