Un santo restaurador
Otro jesuita santo y cuya fiesta celebramos en noviembre, el 14: San José de Pignatelli, SJ.
Nacido el 27 de diciembre de 1737, en Zaragoza, España, hijo de una nobilísima familia napolitano-aragonesa. Su madre murió cuando él tenía apenas cuatro años y se crió en el reino de Nápoles, donde tuvo una educación bilingüe y centrada en las artes. Ingresó a la Compañía de Jesús en Aragón, estudió humanidades clásicas, filosofía y teología en Manresa, Calatayud y Zaragoza. Permaneció en esta última dando clases de gramática (entre sus alumnos se contó Francisco de Goya y Lucientes), catecismo a los niños de la ciudad y labor pastoral con enfermos y reos. En 1767, la Compañía es expulsada de España, por lo que se embarcó a Córcega, de donde tendría que salir también, una vez que Luis XV resolvió purgar las tierras francesas de jesuitas. Se quedó en la ciudad de Ferrara, en los Estados Pontificios, junto a los demás jesuitas provenientes de Aragón y la Nueva España. Allí le tocó vivir la supresión de la orden, por el breve de Clemente XIV Dominus ac Redemptor.
A pesar de ello, con enorme libertad interior, vivió de forma tranquila, practicando la dirección espiritual y frecuentando las tertulias literarias y culturales de algunas familias nobles italianas, en las cuales hacía gala de su educación, refinamiento y espíritu ilustrado; de hecho, llegaría a apilar una pinacoteca bastante considerable y repleta de autores modernos.
José, sin querer, por medio de su prestigio entre la nobleza y dos monarcas borbónicos, don Fernando duque de Parma y don Fernando rey de Nápoles, de su gran fe y santidad personal, se convirtió en centro en torno al que el núcleo de viejos ex jesuitas y jóvenes pretendientes se reunía.
Hizo de maestro de los pretendientes (novicios no oficiales) y, más tarde, de provincial de Italia. Su liderazgo permitió la conformación de un grupo unificado de ex jesuitas exiliados y nuevos aspirantes, el lento reestablecimiento canónico de la orden, la organización logística de la provincia y la preservación de modo de proceder jesuítico. De esta manera fungió de puente entre generaciones y baluarte del espíritu ignaciano; no en vano es llamado ‘el restaurador de la Compañía’.
Desafortunadamente, Pignatelli no pudo ver la consumación de su obra: la restauración definitiva de la Compañía de Jesús del 7 de agosto de 1814, mediante la bula Sollicitudo Omnium Ecclesiarum, del Papa Pío VII. Dedicado de lleno al gobierno, la vida interior y la ayuda a los necesitados de Roma, que sufrían la ocupación napoleónica, murió en su pequeña casa, cerca del Coliseo.
Pío XI lo incluyó en el catálogo de los beatos el 25 de febrero de 1933 y Pío XII en el de los santos, el 12 de junio de 1954.
G. G. Jolly, nSJ
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