‘La oración de la liberación integral: el Padrenuestro’ de Leonardo Boff, O. F. M.(III)
‘En la oración del Señor encontramos prácticamente la correcta relación entre Dios y el hombre, el cielo y la tierra, lo religioso y lo político, manteniendo la unidad del único proceso. La primera parte dice respecto a la causa de Dios: el Padre, la santificación de su nombre, su reinado, su voluntad santa. La segunda parte concierne a la causa del hombre: el pan necesario, el perdón indispensable, la tentación siempre presente y el mal continuamente amenazador. Entre ambas partes constituyen la misma y única oración de Jesús. Dios no se interesa sólo de lo que es suyo —el nombre, el reinado, la voluntad divina—, sino que se preocupa también por lo que es el hombre —el pan, el perdón, la tentación, el mal—. Igualmente, el hombre no sólo se apega a lo que le importa —el pan, el perdón, la tentación, el mal—, sino que se abre también a lo concerniente al Padre: la santificación de su nombre, la llegada de su reinado, la realización de su voluntad.
En la oración de Jesús, la causa de Dios no es ajena a la causa del hombre, y la causa del hombre no es extraña a la causa de Dios. El impulso con el que el hombre se levanta hacia el cielo y suplica a Dios, se curva también hacia la tierra y atañe a las urgencias terrestres. Se trata del mismo movimiento profundamente unitario, y esta mutua implicación es justo lo que produce la transparencia en la oración del Señor.
Lo que Dios unió —la preocupación por Dios y el reinado de Satanás. El Padre está cercano (nuestro), pero también lejano (en los cielos). En la boca de los hombres hay blasfemias, y por eso es preciso santificar el nombre de Dios. En el mundo impera toda suerte de maldades que exaspera el ansia por la venida del reinado de Dios que es de justicia, de amor y de paz. La voluntad de Dios es desobedecida, e importa realizarla en nuestras obras. Pedimos el pan necesario porque muchos, por el contrario, no lo tienen. Imploramos que Dios nos perdona todas las interrupciones de la fraternidad porque, si no, somos incapaces de perdonar a quienes nos han ofendido. Suplicamos fuerza contra las tentaciones, pues de otro modo caemos míseramente. Gritamos que nos libre del mal porque, de lo contrario, apostamos definitivamente. Y bien, a pesar de esta densa conflictividad, la oración del Señor está transida de un aura de confianza alegre y de sereno abandono, porque de todo ese contenido —integralmente— hace objeto de encuentro con el Padre.
Si nos fijamos bien, el Padrenuestro tiene que ver con todas las grandes cuestiones de la existencia personal y social de todos los hombres en todos los tiempos. En él no hay ninguna referencia a la Iglesia, y ni siquiera se habla de Jesucristo, de su muerte o de su resurrección. El centro lo ocupa Dios juntamente con el otro centro que es el hombre necesitado. Ahí radica lo esencial. Todo lo demás es una consecuencia o comentario, concedido al lado de lo esencial. “Pedid cosas grandes, y Dios os dará las pequeñas”: ésta es una frase de Jesús transmitida fuera del Evangelio por Clemente de Alejandría (140-211). Es una hermosa lección: hay que ensanchar la mente allende nuestro pequeño horizonte y el corazón allende nuestros límites. Entonces encontraremos lo esencial, tan bien expresado por Jesús en la oración que nos enseñó, el Padrenuestro.
El orden de las peticiones no es arbitrario. Se empieza por Dios y sólo después se pasa al hombre; porque a partir de Dios, de su óptica, es como nos preocupamos de nuestras necesidades; y en medio de nuestras miserias es desde donde debemos preocuparnos de Dios. La pasión por el cielo se articula con la pasión por la tierra. Toda verdadera liberación, en perspectiva cristiana, arranca de un profundo encuentro con Dios que nos lanza a la acción comprometida. Justo ahí oímos su voz que nos lanza a la acción comprometida. Justo ahí oímos su voz que nos dice continuamente: ¡vete! Todo proceso de liberación que no llegue a dar con el motor último de toda actividad, Dios no logra su intento y no alcanza la integralidad. En el Padrenuestro encontramos esta feliz relación. No sin razón la esencia del mensaje de Jesús —el Padrenuestro— ha sido formulada no en una doctrina, sino en una oración.’
Tomado de: Leonardo Boff, O. F. M. , Padrenuestro, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1986. pp. 12-14.
En la oración de Jesús, la causa de Dios no es ajena a la causa del hombre, y la causa del hombre no es extraña a la causa de Dios. El impulso con el que el hombre se levanta hacia el cielo y suplica a Dios, se curva también hacia la tierra y atañe a las urgencias terrestres. Se trata del mismo movimiento profundamente unitario, y esta mutua implicación es justo lo que produce la transparencia en la oración del Señor.
Lo que Dios unió —la preocupación por Dios y el reinado de Satanás. El Padre está cercano (nuestro), pero también lejano (en los cielos). En la boca de los hombres hay blasfemias, y por eso es preciso santificar el nombre de Dios. En el mundo impera toda suerte de maldades que exaspera el ansia por la venida del reinado de Dios que es de justicia, de amor y de paz. La voluntad de Dios es desobedecida, e importa realizarla en nuestras obras. Pedimos el pan necesario porque muchos, por el contrario, no lo tienen. Imploramos que Dios nos perdona todas las interrupciones de la fraternidad porque, si no, somos incapaces de perdonar a quienes nos han ofendido. Suplicamos fuerza contra las tentaciones, pues de otro modo caemos míseramente. Gritamos que nos libre del mal porque, de lo contrario, apostamos definitivamente. Y bien, a pesar de esta densa conflictividad, la oración del Señor está transida de un aura de confianza alegre y de sereno abandono, porque de todo ese contenido —integralmente— hace objeto de encuentro con el Padre.
Si nos fijamos bien, el Padrenuestro tiene que ver con todas las grandes cuestiones de la existencia personal y social de todos los hombres en todos los tiempos. En él no hay ninguna referencia a la Iglesia, y ni siquiera se habla de Jesucristo, de su muerte o de su resurrección. El centro lo ocupa Dios juntamente con el otro centro que es el hombre necesitado. Ahí radica lo esencial. Todo lo demás es una consecuencia o comentario, concedido al lado de lo esencial. “Pedid cosas grandes, y Dios os dará las pequeñas”: ésta es una frase de Jesús transmitida fuera del Evangelio por Clemente de Alejandría (140-211). Es una hermosa lección: hay que ensanchar la mente allende nuestro pequeño horizonte y el corazón allende nuestros límites. Entonces encontraremos lo esencial, tan bien expresado por Jesús en la oración que nos enseñó, el Padrenuestro.
El orden de las peticiones no es arbitrario. Se empieza por Dios y sólo después se pasa al hombre; porque a partir de Dios, de su óptica, es como nos preocupamos de nuestras necesidades; y en medio de nuestras miserias es desde donde debemos preocuparnos de Dios. La pasión por el cielo se articula con la pasión por la tierra. Toda verdadera liberación, en perspectiva cristiana, arranca de un profundo encuentro con Dios que nos lanza a la acción comprometida. Justo ahí oímos su voz que nos lanza a la acción comprometida. Justo ahí oímos su voz que nos dice continuamente: ¡vete! Todo proceso de liberación que no llegue a dar con el motor último de toda actividad, Dios no logra su intento y no alcanza la integralidad. En el Padrenuestro encontramos esta feliz relación. No sin razón la esencia del mensaje de Jesús —el Padrenuestro— ha sido formulada no en una doctrina, sino en una oración.’
Tomado de: Leonardo Boff, O. F. M. , Padrenuestro, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1986. pp. 12-14.
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