miércoles, mayo 24, 2006

¿Destrozar ‘El Código Da Vinci’?


Me odio por hacer esto, pero suelo sucumbir ante las modas y la presión ‘social’. Sé que reseñar el libro y/o la película, El Código Da Vinci, es darle mucha más importancia de la que en realidad merece. En fin... (resalto con negritas las palabras más fuertes, para darles una idea de lo fuerte que sueno cuando hablo: así entenderán por qué todos se ofenden por cualquier cosa que diga...)

Más que un lector voraz, soy un bibliópata sin remedio al que le encanta comprar libros, tocarlos, poseerlos, olerlos, acariciarlos... y, sí, leer varios al mismo tiempo, de poquito en poquito, según mi humor. En mi viejo trabajo de editor no tenía ni mucho tiempo ni mucha cabeza para leer libros por placer, y mucho menos libros complicados, por lo que una novela clásica y sencilla, o bien un pasquín best-seller, eran más que adecuados para mis hábitos de lectura de entonces. Fue por aquella época que comencé a escuchar polémicas sobre un tal código de Leonardo da Vinci.

Sucedió en las comidas familiares, en medio de una familia lectora, culta, gritona y bastante pedante para el gusto de las personas normales. Un día, hasta sacaron un libro gigantesco con la obra pictórica de Leonardo da Vinci y se pusieron a discutir que si la V y que si la Magdalena, etcétera, etcétera. Yo permanecía en la idiocia, sin saber de qué hablaban, al margen de la conversación. Hay pocas sensaciones tan frustrantes. Cuando sucedió otra vez, con otros miembros de la familia, exploté y leí el libro (que mi madre había comprado, leído y que incluso mi lerdo progenitor leyó...).

Lo hice a hurtadillas. Ya me había enterado yo de que el libro no era más que un pasquín sensacionalista sin el más mínimo mérito literario: todo el mundo hablaba de él e incluso gente que en la vida había leído ni una historia erótica en una revista porno lo había leído y ¡lo recomendaba! Debí de haberle hecho caso a mi conciencia y decir ¡NO! Lo leí en una sentada. Durante 100 capítulos enteros estuve muy entretenido; como thriller de suspenso, el libro valía la pena... pero los últimos 20 capítulos son tan nefastos que le robaron el mérito a los 100 anteriores. Boté el libro por allí y me enojé: ¡que me devuelvan mis horas de lectura! 500 páginas a la basura... ¡podría haber leído Anna Kariénina (aunque ése libro, adúltero que no blasfemo, llegó después, justo cuando tenía que llegar) o la mitad de La guerra y la paz! No, leí la aberración, el pastiche detectivesco y conspiratorio de un pelmazo llamado Dan Brown, que, diciendo estupideces, se había hecho millonario de la noche a la mañana.

La polémica seguía. El Opus Dei, con razón, se defendía por su injustificada satanización. ¡Por amor del cielo, Brown no sabe ni qué es el Opus Dei! (aunque un chiste cuenta que tampoco Juan XXIII lo sabía, pero ésa es otra historia) Porque no es una orden religiosa, como afirma el libro (error que se coló en la película). La Compañía de Jesús, por ejemplo, es una orden religiosa, y la que, hasta que Brown rompió la tradición, era el ejército privado de la Iglesia, los celotes que matan, conspiran y guardan secretos milenarios... Yo creo que, así como el Opus se quejó por difamación, la Compañía debió de haberse quejado por no haber sido difamada... pero, a decir verdad, no importa: uno se siente admirado de que alguien de la talla de Voltaire diga pestes sobre la Iglesia; en cambio, si éstas vienen de Dan Brown... ¡da pena el pobre! (bueno, no tan pobre). Además, ¿desde cuándo los numerarios del Opus se visten con hábitos remendados de franciscano de la Edad Media? ¿O será que reciclaron el vestuario de El nombre de la rosa?

Lo único por lo que me sirvió el haber perdido mi tiempo leyendo el librejo éste es que, entonces, tuve las armas para desbaratar, criticar y burlarme de él. ¡Ojalá todo en la vida fuese tan fácil! De hecho, creo firmemente que, si la Iglesia quiere combatir el libro en serio, Benedicto debería resucitar el Index única y exclusivamente para poner el Código en él. Debería declararlo proscrito y arrojarlo a la hoguera... no porque sea un libro hereje (de ésos hay muchos, y mejores), sino porque es un atroz crimen mayúsculo contra la literatura y una afrenta imperdonable contra el buen gusto.

¿Por qué diablos la polémica? ¿Por qué los católicos se toman la molestia siquiera de ‘defenderse’ contra esta basura de 500 páginas que estorba y hace polvo en mi repleta biblioteca, robándole aire a Flaubert, Tólstoi, Wilde, Ratzinger, Freud, Kafka... ¡Saramago!

¡Sí, porque el idiota de Dan Brown no sugiere nada nuevo! ¿Que Jesús se casó con la Magdalena? ¡No me digan! ¡Nadie lo había sugerido antes...! Sí, lo hicieron, de forma magistral, José Saramago con su libro El Evangelio según Jesucristo en los años 90 y Martin Scorsese con su La última tentación de Cristo en los 70, ambas obras maestras de la literatura universal y del séptimo arte, respectivamente.

Leer el Código fue una absoluta pérdida de tiempo. Como entretenimiento fue mal entretenimiento; cualquier novela de Dame Agatha Christie o de Chesterton (de 120 páginas, no de 500) es una mejor novela de detectives y de suspenso. Como literatura... ¡ni siquiera es literatura! No valen sus 500 páginas ni un décimo que el verso más cursi de Rubén Darío... Como investigación historiográfica, antropológica, teológica y artística es risible. Una basofia pseudo literaria no contribuye en nada en lo absoluto a nuestro conocimiento sobre la obra de Leonardo da Vinci, la historia de la Iglesia o la fe cristiana.

La película es mil veces mejor que el libro: el final se siente menos tedioso, el elenco vale la pena por sí solo y es una superproducción de Hollywood hecha con oficio. Dista mucho, no obstante, de ser un buen filme que pase a la historia por su valor artístico. Es una película dominguera y punto, tan amarillista y sensacionalista como el libro... ¡claro! Siempre vende bien ver en pantalla a un ¿monje? (lo de albino no se lo creía ni su mamá a Paul Bettany) del ‘Opus’ flagelándose (¿están seguros de que Mel Gibson no participó en la película?) frente a un crucifijo, disque rezando en mal pronunciado latín... (entonces sí: ¡Mel Gibson participó!) ¿y por qué habrían de omitir a Papas enjoyados mandando a la hoguera a los pobrecillos templarios, o cardenales despeinados conspirando en Castel Gandolfo?

De haber sabido que harían una película me hubiera ahorrado el maldito libro... ¡que me devuelvan mis 500 páginas de lectura!

G. G. Jolly

4 comentarios:

frid dijo...

Ese blog tiene mucho que leer y que comentar. No es azar lo que se dice. Sólo por entrar en el jeugo te diré que pienso que las mentiras no son inocentes, y menos en le Código. Porque los que tenemos un mínimo de formación nos quedamos escandalizados de las mentiras descaradas, sólo basta el juego de Mona Lisa hacia Amon-Iris en vez de Madonna Lisa, mujer de Gioccondo, y que ese nombre Mona Lisa no es el que le puso Miguel Ángel al cuadro. Pero el ignorante va y se lo cree y el daño está hecho.
Y hay que pensar que el mundo de Brown es un mundo muy poco pacífico para la convivencia: es el orgiástico de la adoración de la diosa naturaleza. Vuelven a aparecer los que gritaban a San Pablo ¡grande es Artemisa de los Efesios!

Jesús Beades dijo...

¿Has leído mi entrada sobre la peli?

Saludos. Me gusta mucho tu blog.

Ululatus sapiens dijo...

Estoy de acuerdo que las mentiras son malas y algunas peligrosas... pero hay que tomar en cuenta de dónde vienen, ¿no?

No es lo mismo que un puberto libertino te diga que 'tú haces tu realidad' que te lo diga Jean Paul Sartre...

Gracias a los dos por escribir. ;)

Anónimo dijo...

pues mi estimado presumes mucho de la lectura pero eres aberracion literaria, vergueza que para estar a tu medida necesito escribir con falta de ortografia, intento pensar como tu para saber que contestarte pero "en verdad" solo me lastimo" y a ti me das lastima, haga un poco mas de oración para que nuestro señor y acorte tu estancia en esta hermosa vida, si eso es los pesuitas exorto a pensar dos veces en esa postura religiosa y le doy gracias a mi Dios de sacarme de ahí.