‘Ambición y codicia de los ricos’ por San Ambrosio de Milán
2. ¿Hasta dónde pretendéis llevar, oh ricos, vuestra codicia insensata? ¿Acaso sois los únicos habitantes de la tierra? ¿Por qué expulsáis de sus posesiones a los que tienen vuestra misma naturaleza y vindicáis para vosotros solos la posesión de toda la tierra? En común ha sido creada la tierra para todos, ricos y pobres; ¿por qué os arrogáis, oh ricos, el derecho exclusivo del suelo? Nadie es rico por naturaleza, pues ésta engendra igualmente pobres a todos. Nacemos desnudos y sin oro ni plata. Desnudos vemos la luz del sol por primera vez, necesitados de alimento, vestido y bebidas; desnudos recibe la tierra a los que salieron de ella, y nadie puede encerrar con él en su sepulcro los límites de sus posesiones. Un pedazo estrecho de tierra es bastante a la hora de la muerte, lo mismo para el pobre que para el rico, y la tierra, que no fue suficiente para calmar la ambición del rico, lo cubre entonces totalmente. La naturaleza no distingue a los hombres ni en su nacimiento ni en su muerte. Les engendra igualmente a todos y del mismo modo les recibe en el seno del sepulcro. ¿Quién puede establecer clases entre los muertos? Excava de nuevo los sepulcros, y si puedes, distingue al rico. Desenterrad poco después una tumba y hablad si reconocéis al necesitado. Acaso solamente se puedan distinguir en que con el rico se pudren muchas mas cosas.
3. Los vestidos de seda y los ropajes entretejidos de oro, con los que se amortajan los cuerpos de los ricos, son un daño para los vivos y no ayuda para los difuntos. Te ungen, oh rico, y no dejas de ser fétido. Pierdes la gracia ajena y no adquieres la tuya. Dejas herederos que luchen entre sí con pleitos. Más que un conjunto de bienes que se acepta voluntariamente les transmites un depósito hereditario, y ellos temerán disminuir o violar lo que se les ha dejado. Si son herederos sobrios, lo conservarán; si lujuriosos, lo disiparán. Por consiguiente, condenas a los herederos que son buenos a una perpetua solicitud y dejas a los malos aquello con que pueden condenarse.
4. Pero acaso piensas que mientras vives abundas en todas las cosas. ¡Oh rico, no sabes cuán pobre eres y cuán necesitado te haces porque te crees rico! Cuanto más tienes, más deseas; y aunque lo adquieras todo, sin embargo, serías todavía indigente. La avaricia se inflama, no se extingue, con el lucro. Este proceso sigue la avaricia: cuanto más media, tanto más se apresura pata alcanzar metas desde donde sea más grande la caída final. El rico es más tolerable cuanto menos tiene. En relación a su hacienda, se contenta con poco; pero cuanto más aumenta su patrimonio, más crece su codicia. No quiere ser bajo en anhelos ni pobre en deseos. Junta así a la vez dos sentimientos inconciliables: la esperanza ambiciosa de riquezas y no depone el apego a la vida mísera. En fin, la Sagrada Escritura nos dice la miseria de su pobreza, nos revela cuán abyectamente mendiga.
5. Había un rey en Israel, Ajab, y un pobre, Nabot. El primero gozaba de las riquezas del reino; el segundo sólo poseía un pequeño terreno. Nabot no ambicionó nunca las posesiones del rico, pero el rey se sintió indigente porque no poseía la viña del pobre, su vecino. ¿Quién te parece más pobre: el uno, que estaba contento con lo suyo, o el otro, que deseaba lo ajeno? Nabot se nos muestra pobre en hacienda, y Ajab, pobre en el corazón. El deseo del rico no sabe ser pobre. La hacienda más abundante no es suficiente para saciar el corazón del avaro. Por eso hay divergencia entre el rico avaro, que envidia las posesiones de los demás, y el pobre. Pero consideremos ya las palabras de la Sagrada Escritura.
6. “Después de esto sucedió que Nabot de Jezrael tenía una viña en Israel, junto al palacio de Ajab, rey de Samaria. Ajab habló a Nabot diciéndole: Cédeme tu viña para hacer un huerto de legumbres, pues está muy cerca de mi casa. Yo te daré por ella otra viña, y si esto no te conviene, te daré en dinero su valor. Pero Nabot respondió: Guárdeme Dios de cederte la heredad de mis padres. Ajab entonces se entristeció e irritó, se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer”.
7. Había expuesto más adelante la Sagrada Escritura que Eliseo, aun siendo pobre, dejó sus bueyes y corrió tras Elías, y luego volvió, mató sus bueyes y los distribuyó entre el pueblo, y siguió a Elías. Para condena de los ricos, que este rey representa, se expone esto previamente, en cuanto que, a pesar de haber recibido beneficios de Dios, como Ajab, a quien Dios concedió el reino y la lluvia por la oración del profeta Elías, violan los mandamientos divinos.
8. Pero oigamos que dijo: “Dame”, ¿Qué palabra es ésta sino de pobre? ¿Cuál es la voz con que se implora la caridad pública sino “dame”? Dame, porque necesito; dame, porque no poseo otro remedio de vida; dame, porque no tengo pan para comer, ni bebida, ni alimento, ni vestido; dame, porque a ti te dio el Señor bienes de donde debes repartir, y a mí, no; dame, porque si no me das, nada tendré; dame, porque esta escrito: “Dad limosna” (Lc XI, 41). ¡Cuán abyecta y vil esta palabra en este caso! No tiene el afecto de la humildad, sino el incendio de la codicia. ¡En la misma expresión cuánta desvergüenza! “Dame —dice— tu viña”. Confiesa que no es suya, de modo que reconoce la pide indebidamente.
9. “Y te daré —dice— por ella otra viña”. El rico desdeña lo suyo como vil y ambiciona lo que es ajeno como preciosísimo.
10. “Si esto no te conviene, te daré en dinero su valor”. Pronto corrige su error, ofreciendo dinero por la viña. Nada quiere que otro posea quien anhela abarcarlo todo con sus posesiones.
11. “Y tendré —dice— un huerto de hortalizas”. Éste era el motivo de toda su locura y furor, que buscaba un huerto para viles hortalizas. Vosotros, ricos, no tanto deseáis poseer lo que es útil como quitar a los demás lo que tienen. Cuidáis más de expoliar a los pobres que de vuestra ventaja. Estimáis injuria vuestra si el pobre posee algo de lo que juzgáis digno de la posesión del rico. Creéis que es daño vuestro todo lo que es ajeno. ¿Por qué os atraen tanto las riquezas de la naturaleza? El mundo ha sido creado para todos y unos pocos ricos intentáis reservároslo. Pues no sólo la posesión de la tierra, sino el mismo cielo, el aire, el mar, lo reclaman para su uso unos pocos ricos. Este espacio que tú encierras en tus amplias posesiones, ¿a cuánta muchedumbre podría alimentar? ¿Acaso los ángeles tienen divididos los espacios de los cielos, como tú haces cuando divides la tierra con mojones?
12. Exclama el profeta: “Ay de los que juntan casa a casa y finca a finca” (Is V, 8). Les acusa de avaricia estéril. Los ricos huyen de convivir con los hombres y por eso excluyen a sus vecinos. Pero no pueden huir totalmente, porque cuando les han excluido, encuentran a otros de nuevo, y cuando expulsan otra vez a estos es necesario que tengan a otros por vecinos. Pues no es posible que vivan solos sobre la tierra. Las aves se juntan con las aves y frecuentemente bandadas ingentes cubren el cielo con su vuelo; los animales se unen a los animales, y los peces, a los peces; ni buscan dañar, sino el comercio de la vida cuando se acogen a la compañía de otros y pretenden obtener protección por medio de la ayuda de una sociedad más frecuente. Sólo tú, hombre, excluyes al de tu misma naturaleza e incluyes a las fieras; construyes albergues para las fieras y destruyes los de los hombres. Dejas entrar el mar en tus predios para que no te falten monstruos y llevas hacia adelante los límites de tus tierras para que no puedas tener vecinos.
13. Escuchamos la voz del rico que pedía lo ajeno; oigamos ahora la voz del pobre que defendía lo suyo: “Guárdeme Dios de cederte la heredad de mis padres”. Juzga que el dinero del rico es una especie de infección para él, como si dijera: “Sea ese dinero para perdición suya” (Hch VIII, 20), yo no puedo vender la heredad de mis padres. Aquí tienes un ejemplo que imitar, oh rico, si lo entiendes bien: que no vendas tu campo por noche de meretriz; que no transfieras tu derecho por atender los gastos de banquetes y placeres; que no adjudiques tu casa para cubrir los riesgos del juego, a fin de que no pierdas el derecho de la piedad hereditaria.
14. Oídas estas palabras, se turbó en su espíritu el rey avaro: “Se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer”. Lloran los ricos si no pueden arrebatar lo ajeno. No pueden ocultar la fuerza de su tristeza si los pobres no ceden a sus pretensiones. Desean dormir y encubren su rostro para no ver que hay en la tierra algo que es posesión de otro, que hay en el mundo algo que no es suyo, para no oír que el pobre tiene una posesión al lado de la suya, para no escuchar al pobre que les contradice. Las almas de estos ricos son aquellas a las que dice el profeta: “Mujeres ricas, resurgid” (Is XXXII, 9).
15. “Y no comió —dice— su pan,” porque deseaba lo ajeno. Los ricos, en efecto, comen más que el suyo el pan ajeno, porque viven del robo y forman su hacienda con el producto de la rapiña. O acaso Ajab no comió su pan, queriendo castigarse con la muerte, porque se le había negado algo.
16. Compara ahora los afectos del pobre. Nada tiene, pero no sabe ayunar voluntariamente, a no ser para Dios y por necesidad. Ricos, arrebatáis todo a los pobres y no les dejáis nada; sin embargo, vuestra pena es mayor que la de ellos. Los pobres ayunan si no tienen; vosotros, incluso cuando tenéis. Así, pues, os irrogáis a vosotros mismos primero la pena que infligís a los pobres. Sois vosotros los que sufrís por vuestra pasión las tribulaciones de la pobreza mísera. Los pobres, ciertamente, no tienen de qué vivir, pero vosotros ni usáis vuestras riquezas, ni las dejáis usar a los demás. Sacáis el oro de las venas de los metales, pero de nuevo lo escondéis. ¡Cuántas vidas encerráis con este oro!