Los valores de la posmodernidad
Minimalismo visual, el arte posmoderno por excelencia.
Tanto en mis escritos de este blog como en otros y en mi conversación usual, tiendo a ser altamente crítico, hostil incluso, a la posmodernidad y sus males: el relativismo, el narcisismo, la indiferencia absoluta, la desesperanza y el vacío perpetuo. Sin embargo, tras cierto periodo de reflexión e introspección, me he dado cuenta de que la posmodernidad ya está allí, y que yo nací en ella, formo parte de ella. Soy un ente esencialmente posmoderno, y muchas de mis ideas, creencias, gustos y aficiones lo confirman (el tema o leitmotiv de este blog, que se escucha al fondo, es la música minimalista del posmoderno Philip Glass).
Por otra parte, el cristiano de hoy debe alzarse como los profetas de Israel (en palabras del jesuita Sergio Cobo), como hombres de su tiempo, es decir, como hombres posmodernos; y con un afán de denuncia y de proposición desde el testimonio. A esto añado lo que hube oído del teólogo Raúl Cervera, SJ, con el que tomé un taller sobre teología de la liberación. Él afirma que la segunda y actual fase de esta corriente teológica tiene como premisa principal la de la inculturación, el diálogo recíproco entre las distintas culturas, para mayor conocimiento mutuo y para poder emprender, así, una verdadera acción de transformación social. Joseph Ratzinger, por su parte, dice: ‘la fe, para poder subsistir, tiene que inculturizarse en la moderna cultura tecnológica y racional [posmoderna]’.(1) Ambos teólogos están de acuerdo en la misma necesidad: la evangelización para, por y desde la perspectiva de la posmodernidad.
Así, me surgió la idea de plasmar los valores que indudablemente tiene la posmodernidad, que bien, sin saberlo, tienen raíces cristianas, o que incluso pueden impregnar de manera positiva al mismo cristianismo y ayudarle en su propia evolución interna. Partiendo de los criticados ‘antivalores’ de la posmodernidad para obtener verdaderos valores, fundamentales para la consecución de un mundo más justo, expongo lo que tiene que ofrecer de bueno el mundo que nos ha tocado vivir en el siglo XXI.
-Desesperanza causada por la decepción con los sueños y las utopías, los fracasos históricos del movimiento juvenil-estudiantil de 1968 y del experimento del socialismo, principalmente, así como los aberrantes excesos de la tecnología y las ideas en el siglo XX: las guerras mundiales, las armas nucleares, la Shoah… sin olvidarnos de la decepción generalizada con los sistemas democráticos liberales, cuyo tedio y lentitud para el cambio ha llenado a sociedades enteras de apatía. La consecuencia positiva de la desesperanza es la desconfianza en los radicalismos y las revoluciones. La generación del 68, en palabras de Sergio Cobo, SJ, es una generación mesiánica, de redentores, dueños de las soluciones. Las generaciones posmodernas, en cambio, desconfían de aquellos redentores con soluciones únicas y radicales, lo cual las hace realistas, críticas y más aptas para abordar los problemas desde distintas perspectivas, con metas más modestas, realizables.
-Indiferencia. Dentro de la segunda revolución individualista (v. Gilles Lipovetsky, La era del vacío), ese ensimismamiento en lo propio, la indiferencia hacia lo complejo, el rechazo al compromiso y la incredulidad ante las verdades absolutas, contiene algo muy necesario hoy día: una vacuna contra los fanatismos y fundamentalismos.
-Narcisismo. El vacío y la soledad del individualismo devenido en narcisismo ha traído un renacimiento del valor de la amistad y del espíritu comunitario, un retorno al sano individualismo de la Ilustración, que erige a cada persona como sujeto autónomo e inteligente, con propia conciencia y responsabilidad. Esto, a su vez, además de estar en perfecta sintonía con la concepción judeo-cristiana de libre albedrío y responsabilidad, previene contra la instauración de estructuras autoritarias y promueve el liderazgo horizontal, consensuado.
-Relativismo. La renuncia al concepto de Verdad es la castración de la razón humana, al menos en ciertos campos, como la filosofía, la ética o la teología. Sin embargo, ‘se define también positivamente partiendo de los conceptos de la tolerancia, del conocimiento a través del diálogo y de la libertad […] y aparece así como el fundamento filosófico de la democracia’.(2) En el terreno de la política del día a día, ‘esta concepción tiene buena parte de razón. No existe una única opción política que sea la correcta’.(3) De esta manera, en las acciones concretas que exige la fe, se incorporan medios indispensables (y muy cristianos) como el pluralismo, la diversidad, la tolerancia, el espíritu crítico y la sospecha ante el fanatismo (la absolutización sin más de una sola verdad).
-Vacío. Toda la serie de estructuras posmodernas que llevan al vacío, como el narcisismo, el hedonismo y el aislamiento, acarrean, tras funestas consecuencias, muchos valiosos cuestionamientos y subsiguientes búsquedas. Ya el tratar de encontrar el propio camino en la vida es un bien en sí mismo, pero, además, está la búsqueda de sentido de la vida, con sus grandes preguntas, que, tarde o temprano, abren la puerta hacia la trascendencia. Si el camino es completo, llevará, en último término, a tomar conciencia y salir al encuentro del otro, donde convergen, verdaderamente, el sentido de la vida, la trascendencia y la construcción de un mundo mejor.
(1) Joseph Cardenal Ratzinger, Fe, Verdad y Tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo, Salamanca, Sígueme, 2005. p. 54.
(2) Ibid., Id. p. 105.
(3) Ibid., Id. p. 105. Ver también, en este mismo blog: Aryeh Neier, ‘Por qué somos liberales’, I, II y III; o en Letras Libres 91, julio 2006. pp. 30-33.
Por otra parte, el cristiano de hoy debe alzarse como los profetas de Israel (en palabras del jesuita Sergio Cobo), como hombres de su tiempo, es decir, como hombres posmodernos; y con un afán de denuncia y de proposición desde el testimonio. A esto añado lo que hube oído del teólogo Raúl Cervera, SJ, con el que tomé un taller sobre teología de la liberación. Él afirma que la segunda y actual fase de esta corriente teológica tiene como premisa principal la de la inculturación, el diálogo recíproco entre las distintas culturas, para mayor conocimiento mutuo y para poder emprender, así, una verdadera acción de transformación social. Joseph Ratzinger, por su parte, dice: ‘la fe, para poder subsistir, tiene que inculturizarse en la moderna cultura tecnológica y racional [posmoderna]’.(1) Ambos teólogos están de acuerdo en la misma necesidad: la evangelización para, por y desde la perspectiva de la posmodernidad.
Así, me surgió la idea de plasmar los valores que indudablemente tiene la posmodernidad, que bien, sin saberlo, tienen raíces cristianas, o que incluso pueden impregnar de manera positiva al mismo cristianismo y ayudarle en su propia evolución interna. Partiendo de los criticados ‘antivalores’ de la posmodernidad para obtener verdaderos valores, fundamentales para la consecución de un mundo más justo, expongo lo que tiene que ofrecer de bueno el mundo que nos ha tocado vivir en el siglo XXI.
-Desesperanza causada por la decepción con los sueños y las utopías, los fracasos históricos del movimiento juvenil-estudiantil de 1968 y del experimento del socialismo, principalmente, así como los aberrantes excesos de la tecnología y las ideas en el siglo XX: las guerras mundiales, las armas nucleares, la Shoah… sin olvidarnos de la decepción generalizada con los sistemas democráticos liberales, cuyo tedio y lentitud para el cambio ha llenado a sociedades enteras de apatía. La consecuencia positiva de la desesperanza es la desconfianza en los radicalismos y las revoluciones. La generación del 68, en palabras de Sergio Cobo, SJ, es una generación mesiánica, de redentores, dueños de las soluciones. Las generaciones posmodernas, en cambio, desconfían de aquellos redentores con soluciones únicas y radicales, lo cual las hace realistas, críticas y más aptas para abordar los problemas desde distintas perspectivas, con metas más modestas, realizables.
-Indiferencia. Dentro de la segunda revolución individualista (v. Gilles Lipovetsky, La era del vacío), ese ensimismamiento en lo propio, la indiferencia hacia lo complejo, el rechazo al compromiso y la incredulidad ante las verdades absolutas, contiene algo muy necesario hoy día: una vacuna contra los fanatismos y fundamentalismos.
-Narcisismo. El vacío y la soledad del individualismo devenido en narcisismo ha traído un renacimiento del valor de la amistad y del espíritu comunitario, un retorno al sano individualismo de la Ilustración, que erige a cada persona como sujeto autónomo e inteligente, con propia conciencia y responsabilidad. Esto, a su vez, además de estar en perfecta sintonía con la concepción judeo-cristiana de libre albedrío y responsabilidad, previene contra la instauración de estructuras autoritarias y promueve el liderazgo horizontal, consensuado.
-Relativismo. La renuncia al concepto de Verdad es la castración de la razón humana, al menos en ciertos campos, como la filosofía, la ética o la teología. Sin embargo, ‘se define también positivamente partiendo de los conceptos de la tolerancia, del conocimiento a través del diálogo y de la libertad […] y aparece así como el fundamento filosófico de la democracia’.(2) En el terreno de la política del día a día, ‘esta concepción tiene buena parte de razón. No existe una única opción política que sea la correcta’.(3) De esta manera, en las acciones concretas que exige la fe, se incorporan medios indispensables (y muy cristianos) como el pluralismo, la diversidad, la tolerancia, el espíritu crítico y la sospecha ante el fanatismo (la absolutización sin más de una sola verdad).
-Vacío. Toda la serie de estructuras posmodernas que llevan al vacío, como el narcisismo, el hedonismo y el aislamiento, acarrean, tras funestas consecuencias, muchos valiosos cuestionamientos y subsiguientes búsquedas. Ya el tratar de encontrar el propio camino en la vida es un bien en sí mismo, pero, además, está la búsqueda de sentido de la vida, con sus grandes preguntas, que, tarde o temprano, abren la puerta hacia la trascendencia. Si el camino es completo, llevará, en último término, a tomar conciencia y salir al encuentro del otro, donde convergen, verdaderamente, el sentido de la vida, la trascendencia y la construcción de un mundo mejor.
G. G. Jolly
(1) Joseph Cardenal Ratzinger, Fe, Verdad y Tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo, Salamanca, Sígueme, 2005. p. 54.
(2) Ibid., Id. p. 105.
(3) Ibid., Id. p. 105. Ver también, en este mismo blog: Aryeh Neier, ‘Por qué somos liberales’, I, II y III; o en Letras Libres 91, julio 2006. pp. 30-33.