‘Carta no enviada a Pedro Arrupe’ de José Ignacio González-Faus, SJ
En estos momentos acabo de salir de tu habitación de enfermo, que ya se me ha hecho familiar. Concluye esta Congregación General XXXIII y era preciso hacerte la última visita, antes de regresar a casa mañana. Al final te he repetido, casi gritando para que la emoción no me ahogase la voz: ‘Gracias por lo mucho que usted ha hecho por la Compañía, y pida a Dios que no se lo estropeemos entre todos’. Tú me has repetido lo que me acababas de decir y me habías dicho varias veces durante estos días, que son unas de las pocas palabras que se te entienden: ‘Yo, aquí... callar. Abandonarme en Dios’. La emoción, que a veces es buena consejera, me ha hecho pensar que estas palabras te definían, y de ahí he pasado a recordar, a generalizar y a concluir que, en realidad, hay tres palabras tuyas que te definen. Aquí van.
Servicio de la fe y promoción de la justicia
Siempre serás el General de lo que nosotros llamamos ‘el Decreto Cuarto’. A pesar de que venías de Oriente y te creíamos menos preparado para nuestros problemas, supiste abrir oídos y corazón a la realidad, con esa sabiduría que precisamente un oriental ha definido mejor que nadie: ‘El pan, para mí, es un problema material; pero el pan, para el prójimo, es un problema espiritual’. Ahí está todo el meollo de nuestro ‘Decreto Cuarto’; y tú comprendiste también que esa sabiduría, cien por cien evangélica, contradice a toda la sabiduría de nuestro primer mundo, que prácticamente suena así: el pan, para nosotros, es un problema espiritual, porque para algo somos ‘la civilización cristiana’; mientras que el pan, para los demás... ése es un problema material y, por eso, menos importante, porque ‘no sólo de pan vive el hombre…’.
Total que, como tú ya profetizabas, te ganaste enemigos. Volvió a oírse la clásica acusación de ‘marxista’ de parte de quienes no pensaron que con ella no te herían a ti, sino que herían de muerte al cristianismo, al despojarle de aquello que ‘da vida’ a la fe. Porque, en este tema del ‘Decreto Cuarto’, sólo se trata en realidad de estas dos cosas:
- Que de la fe —si es verdadera— brota necesariamente la búsqueda de la justicia. Tanto del acto de fe, que es acto de salida de sí, como del contenido de la fe, que sólo tiene signos visibles, para ser anunciado hoy, en esos pequeños sacramentos de la dignidad del hombre que son las obras de justicia.
- Que desde la justicia —si es verdadera— podrá el hombre abrirse a la fe, porque sólo desde la lucha por la justicia brotan hoy en el mundo del bienestar las preguntas a las que la fe responde. Y sólo en la lucha por la justicia se libera el hombre de ese pecado primordial que consiste en ‘cautivar la verdad de Dios en la injusticia’ (Rom I,18).
El Provincial es usted…
Así se lo he oído a varios provinciales, algunos de ellos de zonas bien difíciles. Después de hablar contigo, de oírte y ser oídos sin necesariamente coincidir plenamente en los puntos de vista, tú terminabas diciendo: ‘Pero el Provincial del lugar es usted. Usted decida...’. Si comprendieras la jerga que hoy hablamos en España, te diría que has sido el General ‘de las autonomías’. Pero a ti te sonará más este otro lenguaje: has resucitado aquella manera de gobernar de San Ignacio que todos alaban como tan descentralizada y tan potenciadora de las instancias intermedias. Has sido, sin duda alguna, infusor de vida.
Yo, aquí… callar. Abandonarme en Dios
Estos días te lo he oído tantas veces que me parecía que ya lo dices sin darte cuenta. Te sale como un tic, un reflejo de tu sistema nervioso, herido y mal controlado por tu enfermedad. Nadie, ni tú mismo, sabrás nunca cuánto me has enseñado con ello. Pero déjame recordarte que hoy, en esta entrevista quizá última, he sentido cierta rebeldía interior y te he dicho, bromeando: ‘¡Qué va! Usted se lo va a ir contando todo al enfermero, que es el único que le entiende plenamente. Y ya verá cómo él lo anota todo y yo lo convierto en un libro…’. No sé si me entendías, pero te reías diciendo algo así como: ‘¡Uy, uy…! Yo, callar’. Y los dos sabemos que será así. Que le vas a dar a Dios lo más humano que puede sentir un hombre: su legítimo deseo de dar su versión de los hechos. Y que, para darle eso a Dios, hay que creer mucho en Él, realmente; hay que estar muy seguro de que Dios es Alguien muy vivo y que no va a fallar: ‘Abandonarme en Dios’.
Y la paz que ahora irradian tus ojos parece confirmar que Dios no te ha fallado. Y, a lo mejor, hasta se vale de mi poca fe y de mi escasa pureza de corazón, que se resiste a callar como tú, para reivindicarte un poquito. Que Él suele escoger lo débil de este mundo…
Adiós, pues, p. Arrupe. Y gracias, una última vez.
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