Reflexiones sobre Dios (III)
Marc Chagall, Gólgota, 1912.
‘Yo rechazaría este buen Dios, pues es una caricatura que puede ser válida para niños de seis años, y quizás para ciertos adultos infantiles’. Pero un Dios del amor no es el buen Dios. El buen Dios suena a diocesillo al que se puede acariciar. Pero Él no me acaricia y tampoco yo a Él. Esto es una especie de “teología de la avestruz”, que suprime los aspectos desconocidos de Dios para tenerlo a mano a base de cumplimientos. Pero un Dios del amor que quiere lo bueno y me da la libertad también para lo malo es un Dios que puedo aceptar y en el que puedo creer.
Si nuestro Dios es un Dios del amor, también ha de ser un Dios celoso, un Dios que da, pero también toma; que perdona, pero también castiga, animado y exigiendo a la vez.[*] Un Dios sin ira por el pecado, sin celo por la justicia, sería un apático Dios griego, sentado en su elevado trono celeste, que no quiere saber nada de los sufrimientos del mundo. Un Dios que no distingue entre criminales y justos, entre santos y genocidas, sería un Dios de la indiferencia, que está bien el Olimpo o en el panteón romano, pero no es compatible con los apasionados profetas del antiguo Israel, a los que se sentía estrechamente vinculado el temperamental Jesús. Pero si usted rechaza la teodicea en cuanto antropomorfismo que convierte a Dios en supremo policía, Señor de los ejér-citos o alcalde que gobierna desde el cielo, existe sin duda un puente entre la teodicea que usted rechaza y la antropodicea de la que yo hablo, que me atrevería a calificar, con algunos rabinos, como teopatía. Si Dios vive en mí, de lo que estoy convencido, puede existir un Dios paradójico que desmiente toda nuestra minúscula sabiduría humana, y es suficientemente grande para hacerse pequeño, suficientemente omnipotente para anonadarse, suficientemente libre para ligarse a nosotros y compadecerse de sus criaturas. Así, sufrió en Auschwitz al lado de sus judíos y padeció con ellos hambre en Treblinka. Por eso, no sólo puedo reconocer a Dios como Creador, sino también como un Dios que camina a mi lado, como dicen los Salmos [v. Sal CXIX, por ejemplo], incluso por el valle de la muerte para hacerse en mí más humano que el hombre. Quizás sea ésta una imagen de Dios que, después de Auschwitz, podría llevarnos más lejos en la línea de nuestra maduración de las imágenes de Dios.’
Si nuestro Dios es un Dios del amor, también ha de ser un Dios celoso, un Dios que da, pero también toma; que perdona, pero también castiga, animado y exigiendo a la vez.[*] Un Dios sin ira por el pecado, sin celo por la justicia, sería un apático Dios griego, sentado en su elevado trono celeste, que no quiere saber nada de los sufrimientos del mundo. Un Dios que no distingue entre criminales y justos, entre santos y genocidas, sería un Dios de la indiferencia, que está bien el Olimpo o en el panteón romano, pero no es compatible con los apasionados profetas del antiguo Israel, a los que se sentía estrechamente vinculado el temperamental Jesús. Pero si usted rechaza la teodicea en cuanto antropomorfismo que convierte a Dios en supremo policía, Señor de los ejér-citos o alcalde que gobierna desde el cielo, existe sin duda un puente entre la teodicea que usted rechaza y la antropodicea de la que yo hablo, que me atrevería a calificar, con algunos rabinos, como teopatía. Si Dios vive en mí, de lo que estoy convencido, puede existir un Dios paradójico que desmiente toda nuestra minúscula sabiduría humana, y es suficientemente grande para hacerse pequeño, suficientemente omnipotente para anonadarse, suficientemente libre para ligarse a nosotros y compadecerse de sus criaturas. Así, sufrió en Auschwitz al lado de sus judíos y padeció con ellos hambre en Treblinka. Por eso, no sólo puedo reconocer a Dios como Creador, sino también como un Dios que camina a mi lado, como dicen los Salmos [v. Sal CXIX, por ejemplo], incluso por el valle de la muerte para hacerse en mí más humano que el hombre. Quizás sea ésta una imagen de Dios que, después de Auschwitz, podría llevarnos más lejos en la línea de nuestra maduración de las imágenes de Dios.’
Tomado de: Viktor Frankl y Pinchas Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Barcelona, Herder, 2005. pp. 94-95.
[*] Me he tomado la molestia de reunir varias citas sobre esto: Dt IV, 24; Dt V 9-10; Dt VII, 9-19; Sal C, 5; Ct II, 4; 1 Jn IV, 7-8.16; Is LIV, 8; Is LX, 8; Ex XX, 20.
2 comentarios:
Ululatus: te he puesto junto a Sada entre mis blogs preferidos en el "fondo de baúl", ya que no quiero perder este enlace cada vez que lo busco, y tengo mucho que aprender de ambos.
Me ha parecido interesante tu post sobre el Dios cercano y celoso. Es un amante real, y le da todo lo que precisa al ser amado, pero es que no le niega ni los amores limpios, aunque admite el regalo, que premia generosamente, de esos amores para acompañarle en la tarea de redimir el mundo.
En realidad es un Dios que enamora y, hace que algunos no entendamos por qué se lo pierden tantos.
Yo me tengo que ponder a revisar detalladamente tus muchos blogs, pues de un vistazo he hallado cosas muy interesantes sobre político y, ¡por Dios!, liberalismo. :)
Creo que este católico liberalista tendrá muchas cosas que comentar.
Gracias, de nuevo, por comentar.
Publicar un comentario