‘La oración de la liberación integral: el Padrenuestro’ de Leonardo Boff, O. F. M. (II)
Ni teologismo ni secularismo
‘Hay que evitar dos peligros sobre los que tanto Pablo VI en la Evangelii nuntiandi como los obispos de Puebla (1979) nos llamaron la atención. El primero de ellos es el reductismo religioso (teologismo), que se limita, en la acción de la fe y de la Iglesia, al campo estrictamente religioso, al culto, la piedad, la doctrina. El papa Pablo VI sostuvo claramente que “la Iglesia no puede circunscribir su misión únicamente al campo religioso, como si se desinteresara de los problemas temporales del hombre” (Evangelii nuntiandi, 34). Puebla fue todavía más contundente: “El cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política. [La Iglesia] critica por esto a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuvieran allí relevancia” (515). Se subraya, pues, la necesidad de comprender adecuadamente el cristianismo, no como una región de la realidad (el campo religioso), sino justo como un proceso de encarnación de toda la realidad para redimirla y hacerla materia del reinado de Dios. La fe ha de ser verdadera y salvífica, y es tal cuando se hace amor. Y el amor que nos hace apropiarnos de la salvación no es una teoría; es una práctica. Sólo la fe que pasa por la práctica del amor merece ese nombre. Es imprescindible, pues, articular la fe con las demás realidades de la vida.
El segundo peligro es el reductionismo político (secularismo), que restringe la importancia de la fe y de la Iglesia al espacio estrictamente político, reduciendo su misión “a las dimensiones de un proyecto meramente temporal; sus objetivos, a una visión antropocéntrica; la salvación de la que es mensajera y sacramento la Iglesia, a un bienestar material; su actividad ─olvidando todas las preocupaciones espirituales y religiosas─, a iniciativas de orden político y social” (Evangelii nuntiandi, 32; Puebla, 483). La fe tiene ciertamente una cara vuelta hacia la sociedad, pero no se agota en es; su mirada originaria se orienta hacia la eternidad y desde ahí contempla la actividad política y permea la acción social. Anuncia y señala ya dentro de la historia una salvación que la historia no puede producir, una liberación tan plena que engendra la perfecta libertad, pero que empieza ya ahora aquí en la tierra.
Estos dos reductismos desgarran la transparencia y la unidad del proceso encarnacional. Hay que superar este dualismo antitético y establecer una correcta articulación y una relación adecuada entre la liberación humana y la salvación en Jesucristo: “La Iglesia se esfuerza por insertar siempre la lucha cristiana a favor de la liberación en el plan global de la salvación que ella misma anuncia” (Evangelii nuntiandi, 38; Puebla, 483; ver también Evangelii nuntiandi, 35; Puebla, 485).
El postulado de la historia y de la fe consiste en buscar una liberación integral que abrace todas las dimensiones de la vida humana: corpo-espiritual, personal-colectiva, histórico-trascendente. Cualquier reductismo, ya por el lado del espíritu, ya por el lado de la materia, no se ajusta a la libertad del hombre, al único designio del Creador y a la realidad central del anuncio de Jesús, el reinado de Dios, que abarca la totalidad de la creación.’
Tomado de: Leonardo Boff, O. F. M. , Padrenuestro, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1986. pp. 10-12.
‘Hay que evitar dos peligros sobre los que tanto Pablo VI en la Evangelii nuntiandi como los obispos de Puebla (1979) nos llamaron la atención. El primero de ellos es el reductismo religioso (teologismo), que se limita, en la acción de la fe y de la Iglesia, al campo estrictamente religioso, al culto, la piedad, la doctrina. El papa Pablo VI sostuvo claramente que “la Iglesia no puede circunscribir su misión únicamente al campo religioso, como si se desinteresara de los problemas temporales del hombre” (Evangelii nuntiandi, 34). Puebla fue todavía más contundente: “El cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política. [La Iglesia] critica por esto a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuvieran allí relevancia” (515). Se subraya, pues, la necesidad de comprender adecuadamente el cristianismo, no como una región de la realidad (el campo religioso), sino justo como un proceso de encarnación de toda la realidad para redimirla y hacerla materia del reinado de Dios. La fe ha de ser verdadera y salvífica, y es tal cuando se hace amor. Y el amor que nos hace apropiarnos de la salvación no es una teoría; es una práctica. Sólo la fe que pasa por la práctica del amor merece ese nombre. Es imprescindible, pues, articular la fe con las demás realidades de la vida.
El segundo peligro es el reductionismo político (secularismo), que restringe la importancia de la fe y de la Iglesia al espacio estrictamente político, reduciendo su misión “a las dimensiones de un proyecto meramente temporal; sus objetivos, a una visión antropocéntrica; la salvación de la que es mensajera y sacramento la Iglesia, a un bienestar material; su actividad ─olvidando todas las preocupaciones espirituales y religiosas─, a iniciativas de orden político y social” (Evangelii nuntiandi, 32; Puebla, 483). La fe tiene ciertamente una cara vuelta hacia la sociedad, pero no se agota en es; su mirada originaria se orienta hacia la eternidad y desde ahí contempla la actividad política y permea la acción social. Anuncia y señala ya dentro de la historia una salvación que la historia no puede producir, una liberación tan plena que engendra la perfecta libertad, pero que empieza ya ahora aquí en la tierra.
Estos dos reductismos desgarran la transparencia y la unidad del proceso encarnacional. Hay que superar este dualismo antitético y establecer una correcta articulación y una relación adecuada entre la liberación humana y la salvación en Jesucristo: “La Iglesia se esfuerza por insertar siempre la lucha cristiana a favor de la liberación en el plan global de la salvación que ella misma anuncia” (Evangelii nuntiandi, 38; Puebla, 483; ver también Evangelii nuntiandi, 35; Puebla, 485).
El postulado de la historia y de la fe consiste en buscar una liberación integral que abrace todas las dimensiones de la vida humana: corpo-espiritual, personal-colectiva, histórico-trascendente. Cualquier reductismo, ya por el lado del espíritu, ya por el lado de la materia, no se ajusta a la libertad del hombre, al único designio del Creador y a la realidad central del anuncio de Jesús, el reinado de Dios, que abarca la totalidad de la creación.’
Tomado de: Leonardo Boff, O. F. M. , Padrenuestro, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1986. pp. 10-12.
2 comentarios:
Ullulatus, casi no tengo tiempo para navegar con eso de mi pequeño periódico digital (Aragón Liberal) pero creo que, si no tienes inconveniente, este artículo sobre el padrenuestro de Boff podría colgarlo en el periódico con sus enlaces. Es interesante que se lea: muchos errores son "errores de simplificación". Eso de elegir entre ricos y pobres es una trampa; hay que elegir a todos y hacer que los pobres sean menos pobres; entre buenos y malos también; hay que llevar el mensaje de Cristo a todos, los malos son los que tienen necesidad de penitencia. En la Iglesia cabe todo tipo de personas porque es Sacramento de redención. Y el Cristo de la Iglesia es "todo Cristo": el de la fe, el histórico, el Hombre, el Dios. Simplificar es errar.
Gracias.
¡Adelante, Frid! Yo encantado.
Ya puse la tercera y última parte, para que lo pongas completo.
Saludos.
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