La nueva historia de Francisco (I)
A todos mis queridos compañeros peregrinos
La mochila
El Espíritu sopla donde quiere.
Asís.
Peregrinos y campanas.
Campanas y peregrinos, como setecientos años atrás.
El turista penetró en la ciudad por una puerta de la muralla y subió, por los empinados callejones góticos. La plaza de las basílicas, una larga calle estrecha, la plaza comunal, un poco de cuesta, otra calle estrecha, una bajada escalonada. Santa Clara, otra puerta en la muralla, otro callejón angosto. Había pasado por delante de un cine sin darse cuenta de que, antes, fuera una iglesia.
Compró un borriquillo de barro cocido en la feria cercana a la plaza mayor. Las aldeanas iban tocadas con pañuelos de vivos colores y regateaban las mercancías. Ellos eran chaparros, un tanto adustos y asentaban bien sus pies en el suelo, como limpia raza de mercaderes algo montañeses. A menudo pasaban grupos de frailes, frailes por todas partes. Un viejo cura con bastón, teja de telarañas, sotana apolillada y pañuelo de hierbas, gesticulaba y se reía con los labradores.
Él, era sólo un turista en tierra de peregrinos.
Bajó hasta San Damián y se hizo amigo de los frailes. Fray Pacífico, fray Junípero, fray León, fray Maseo; nombres, también, de setecientos años atrás.
—Yo me llamo Cesco. Completo: Francesco Bernardone.
Sí, sí, se llamaba Gian-Francesco Bernardote y en casa le llamaban Cesco. No, no era de por allí. Habíha venido por curiosidad, para conocer el país del que tan a menudo le hablaba su abuelo italiano. Allí se proponía descansar y estudiar.
—Te llamas como San Francisco.
—Pues no lo conozco. No sé quién es.
El pobre de Asís, nuestro padre fundador, el caballero de dama Pobreza. Siglo XIII, la guerra con Perugia, las pinturas del Giotto. Las basílicas, Spoletto, el sepulcro. Santa Clara, el belén de Greccio, Alvernia y los estigmas. Los juglares, la predicación de los pájaros, el hermano lobo. Las alondras, las palomas, el cántico al sol.
Los frailes se quitaban la palabra de la boca. Cesco sólo entendió que, antaño, alguien importante te llamó como él y que le invitaban a cenar.
Bajo una noble bóveda de aristas, el refectorio olía a sombra y a garbanzos recocidos. Largas mesas y largos bancos de madera desgastada, un ramo de flores allí donde un día se sentara Santa Clara, mugre, platos despostillados, sopa hirviente y ligera.
Rezaron brevemente y se sentaron a la mesa. Se escaldó con la sopa. Todos callaban mientras un fraile leía la Biblia; continuaron callados mientras leían algo con frecuentes alusiones a ‘nuestro padre San Francisco’. Un fraile joven le miraba y le sonreía cada vez que salía este nombre. Daba la impresión de que los frailes no escuchaban mucho y prestaban más atención a la sopa; cuando él no había tomado aún las primeras cucharadas, los demás habían ya terminado. Esperaban pacientemente que acabase. Cuando se disponía a cargar la pipa, se levantaron y rezaron unos salmos más largos que los del principio.
Salieron al jardincillo. Aquellos frailes eran como niños y reían por cualquier cosa.
—Te llamas como San Francisco. No te queda más remedio que hacerte fraile.
Olor a garbanzos recocidos y sopa hirviente para el resto de su vida.
O quién sabe si algo más.
San Francisco. Los conventos, los cultivos, la ciudad, los pájaros y hasta el viento estaban llenos de aquel nombre. Quiso saber quién era aquel Francisco y leyó montones y montones de libros.
Fuentes, bibliografía, categorías metodológicas. Condicionamientos geográficos de la personalidad de Umbría, juego de relieves y depresiones, módulos hidrográficos, vocación de los suelos; estructuras económicas de la Asís del XIII, conflictos latentes entre economías complementarias, la doble función de la estructura, circulación y población; estructuración histórico-dialéctica, grupos de presión, el feudalismo decadente, la nueva presión burguesa, mercados extranjeros, condiciones agrícolas y económicas de intercambio, los niveles sociales. Esto no explicaba casi nada. Categorías filosóficas y teológicas de la época, humanismo medieval, las escuelas, el prenominalismo, los universales, hipóstasis y físis, presencia eucarístico-sacrificial, Inocencio III, la investidura, la espiritualidad, los cátaros, albigenses, pobres de Lyón, fraticelli, incibatatti, el carisma. Esto explicaba muy poco. El sol y la lluvia, los atardeceres, los olivos, los viñedos y los cipreses. Celano, la leyenda de los tres compañeros, las fioretti, el billete a fray León, el cántico al sol, Santa Clara. Esto no lo explicaba todo.
Tomó la mochila.
Había estudiado las estructuras del XIII y no le bastó; había entrado en la cultura del XIII y no le bastó; había sentido el espíritu del XIII y de la franciscanada y no le bastó. Se había maravillado con las inefables Florecillas de San Francisco y no le bastó. Éste es el paso más difícil: llegar hasta las Florecillas y no quedarse en ellas complacido y embelesado, sin más. Tomar la mochila y caminar. En este paso el Hombre se lo juega todo: o lo da o se hunde. Porque los libros no son nada, incluso las Fioretti no son nada; nada es nada si no nos empuja a caminar. Sólo hacemos verdadera a la verdad cuando la caminamos y el Hombre es solamente Hombre cuando es capaz de ver qué andadura le exige la verdad, pequeña o grande, que encuentra; cuando no se detiene a calibrar, saborear y sentir la verdad que encuentra, sino que la carga sobre sus espaldas y camina con ella.
El turista es quien pasa sin carga ni dirección.
El caminante es quien ha tomado la mochila y busca.
El peregrino es quien, además de ir cargado y de buscar, sabe arrodillarse cuando es preciso.
Cesco ya no era un turista, pero no llegaba aún a peregrino.
San Damián, la Porciúncula, las Carceri, Fonte Colombo, las Celle, Gubbio, Alvernia, Greccio, Rieti, Perugia, Spoletto.
Había empezado.
Asís.
Peregrinos y campanas.
Campanas y peregrinos, como setecientos años atrás.
El turista penetró en la ciudad por una puerta de la muralla y subió, por los empinados callejones góticos. La plaza de las basílicas, una larga calle estrecha, la plaza comunal, un poco de cuesta, otra calle estrecha, una bajada escalonada. Santa Clara, otra puerta en la muralla, otro callejón angosto. Había pasado por delante de un cine sin darse cuenta de que, antes, fuera una iglesia.
Compró un borriquillo de barro cocido en la feria cercana a la plaza mayor. Las aldeanas iban tocadas con pañuelos de vivos colores y regateaban las mercancías. Ellos eran chaparros, un tanto adustos y asentaban bien sus pies en el suelo, como limpia raza de mercaderes algo montañeses. A menudo pasaban grupos de frailes, frailes por todas partes. Un viejo cura con bastón, teja de telarañas, sotana apolillada y pañuelo de hierbas, gesticulaba y se reía con los labradores.
Él, era sólo un turista en tierra de peregrinos.
Bajó hasta San Damián y se hizo amigo de los frailes. Fray Pacífico, fray Junípero, fray León, fray Maseo; nombres, también, de setecientos años atrás.
—Yo me llamo Cesco. Completo: Francesco Bernardone.
Sí, sí, se llamaba Gian-Francesco Bernardote y en casa le llamaban Cesco. No, no era de por allí. Habíha venido por curiosidad, para conocer el país del que tan a menudo le hablaba su abuelo italiano. Allí se proponía descansar y estudiar.
—Te llamas como San Francisco.
—Pues no lo conozco. No sé quién es.
El pobre de Asís, nuestro padre fundador, el caballero de dama Pobreza. Siglo XIII, la guerra con Perugia, las pinturas del Giotto. Las basílicas, Spoletto, el sepulcro. Santa Clara, el belén de Greccio, Alvernia y los estigmas. Los juglares, la predicación de los pájaros, el hermano lobo. Las alondras, las palomas, el cántico al sol.
Los frailes se quitaban la palabra de la boca. Cesco sólo entendió que, antaño, alguien importante te llamó como él y que le invitaban a cenar.
Bajo una noble bóveda de aristas, el refectorio olía a sombra y a garbanzos recocidos. Largas mesas y largos bancos de madera desgastada, un ramo de flores allí donde un día se sentara Santa Clara, mugre, platos despostillados, sopa hirviente y ligera.
Rezaron brevemente y se sentaron a la mesa. Se escaldó con la sopa. Todos callaban mientras un fraile leía la Biblia; continuaron callados mientras leían algo con frecuentes alusiones a ‘nuestro padre San Francisco’. Un fraile joven le miraba y le sonreía cada vez que salía este nombre. Daba la impresión de que los frailes no escuchaban mucho y prestaban más atención a la sopa; cuando él no había tomado aún las primeras cucharadas, los demás habían ya terminado. Esperaban pacientemente que acabase. Cuando se disponía a cargar la pipa, se levantaron y rezaron unos salmos más largos que los del principio.
Salieron al jardincillo. Aquellos frailes eran como niños y reían por cualquier cosa.
—Te llamas como San Francisco. No te queda más remedio que hacerte fraile.
Olor a garbanzos recocidos y sopa hirviente para el resto de su vida.
O quién sabe si algo más.
San Francisco. Los conventos, los cultivos, la ciudad, los pájaros y hasta el viento estaban llenos de aquel nombre. Quiso saber quién era aquel Francisco y leyó montones y montones de libros.
Fuentes, bibliografía, categorías metodológicas. Condicionamientos geográficos de la personalidad de Umbría, juego de relieves y depresiones, módulos hidrográficos, vocación de los suelos; estructuras económicas de la Asís del XIII, conflictos latentes entre economías complementarias, la doble función de la estructura, circulación y población; estructuración histórico-dialéctica, grupos de presión, el feudalismo decadente, la nueva presión burguesa, mercados extranjeros, condiciones agrícolas y económicas de intercambio, los niveles sociales. Esto no explicaba casi nada. Categorías filosóficas y teológicas de la época, humanismo medieval, las escuelas, el prenominalismo, los universales, hipóstasis y físis, presencia eucarístico-sacrificial, Inocencio III, la investidura, la espiritualidad, los cátaros, albigenses, pobres de Lyón, fraticelli, incibatatti, el carisma. Esto explicaba muy poco. El sol y la lluvia, los atardeceres, los olivos, los viñedos y los cipreses. Celano, la leyenda de los tres compañeros, las fioretti, el billete a fray León, el cántico al sol, Santa Clara. Esto no lo explicaba todo.
Tomó la mochila.
Había estudiado las estructuras del XIII y no le bastó; había entrado en la cultura del XIII y no le bastó; había sentido el espíritu del XIII y de la franciscanada y no le bastó. Se había maravillado con las inefables Florecillas de San Francisco y no le bastó. Éste es el paso más difícil: llegar hasta las Florecillas y no quedarse en ellas complacido y embelesado, sin más. Tomar la mochila y caminar. En este paso el Hombre se lo juega todo: o lo da o se hunde. Porque los libros no son nada, incluso las Fioretti no son nada; nada es nada si no nos empuja a caminar. Sólo hacemos verdadera a la verdad cuando la caminamos y el Hombre es solamente Hombre cuando es capaz de ver qué andadura le exige la verdad, pequeña o grande, que encuentra; cuando no se detiene a calibrar, saborear y sentir la verdad que encuentra, sino que la carga sobre sus espaldas y camina con ella.
El turista es quien pasa sin carga ni dirección.
El caminante es quien ha tomado la mochila y busca.
El peregrino es quien, además de ir cargado y de buscar, sabe arrodillarse cuando es preciso.
Cesco ya no era un turista, pero no llegaba aún a peregrino.
San Damián, la Porciúncula, las Carceri, Fonte Colombo, las Celle, Gubbio, Alvernia, Greccio, Rieti, Perugia, Spoletto.
Había empezado.
Tomado de: J. M. Ballarin, Francesco, Salamanca, Sígueme, 1975. pp. 25-28.