Mística e historia según Karl Rahner, SJ
Oración. Lo enorme de esta experiencia, que todo lo centra en una especie de temblor, es lo siguiente: yo puedo dirigirme hacia ese secreto o Misterio que todo lo abarca, que todo lo lleva y todo lo penetra, que se distancia de todo y, sin embargo, lo asume todo consigo; yo puedo invocarle, puedo orar. Yo sé que cuando viene a realizarse ese encuentro orante, ello se debe una vez más a la acción de ese mismo Misterio. Más aún, este Misterio actúa de tal forma que, cuando yo me encuentro ante él, siendo distinto él, introducido en mi propia realidad, cuando yo me entrego a él, no me pierdo, sino que, por el contrario, vengo a convertirme en alguien que participa de este Misterio infinito. Yo experimento (a través de eso que nosotros, los cristianos, llamamos gracia) que este Misterio, para ser él mismo, no necesita alejarse de mí en una distancia infinita, sino que, al contrario, él mismo se entrega a nosotros, para nuestra plenitud.
A los cristianos les resulta prohibido (en una prohibición que ha de tomarse totalmente en serio) contentarse con algo que sea menor que la infinita plenitud de Dios, les está prohibido instalarse en lo finito de un modo definitivo y feliz, contentándose con la estrechez, pensando, con una modestia mentirosa, que Dios no puede tomar en serio a esta criatura finita que somos nosotros, aunque estemos lastrados por mil condicionamientos. Esto significa no sólo que el mundo ha empezado a encontrarse a sí mismo en el hombre (empezando por mi causa a ser también de otra manera), sino que Dios ha comenzado también a venir al hombre y el hombre a ir hacia Dios.
Historia. Pero mi cristianismo no significa solamente la apertura radical en oración, en entrega y amor al misterio indecible de Dios. Mi cristianismo no tiene sólo (si así quiere decirse) un carácter trascendental y “pneumatológico”, sino que tiene también y de un modo esencial una dimensión histórica. Mi cristianismo reconoce de hecho que este autoofrecimiento del Misterio infinito [esta revelación], en cuanto plenitud del hombre, no es sólo la posibilidad más elevada y profunda que Dios concede al hombre para la historia de su libertad, sino que implica también (al menos si se mira al conjunto de la historia humana) el hecho de que, por la fuerza de ese ofrecimiento de Dios, esa historia de la libertad humana haya venido a expandirse victoriosamente en el mundo, de manera que ella se ha mostrado ya en la historia a través de esa irreversibilidad y de esa victoria.
La fe cristiana descubre en Jesucristo ese acontecimiento histórico, por el que se ha vuelto irreversible la ofrenda de Dios a los hombres y se ha vuelto históricamente palpable esa victoria [de la libertad]. Jesús, el Crucificado y Resucitado, ha sido aquel que ha proclamado esa automanifestación irreversible de Dios por medio de su anuncio de la llegada del Reino de Dios. Ha sido Jesús el que, en su unión con Dios y en su solidaridad incondicional con todos los hombres, ha venido a mostrarse como el acontecimiento de esa cercanía de Dios, que no podrá ser ya nunca derogada. Ha sido Jesús el que, a través de esa venida en abajamiento, en la vaciedad e impotencia de la muerte, ha venido a ser comprendido y experimentado como aquel que, por medio de esta muerte, que es entrega única y total al Misterio, ha sido recibido y liberado por Dios, en toda su existencia, de manera que hemos venido a experimentarle como “el Resucitado”. Jesús es para mí la automanifestación irrevocable e inapelable de Dios hacía mí en la historia, es la Palabra insuperable y definitiva de Dios, la PALABRA.
A los cristianos les resulta prohibido (en una prohibición que ha de tomarse totalmente en serio) contentarse con algo que sea menor que la infinita plenitud de Dios, les está prohibido instalarse en lo finito de un modo definitivo y feliz, contentándose con la estrechez, pensando, con una modestia mentirosa, que Dios no puede tomar en serio a esta criatura finita que somos nosotros, aunque estemos lastrados por mil condicionamientos. Esto significa no sólo que el mundo ha empezado a encontrarse a sí mismo en el hombre (empezando por mi causa a ser también de otra manera), sino que Dios ha comenzado también a venir al hombre y el hombre a ir hacia Dios.
Historia. Pero mi cristianismo no significa solamente la apertura radical en oración, en entrega y amor al misterio indecible de Dios. Mi cristianismo no tiene sólo (si así quiere decirse) un carácter trascendental y “pneumatológico”, sino que tiene también y de un modo esencial una dimensión histórica. Mi cristianismo reconoce de hecho que este autoofrecimiento del Misterio infinito [esta revelación], en cuanto plenitud del hombre, no es sólo la posibilidad más elevada y profunda que Dios concede al hombre para la historia de su libertad, sino que implica también (al menos si se mira al conjunto de la historia humana) el hecho de que, por la fuerza de ese ofrecimiento de Dios, esa historia de la libertad humana haya venido a expandirse victoriosamente en el mundo, de manera que ella se ha mostrado ya en la historia a través de esa irreversibilidad y de esa victoria.
La fe cristiana descubre en Jesucristo ese acontecimiento histórico, por el que se ha vuelto irreversible la ofrenda de Dios a los hombres y se ha vuelto históricamente palpable esa victoria [de la libertad]. Jesús, el Crucificado y Resucitado, ha sido aquel que ha proclamado esa automanifestación irreversible de Dios por medio de su anuncio de la llegada del Reino de Dios. Ha sido Jesús el que, en su unión con Dios y en su solidaridad incondicional con todos los hombres, ha venido a mostrarse como el acontecimiento de esa cercanía de Dios, que no podrá ser ya nunca derogada. Ha sido Jesús el que, a través de esa venida en abajamiento, en la vaciedad e impotencia de la muerte, ha venido a ser comprendido y experimentado como aquel que, por medio de esta muerte, que es entrega única y total al Misterio, ha sido recibido y liberado por Dios, en toda su existencia, de manera que hemos venido a experimentarle como “el Resucitado”. Jesús es para mí la automanifestación irrevocable e inapelable de Dios hacía mí en la historia, es la Palabra insuperable y definitiva de Dios, la PALABRA.
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