miércoles, marzo 16, 2011

Cómo encontrar a Dios, según Helen Prejean, CSJ

Para S.

El camino más directo que he encontrado para llegar a Dios es en el rostro de los pobres y de aquellos que están luchando por salir de algún problema. A mí fue eso precisamente lo que me llevó a involucrarme en los proyectos Santo Tomás para encontrar albergue a los necesitados y después con los condenados a muerte, y, luego, con las familias de las víctimas asesinadas.

No fue sino hasta los 40 años que me di cuenta de la relación entre el Jesús que dijo ‘Estuve preso y me visitaron, hambriento y me alimentaron’, entre esto, y la experiencia de la vida real de estar en circunstancias en las cuales me enfrenté verdaderamente con personas que tenían hambre, que estaban en prisión o que padecían por el racismo que prevalece en esta sociedad. Tuve la sensación de llegar a casa. Encontrar a Dios fue como llegar a mi hogar; entonces te preguntas a ti misma: ¿Dónde habías estado toda tu vida?

Recuerdo una ocasión en que estuve en un albergue para los sin-hogar: un comedor público. Mi trabajo consistía en servir agua fresca al principio de la fila que la gente hacía para recibir el alimento. Ése fue el primer acto consciente que hice en el que tuve que estar en contacto con personas menesterosas. Se acercó un joven, un muchacho guapo, que se parecía a Mr. Joe College. Era bien parecido, rubio y de ojos azules, y la temblaba la mano al extender la taza. Me dijo en un susurro: ‘Tiene que ayudarme. Es la primera vez que vengo aquí’. Me conmoví hasta las lágrimas y pensaba: Dios mío, ¿qué hace este joven aquí? Eso te despierta una energía tremenda y dones que ni sospechas tener.

La imagen que tengo de encontrar a Dios es la de que nuestros barquitos flotan en el río. Con frecuencia se ahoga el motor. Aguardamos y nada se mueve. Y todo parece permanecer igual en nuestra vida. Pero cuando nos involucramos en una situación como ésta (para mí eso implicó involucrarme con los pobres) es como si nuestro barquito empezara a moverse siguiendo esta corriente. El viento empieza a soplar a través de nuestra cabellera, y adquiere energía y vida. Esto fue lo que me llevó directamente a la cámara de ejecuciones. Como ven, fue muy rápida la transición entre involucrarme con la gente pobre en los proyectos de albergue Santo Tomás y escribirle a un hombre condenado a muerte, para visitarlo y estar allí con él hasta el desenlace final, pues no tenía a nadie más que le acompañara. Y esa experiencia de estar allí con él es realmente la esperanza de ver actuar la vida contra sí misma: es la vida o la muerte. La compasión o la venganza. Toda la vida se destila entonces hasta su esencia.

En esa situación, experimenté una tremenda fuerza y presencia de Dios; sentí que Dios estaba presente en este hombre al que la sociedad quería repudiar y matar. Y comprendí plenamente las palabras de Jesús de que ‘los últimos serán los primeros’. Eso es lo que esas palabras significan: que Dios habita en las personas de la comunidad de las que más nos queremos deshacer. Esto es lo construye la familia humana y la comunidad de los Hombres. Pues lo que hace posible que sigan sucediendo cosas como la pena de muerte, el racismo que perdura todavía en nuestra sociedad, la opresión de los pobres, es la falta de contacto con la gente.


Para mí, encontrar a Dios es encontrar a toda la familia humana. Nadie puede quedar desconectado de nosotros. Lo cual es otra forma de hablar del Cuerpo Místico de Cristo, del que todos formamos parte.

Y siento que todos necesitamos estar en contacto con los pobres. Y que, como dijo Jim Wallis, de la revista Sojourners, tenemos que admitir, que una de las disciplinas espirituales del cristianismo (así como la lectura de la Biblia, la oración y el resto de la liturgia) es el contacto físico con los pobres. Es un ingrediente esencial. Si nunca estamos en presencia de ellos, si nunca comemos con ellos, si jamás hemos escuchado sus historias, si siempre hemos estado apartados de ellos, entonces me parece que nos hace falta algo vital.

De hecho, pienso que éste es uno de los mayores problemas de nuestra sociedad actual. Se dice que el día de más segregación de la semana es el domingo, porque las iglesias participan muy activamente en la segregación. Han incorporado ese sistema a su funcionamiento y así las personas asisten a la iglesia con otras personas similares a ellas.

La ‘parte de Dios en nosotros’ es siempre la que camina por encima, para andar sobre las aguas y correr el riesgo. Nos impulsa a ir a lugares que están más allá de lo que quiere ir la ‘parte de nosotros mismos’, que prefiere estar a salvo y segura, permaneciendo en lo confortable y lo conocido. Sólo echemos un vistazo a todos los caminos espirituales, inclusive el viaje a través del desierto, para llegar a la Tierra Prometida. Pensemos en Jesús que dice: ‘Yo los precederé en Galilea’. Concretamente pienso que este viaje hacia el interior de Dios nos traslada a hacer el viaje hacia los proyectos del albergue, los barrios pobres, las ciudades perdidas, los lugares en que la gente padece de SIDA, hacia los presos condenados a muerte, hacia las esposas golpeadas; lugares todos en donde está presente el sufrimiento humano.

Me gustaría añadir algo a todo este asunto de cómo encontrar a Dios y es que el viaje, a donde quiera que nos lleve (en mi caso, me llevó a los pobres y a los que luchan con algún problema), debe ser acompañado de una reflexión y de un ubicarse en lo más importante, lo cual se obtiene en la oración y la meditación. Es muy importante asimilar lo que va sucediendo en nuestras vidas. Yo me doy cuenta de que no puedo funcionar adecuadamente si no tengo ese sentido que me ubica en el centro de mí misma, en el alma de mi alma, de manera que yo actúe realmente desde mi interior. Y es muy importante avanzar por el propio camino, porque fácilmente somos atrapados por los remolinos de los demás en el río de la vida, y esto nos conduce a un patrón de estímulo-respuesta. Es tan factible el ni siquiera darnos cuenta de que realmente estamos siendo movidos por la visión que otros tienen de la vida, por su modo de comprender las cosas, por sus programas de vida, que nos veamos arrastrados de una corriente a otra, como si no tuviéramos timón en nuestro propio barco.


Cuando te topas con algo tan grande cómo esto, con algo que sabes que te sobrepasa (como trabajar por la justicia en el mundo o tratar de relacionar la fe con el ir contra los sistemas poderosos y afianzados) tienes la sensación de que estás haciendo tu parte. Pero entonces también necesitas ser capaz de dejar que las cosas sigan su curso, capaz de dejar que sea Dios quien rija el universo, de modo que puedas también ponerte a tocar el clarinete, que puedas estar con tus amigos o cultivar tu jardín.

Llevar una vida plena es sumamente importante. Creo que la plenitud es parte del ser divino. Pienso que no es tanto la limpieza y el orden lo más cercano a Dios, ¡lo es la plenitud! Hay que tener una vida bien integrada, hay que tener una vida intelectual desarrollada, una vida en la que haya oportunidad de leer, de pensar y de discutir diversos temas. Hay que tener una vida emocional intensa que permita ofrecer intimidad a la gente y recibirla también. Hay que cultivar amistades como se cultiva un jardín. Porque ya no hay cabida para esos ‘llaneros solitarios’ que pretenden salvar al mundo por sí mismos.


Tomado de: James Martin, SJ [ed.], ¿Cómo puedo encontrar a Dios?, trad. Guillermo Cervantes Ramírez, SJ, México, Buena Prensa, 2000. pp. 15-18.

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