‘Por qué somos liberales’ de Aryeh Neier (I)
‘El espíritu de la libertad es el espíritu que no está totalmente seguro de tener la razón.’
Juez Billings Learned Hand (1872-1961)
‘El juez Hand dijo esto en mayo de 1944, cuando la guerra mundial contra los nazis aún estaba en curso y cuando Stalin aún gobernaba la Unión Soviética. Las ideologías totalitarias de aquella época proclamaban su certeza. El comunismo soviético se pretendía científico y los nazis también se empeñaban en demostrar que sus teorías racistas se basaban en la ciencia. Seguros de estar en lo correcto, nazis y soviéticos no dudaban en imponer sus concepciones a otros, no sólo dentro de sus propios países, sino también en otras tierras. Los nazis detonaron la II Guerra Mundial apoderándose del territorio de varios estados independientes. Al finalizar la guerra, los soviéticos colonizaron toda la Europa del Este. Los imperios que ambos planeaban establecer no se parecían a los creados en períodos anteriores por otras potencias europeas. Los nazis y los comunistas se concentraban ante todo en magnificar el territorio dentro del cual sus ideologías predominaran (y, en el caso de los nazis, en anexar territorios donde algunos integrantes del Volk sentaran sus raíces), y no en la explotación económica de las tierras conquistadas, aunque por supuesto no se abstenían de ejercer ciertas prerrogativas imperiales. Ambos recalcaban que todos estaban obligados a mostrar una y otra vez su lealtad a los sistemas totalitarios establecidos y a los líderes que personificaban dichos sistemas —de ahí la repetición constante del “Heil, Hitler!” en la Alemania nazi y las imágenes ubicuas de Stalin en los países dominados por Moscú.
La derrota del nazismo sobrevino por la vía militar en 1945; el comunismo soviético perduró por más de cuatro décadas, pero con el paso del tiempo ese imperio se colapsó al llegar el punto en que ni siquiera sus líderes mantuvieron el compromiso ideológico con sus principios. Antes de expirar, causaron la muerte de decenas de millones de personas. Varias decenas de millones más murieron en China cuando se impulsó allí otro sistema de certeza como un retoño del comunismo soviético.
La obra clásica de Karl Popper La sociedad abierta y sus enemigos se publicó por vez primera en Inglaterra —casi al unísono, en Estados Unidos, el juez Hand pronunciaba su discurso—, y en ella se proporcionaba un extenso análisis filosófico sobre la relación entre la certeza y la negación de la libertad. El libro fue escrito bajo lo que Popper describiría más tarde como “un estado de depresión”, pues, mientras trabajaba en él durante aquellos años de guerra, el triunfo del totalitarismo parecía del todo posible. Un análisis complementario apareció en el famoso ensayo de Isaiah Berlin “Dos conceptos de libertad”, publicado cerca de una década y media después. Para entonces, por supuesto, los nazis habían sido derrotados y casi nadie en Alemania o en cualquier otro lugar profesaba aún simpatía por sus concepciones. Sin embargo, el comunismo soviético y el chino mantenían su fortaleza, e Isaiah Berlin consideraba que el peligro más grande que enfrentaba la libertad todavía emanaba de aquellos individuos que no albergaban dudas sobre la corrección y la virtud de las ideologías con las que estaban comprometidos; el peligro era eso que él llamaba “doctrinas políticas y sociales sostenidas fanáticamente”.
El comunismo soviético se ha ido junto con el nazismo. El comunismo chino ya no puede caracterizarse de manera doctrinal: es tan sólo un vehículo para que la institución burocrática, el Partido Comunista, mantenga el monopolio del poder. Y sin embargo, aun cuando casi todo el mundo es consciente de que el inmenso dolor del siglo XX bien puede atribuirse a las doctrinas basadas en certeza, todavía no estamos más allá de la época en que las ideologías caracterizadas por la intolerancia ante el disentimiento o la duda representaban un papel protagónico en el conflicto y el sufrimiento. La década de los noventa estuvo marcada por el ascenso del nacionalismo étnico que llevó la mutilación a la ex Yugoslavia, Ruanda y otros lugares. El fundamentalismo religioso bajo una forma eminentemente política –sobre todo, claro está, el islamista, pero con sus contrapartes de mucha menor escala en la cristiandad, el judaísmo y el hinduismo- crece día con día. […] Si bien carecen del carácter totalitario de los sistemas establecidos durante el siglo XX, los sistemas de gobierno y las perspectivas mundiales basadas en las doctrinas nacionalistas, fundamentalistas y supremacistas de nuestro tiempo constituyen un anatema para los liberales.’
Tomado de: Letras Libres 91, julio 2006, Aryeh Neier, ‘Por qué somos liberales’. pp. 30-31.
La derrota del nazismo sobrevino por la vía militar en 1945; el comunismo soviético perduró por más de cuatro décadas, pero con el paso del tiempo ese imperio se colapsó al llegar el punto en que ni siquiera sus líderes mantuvieron el compromiso ideológico con sus principios. Antes de expirar, causaron la muerte de decenas de millones de personas. Varias decenas de millones más murieron en China cuando se impulsó allí otro sistema de certeza como un retoño del comunismo soviético.
La obra clásica de Karl Popper La sociedad abierta y sus enemigos se publicó por vez primera en Inglaterra —casi al unísono, en Estados Unidos, el juez Hand pronunciaba su discurso—, y en ella se proporcionaba un extenso análisis filosófico sobre la relación entre la certeza y la negación de la libertad. El libro fue escrito bajo lo que Popper describiría más tarde como “un estado de depresión”, pues, mientras trabajaba en él durante aquellos años de guerra, el triunfo del totalitarismo parecía del todo posible. Un análisis complementario apareció en el famoso ensayo de Isaiah Berlin “Dos conceptos de libertad”, publicado cerca de una década y media después. Para entonces, por supuesto, los nazis habían sido derrotados y casi nadie en Alemania o en cualquier otro lugar profesaba aún simpatía por sus concepciones. Sin embargo, el comunismo soviético y el chino mantenían su fortaleza, e Isaiah Berlin consideraba que el peligro más grande que enfrentaba la libertad todavía emanaba de aquellos individuos que no albergaban dudas sobre la corrección y la virtud de las ideologías con las que estaban comprometidos; el peligro era eso que él llamaba “doctrinas políticas y sociales sostenidas fanáticamente”.
El comunismo soviético se ha ido junto con el nazismo. El comunismo chino ya no puede caracterizarse de manera doctrinal: es tan sólo un vehículo para que la institución burocrática, el Partido Comunista, mantenga el monopolio del poder. Y sin embargo, aun cuando casi todo el mundo es consciente de que el inmenso dolor del siglo XX bien puede atribuirse a las doctrinas basadas en certeza, todavía no estamos más allá de la época en que las ideologías caracterizadas por la intolerancia ante el disentimiento o la duda representaban un papel protagónico en el conflicto y el sufrimiento. La década de los noventa estuvo marcada por el ascenso del nacionalismo étnico que llevó la mutilación a la ex Yugoslavia, Ruanda y otros lugares. El fundamentalismo religioso bajo una forma eminentemente política –sobre todo, claro está, el islamista, pero con sus contrapartes de mucha menor escala en la cristiandad, el judaísmo y el hinduismo- crece día con día. […] Si bien carecen del carácter totalitario de los sistemas establecidos durante el siglo XX, los sistemas de gobierno y las perspectivas mundiales basadas en las doctrinas nacionalistas, fundamentalistas y supremacistas de nuestro tiempo constituyen un anatema para los liberales.’
Tomado de: Letras Libres 91, julio 2006, Aryeh Neier, ‘Por qué somos liberales’. pp. 30-31.
3 comentarios:
Saludos!!! te tengo presente.
Y yo también a ti, José. Siempre que pienso en el Opus Dei, me acuerdo de ti, felizmente. De igual forma, ahora que una amiga está pensando en el matrimonio, creo que le sugeriré las meditaciones de tu blog al respecto, pues son más entendibles que las cosas que yo le pueda decir.
¡Un abrazo!
Ya esta listo el otro blog para el nihil obstat, imprimatur
Publicar un comentario