jueves, octubre 11, 2007
El sacerdote argentino Christian Federico von Wernich (1938) ha sido condenado a cadena perpetua, después de que un jurado le hallara culpable de ser cómplice y coautor de siete homicidios, 42 secuestros y 32 casos de tortura, mientras era capellán militar de la dictadura (1976-1983). Un caso de justicia ejemplar, parecido a otros casos (como estos y éste) que ya he mencionado alguna vez.
lunes, octubre 01, 2007
‘El Dios de Jesús, un Dios de los pobres’ por Jon Sobrino, SJ
El Greco, Jesús cargando la cruz, 1580.
Según el Nuevo Testamento, Dios se ha manifestado definitivamente en Jesús, radicalizando, quebrando y plenificando sus manifestaciones previas en el Antiguo Testamento. Por ello el NT nos presenta a Jesús como el último y definitivo testigo tras una larga lista de ellos (Heb XI y XII). Quien sea ese Dios que se manifiesta a Jesús se deja traslucir de las nociones de Dios que Jesús expresa en su predicación, de experiencia personal y de su práctica confiada y obediente. Teóricamente es difícil armonizar todas las nociones de Dios que Jesús recibe, purifica y radicaliza desde el AT. Pero teniendo en cuenta que las tres cosas citadas se pueden sistematizar al Dios de Jesús diciendo que Dios es quien se acerca a su reino, que Dios es Padre y que el Padre es Dios. Si hay que dar una definición de contenido que reasuma los diversos contenidos de Dios, se puede decir que, para Jesús, Dios es un Dios de los pobres.
1. Como en el AT, Dios se manifiesta a Jesús a través de acciones históricas que son en parte realización de una promesa a los pobres y oprimidos y desencadenante de nuevas promesas. Para Jesús la gran acción de Dios es la cercanía del reino a los pobres; por ello Dios es ‘aquel que se acerca en su reino’ como buena noticia para los pobres.
El acercamiento de Dios es vida para los hombres, sobre todo para los pobres, oprimidos y quienes más están privados de vida (milagros, exorcismos); es proclamación de la dignidad de los hombres, sobre todo de los desclasados y sin dignidad (acercamiento de Jesús hacia ellos, comidas con pecadores y despreciados); es liberación de opresiones históricas en forma de denuncia y desenmascaramiento de la opresión, sobre todo de la que se realiza en nombre de Dios. Dios se acerca como el Dios de la vida, pero parcial y liberador. De ahí la correlación entre buena noticia y reino de Dios (Mc I, 15) y la correlación entre buena noticia y liberación de los pobres (Lc IV, 18-19). De esta forma recoge Jesús in actu, en su representación de Dios, las tradiciones del Éxodo y de los profetas.
El acercamiento de Dios es gratuito; no es logro del hombre, ni se acerca en correspondencia a los méritos de los hombres. Esa gratuidad la historia da forma eficaz presentando a Dios a la búsqueda de lo pequeño y perdido en este mundo, presentando a Dios como parcial hacia aquellos que aparentemente no tienen ningún título para exigir su venida, los pobres y pecadores. En ese gratuito, parcial y liberador acercamiento de Dios ve Jesús que Dios ha roto para siempre y definitivamente la simetría de ser posiblemente salvación o posiblemente condenación. Dios es salvación; su acercamiento es buena noticia.
2. El Dios que se acerca no es una fuerza impersonal, aunque buena, sino un alguien con quien se puede hablar y dialogar y en quien el hombre puede descansar. A ese Dios Jesús llama Padre y quiere que así le llamen los hombres.
En la metáfora de ‘padre’ Jesús recoge lo que en Dios hay de origen absoluto y por ello garante de sentido, y lo que hay de amor en ese origen, como fundamento último de la realidad. Pero cualifica ese amor. Además de ser un amor eficaz que desencadena la esperanza mesiánica del Éxodo, es un amor que, en lenguaje humano, debe ser descrito como infinita ternura. Es un amor condescendiente, que no asusta por su majestad, sino que se ofrece e impone por su invencible cercanía a lo pequeño y perdido de este mundo; de ahí que Jesús recoja la tradición veterotestamentaria del lenguaje de ‘esposo’, ‘madre’ y sancione para siempre el ‘abbá’ para dirigirse a Dios. Esa experiencia personal es la que Jesús transmite en sus parábolas, cuando afirma que es increíble e impensablemente Dios es como el padre del hijo pródigo. Y Jesús se alegra de que Dios sea así. Por ello salta también de júbilo cuando los pequeños han conocido el misterio de Dios (Mt XI, 25).
3. En ese Padre descansa Jesús, pero a la vez el Padre no le deja descansar. Dios se le ha manifestado a Jesús como Padre, pero el padre se le ha manifestado como Dios. Dios sigue siendo Dios, no hombre, y por eso distinto y mayor que todas las ideas y expectativas de los hombres.
En sus palabras Jesús reconoce a Dios como el creador, soberano, providente, incomprensible, para quien ‘todo es posible’ (Mt XIX, 26). Su diferencia con el hombre es abismal; éste sigue siendo ‘siervo inútil’ ante Dios (Lc VII, 7-10). Dios es además el Dios celoso del AT que no admite a ningún otro dios junto a sí, y pone al hombre la alternativa de adorar al verdadero Dios o la idolatría (‘no se puede servir a dos señores: a Dios y al dinero’, Mt VI, 24). Es el Dios denunciador y desenmascarador de cualquier falsificación y manipulación que los hombres hacen de él a través de tradiciones humanas, sobre todo religiosas (Mc VII, 8-13).
Esa trascendencia de Dios es la que Jesús va experimentando en su propia vida, y Dios se le va mostrando como el misterio inmanipulable. El Padre tiene una voluntad soberana e indeducible, ante la cual sólo queda obedecer, sean cuales fueren las renuncias, incluso a las cosas buenas de la creación. Dios es el absoluto e incondicionalmente exigente.
Mayor se le hace a Jesús el misterio de Dios cuando su voluntad concreta, aunque radical y costosa, no aparece ya en coherencia lógica con la causa del reino, que explicaría lo primero, sino más allá o humanamente contra esa lógica. Dios se le hace tentación a Jesús, cuando tiene que discernir sobre el verdadero poder salvífico; Dios se le hace enigma a Jesús, cuando se reserva absolutamente el día de la venida del reino que Jesús creía próximo; Dios se le hace novedoso y sorprendente a Jesús cuando comprende que la verdad del reino requiere del sufrimiento y la cruz; Dios se le hace escándalo a Jesús cuando en la cruz escucha el silencio de aquél a quien él llamaba Padre. Sin embargo, la palabra de Jesús ante Dios es ‘hágase tu voluntad’. Jesús aúna la confianza en el Padre con la obediencia a Dios. El Padre sigue siendo Dios y Jesús le deja ser Dios.
4. ¿Quién es Dios para Jesús? Dios es el Padre que se acerca en su reino para liberar a los pobres oprimidos y dar confianza a los pecadores; a través de ello quiere rehacer su creación viciada. Pero sigue siendo el misterio santo que, aun en su absoluta cercanía, sigue siendo más allá de los hombres. Lo típico de Jesús es haber concretado el misterio de Dios en dos puntos. a) Ese misterio es escandaloso para el hombre natural porque se ha acercado a y en lo pequeño y despreciado, ha subvertido las ideas que los hombres de hacen del misterio de Dios (poder, grandeza, dominación) y se ha sometido al poder histórico de las tinieblas. El Dios siempre mayor ha aparecido empequeñecido. b) Ese misterio ha dejado de ser misterio en un punto: el amor. Allá donde los hombres practican el verdadero amor y lo hacen como Jesús, amando a los históricamente privados de amor, han conocido y accedido a Dios (Mt XXV, 31-46); participan de la pasión de Dios por los pobres.
En Jesús hay una teología positiva porque afirma que Dios es Padre y se atreve a afirmar que la última realidad de la historia es el acercamiento salvífico de Dios a los pobres, el triunfo de la víctima sobre los verdugos. Pero hay también una teo-logía negativa al mantener que el Padre es Dios. En mantenerse fiel a ‘Dios-Padre’, como en la oración del huerto, Jesús va haciendo la experiencia de Dios y Dios se le va manifestando a Jesús.
1. Como en el AT, Dios se manifiesta a Jesús a través de acciones históricas que son en parte realización de una promesa a los pobres y oprimidos y desencadenante de nuevas promesas. Para Jesús la gran acción de Dios es la cercanía del reino a los pobres; por ello Dios es ‘aquel que se acerca en su reino’ como buena noticia para los pobres.
El acercamiento de Dios es vida para los hombres, sobre todo para los pobres, oprimidos y quienes más están privados de vida (milagros, exorcismos); es proclamación de la dignidad de los hombres, sobre todo de los desclasados y sin dignidad (acercamiento de Jesús hacia ellos, comidas con pecadores y despreciados); es liberación de opresiones históricas en forma de denuncia y desenmascaramiento de la opresión, sobre todo de la que se realiza en nombre de Dios. Dios se acerca como el Dios de la vida, pero parcial y liberador. De ahí la correlación entre buena noticia y reino de Dios (Mc I, 15) y la correlación entre buena noticia y liberación de los pobres (Lc IV, 18-19). De esta forma recoge Jesús in actu, en su representación de Dios, las tradiciones del Éxodo y de los profetas.
El acercamiento de Dios es gratuito; no es logro del hombre, ni se acerca en correspondencia a los méritos de los hombres. Esa gratuidad la historia da forma eficaz presentando a Dios a la búsqueda de lo pequeño y perdido en este mundo, presentando a Dios como parcial hacia aquellos que aparentemente no tienen ningún título para exigir su venida, los pobres y pecadores. En ese gratuito, parcial y liberador acercamiento de Dios ve Jesús que Dios ha roto para siempre y definitivamente la simetría de ser posiblemente salvación o posiblemente condenación. Dios es salvación; su acercamiento es buena noticia.
2. El Dios que se acerca no es una fuerza impersonal, aunque buena, sino un alguien con quien se puede hablar y dialogar y en quien el hombre puede descansar. A ese Dios Jesús llama Padre y quiere que así le llamen los hombres.
En la metáfora de ‘padre’ Jesús recoge lo que en Dios hay de origen absoluto y por ello garante de sentido, y lo que hay de amor en ese origen, como fundamento último de la realidad. Pero cualifica ese amor. Además de ser un amor eficaz que desencadena la esperanza mesiánica del Éxodo, es un amor que, en lenguaje humano, debe ser descrito como infinita ternura. Es un amor condescendiente, que no asusta por su majestad, sino que se ofrece e impone por su invencible cercanía a lo pequeño y perdido de este mundo; de ahí que Jesús recoja la tradición veterotestamentaria del lenguaje de ‘esposo’, ‘madre’ y sancione para siempre el ‘abbá’ para dirigirse a Dios. Esa experiencia personal es la que Jesús transmite en sus parábolas, cuando afirma que es increíble e impensablemente Dios es como el padre del hijo pródigo. Y Jesús se alegra de que Dios sea así. Por ello salta también de júbilo cuando los pequeños han conocido el misterio de Dios (Mt XI, 25).
3. En ese Padre descansa Jesús, pero a la vez el Padre no le deja descansar. Dios se le ha manifestado a Jesús como Padre, pero el padre se le ha manifestado como Dios. Dios sigue siendo Dios, no hombre, y por eso distinto y mayor que todas las ideas y expectativas de los hombres.
En sus palabras Jesús reconoce a Dios como el creador, soberano, providente, incomprensible, para quien ‘todo es posible’ (Mt XIX, 26). Su diferencia con el hombre es abismal; éste sigue siendo ‘siervo inútil’ ante Dios (Lc VII, 7-10). Dios es además el Dios celoso del AT que no admite a ningún otro dios junto a sí, y pone al hombre la alternativa de adorar al verdadero Dios o la idolatría (‘no se puede servir a dos señores: a Dios y al dinero’, Mt VI, 24). Es el Dios denunciador y desenmascarador de cualquier falsificación y manipulación que los hombres hacen de él a través de tradiciones humanas, sobre todo religiosas (Mc VII, 8-13).
Esa trascendencia de Dios es la que Jesús va experimentando en su propia vida, y Dios se le va mostrando como el misterio inmanipulable. El Padre tiene una voluntad soberana e indeducible, ante la cual sólo queda obedecer, sean cuales fueren las renuncias, incluso a las cosas buenas de la creación. Dios es el absoluto e incondicionalmente exigente.
Mayor se le hace a Jesús el misterio de Dios cuando su voluntad concreta, aunque radical y costosa, no aparece ya en coherencia lógica con la causa del reino, que explicaría lo primero, sino más allá o humanamente contra esa lógica. Dios se le hace tentación a Jesús, cuando tiene que discernir sobre el verdadero poder salvífico; Dios se le hace enigma a Jesús, cuando se reserva absolutamente el día de la venida del reino que Jesús creía próximo; Dios se le hace novedoso y sorprendente a Jesús cuando comprende que la verdad del reino requiere del sufrimiento y la cruz; Dios se le hace escándalo a Jesús cuando en la cruz escucha el silencio de aquél a quien él llamaba Padre. Sin embargo, la palabra de Jesús ante Dios es ‘hágase tu voluntad’. Jesús aúna la confianza en el Padre con la obediencia a Dios. El Padre sigue siendo Dios y Jesús le deja ser Dios.
4. ¿Quién es Dios para Jesús? Dios es el Padre que se acerca en su reino para liberar a los pobres oprimidos y dar confianza a los pecadores; a través de ello quiere rehacer su creación viciada. Pero sigue siendo el misterio santo que, aun en su absoluta cercanía, sigue siendo más allá de los hombres. Lo típico de Jesús es haber concretado el misterio de Dios en dos puntos. a) Ese misterio es escandaloso para el hombre natural porque se ha acercado a y en lo pequeño y despreciado, ha subvertido las ideas que los hombres de hacen del misterio de Dios (poder, grandeza, dominación) y se ha sometido al poder histórico de las tinieblas. El Dios siempre mayor ha aparecido empequeñecido. b) Ese misterio ha dejado de ser misterio en un punto: el amor. Allá donde los hombres practican el verdadero amor y lo hacen como Jesús, amando a los históricamente privados de amor, han conocido y accedido a Dios (Mt XXV, 31-46); participan de la pasión de Dios por los pobres.
En Jesús hay una teología positiva porque afirma que Dios es Padre y se atreve a afirmar que la última realidad de la historia es el acercamiento salvífico de Dios a los pobres, el triunfo de la víctima sobre los verdugos. Pero hay también una teo-logía negativa al mantener que el Padre es Dios. En mantenerse fiel a ‘Dios-Padre’, como en la oración del huerto, Jesús va haciendo la experiencia de Dios y Dios se le va manifestando a Jesús.
Fragmento de: Jon Sobrino, SJ, ‘Dios (teología)’, en Casiano Floristán y Juan José Tamayo [editores], Conceptos fundamentales de cristianismo, Madrid, Trotta, 1993. pp. 304-306.
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Etiquetas: cristianismo, cristología, Sobrino SJ, teología
‘Teología de la liberación: nuevos caminos’ por Raúl Cervera, SJ (II)
Continuación de este excelente artículo. La primera parte puede encontrarse aquí.
El campo de la culturaLa teología de la liberación, sobre todo al principio, se preocupó mucho por la situación material de los campesinos y de los pobladores de las colonias populares de las grandes ciudades. A sus seguidores les dolía la situación de estas personas y les indignaban los fuertes contrastes que vemos entre las clases sociales. Muchos de ellos se fueron a vivir entre los pobres. A este desplazamiento se le llamó inserción.
Viviendo entre los campesinos, los indígenas, en los barrios obreros, esas personas ayudaban a la gente a capacitarse, organizarse y luchar para superar sus dolorosas carencias. El convivir con ellos les abrió la puerta a otra experiencia, hasta cierto punto inesperada. Pronto fueron conociendo y reconociendo las diferentes culturas de los grupos humanos a los que acompañaban. Se dieron cuenta de que los pobres no sólo tienen fuertes carencias materiales, sino, al mismo tiempo, son herederos y creadores de variadas formas de ver la vida y el mundo, de convivir entre sí y con la naturaleza, de cultivar su relación con Dios; todo esto, con modelos muy diferentes de los de la cultura occidental moderna —llamada cultura nacional—.
Por supuesto que las diferencias se hacían más palpables para quienes convivían con los pueblos indígenas. Allí había que comenzar por aprender un idioma diferente. Pero incluso los que optaron por vivir en las enormes barriadas de las grandes ciudades descubrieron poco a poco que esas personas tenían formas de pensar y de hacer las cosas diferentes a las de ellos.
Entonces fue enriqueciéndose el significado de la palabra pobre. Ya no se trata solamente de una persona a quien le faltan los medios materiales indispensables; también es alguien con una riqueza cultural propia. Se fue descubriendo que si la sociedad en su conjunto debía, por justicia, aportarles los medios materiales los medios materiales de los que carecen; al mismo tiempo, las personas identificadas con la cultura occidental debían estar abiertas a recibir, desde otras culturas, muchos puntos de vista y costumbres que podían completar las carencias de sus propias formas de pensar.
En el caso de los pueblos indígenas esto se vio muy pronto y con mucha claridad. Su esencial sentido comunitario contrasta mucho con el individualismo de la cultura occidental, muy llamativo en las grandes ciudades. Su respeto y veneración por la naturaleza los sitúa en el polo contrario de la cosmovisión ilustrada, gran depredadora de la naturaleza, si no, que lo diga el urgente problema del cambio climático. Su manera de relacionarse con Dios, eminentemente simbólica y mística, muestra un claro contraste con el catolicismo de las clases medias y altas, más verbal y racional.
De esta manera estamos llegando a la noción de ecología cultural. Las diferentes culturas de los pueblos de la tierra conforman un frágil tejido que, en su delicadeza, resulta vital para la supervivencia de la Humanidad. Porque cada pueblo tiene mucho que aprender de los demás. Sólo avanzando hacia la apertura y el enriquecimiento mutuo puede la Humanidad mirar con confianza hacia el futuro. Si seguimos por la pendiente de la aniquilación de las formas de pensar diferentes a la nuestra caeremos en el abismo de lo que imaginamos.
Por ello está surgiendo la teología india. No porque los indios quieran o necesiten nuestro reconocimiento. Su teología siempre ha existido. Somos nosotros los que la necesitamos. Pero es bueno hacer una aclaración: muchas veces usamos esa palabra para señalar los esfuerzos que hacemos los ‘occidentales’ para entender las formas como los pueblos indios expresan el cristianismo. De este modo le llamamos teología india a lo que es, en realidad, nuestra misma teología occidental que trata de captar esas formas diferentes de pensar. No está mal. Pero la teología india original no se expresa en tratados teológicos a nuestro estilo sino en los símbolos y rituales, en los cargos, en las narraciones, en las fiestas de los pueblos originarios de estas tierras.
De estas convicciones surgen algunas de las nuevas tareas para la teología comprometida con los pobres. Una que me parece importante es ésta: la visión crítica de la sociedad que repasamos en la primera parte de esta reflexión es, a fin de cuentas, un producto de la cultura occidental. La han elaborado esas personas a las que llamamos científicos sociales. Finalmente ellos son partícipes de la modernidad ilustrada.
Mientras tanto, para no ir tan lejos, los pueblos indígenas tienen su propia manera de situarse ante la cultura nacional y ante las personas y corporaciones que los esquilman. Tienen su propia agenda, muchas veces diferente de la de quienes pretendemos ayudarlos a liberarse. No es fácil respetar sus puntos de vista y, al mismo tiempo, poner nuestros propios conocimientos a su servicio. Vemos con claridad que hay que ir eliminando las diferencias sociales pero, también, tenemos que dialogar y dejarnos transformar por culturas diferentes a la nuestra. Me parece que éste es uno de los grandes retos que todavía tiene que trabajar la teología comprometida con los pobres: aprender a compaginar y articular esta doble estrategia. Y lo va a hacer, sobre todo, acompañando a las ciencias más involucradas en estos temas y a quienes viven directamente estos procesos. Entonces, quizá, ya no se llame más teología de la liberación, sino teología de la liberación y del diálogo.
Otras tareas
Además de lo anterior, han ido apareciendo otros puntos de vista y otras tareas pendientes. Porque no sólo los pobres han sido víctimas de la opresión y, últimamente, de la exclusión. Las sociedades occidentales han sido, proverbialmente, patriarcales. La mayoría de las mujeres ha vivido una situación permanente de subordinación a los hombres. La mentalidad predominante las recluía a la crianza y a las tareas domésticas, impidiéndoles desarrollar otras múltiples capacidades y ocupar puestos de poder y de servicio. La misma teología ha sido un producto fundamentalmente masculino, reforzando con ello el patriarcalismo cultural. Por ello ha surgido la teología feminista. Aún tiene mucho que trabajar y aportar.
El problema del deterioro ambiental de nuestro planeta aún no recibe la atención y las energías que merece. Junto con una acción decidida para frenar y reorientar el modelo dominante de desarrollo difícilmente sustentable, la teología tiene todavía que elaborar una palabra atractiva y convincente que apele a nuestras experiencias fundamentales de fe y que nos anime a sumarnos a estas tareas inaplazables.
Nuevos retos y nuevas tareas surgen cada día. Las ciencias sociales alternativas presentan puntos de vista novedosos. La Humanidad marcha aceleradamente a conquistar y experimentar las dimensiones más diminutas y las más descomunales del cosmos. La transformación de la cultura occidental, desde los espacios cibernéticos y virtuales, es algo inevitable. La robótica irá invadiendo nuestros hogares y lugares de trabajo. La conquista del espacio, concebida por el momento desde una perspectiva predominantemente militarista, y el campo virgen de la investigación genética plantean cuestiones promisorios y muy graves. La teología no puede dormirse en sus laureles. Ahí, y en otros lugares, se encuentran los retos. Finalmente, sólo la preocupación incesante por la vida de las víctimas permitirá enfocarlos y afrontarlos de manera correcta.
Viviendo entre los campesinos, los indígenas, en los barrios obreros, esas personas ayudaban a la gente a capacitarse, organizarse y luchar para superar sus dolorosas carencias. El convivir con ellos les abrió la puerta a otra experiencia, hasta cierto punto inesperada. Pronto fueron conociendo y reconociendo las diferentes culturas de los grupos humanos a los que acompañaban. Se dieron cuenta de que los pobres no sólo tienen fuertes carencias materiales, sino, al mismo tiempo, son herederos y creadores de variadas formas de ver la vida y el mundo, de convivir entre sí y con la naturaleza, de cultivar su relación con Dios; todo esto, con modelos muy diferentes de los de la cultura occidental moderna —llamada cultura nacional—.
Por supuesto que las diferencias se hacían más palpables para quienes convivían con los pueblos indígenas. Allí había que comenzar por aprender un idioma diferente. Pero incluso los que optaron por vivir en las enormes barriadas de las grandes ciudades descubrieron poco a poco que esas personas tenían formas de pensar y de hacer las cosas diferentes a las de ellos.
Entonces fue enriqueciéndose el significado de la palabra pobre. Ya no se trata solamente de una persona a quien le faltan los medios materiales indispensables; también es alguien con una riqueza cultural propia. Se fue descubriendo que si la sociedad en su conjunto debía, por justicia, aportarles los medios materiales los medios materiales de los que carecen; al mismo tiempo, las personas identificadas con la cultura occidental debían estar abiertas a recibir, desde otras culturas, muchos puntos de vista y costumbres que podían completar las carencias de sus propias formas de pensar.
En el caso de los pueblos indígenas esto se vio muy pronto y con mucha claridad. Su esencial sentido comunitario contrasta mucho con el individualismo de la cultura occidental, muy llamativo en las grandes ciudades. Su respeto y veneración por la naturaleza los sitúa en el polo contrario de la cosmovisión ilustrada, gran depredadora de la naturaleza, si no, que lo diga el urgente problema del cambio climático. Su manera de relacionarse con Dios, eminentemente simbólica y mística, muestra un claro contraste con el catolicismo de las clases medias y altas, más verbal y racional.
De esta manera estamos llegando a la noción de ecología cultural. Las diferentes culturas de los pueblos de la tierra conforman un frágil tejido que, en su delicadeza, resulta vital para la supervivencia de la Humanidad. Porque cada pueblo tiene mucho que aprender de los demás. Sólo avanzando hacia la apertura y el enriquecimiento mutuo puede la Humanidad mirar con confianza hacia el futuro. Si seguimos por la pendiente de la aniquilación de las formas de pensar diferentes a la nuestra caeremos en el abismo de lo que imaginamos.
Por ello está surgiendo la teología india. No porque los indios quieran o necesiten nuestro reconocimiento. Su teología siempre ha existido. Somos nosotros los que la necesitamos. Pero es bueno hacer una aclaración: muchas veces usamos esa palabra para señalar los esfuerzos que hacemos los ‘occidentales’ para entender las formas como los pueblos indios expresan el cristianismo. De este modo le llamamos teología india a lo que es, en realidad, nuestra misma teología occidental que trata de captar esas formas diferentes de pensar. No está mal. Pero la teología india original no se expresa en tratados teológicos a nuestro estilo sino en los símbolos y rituales, en los cargos, en las narraciones, en las fiestas de los pueblos originarios de estas tierras.
De estas convicciones surgen algunas de las nuevas tareas para la teología comprometida con los pobres. Una que me parece importante es ésta: la visión crítica de la sociedad que repasamos en la primera parte de esta reflexión es, a fin de cuentas, un producto de la cultura occidental. La han elaborado esas personas a las que llamamos científicos sociales. Finalmente ellos son partícipes de la modernidad ilustrada.
Mientras tanto, para no ir tan lejos, los pueblos indígenas tienen su propia manera de situarse ante la cultura nacional y ante las personas y corporaciones que los esquilman. Tienen su propia agenda, muchas veces diferente de la de quienes pretendemos ayudarlos a liberarse. No es fácil respetar sus puntos de vista y, al mismo tiempo, poner nuestros propios conocimientos a su servicio. Vemos con claridad que hay que ir eliminando las diferencias sociales pero, también, tenemos que dialogar y dejarnos transformar por culturas diferentes a la nuestra. Me parece que éste es uno de los grandes retos que todavía tiene que trabajar la teología comprometida con los pobres: aprender a compaginar y articular esta doble estrategia. Y lo va a hacer, sobre todo, acompañando a las ciencias más involucradas en estos temas y a quienes viven directamente estos procesos. Entonces, quizá, ya no se llame más teología de la liberación, sino teología de la liberación y del diálogo.
Otras tareas
Además de lo anterior, han ido apareciendo otros puntos de vista y otras tareas pendientes. Porque no sólo los pobres han sido víctimas de la opresión y, últimamente, de la exclusión. Las sociedades occidentales han sido, proverbialmente, patriarcales. La mayoría de las mujeres ha vivido una situación permanente de subordinación a los hombres. La mentalidad predominante las recluía a la crianza y a las tareas domésticas, impidiéndoles desarrollar otras múltiples capacidades y ocupar puestos de poder y de servicio. La misma teología ha sido un producto fundamentalmente masculino, reforzando con ello el patriarcalismo cultural. Por ello ha surgido la teología feminista. Aún tiene mucho que trabajar y aportar.
El problema del deterioro ambiental de nuestro planeta aún no recibe la atención y las energías que merece. Junto con una acción decidida para frenar y reorientar el modelo dominante de desarrollo difícilmente sustentable, la teología tiene todavía que elaborar una palabra atractiva y convincente que apele a nuestras experiencias fundamentales de fe y que nos anime a sumarnos a estas tareas inaplazables.
Nuevos retos y nuevas tareas surgen cada día. Las ciencias sociales alternativas presentan puntos de vista novedosos. La Humanidad marcha aceleradamente a conquistar y experimentar las dimensiones más diminutas y las más descomunales del cosmos. La transformación de la cultura occidental, desde los espacios cibernéticos y virtuales, es algo inevitable. La robótica irá invadiendo nuestros hogares y lugares de trabajo. La conquista del espacio, concebida por el momento desde una perspectiva predominantemente militarista, y el campo virgen de la investigación genética plantean cuestiones promisorios y muy graves. La teología no puede dormirse en sus laureles. Ahí, y en otros lugares, se encuentran los retos. Finalmente, sólo la preocupación incesante por la vida de las víctimas permitirá enfocarlos y afrontarlos de manera correcta.
Tomado de: Raúl Cervera, SJ, ‘Teología de la liberación: nuevos caminos’, en Jesuitas de México 37, septiembre-diciembre, México, 2006.
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Etiquetas: América Latina, Cervera SJ, justicia social, teología, teología de la liberación
‘Teología de la liberación: nuevos caminos’ por Raúl Cervera, SJ (I)
Introducción
En las décadas de los 60 y 80 adquirió mucho relieve la teología de la liberación, no sólo en América Latina, sino prácticamente en todo el mundo occidental. Se publicaron innumerables textos sobre el tema, y algunos de sus principales autores fueron muy visibles en los medios de comunicación; no se diga en los eclesiales, en varias diócesis, universidades católicas, algunos seminarios… Baste como botón de muestra el nombre de Leonardo Boff.
Ciertos acontecimientos eclesiales latinoamericanos, como la II y III Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, celebradas en Medellín (1968) y Puebla (1979), fueron fuertemente impactados por esta corriente teológica. Paralelamente las comunidades eclesiales de base (CEB) alcanzaban su cúspide en extensión, creatividad, reconocimiento de la jerarquía católica, presencia pública y algunas acciones muy significativas.
A partir de los años 90 decayó la producción y la visibilidad pública de la teología de la liberación. Los anteriores indicadores, tal como aparecen en estos últimos años, lo demuestran. Surgieron entonces las preguntas: ¿la teología de la liberación ya cumplió su ciclo vital? ¿Qué sigue ahora?
Lo esencial es la liberación
Los ahora viejos teólogos de la liberación lo aclararon desde el principio: lo decisivo no es la teología de la liberación, sino la liberación misma. ¿Qué quiere decir esto? Todos somos testigos de la pobreza material de la que vive un muy importante número de compatriotas nuestros. Por ello han brotado muchas iniciativas de gente de buena voluntad que quiere ayudar: las instituciones Cáritas de la Iglesia Católica; las fundaciones internacionales, católicas y no católicas, que apoyan proyectos de beneficencia y desarrollo en el Tercer Mundo; los voluntariados; los microcréditos populares; las organizaciones productivas de campesinos; los programas para combatir la pobreza, por parte del gobierno federal. Todo ello nos habla de la magnitud y seriedad del problema.
Cuando la teología latinoamericana acuñó el término liberación, lo que quería dar a entender es que todas estas iniciativas son buenas y hay que aplaudirlas, sin negar que no faltan serias deficiencias en algunas de ellas, especialmente las gubernamentales.
Sin embargo, junto con todo esto es necesario llegar hasta las raíces de la situación: lo que entonces se llamó el cambio de estructuras. Sucede que en la forma misma como está organizada la economía en el mundo occidental y en las regiones hasta donde llegan sus dominios; en la manera como están redactadas las leyes que nos rigen; en la forma como funcionan los medios de comunicación; en todo esto hay mecanismos que propician la desigualdad entre los seres humanos y, por tanto, la injusticia.
Esto, en realidad, no era una tesis exclusiva de los teólogos de la liberación. El magisterio de la Iglesia lo decía con la misma nitidez y claridad; comenzando por los Papas, y de una manera especial los obispos latinoamericanos.
De este modo poco ayuda que se capacite a la gente pobre para que adquiera un oficio o monte un diminuto negocio, si aquello que le damos por un lado, el engranaje social se lo quita por el otro. La gente está como encadenada por estos mecanismos inicuos. Por ello hace falta cambiar varias reglas centrales que rigen la vida social. Quitar esas cadenas quiere decir liberación.
Tristemente el paso de los años sigue dando la razón a los teólogos de la liberación. Por más esfuerzos que se han hecho, mucha gente, aunque se capacita y trabaja, sigue privada de cosas absolutamente necesarias o convenientes para vivir y desarrollarse como seres humanos y como hijos de Dios. Muchos de los cambios estructurales que se proponen, especialmente desde los centros del poder, no van a mejorar las cosas, porque precisamente se dirigen a reforzar y hacer que funcionen mejor esos mecanismos que propician las desigualdades. Un ejemplo de esto lo tenemos en la venta de los recursos naturales de nuestro país, especialmente el petróleo y el gas, a empresas privadas, nacionales o internacionales.
Así, mientras subsista esta situación, y mientras haya personas que quieran ayudar no sólo a remediar la situación sino a llegar hasta las raíces de la misma, será necesario recurrir a la Sagrada Escritura y, especialmente, a los Evangelios. Mientras haya hombres y mujeres que se lancen a colaborar y acompañar a la gente trabajadora en sus organizaciones propias, que apoyen las autonomías indias, que quieran intervenir en la elaboración de políticas públicas verdaderamente alternativas, que se dediquen a defender los derechos humanos; mientras haya todo esto, habrá necesidad de pensar cómo debe reaccionar un hombre o una mujer creyente frente a estos hechos: habrá necesidad y espacio para la teología de la liberación.
Ciertos acontecimientos eclesiales latinoamericanos, como la II y III Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, celebradas en Medellín (1968) y Puebla (1979), fueron fuertemente impactados por esta corriente teológica. Paralelamente las comunidades eclesiales de base (CEB) alcanzaban su cúspide en extensión, creatividad, reconocimiento de la jerarquía católica, presencia pública y algunas acciones muy significativas.
A partir de los años 90 decayó la producción y la visibilidad pública de la teología de la liberación. Los anteriores indicadores, tal como aparecen en estos últimos años, lo demuestran. Surgieron entonces las preguntas: ¿la teología de la liberación ya cumplió su ciclo vital? ¿Qué sigue ahora?
Lo esencial es la liberación
Los ahora viejos teólogos de la liberación lo aclararon desde el principio: lo decisivo no es la teología de la liberación, sino la liberación misma. ¿Qué quiere decir esto? Todos somos testigos de la pobreza material de la que vive un muy importante número de compatriotas nuestros. Por ello han brotado muchas iniciativas de gente de buena voluntad que quiere ayudar: las instituciones Cáritas de la Iglesia Católica; las fundaciones internacionales, católicas y no católicas, que apoyan proyectos de beneficencia y desarrollo en el Tercer Mundo; los voluntariados; los microcréditos populares; las organizaciones productivas de campesinos; los programas para combatir la pobreza, por parte del gobierno federal. Todo ello nos habla de la magnitud y seriedad del problema.
Cuando la teología latinoamericana acuñó el término liberación, lo que quería dar a entender es que todas estas iniciativas son buenas y hay que aplaudirlas, sin negar que no faltan serias deficiencias en algunas de ellas, especialmente las gubernamentales.
Sin embargo, junto con todo esto es necesario llegar hasta las raíces de la situación: lo que entonces se llamó el cambio de estructuras. Sucede que en la forma misma como está organizada la economía en el mundo occidental y en las regiones hasta donde llegan sus dominios; en la manera como están redactadas las leyes que nos rigen; en la forma como funcionan los medios de comunicación; en todo esto hay mecanismos que propician la desigualdad entre los seres humanos y, por tanto, la injusticia.
Esto, en realidad, no era una tesis exclusiva de los teólogos de la liberación. El magisterio de la Iglesia lo decía con la misma nitidez y claridad; comenzando por los Papas, y de una manera especial los obispos latinoamericanos.
De este modo poco ayuda que se capacite a la gente pobre para que adquiera un oficio o monte un diminuto negocio, si aquello que le damos por un lado, el engranaje social se lo quita por el otro. La gente está como encadenada por estos mecanismos inicuos. Por ello hace falta cambiar varias reglas centrales que rigen la vida social. Quitar esas cadenas quiere decir liberación.
Tristemente el paso de los años sigue dando la razón a los teólogos de la liberación. Por más esfuerzos que se han hecho, mucha gente, aunque se capacita y trabaja, sigue privada de cosas absolutamente necesarias o convenientes para vivir y desarrollarse como seres humanos y como hijos de Dios. Muchos de los cambios estructurales que se proponen, especialmente desde los centros del poder, no van a mejorar las cosas, porque precisamente se dirigen a reforzar y hacer que funcionen mejor esos mecanismos que propician las desigualdades. Un ejemplo de esto lo tenemos en la venta de los recursos naturales de nuestro país, especialmente el petróleo y el gas, a empresas privadas, nacionales o internacionales.
Así, mientras subsista esta situación, y mientras haya personas que quieran ayudar no sólo a remediar la situación sino a llegar hasta las raíces de la misma, será necesario recurrir a la Sagrada Escritura y, especialmente, a los Evangelios. Mientras haya hombres y mujeres que se lancen a colaborar y acompañar a la gente trabajadora en sus organizaciones propias, que apoyen las autonomías indias, que quieran intervenir en la elaboración de políticas públicas verdaderamente alternativas, que se dediquen a defender los derechos humanos; mientras haya todo esto, habrá necesidad de pensar cómo debe reaccionar un hombre o una mujer creyente frente a estos hechos: habrá necesidad y espacio para la teología de la liberación.
Tomado de: Raúl Cervera, SJ, ‘Teología de la liberación: nuevos caminos’, en Jesuitas de México 37, septiembre-diciembre, México, 2006.
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Etiquetas: América Latina, Cervera SJ, justicia social, teología, teología de la liberación
Oración por las vocaciones
Novicios de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, generación 2007.
Señor, envíanos locos,
de los que se comprometen a fondo,
de los que se olvidan a sí mismos,
de los que aman con algo más que con palabras,
de los que entregan su vida de verdad y hasta el fin.
Danos locos, apasionados,
enamorados de una forma de vivir sencilla,
capaces de aceptar cualquier tarea,
de acudir a donde sea;
libres y obedientes,
espontáneos y tenaces,
dulces y fuertes.
Danos locos, Señor, danos locos.
Oración del Encuentro Nacional Juvenil Ignaciano (ENJUVI) 2007. http://www.enjuvi.org/
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Etiquetas: Compañía de Jesús, espiritualidad ignaciana, sacerdocio
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