Sigo, pues, con la réplica a la carta del padre
Henri Boulad, SJ al Papa.(1)
Continúa el jesuita:
‘4. El lenguaje de la Iglesia es obsoleto, anacrónico, aburrido, repetitivo, moralizante, totalmente inadaptado a nuestra época. No se trata en absoluto de acomodarse ni de hacer demagogia, pues el mensaje del Evangelio debe presentarse en toda su crudeza y exigencia. Se necesitaría más bien proceder a esa “nueva evangelización” a la que nos invitaba Juan Pablo II. Pero ésta, a diferencia de lo que muchos piensan, no consiste en absoluto en repetir la antigua, que ya no dice nada, sino en innovar, inventar un nuevo lenguaje que exprese la fe de modo apropiado y que tenga significado para el hombre de hoy.’
Este párrafo obscurece en vez de arrojar luz sobre las posibles soluciones. Adaptación, cambio, novedad, innovación, invención… todas ellas son siempre útiles y necesarias, pero no son la raíz del problema. El Vaticano II cambió muchas cosas, para bien, a pesar de las fricciones y desencantos de muchos, pero también hay que ser honestos: intentos fracasaron, modelos nuevos han caducado apenas cuarenta años después, adaptaciones hubo muchas que derribaron y no construyeron nada en su lugar. Ese golpe maravilloso del Espíritu que fue el Concilio tuvo sus altas y sus bajas, como todos sus antecesores, sacudió la Barca para bien y para mal. Y la sigue sacudiendo, y sigue llamando a sacudirla. Por eso es ingenuo, peligroso y hasta tonto hacer un llamado políticamente correcto a un Vaticano III cuando aún no copamos con las ondas de choque del II.
Al fin y al cabo, Boulad sigue focalizando el problema en lo exterior, en la forma del mensaje, más que en la crisis que experimenta el mensaje mismo. ¿Cómo es posible presentar el Evangelio con toda su crudeza y exigencia cuando no existe la verdad, cuando la Humanidad busca una religión sedante y no de compromiso, cuando un Dios humano y crucificado y una Iglesia milenaria y pecadora lucen más estúpidos que nunca, cuando 5 mil millones de personas ni siquiera gozan de libertad religiosa?(2)
‘5. Esto no podrá hacerse más que mediante una renovación en profundidad de la teología y de la catequética, que deberían repensarse y reformularse totalmente. Un sacerdote y religioso alemán que encontré recientemente me decía que la palabra “mística” no estaba mencionada ni una sola vez en “El nuevo Catecismo”. No lo podía creer. Hemos de constatar que nuestra fe es muy cerebral, abstracta, dogmática y se dirige muy poco al corazón y al cuerpo.
6. En consecuencia, un gran número de cristianos se vuelven hacia las religiones de Asia, las sectas, la new-age, las iglesias evangélicas, el ocultismo, etcétera. No es de extrañar. Van a buscar en otra parte el alimento que no encuentran en casa, tienen la impresión de que les damos piedras como si fuera pan. La fe cristiana que en otro tiempo otorgaba sentido a la vida de la gente, resulta para ellos hoy un enigma, restos de un pasado acabado.’
Puede que en este punto le dé la razón a este jesuita. El cristianismo es, ante todo, mística. Sin la contemplación, la experiencia íntima y el encuentro personal con un Dios-persona, el cristianismo no es nada.(3) Su novedad y radicalidad se disuelverían en el mar de las religiones. Hoy día, se transmite doctrina o, peor aún, ideología, que no dice nada y se abandona tan rápido como se recibió. En el mejor de los casos, el cristianismo es mera ética. Me permito actuar de abogado del diablo otra vez: ¿no el modelo liberal tiene buena parte de culpa también? En América Latina, ese noble intento de la teología y la pastoral de la liberación de beber de la gran fe de un pueblo para encarnarla y tornarla
praxis liberadora, ¿no tiene también su buena parte de culpa en vaciar de fe a tantos cristianos, que la han buscado, ahora, en el espiritualismo de las sectas?(4) ¿Y no, con tanto énfasis en la reforma externa, Boulad sigue poniendo el acento en una
praxis que depende de la fe, que es, a su vez, la que verdaderamente enfrenta la crisis?
‘7. En el plano moral y ético, los dictámenes del Magisterio, repetidos a la saciedad, sobre el matrimonio, la contracepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, el matrimonio de los sacerdotes, los divorciados vueltos a casar, etcétera, no afectan ya a nadie y sólo producen dejadez e indiferencia. Todos estos problemas morales y pastorales merecen algo más que declaraciones categóricas. Necesitan un tratamiento pastoral, sociológico, psicológico, humano... en una línea más evangélica.’
Aunque tiene razón, pues el discurso es chocante y repetitivo(5) de los ‘cruzados de la vida’ y ‘apóstoles de las “buenas costumbres”’ —lo cual no les quita, en el fondo, que digan la verdad, y más aún, una verdad incómoda y, sí, profética—, su última línea me resulta pedante. No diré más que lo que siempre he dicho acerca de muchos jesuitas y otros católicos liberales, entregados y comprometidos con las causas de la justicia y la liberación: que no solo la P
opulorum Progressio, también la
Humanae Vitae, aunque no les guste. O ambas o ninguna, a menos que quieran caer en el mismo error que la derecha católica, tan preocupada por la vida nonata, pero indiferente ante la vida ya nacida, condenada a la pobreza.
‘8. La Iglesia católica, que ha sido la gran educadora de Europa durante siglos, parece olvidar que esta Europa ha llegado a la madurez. Nuestra Europa adulta no quiere ser tratada como menor de edad. El estilo paternalista de una Iglesia “Mater et Magistra” está definitivamente desfasado y ya no sirve hoy. Los cristianos han aprendido a pensar por sí mismos y no están dispuestos a tragarse cualquier cosa.’
Podría cuestionarse severamente la ‘madurez’ de un continente cada vez más xenófobo, autocomplaciente, escandalizado por la cacería de focas en Canadá e indiferente ante el genocidio de Ruanda o Darfur, cerrado incluso a su porvenir biológico… Por supuesto, un continente así aborrecerá la voz de una
Mater et Magistra que denuncie su comportamiento y le obligue a volver la vista a sus raíces y sus valores auténticos. Por fortuna, una consecuencia feliz del ‘invierno eclesial’ del que se quejaba Boulad al principio es que una Iglesia minoritaria, reducida a tener voz entre muchas otras, perderá esa presencia institucional y esa soberbia discursiva.
‘9. Las naciones más católicas de antes -Francia, “primogénita de la Iglesia” o el Canadá francés ultracatólico- han dado un giro de 180º y han caído en el ateísmo, el anticlericalismo, el agnosticismo, la indiferencia. En el caso de otras naciones europeas, el proceso está en marcha. Se puede constatar que cuanto más dominado y protegido por la Iglesia ha estado un pueblo en el pasado, más fuerte es la reacción contra ella.
10. El diálogo con las demás iglesias y religiones está en preocupante retroceso hoy. Los grandes progresos realizados desde hace medio siglo están en entredicho en este momento.
Frente a esta constatación casi demoledora, la reacción de la iglesia es doble:
- Tiende a minimizar la gravedad de la situación y a consolarse constatando cierto repunte en su facción más tradicional y en los países del tercer mundo.
- Apela a la confianza en el Señor, que la ha sostenido durante veinte siglos y será muy capaz de ayudarla a superar esta nueva crisis, como lo ha hecho con las precedentes. ¿Acaso no tiene promesas de vida eterna?’
Ignoro si Boulad obtiene su información de CNN o alguna otra cadena de medios por el estilo, pero en su número 10 dice algo que es totalmente falso.
Desde la elección de Benedicto XVI, el ecumenismo y el diálogo interreligioso han tenido un repunte significativo. Justo ha sido un pontificado de primado y no de primacía, de arraigo en la Tradición y el núcleo de la fe y no en agendas políticas e ideologías de moda, una actividad pastoral que no titubea en proclamar la propia verdad y la diferencia, lo que ha traído una bocanada de aire fresco. En primer lugar, el discurso inflamatorio de Ratisbona, que detonó un verdadero diálogo entre Occidente e Islam, centrado en los asuntos espinosos: reciprocidad en la libertad religiosa, el rechazo de la violencia y el terrorismo. En segundo, el descongelamiento de las relaciones entre católicos y ortodoxos; estos últimos más dispuestos a conceder el primado a un Papa avocado a la riqueza de la liturgia y teología bimilenarias del cristianismo. Luego, el diálogo con anglicanos y luteranos, cuyas respectivas tradiciones son bien vistas por un pontífice cosmopolita y de gran sabiduría teológica. También el diálogo respetuoso, pero honesto, con los ‘hermanos mayores’, unidos por el Antiguo Testamento, pero
separados por la plenitud de la revelación en el Mesías, Jesús de Nazaret. Y, por último, la cada vez más cercana superación del cisma lefebvriano, mediante la humildad, la caridad y la mansedumbre de un pastor, eficacísimas a la hora de desarmar los argumentos de la SSSPX.