Por una ética sexual humanista (II)
Continuación de la primera parte:
En la era posmoderna, o ‘del vacío’ en palabras de Gilles Lipovetsky,(1) el sexo parece haber desplazado a la sexualidad. ¿Cómo es posible, si el sexo es sólo un acto y la sexualidad un todo acerca de nuestro ser-persona, respecto a quiénes y cómo somos y nuestras relaciones con los demás?(2) Precisamente porque esta última ha sido despojada de su complejidad y reducida a una serie de actos, se ha materializado, simplificado y desvirtuado, en detrimento no de algo tan subjetivo como ‘las buenas costumbres’ o la ‘correcta moral’, sino de algo tan objetivo como la dignidad de la persona humana.
Gracias al desarrollo del capitalismo y la democracia liberal en la posguerra, la Humanidad —al menos en los países más desarrollados— atraviesa su segunda revolución individualista. Los valores liberales e ilustrados del siglo XVIII han sido rebasados y llevados a alturas inusitadas. El individuo, soberano de sí mismo y del mundo que le rodea, sigue siendo el centro de esta cosmovisión, aunque sin el marco de normas, instituciones y responsabilidades que hasta hace algunos años eran elementos inseparables del sistema democrático liberal.
Hoy día, el individuo, en todo lo que hace, requiere un mínimo de coacciones y un máximo de elecciones, una mínima austeridad y una mayor comprensión, un máximo deseo y una mínima represión. Vivimos en una sociedad basada en la estimulación y la satisfacción de necesidades, del sexo y del culto a lo ‘natural’. Asimismo, el siglo XXI es el siglo de las decepciones, de pérdida de las utopías, de la esperanza en el futuro. Mauricio Beuchot, OP, filósofo, gran conocedor de la era posmoderna, la define así: ‘Es el universo de la decepción, del desengaño, que se expresa a través de una literatura de crisis, de una sensación de estar instalados en la angustia y en la depresión culturales, y descreer de cualquier propuesta que busque conservar el conocimiento o poner reglas claras de conducta ética. La posmodernidad, con diferentes matices, rechaza el núcleo de la modernidad que es la razón y, en consecuencia, la filosofía del hombre y de la ética’.(3) Lipovetsky coincide ampliamente con él: ‘Sociedad posmoderna: cambio de rumbo histórico de los objetivos y modalidades de la socialización, actualmente bajo la égida de dispositivos abiertos y plurales; el individualismo hedonista y personalizado [yo preferiría el término atomizado] se ha vuelto legítimo y ya no encuentra oposición; la era de la revolución, del escándalo, de la desesperanza futurista, inseparable del modernismo, ha concluido. La sociedad posmoderna es aquella en la que reina la indiferencia de masa, donde domina el sentimiento de reiteración y estancamiento, en el que la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, donde se banaliza la innovación, en la que el futuro no se asimila ya a un progreso ineluctable’.(4) De esta forma, el individuo posmoderno busca tranquilidad, satisfacción inmediata, particularidad en vez de universalismo.
Es decir, la segunda revolución individualista nos ha llevado no a un individualismo mejorado, sino al narcisismo. Entre más energías se invierten en el Yo, mayor es la angustia de la soledad, la incertidumbre y la interrogación, así como menor es la responsabilidad hacia el otro. Lo más importante para Narciso es la liberación del Yo; amarse tanto para no necesitar ser amado por nadie más. No obstante, el Narciso moderno, en lugar de quedar prendido de su propia belleza, no puede enfrentarse a sí mismo tal como es y busca, entonces, la autorrealización individual ad infinitum, en cada aspecto de su vida: en el trabajo, en la familia, en la vida ‘espiritual’, en la apariencia, en el deporte, en las artes y, por supuesto, en la vida amorosa.
Lo anterior nos lleva al punto de las relaciones de pareja posmodernas, dominadas por el consumo. Erich Fromm describió acertadamente este fenómeno, en el que existe un mercado en el que se consigue pareja y en el que el poder adquisitivo radica en el número de cualidades que uno pueda tener, una mezcla de popularidad y sex-appeal.(5) Y todo se reduce a un sencillo problema: ‘Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar’.(6) Es decir, la autorrealización laboral, espiritual, social y estética nos provee del ‘capital’ para buscar una persona con las mayores cualidades posibles dentro de nuestro ‘presupuesto’. Sin embargo, esta clase de uniones por conveniencia, en aras de la autorrealización, no es intensa y violenta, no tiene la fuerza suficiente para desterrar la angustia de la soledad, la incertidumbre y la interrogación. La apatía anímica de Rollo May,(7) la indiferencia hacia el otro de Lipovetsky y la vergüenza por la separación humana de Fromm continúan y se incrementan.
Y justamente la sexualidad desvirtuada, el sexo, es el mejor ejemplo de ello, pues el acto sexual desligado del amor nunca puede eliminar el abismo, la separatidad, con el otro, ni autorrealizarse de ninguna manera, ni mucho menos darle sentido a la vida.
Es acertado, para proseguir con la tercera parte de este artículo, considerar las advertencias de Viktor Frankl: ‘La autorrelización sólo cabe conseguirse per effectum, nunca per intentionem’; y de Pinchas Lapide, que, en el mismo diálogo, concuerda con aquél: ‘No se puede amar a uno mismo si se es incapaz de amar algo o a alguien que está fuera de uno. El Yo necesita amor hacia fuera, el amor-extra-nos para la propia autorrealización. Quien es capaz de “salir de la propia piel” para amar a otro —hasta la negación de sí mismo— es verdaderamente fiel a su propio ser’.(8)
(1) Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona, Anagrama, 2006.
(2) Ver la primera parte de este artículo: ‘Por una ética sexual humanista (I)’
(3) Javier Sicilia, ‘Dios posmoderno. Entrevista con Mauricio Beuchot’, en Letras Libres 12, diciembre 1999. p. 46. En línea: aquí.
(4) Gilles Lipovetsky, Op. cit. p. 9.
(5) Erich Fromm, El arte de amar, Barcelona, Paidós, 2004. p. 13-17.
(6) Erich Fromm, Op. cit. p. 13.
(7) Rollo May, Love and Will, Nueva York, Collins, 1974.
(8) Viktor Frankl y Pinchas Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Barcelona, Herder, 2005.
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