domingo, febrero 07, 2010

La Iglesia en el abismo: crítica a la crítica de un jesuita (III)

Veamos, ahora, las soluciones que propone el padre Boulad para rescatar a la Iglesia del ‘abismo’, que ya describió con indignación en las entradas anteriores(1):

‘- No es apoyándose en el pasado ni recogiendo sus migajas como se resolverán los problemas de hoy y de mañana.’
Espero que con ‘pasado’ no se refiera a la gran Tradición del cristianismo, pues, entonces, las catequesis que ha dado Benedicto XVI en los últimos años sobre los Padres de la Iglesia y los santos del medioevo estarían erradas… Seguramente, ha de ser inútil, por tanto, su idea de que los grandes santos medievales o los autores patrísticos, que bebieron del mismo manantial de fe, responden mejor a problemas de hoy que discursos ‘actuales’ que se pierden en el mar informativo global. Es obvio: ni San Agustín de Hipona ni Santo Tomás de Aquino tienen nada que aportar al diálogo entre fe y razón, religión y ciencia; las predicaciones y ejemplos pastorales de Santo Domingo de Guzmán o San Ambrosio de Milán son simples migajas; el amor a la naturaleza de San Francisco de Asís o las exigencias de justicia de San Juan Crisóstomo no son sino mensajes sosos, empolvados y estériles de hace siglos...
‘- La aparente vitalidad de las Iglesias del tercer mundo es equívoca. Según parece, estas nuevas Iglesias atravesarán pronto o tarde por las mismas crisis que ha conocido la vieja cristiandad europea.’Quizás sea cierto. Pero pregunto de nuevo, ¿cuáles son las causas de esas crisis europeas?
‘- La Modernidad es irreversible y por haberlo olvidado es por lo que la Iglesia se encuentra hoy en semejante crisis. El Vaticano II intentó recuperar cuatro siglos de retraso, pero se tiene la impresión que la Iglesia está cerrando lentamente las puertas que se abrieron entonces, y tentada de volverse hacia Trento y Vaticano I, más que hacia Vaticano III. Recordemos la declaración de Juan Pablo II tantas veces repetida: “No hay alternativa al Vaticano II”.’
Ya me pronuncié sobre esto. Y, aunque la ‘restauración’ sea un hecho, lo veo como parte del proceso dialéctico en el que siempre se ha desarrollado la Iglesia, en un ir y venir pendular entre remedios de excesos y excesos de remedios… El mismo Benedicto XVI lo explicó muy bien: no el Concilio, sino un ‘conciliarismo’ ingenuo y demasiado optimista causó estragos, como si el Vaticano II hubiera significado una ruptura con Vaticano I, Trento, Letrán, Calcedonia, Constantinopla, Nicea, Éfeso…


Y un Vaticano III, tan pronto, me huele a eso, a un afán desmedido y en última instancia destructivo, de praxis y reforma a ultranza, de las que ya Pablo VI advirtió en abril de 1968: ‘Renovación, sí; cambio arbitrario, no; Historia siempre viva y nueva de la Iglesia, sí; historicismo disolvente del compromiso dogmático tradicional, no; integración teológica según las enseñanzas del Concilio, sí; teología conforme a libres teorías subjetivas, a menudo procedentes de fuentes enemigas, no; Iglesia abierta a la caridad ecuménica, al diálogo responsable, al reconocimiento de los valores cristianos ante los hermanos separados, sí; irenismo que renuncia a las verdades de la fe, o proclive a uniformarse con ciertos principios negativos que han favorecido la separación de tantos hermanos cristianos del centro de la unidad de la comunión católica, no; libertad religiosa para todos dentro del ámbito de la sociedad civil, sí; libertad de adhesión personal a una religión según la elección meditada de la propia conciencia, sí; libertad de conciencia como criterio de verdad religiosa, no sufragada por la autenticidad de una enseñanza seria y autorizada, no’.


vs.


Después, Boulad exhorta al aggiornamento radical, a la reforma largamente postergada, pues ya el tiempo se nos ha venido encima, pues ‘la Historia no espera’… Incluso pregunta, con una comparación desatinada, si no es que ofensiva: ‘[Si] Toda operación comercial que constata un déficit o disfunción se reconsidera inmediatamente, se reúne a expertos, intenta recuperarse, se movilizan todas sus energías para superar la crisis… ¿Por qué la Iglesia no hace otro tanto?’

Así, según él, el camino que la Iglesia toda debería seguir (un camino tan general y ambiguo, que resulta imposible de negar):
‘La Iglesia tiene hoy una necesidad imperiosa y urgente de una TRIPLE REFORMA:

1. Una reforma teológica y catequética para repensar la fe y reformularla de modo coherente para nuestros contemporáneos.

Una fe que ya no significa nada, que no da sentido a la existencia, no es más que un adorno, una superestructura inútil que cae de sí misma. Es el caso actual.

2. Una reforma pastoral para repensar de cabo a rabo las estructuras heredadas del pasado.

3. Una reforma espiritual para revitalizar la mística y repensar los sacramentos con vistas a darles una dimensión existencial, a articularlos con la vida.

Tendría mucho que decir sobre esto. La Iglesia de hoy es demasiado formal, demasiado formalista. Se tiene la impresión de que la institución asfixia el carisma y que lo que finalmente cuenta es una estabilidad puramente exterior, una honestidad superficial, cierta fachada. ¿No corremos el riesgo de que un día Jesús nos trate de “sepulcros blanqueados”?’
El problema, como creo haber hecho bastante evidente, son los medios (el detalle de los tres años me hizo sonreír):
‘Para terminar, sugiero la convocatoria de un sínodo general a nivel de la iglesia universal, en el que participaran todos los cristianos -católicos y otros- para examinar con toda franqueza y claridad los puntos señalados más arriba y los que se propusieran. Tal sínodo, que duraría tres años, se terminaría con una asamblea general -evitemos el término “concilio”- que sintetizara los resultados de esta investigación y sacara de ahí las conclusiones.’
Termina pidiéndole al Papa una disculpa por su franqueza y una bendición, para elogiarlo después por su libro Jesús de Nazaret. Por todo cuanto le escribió al Papa en esta carta, dudo que lo haya leído, o cualquier otra cosa de Joseph Ratzinger, quien no vería sino esperanza en ese ‘abismo’.

Yo, por mi parte, concluyo, diciéndole al padre Boulad y a los jesuitas que simpatizan con él: sabrán disculpar mi franqueza y mi dura crítica, pero no puedo estar de acuerdo con ustedes en muchos detalles y en el tono. Por mi amor apasionado por la Iglesia... y por la Compañía.

G. G. Jolly

(1) I y II.

1 comentario:

Gabo dijo...

Qué interesante respuesta al Padre Boulad. Ha sido enriquecedor leerlo.