domingo, julio 16, 2006

Reflexiones sobre Dios (V)

Para continuar con Pinchas Lapide y sus reflexiones sobre Dios (ver las anteriores: I, II, III y IV).


‘Cuando Immanuel Kant propuso sus tres famosas preguntas, ¿qué podemos saber?, ¿qué debemos hacer?, ¿qué nos cabe esperar?, consideró que las tres se resumían en una cuestión cardinal: ¿qué es el hombre?

La Biblia hebrea, que sin duda nos ofrece la más amplia reflexión sobre esta antiquísima cuestión, lo llama “Adam”, porque él y sus descendientes fuimos formados de barro (adamah), es decir, de la tierra, y por tanto es un “terrestre”, como dijo [Martin] Buber, a quien se ha infundido un aliento de la divinidad. La figura humana no es utópica ni desesperada. El primer terrestre que tuvo una hermano lo asesinó y, a pesar del diluvio, de la torre de Babel y de la corrupción moral, los descendientes de Adán se convirtieron en socios de la Alianza con Dios.

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal VIII, 2). Son los ángeles quienes dirigen a Dios esta despectiva pregunta con respecto al hombre, ante lo cual el Creador –según la tradición judía– se presenta como abogado de su criatura. Pues, según una antiquísima leyenda, el segundo día Dios creó los coros de los ángeles, con su inclinación natural al bien y su incapacidad de pecar. Al día siguiente creó a los animales, con sus apetitos instintivos, pero en ninguno de los dos halló beneplácito. “Voy a hacer al hombre”, dijo el Señor del mundo, “como animal-ángel para que pueda elegir entre el bien y el mal, entre la maldición y la bendición”. Y ahí lo tenemos: un manojo de contradicciones de carne y de sangre, imagen de Dios y terrón de barro, socio de Dios y de su antagonista, ligado a la tierra y atraído por el cielo, constructor de cámaras de gas y víctima de ellas, amante de la paz y emprendedor de guerras, signo de admiración entre arriba y abajo cuando todo va bien y funesto interrogante cuando caen sobre él aflicciones a las que no escapa ningún hijo de Adán.

[Friedrich] Nietzsche llegó a decir que el hombre debe ser superado, en lo que coincide con Blaise Pascal cuando sostiene que el hombre trasciende infinitamente a los hombres. Ambos tienen a la vista la misma elemental verdad rabínica: Dios ha creado todas las cosas, pero al hombre lo creó destinado a la esperanza. Lo que significa que el hombre no ha de contentarse consigo mismo y con el mundo tal como son, sino que puede y debe ennoblecerlos a ambos. Necesita para ello el apoyo de una verdad de la Biblia, de más profundo calado que lo que parece a primera vista: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn II, 18). Para comprender dicha verdad en toda su profundidad, los maestros de la Cábala preguntan por qué creó Dios el mundo. Y responden: “Por amor, pues tampoco el Señor del mundo quería estar solo”. Por consiguiente, el amor tiene origen divino, y amar significa imitar a Dios –el más alto objetivo de la ética judía [y cristiana]. Pues sólo el amor necesita un referente, que es distinto de ti, pero de tu misma naturaleza. Así, los hombres somos totalmente distintos de Dios y, sin embargo, somos portadores de su imagen y semejanza. Se concluye de ahí que, si Dios ha creado el mundo por amor y, por tanto, el amor encierra el sentido común de la realidad, la verdadera identidad sólo cabe ser encontrada en el prójimo; y entonces Dios no puede experimentarse en el ser ni en el tener, sino en el repartir y el compartir, en la recíproca orientación hacia el otro de toda potencialidad amorosa: desde la fuerza de atracción de la tierra, pasando por la unio mystica de todos aquellos que buscan a Dios, hasta la fusión nuclear del átomo propuesta por los físicos –todo ello son otras manifestaciones de la misma “llama divina” de la que nos habla el Cantar de los Cantares. Al conjunto de esta multitud de fuerzas lo denominamos amor. La vida plena no se halla, por tanto, en el desencuentro de la confrontación ni en el enfrentamiento del amor-odio ni en el desgarro de la enemistad, sino en el verdadero encuentro en una auténtica unidad de dos. Si el hombre es, por consiguiente, un ser dialógico que necesita un Tú para madurar, para crecer y llegar a ser él mismo, ¿cómo convencerlo amablemente de que ha nacido para amar, de que sólo a través del otro puede amarse de verdad a sí mismo?’

Tomado de: Viktor Frankl y Pinchas Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Barcelona, Herder, 2005. pp. 122-124.

1 comentario:

frid dijo...

He vuelto del pirineo catalán, casi un mes al aire libre. Pero prefiero comentarte este post al de arriba, porque se me ocurre que Nietche no llegó a fabricar un ser humano, y no vio un ser superior al hombre. Ahora, sus seguidores, de la ética del poder, sí han construido seres humanos en laboratorio, pero no han podido utilizar mas que la materia que Dios creó. Eso sí, se sienten creadores cuando son simplemente fabricantes de un mecano. Y van tirando a la basura los hombres que no les gusta cómo van a salir.
Ahí enlazan con el post hitleriano: buscan el superhombre nietchiano. Tienen, como Herodes, el tiempo contado. Pero mientras tanto ¿cuantos millones de hombres inocentes han ya sacrificado?