jueves, diciembre 14, 2006

Por una ética sexual humanista (I)

Michelangelo Buonarotti, Adán y Eva en la Capilla Sixtina, circa 1508-1512.

Introducción

En los albores del siglo XXI, existe un fenómeno antropológico y cultural muy especial que está en boga, del que todo el mundo habla, que vemos y sentimos en todos lados, que invade los medios de comunicación y nuestro entorno todo: el sexo.

Hace un siglo, justamente, que el doctor Freud, en Viena, ponía la sexualidad en el centro de la vida humana, para gran escándalo de la hipócrita y moralista sociedad victoriana de entonces. Esto no sólo rompió con tabúes y reglas establecidas, sino que abrió la puerta a una visión del ser humano mucho más profunda e integral, pues ‘La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad,(1) que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida de los hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad’.(2)

Sin embargo, aunque Freud acentuó excesivamente la sexualidad —algo muy positivo en su momento y su contexto—, fracasó en comprenderla con profundidad, tal y como critica Erich Fromm.(3) Es a partir de este fracaso, conjuntamente al desarrollo tecnológico y económico de Occidente en la posguerra, que el sexo invadió las sociedades y desvirtuó a la sexualidad.

La sexualidad, un don completamente humano

He de partir de la premisa que el hombre, como animal racional, ha emergido de la naturaleza y la ha trascendido —aunque sin abandonarla jamás ni dejar de pertenecer a ella—. No puede regresar a ella, sólo puede ir hacia delante, utilizando la misma razón, artífice de este éxodo. Según Martin Buber, primero hay una distancia originaria en que el hombre tiene conciencia, al mismo tiempo, del ser de su yo y del ser del otro, enfrente e independiente de él; y segundo, que una vez establecida esta distancia, él funda relaciones con los otros, establece lenguajes y crea mundos.(4) Se ha convertido en persona humana; una entidad, una realidad sumamente compleja, con muchas dimensiones, principalmente, la de ser un ente dialógico. De hecho, si examinamos la etimología de la palabra persona, nos encontramos la relación como su elemento constitutivo principal: en griego, prosopon contiene la partícula pros, ‘a’, ‘hacia’; mientras que persona en latín significa ‘resonar a través de’, e indica relación como comunicabilidad.(5)

Por todo lo anterior quería hacer la diferenciación entre hombre y persona humana, y también para evitar un odioso pandeterminismo, según el cual el ser humano es sólo producto de la herencia, el medioambiente y procesos condicionados —‘Yo soy yo y mi circunstancia’, diría Miguel de Unamuno—. El hombre, por naturaleza, tiene una agresividad animal y un instinto violento; mientras que la persona humana, también de forma natural, cuenta con la capacidad tanto de odiar como de amar. El hombre necesita alimentarse para sobrevivir, y por eso tiene apetito y un avanzado sistema digestivo; la persona humana es capaz de transformar las plantas y los animales en platillos complejísimos, manjares gourmet dignos de dioses. El hombre, al igual que los animales, puede emitir sonidos o hacer ruido con herramientas para comunicarse; mas la persona humana crea sistemas lingüísticos como el latín, el hebreo, el español, el inglés o el náhuatl —y los registra en diccionarios y estudia mediante tratados de gramática—, lo mismo que produce violines, pianos y orquestas, para los que compone conciertos, sinfonías y Te Deums. El hombre transforma su entorno con herramientas de piedra y madera; y la persona humana construye palacios, catedrales, presas, rascacielos y esculpe El David y El Pensador. De la misma manera, el hombre experimenta un deseo sexual intrínseco en él; la persona humana, por su parte, se entrega desinteresadamente al otro y ama con pasión.

La sexualidad de la persona humana, por lo tanto, va mucho más allá de los aspectos fisiológicos; no es solamente el estudio de la menstruación, las erecciones, el efecto de las hormonas o el instinto de reproducción que asegura la subsistencia del hombre. Es, en cambio, algo que está inscrito profundamente en nuestro ser-personas, que determina nuestro carácter, nuestra composición psico-espiritual y, sobre todo, el modo en el que nos relacionamos con el otro —implica la totalidad de la forma como experimentamos el ser-dialógicos—.

De esta forma, podemos ver cómo la sexualidad, entendida como fenómeno íntimamente humano, es un don de las personas mediante, por el cual y para el que se relacionan. Es una de las mayores oportunidades para salir al encuentro de y encontrarme en el otro, especialmente si se trata de la relación de amor absoluto entre varón y mujer. Hay que profundizar, pues, en el encuentro con la alteridad del otro, que, mediante la eliminación de la ‘separatidad’,(6) hace al hombre una persona humana completa, que ama con libertad y que, consecuentemente, necesita de la ética, tal como afirma Emmanuel Lévinas: ‘La relación metafísica [entre seres], la relación con el exterior [con el otro], no es posible sino como relación ética’.(7)

G. G. Jolly

(1) En adelante, utilizaré los términos sexo y sexualidad para referirme a cosas distintas. El primero, para el fenómeno cultural y antropológico descrito en el primer párrafo y el segundo para el fenómeno que caracteriza el ser mismo de la persona humana, en toda su profundidad y enmarcada en las dimensiones físico-biológica, psicológica y espiritual.
(2) Congregación para la doctrina de la fe, Declaración Persona humana acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, Roma, 1975. I.
(3) Erich Fromm, El arte de amar, Barcelona, Paidós, 2004. pp. 43-45.
(4) Roger Calles, ‘Martin Buber, una alternativa al individualismo’, en Martin Buber, El camino del hombre, Altamira, Argentina, 2003. p. 13.
(5) Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca, Sígueme, 2005. p. 153.
(6) v. Erich Fromm, Id. p. 19.
(7) Emmanuel Lévinas, ‘Libertad y mandamiento’, La huella del Otro, México, Taurus, 1998 [Traducción de Silvana Rabinovich].

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