miércoles, febrero 02, 2011

La caída en el Edén (II)

Ya en una entrada anterior, habíamos explorado la naturaleza del pecado original, en el bellísimo y tragiquísimo prólogo de la película Anticristo (2010) de Lars von Trier. Añado, ahora, la lamentación que sobre ello hace San Anselmo de Aosta, OSB, Arzobispo de Canterbury y Doctor de la Iglesia:

Domenichino, Adán y Eva, s. XVII

‘¡Oh, mísera suerte del Hombre cuando perdió aquello para lo que fue creado! ¡Oh, duro y funesto suceso aquél! ¡Ay! ¿Qué perdió y qué encontró? ¿De qué se le privó y qué le ha quedado? Perdió la felicidad para la que fue hecho, y encontró la miseria para la que no fue hecho. Perdió aquello sin lo cual nadie es feliz, y le quedó aquello por lo cual no se es sino mísero. Entonces comía el Hombre el pan de los ángeles, del que ahora está hambriento; ahora come el pan de los dolores, que entonces desconocía. ¡Ay, público luto de los Hombres! ¡Universal llanto de los hijos de Adán! Éste nadaba en la abundancia, nosotros suspiramos hambrientos. Él era rico, nosotros mendigamos. Él era feliz y se extravió míseramente; nosotros carecemos infelizmente y miserablemente deseamos, y ¡ay! en el vacío permanecemos. ¿Por qué él, que pudo hacerlo con facilidad, no nos guardó de aquello de lo que tan lamentablemente carecemos? ¿Por qué nos privó de la luz y nos llevó a las tinieblas? ¿Para qué nos quitó la vida y nos causó la muerte? ¡Desgraciados! ¡De dónde hemos sido arrojados, en dónde enterrados! De la patria al exilio; de la visión de Dios a nuestra ceguera; de la alegría de la inmortalidad a la amargura y el dolor de la muerte. ¡Miserable mutación de tan gran bien a tan gran mal! Grave daño, grave dolor, grave todo.

Mas, ¡ay, mísero de mí, uno entre los demás míseros hijos de Eva alejados de Dios! ¿Qué intenté? ¿Qué hice? ¿A dónde iba? ¿A dónde llegué? ¿A qué aspiraba? ¿Por qué suspiro? Buscaba el bien, y ¡he aquí la turbación! Iba hacia Dios y caí sobre mí mismo. Buscaba el descanso en mi soledad y encontré en mi intimidad la tribulación y el dolor. Quería reír por el gozo de mi mente y me vi obligado a gemir por el gemido de mi corazón. Esperaba la alegría y he aquí que se agolpan los suspiros.

Y Tú, ¿hasta cuándo, Señor, nos olvidarás? ¿Hasta cuándo desviarás tu faz de nosotros? ¿Cuándo nos mirarás y nos escucharás? ¿Cuándo iluminarás nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo nos volverás a Ti? Míranos, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Vuélvete a nosotros para que tengamos el bien sin el cual tan mal estamos. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para alcanzarte; nada valemos sin Ti. Tú nos llamas, ayúdanos. Te lo ruego. Señor: mi corazón está amargado en su desolación; endúlzale con tu consuelo. Hambriento comencé a buscarte; te suplico, Señor, que no acabe ayuno de Ti; famélico me dirigí a Ti; que no vuelva insatisfecho. Pobre, acudí al rico; mísero, al misericordioso; haz que no regrese vacío y despreciado. Y si antes de que pueda comer, suspiro, dame algún alimento que comer después de los suspiros. Señor, estoy encorvado, no puedo mirar sino hacia abajo; enderézame para que pueda dirigirme hacia arriba. Mis iniquidades se han alzado sobre mi cabeza, me rodean y me abruman como una pesada carga. Líbrame, descárgame de ellas; que su abismo no apriete su boca sobre mí. Permíteme ver tu luz desde lejos o desde lo profundo. Enséñame a buscarte, y muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas, ni encontrarte si no te muestras. Te buscaré amándote, te amaré encontrándote.

Te confieso, Señor, y te doy las gracias porque creaste en mí tu imagen, para que me acuerde de Ti, te piense, te ame. Pero de tal modo está borrada por el contacto con los vicios, de tal modo oscurecida por el humo de los pecados, que no puede hacer aquello para lo que fue hecha, si Tú no la renuevas y reformas. No intento, Señor, llegar a tu altura, porque de ningún modo puedo comparar con ella mi entendimiento, pero deseo entender de alguna manera tu verdad que cree y ama mi corazón. Y no busco entender para creer, sino creo para entender. Y también creo esto; que si no creyera, no entendería.’

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