sábado, junio 17, 2006

Reflexiones sobre Dios (I)

En el magnífico libro Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, el teólogo y diplomático israelí Pinchas Lapide (1922-1997), en conversación con el psicólogo austríaco Viktor Frankl (1905-1997), creador de la ‘tercera escuela vienesa de psicoterapia’ —la logoterapia—, discuten acerca de Dios y el sentido de la vida en el siglo de Auschwitz.

Lapide, como piadoso judío y a la vez teólogo y estudioso del cristianismo, arroja luz y nos hace pensar sobre aspectos muy importantes de la acción divina en el mundo (y concuerdo con él ampliamente).

Adán y Eva, de Lucas Cranach ‘El Viejo’ (1472-1553).

El ‘también’ hebreo

‘El modelo judío de pensamiento, cuyo mejor documento lo tenemos en la Biblia hebrea, es un típico “no sólo, sino también”. David es el mayor rey de Israel, pero también es un adúltero; Coré es el mayor rebelde contra Dios y contra Moisés, y sus hijos son tenidos como autores de algunos de los más bellos salmos. No se da el blanco y el negro en la Biblia hebrea, sino más bien una paleta de 3.000 variantes de gris. El negro como lo totalmente malo y el blanco como lo totalmente bueno no existe. Lo que existe es lo humano, que es sólo relativo y se mueve en el marco de muchas y variadas tonalidades de gris, y nunca se reduce al “una de dos”, pues depende sólo de Dios. El gran cardenal del siglo XV, Nicolás de Cusa, lo resume en dos palabras: Dios es la coincidentia oppositorum, la coincidencia de todos los contrarios, lo que, en el siglo XVI expresava en forma quizás aún más bella su famoso antecesor Maharal, el gran rabino Löw de Praga. Él decía que en la vida no hay realmente contrarios, sino sólo dos aspectos distintos de la verdad. Y lo ilustraba con una hermosísima parábola: la Biblia hebrea comienza con la palabra beresit, cuya primera letra es bet. ¿Por qué no comienza la Biblia, como sería lógico, por la letra álef, la primera del alfabeto hebreo, y lo hace con bet, que va en segundo lugar? Y después de leer por tres veces la primera página de la Biblia, he aquí el descubrimiento: el número dos es la clave de toda la creación. Dios creó el mundo en parejas. Se comienza con luz y tinieblas [Génesis I, 5], cielo y tierra [Génesis I, 1], sol y luna [Génesis I, 16], tierra firme y mar [Génesis I, 6-10], fauna y flora [Génesis I, 11-13; I, 20-25]. Pero, ¿por qué todo consta de esta duplicidad, que en el fondo es una unidad dual? Porque cada mitad necesita la otra mitad, no sólo como contraste sino para la propia autocomprensión. No habría noche sin día, ni mar sin tierra forme que lo convirtiera, ni mujer que no necesitara al hombre para su ser-mujer. La unificación de ambos polos es lo divino, esa fuerza que, a falta de una palabra mejor, denominamos “amor”, en el sentido de mutua atracción, la vocación de unidad de la dualidad querida por Dios.’

Tomado de: Viktor Frankl y Pinchas Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Barcelona, Herder, 2005. pp. 61-62.

2 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Muy interesante.

Yo creo que para alguien limitado como yo valdría una aclaración: no es que no existan bien y mal como cosas distintas. Existen, pero no se manifiestan aislados uno de otro; se manifiestan, en las personas, juntos.

Creo que es así. Saludos.

Ululatus sapiens dijo...

Y así es, en efecto. Sabemos que el bien y el mal están en la libertad de la persona humana, no como entes o fuerzas aparte...

¡Gracias otra vez!