domingo, julio 16, 2006

Reflexiones sobre Dios (VI)

Para continuar con Pinchas Lapide y sus reflexiones sobre Dios (ver las anteriores: I, II, III, IV y V).

‘PL: Tanto Elohim como Adonai, los principales nombres atribuidos a Dios, tienen forma plural. Los nombres de Dios aparecen en plural, pero, en su actuación, se conjugan sólo en singular. Nos hallamos pues, al mismo tiempo, frente a la pluralidad de las formas de actuación de Dios y ante la singularidad de su unidad y unicidad.

La unitas multiplex de Santo Tomás de Aquino sería, por tanto, plenamente compatible con el pensamiento judío. En nuestra visión, no hemos impuesto ninguna limitación a Dios. No olvidemos que la revelación de Dios, fundamental para el judaísmo, se halla expresada básicamente en las palabras de la teofanía de la zarza ardiendo: [YHWH] “Yo estaré allí como el que seré”, lo que significa varias cosas al mismo tiempo: Yo, y ningún otro del que quepa fiarse, estaré, por lo que nadie puede prever de qué forma me van a encontrar, si en lo más íntimo de sí mismo o en la normatividad de los fenómenos del universo, lo que para [Albert] Einstein constituía una cada día nueva revelación de Dios.

VF: …“como el que estaré ahí”: no sólo lo podéis saber, sino que tampoco podéis saber en cuántas formas distintas.

PL: Pluralidad como forma de manifestación. De ahí que estas palabras de la revelación de Dios constituyan para los judíos creyentes la única definición de Dios.

VF: Algo semejante parece haber intentado [Adolf] Hitler, que solía iniciar sus discursos con el siguiente eslogan: “¡De una u otra forma estaré ahí, de una u otra forma! Pero nunca sabréis cómo”.

PL: En última instancia, Hitler quería destronar a Dios para entronizarse como Señor de vida y muerte. La respuesta del cielo fue la misma que la que el profeta Ecequiel hizo llegar al enloquecido rey de Tiro: “Por haber equiparado tu corazón al corazón de Dios, por eso, yo voy a traer contra ti a extranjeros, a los más violentos de entre las naciones, que desenvainarán sus espadas contra tu bella sabiduría y profanarán tu esplendor. Te harán bajar a la fosa, morirás de muerte violenta” (Ez XXVIII, 6 ss.). Así se escribió en Jerusalén hace 2.500 años, y así sucedió también en Berlín en abril de 1945. Los que se endiosan y quieren hacerse absolutos, vienen a acabar como bestias. Eso es lo evidenciado una vez más por Hitler como el último de la larga cadena de endiosados tiranos de la humanidad. Y esperemos que no hagan falta más ejemplos de lo mismo. La lección es instructiva: dondequiera que se haya desdivinizado al cielo, se habrá terminado por deshumanizar al hombre.’

Tomado de: Viktor Frankl y Pinchas Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Barcelona, Herder, 2005. pp. 126-128.

Reflexiones sobre Dios (V)

Para continuar con Pinchas Lapide y sus reflexiones sobre Dios (ver las anteriores: I, II, III y IV).


‘Cuando Immanuel Kant propuso sus tres famosas preguntas, ¿qué podemos saber?, ¿qué debemos hacer?, ¿qué nos cabe esperar?, consideró que las tres se resumían en una cuestión cardinal: ¿qué es el hombre?

La Biblia hebrea, que sin duda nos ofrece la más amplia reflexión sobre esta antiquísima cuestión, lo llama “Adam”, porque él y sus descendientes fuimos formados de barro (adamah), es decir, de la tierra, y por tanto es un “terrestre”, como dijo [Martin] Buber, a quien se ha infundido un aliento de la divinidad. La figura humana no es utópica ni desesperada. El primer terrestre que tuvo una hermano lo asesinó y, a pesar del diluvio, de la torre de Babel y de la corrupción moral, los descendientes de Adán se convirtieron en socios de la Alianza con Dios.

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal VIII, 2). Son los ángeles quienes dirigen a Dios esta despectiva pregunta con respecto al hombre, ante lo cual el Creador –según la tradición judía– se presenta como abogado de su criatura. Pues, según una antiquísima leyenda, el segundo día Dios creó los coros de los ángeles, con su inclinación natural al bien y su incapacidad de pecar. Al día siguiente creó a los animales, con sus apetitos instintivos, pero en ninguno de los dos halló beneplácito. “Voy a hacer al hombre”, dijo el Señor del mundo, “como animal-ángel para que pueda elegir entre el bien y el mal, entre la maldición y la bendición”. Y ahí lo tenemos: un manojo de contradicciones de carne y de sangre, imagen de Dios y terrón de barro, socio de Dios y de su antagonista, ligado a la tierra y atraído por el cielo, constructor de cámaras de gas y víctima de ellas, amante de la paz y emprendedor de guerras, signo de admiración entre arriba y abajo cuando todo va bien y funesto interrogante cuando caen sobre él aflicciones a las que no escapa ningún hijo de Adán.

[Friedrich] Nietzsche llegó a decir que el hombre debe ser superado, en lo que coincide con Blaise Pascal cuando sostiene que el hombre trasciende infinitamente a los hombres. Ambos tienen a la vista la misma elemental verdad rabínica: Dios ha creado todas las cosas, pero al hombre lo creó destinado a la esperanza. Lo que significa que el hombre no ha de contentarse consigo mismo y con el mundo tal como son, sino que puede y debe ennoblecerlos a ambos. Necesita para ello el apoyo de una verdad de la Biblia, de más profundo calado que lo que parece a primera vista: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn II, 18). Para comprender dicha verdad en toda su profundidad, los maestros de la Cábala preguntan por qué creó Dios el mundo. Y responden: “Por amor, pues tampoco el Señor del mundo quería estar solo”. Por consiguiente, el amor tiene origen divino, y amar significa imitar a Dios –el más alto objetivo de la ética judía [y cristiana]. Pues sólo el amor necesita un referente, que es distinto de ti, pero de tu misma naturaleza. Así, los hombres somos totalmente distintos de Dios y, sin embargo, somos portadores de su imagen y semejanza. Se concluye de ahí que, si Dios ha creado el mundo por amor y, por tanto, el amor encierra el sentido común de la realidad, la verdadera identidad sólo cabe ser encontrada en el prójimo; y entonces Dios no puede experimentarse en el ser ni en el tener, sino en el repartir y el compartir, en la recíproca orientación hacia el otro de toda potencialidad amorosa: desde la fuerza de atracción de la tierra, pasando por la unio mystica de todos aquellos que buscan a Dios, hasta la fusión nuclear del átomo propuesta por los físicos –todo ello son otras manifestaciones de la misma “llama divina” de la que nos habla el Cantar de los Cantares. Al conjunto de esta multitud de fuerzas lo denominamos amor. La vida plena no se halla, por tanto, en el desencuentro de la confrontación ni en el enfrentamiento del amor-odio ni en el desgarro de la enemistad, sino en el verdadero encuentro en una auténtica unidad de dos. Si el hombre es, por consiguiente, un ser dialógico que necesita un Tú para madurar, para crecer y llegar a ser él mismo, ¿cómo convencerlo amablemente de que ha nacido para amar, de que sólo a través del otro puede amarse de verdad a sí mismo?’

Tomado de: Viktor Frankl y Pinchas Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Barcelona, Herder, 2005. pp. 122-124.

sábado, julio 08, 2006

Carta de un ‘sacerdote’ valenciano al Papa Benedicto XVI (II)

Retomando lo que dice esta caricatura de ‘sacerdote’ sobre por qué no quiere al Santo Padre en Valencia, ésta es la segunda parte de mi réplica. La primera está aquí.

2- Por considerar el aborto como homicidio en todos los casos.

El aborto es un homicidio a sangre fría, con premeditación, alevosía y ventaja en todos los casos, pues un embrión o un feto es un individuo indefenso con tantos derechos como las demás personas. ¿Cuándo comienza la vida? ¿Qué distingue a un óvulo y un espermatozoide que han fusionado sus núcleos y su ADN de un bebé de un año que empieza a hablar? Su forma. Así como un fornido adolescente algún día cambiará de forma y se convertirá en un anciano débil e indefenso, a pesar de seguir siendo el mismo individuo y poseyendo la misma esencia vital; de igual manera un feto débil e indefenso que no puede subsistir fuera del vientre materno goza de la misma esencia vital que lo hace un individuo con derechos, y que permanecerá en él sin importar su forma. No se puede definir la vida humana en términos de autosuficiencia ni de utilidad ni de forma.

De esta manera, es completamente falso llamar al aborto el ‘derecho a elegir de la mujer’, pues un embarazo no involucra sólo el cuerpo de la madre, sino la vida de otro individuo con los mismos derechos que cualquier otra persona. Y es justamente éste el problema con el aborto: a un feto no se le considera como humano, pues no luce como humano, no puede existir por sí solo y es sólo un conjunto de células, como cualquier órgano. Es más, un bebé nonato es visto como un intruso, un estorbo para la autorrealización de la madre, un obstáculo para su libertad, un parásito al que habrá que alimentar, mantener, educar, soportar por muchos años… ¡un ancla que frena el libre desarrollo personal de la madre!

Si eso es un bebé, ¿por qué los bebés despiertan la ternura de todas las personas y se convierten en lo más preciado en el mundo para quien los engendró? Si es verdad que el nuevo individuo restringió la libertad de su madre, atacó su cuerpo y frenó su independencia, ¿por qué la inmensa mayoría de las madres, entonces, vuelcan todo su amor, toda su ternura, toda su atención y sus virtudes más profundas, toda su feminidad, en esos intrusos? Un nuevo ser humano requiere, es cierto, una inmensa cantidad de cuidados, atención, recursos materiales, etcétera, a lo largo de varios años; pero, ¿no también es un nuevo individuo capaz de amar y de ser motivo de incontable felicidad para otras personas, en especial para quien le llevó en su vientre?

‘¡Las violaciones!’, gritarán, impacientes… De nuevo, el sufrimiento NO se evita eliminando a quien sufre, al igual que la eutanasia. Más que nunca, a una acción tan atroz como una violación hay que responder con mucho, mucho, amor y no con un mal peor: el asesinato de alguien que, como su madre, no tiene la culpa de lo sucedido. En la concepción de una nueva vida en la que no sólo faltó amor, sino que hubo violencia y una vejación horribles, la respuesta tiene que ser de amor. Amor para la madre, que está herida física y psicológicamente, como mujer y como ser humano (añadir el trauma físico y psicológico de un aborto no es la solución), en forma de cuidados por parte de médicos, psicólogos, consejeros espirituales y, sobre todo, la familia. Durante el periodo de gestación del bebé, se podría conceder un retiro a la madre en un lugar donde reciba todos estos cuidados y comparta sus experiencias con otras mujeres que han vivido lo mismo. Así, se puede ayudar, con amor, a que la mujer supere tan atroz experiencia y decida, libre y conscientemente, qué hacer con el individuo inocente y con derechos (a la vida, a crecer en un ambiente familiar sano y de amor). Si la madre no desea conservar al bebé una vez que nazca, por x o y razón (decisión que tomó con la ayuda adecuada de quienes ya mencionamos), es libre de hacerlo. Es entonces que un segundo acto de amor es necesario: hacer que ese bebé crezca dentro de una familia que deseé tenerlo (¡y hay muchas!) y que le brinde la oportunidad de una vida plena propia. Si engendrar un hijo es un acto de amor, adoptar un bebé que no comparte nuestra sangre y que nació de un acto sin amor, es un doble acto de amor. Y falta un tercer acto de amor: el de perdonar y atender humanamente al agresor (psicólogos, guías espirituales y su familia), mientras y después de que cumpla su justa condena legal (suponiendo que se le capture), para que entienda el gran dolor que causó y para que pueda reformarse y tratar de reparar el enorme daño que hizo. En caso de que el agresor se rehúse a reformarse o no pueda hacerlo por padecer graves problemas psicológicos, se le puede confinar y mantener alejado de la sociedad por cuanto tiempo sea necesario.

Nuevamente, la respuesta está en reformar las leyes de adopción, de atención médica y psicológica de las víctimas y los agresores, no de liberalizar las leyes que condenan a muerte a un tercero que es tan inocente como la madre. Al mal no se lo acaba con otro mal.

G. G. Jolly

Continuará...

Carta de un ‘sacerdote’ valenciano al Papa Benedicto XVI (I)

Revisando qué tenía que decir la gente en www.blogspot.com acerca del Encuentro Mundial de las Familias en Valencia, España, he encontrado esta carta (firmada por un sacerdote de cualquier denominación, menos católico), que me gustaría comentar punto por punto, así que lo haré en varias entregas. He aquí la primera.

¿Por qué yo NO te espero [en Valencia]?

1- Porque atacas la eutanasia y defiendes el valor del sufrimiento.’


Es errónea la concepción de que se puede desterrar al sufrimiento del mundo, y una aberración completa querer deshacerse de él, ¡deshaciéndose de las personas que sufren! La vida humana es sagrada (bastantes guerras y genocidios nos ha costado el darnos cuenta) y nadie tiene ningún derecho sobre la vida de otro, menos aún un médico, cuya tarea fundamental e inflexible es la de preservar la vida (a quien le quede alguna duda puede leer el juramento hipocrático). La vida no es un bien como cualquier otro, sobre el que tenemos poder, pues no lo hemos recibido por azar. Es quizá el único acto humano sobre el que no tenemos la más mínima posibilidad de decisión: no sabemos cuándo o dónde hemos de nacer o morir. Y aunque sí tengamos la entera libertad de acabar con nuestra propia vida, el suicidio en todas sus formas viola el proceso natural que caracteriza la existencia humana.

Por otra parte, debemos comprender que el sufrimiento es parte inseparable del ser-humano: toda vida está llena de problemas y lágrimas. ¿Seríamos humanos acaso en un mundo donde todo fuese absoluta felicidad? No, porque el ser humano está hecho de barro, es falible y no siempre utiliza su libertad y su consciencia para el bien; ésa es su naturaleza. Y es natural que del sufrimiento aprendemos, con él crecemos y maduramos. Gracias a él nos hacemos más fuertes y mejores, cuando nos dejamos ayudar y cuando ayudamos, cuando somos ejemplo y vemos ejemplos. El dolor en sí no purifica, pero sí el cómo lo vivimos y qué hacemos con él.

¿Cuál es nuestro deber como seres humanos? No atacar un mal (el sufrimiento) con otro mal (la destrucción de una vida humana). El deber de un médico es preservar una vida mientras haya posibilidades reales y naturales de hacerlo, y dejar que la Naturaleza actúe cuando no sea posible, aliviando, en medida de lo posible, el malestar físico del paciente. Nos toca a los demás, y sobre todo a la familia y a los amigos, el aliviar el malestar psicológico, espiritual y emocional de quien sufre. Muchas personas con enfermedades terminales no necesitan una inyección letal, sino un apretón de manos, una mirada, una conversación, una frase sincera de amor… en otras palabras: ¡que los amemos y les hagamos sentir que son seres humanos cuya vida es preciosa!

¿Cuántas personas que abogan por la eutanasia, que dicen querer ahorrarle dolor a los enfermos, visitan a esta gente (desconocidos también y no sólo familiares) para charlar con ellos, sonreírles, regalarles el propio tiempo y la propia compañía en vez de una dosis de veneno mortal?

G. G. Jolly

Continuará...