lunes, agosto 09, 2010

La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey eterno


Carta a los padres y hermanos del colegio de Padua [sobre la pobreza] I

‘La gracia y amor verdadero de Jesu Christo Nuestro Señor sea siempre en nuestros corazones y aumente cada día hasta la consumación de nuestra vida. Amén.

Carísimos en Jesucristo Padres y Hermanos amadísimos:

Una carta a nuestras manos llegó de nuestro y vuestro Pedro Santini, escrita al P. Mtro. Laínez, por la cual vimos, entre otras cosas, el amor a la pobreza que habéis elegido por amor de Jesucristo pobre. Sentís a veces la ocasión de padecer, en efecto, la falta de cosas necesarias, por no extenderse los medios materiales de Monseñor de la Trinidad[1] a tanto como su ánimo liberal y caritativo.

Bien que a personas que recuerdan el estado que han abrazado, y tienen delante de los ojos a Jesucristo desnudo en la cruz, no es necesario exhortar a paciencia, constando sobre todo en la aludida carta cuán bien aceptan todos cualquier efecto sentido de la pobreza, con todo, por haberme así encomendado nuestro en Jesucristo Padre, Mtro. Ignacio, quien como verdadero padre os ama, me consolaré con todos vosotros con esta gracia que nos hace la infinita bondad en hacernos sentir tan santa pobreza acá y allá, ahí a vosotros ignoro en cuánto grado, aquí a nosotros muy altamente, conforme a nuestra profesión.

Llamo gracia a la pobreza, porque es un don de Dios especial, como dice la Escritura: “pobreza y riqueza de Dios proceden”[2], y siendo tan amada de Dios, cuanto lo muestra su Unigénito, “que, dejando el trono real”[3], quiso nacer en pobreza y crecer con ella. Y no sólo la amó en vida, padeciendo hambre, sed, y no teniendo “dónde reclinar la cabeza”[4]; mas también en la muerte, queriendo ser despojado de sus vestiduras, y que todas sus cosas, hasta el agua en la sed, le faltase.

La Sabiduría, que no puede engañarse, quiso mostrar al mundo, según San Bernardo,[5] cuán preciosa fuese aquella joya de la pobreza, cuyo valor ignora el mundo, eligiéndola él, a fin de que aquella su doctrina de “bienaventurados los que tienen hambre y sed, bienaventurados los pobres, etc.”,[6] no pareciese disonante con su vida.

Se muestra de la misma manera cuánto aprecia Dios la pobreza, viendo cómo los escogidos amigos suyos, sobre todo en el Nuevo Testamento, comenzando por su Santísima Madre y los apóstoles y siguiendo por todo lo que va de tiempo hasta nosotros, comúnmente fueron pobres, imitando los súbditos a su rey, los soldados a su capitán, los miembros a su cabeza Cristo.

Son tan grandes los pobres en la presencia divina, que principalmente para ellos fue enviado Jesucristo a la tierra: “por la opresión del mísero y del pobre ahora —dice el Señor— habré de levantarme”[7]; y en otro lugar: “para evangelizar a los pobres me ha enviado”[8], lo cual recuerdo Jesu Christo haciendo responder a San Juan: “los pobres son evangelizados”[9], y tanto los prefirió a los ricos, que quiso Jesucristo elegir todo el santísimo colegio entre los pobres, y vivir y conversar con ellos, dejarlos por príncipes de su Iglesia, constituirlos por jueces sobre las doce tribus de Israel[10], es decir, de todos los fieles. Los pobres serán sus asesores. Tan excelso es su estado.

La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey eterno. El amor de esa pobreza nos hace reyes aun en la tierra, y reyes no ya de la tierra, sino del cielo. Lo cual se ve, porque el reino de los cielos está prometido después para los pobres, a los que padecen tribulaciones, y está prometido ya de presente por la Verdad inmutable, que dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”[11], porque ya ahora tienen derecho al reino.

Y no sólo son reyes, mas hacen participantes a los otros del reino, como en San Lucas nos lo enseña Cristo, diciendo: “Granjeaos amigos con esa riqueza de la iniquidad, para que, cuando os venga a faltar, os reciban en las moradas eternas”[12]. Estos amigos son los pobres, por cuyos méritos entran los que les ayudan, en los tabernáculos de la gloria, y sobre todo los voluntarios. Según San Agustín, éstos son aquellos pequeñitos de los cuales dice Cristo: “Cuanto hicisteis con uno destos mis hermanos más pequeñuelos, conmigo lo hicisteis”[13].


[1] Santini.
[2] Si XI, 14.
[3] Sab XVIII, 15.
[4] Mt VIII, 20; Lc IX, 58.
[5] ‘Hanc [paupertatem] itaque Dei filius concupiscens descendit, ut eam eligat sibi et nobis quoque sua aestimatione faciat pretiosam’ (Serm. 1 in Vig. Nat. Domini: PL 183.89).
[6] Mt V, 3; Lc VI, 20.
[7] Sal XI, 6.
[8] Lc IV, 18.
[9] Mt XI, 5.
[10] Mt XIX, 28.
[11] Mt V, 3.
[12] Lc XVI, 9.

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