viernes, noviembre 02, 2007

‘¡Ya voy, Señor, ya voy!’


El 31 de octubre, la Iglesia y, especialmente, la Compañía de Jesús celebraron la fiesta del hermano San Alonso Rodríguez, SJ y, con él, a todos los demás hermanos coadjutores de la orden. Quisiera, pues, dar a conocer su testimonio ejemplar presentando su biografía y una alocución del actual general de los jesuitas, el p. Peter-Hans Kolvenbach, SJ.

Biografía

San Alonso Rodríguez (Segovia, España, 1533 – Palma de Mallorca, España 1571) era hijo de un acomodado comerciante de lanas y paños. Cuando el Beato Pedro Fabro, SJ fue a Segovia a dar una misión (1541), se hospedó en casa de los Rodríguez y preparó a Alonso para su primera comunión. Cuando tenía unos trece años, fue con su hermano mayor, Diego, a estudiar a Alcalá, pero antes de acabar el curso murió su padre (hacia 1546). Su madre, no pudiendo llevar sola el negocio t sus nueve hijos pequeños, le pidió que volviese a casa para ayudarla. En 1558, se casó con María Juárez y tuvo tres hijos. Pero su vida matrimonial no duró mucho: en dos o tres años murió su hijo Gaspar, luego su hija María, poco después su esposa (hacia 1567) y, por fin, su hijo menor Alonso. Además, su negocio declinó tanto que tuvo que cerrarlo. En su desgracia, buscó guía espiritual en los jesuitas Luis de Santander y Juan B. Martínez. A través de estos tristes sucesos, Dios lo llevó a una vida de unión íntima con Él. Durante estos meses de soledad, oración y penitencias, creció en Alonso el deseo de hacerse jesuita. Pidió, pues, su admisión en la Compañía de Jesús, pero se le dijo que era demasiado viejo (de unos treinta y cinco años), no gozaba de suficiente salud y carecía de los estudios necesarios para el sacerdocio.

Decepcionado aunque no vencido, fue (1568) a Valencia, adonde habían destinado a Santander, su padre espiritual, que le animó a estudiar para el sacerdocio y pedir luego su admisión. A los dos años, Alonso la solicitó, añadiendo que, si no podía ser sacerdote, aceptaría con gusto ser hermano. Una vez más, sus examinadores dieron una respuesta negativa, pero el provincial, Antonio Cordeses, desoyó esta opinión y, al parecer, dijo: ‘¡Vaya, recibámosle para santo!’.

Hechos seis meses de novicio en el colegio San Pablo de Valencia, fue enviado (agosto 1571) al de Montesión de Palma de Mallorca, donde permaneció hasta su muerte, cuarenta y seis años después. Tuvo diversos cargos domésticos hasta que empezó (1579) su oficio de portero. En el desempeño de su cargo, animaba a los estudiantes, aconsejaba a los atribulados, consolaba a los enfermos y distribuía limosna a los necesitados. Trabajó en la portería quince años —una actividad monótona y repetitiva que requería humildad y santidad—. Ya con sesenta y un años, y de precaria salud, fue dispensado de largas horas de portería y permitido ser el asistente del nuevo portero.

Nadie —fuera un estudiante seglar o un jesuita— fue a Montesión sin dejar sentir su influjo. Cuando San Pedro Claver, SJ llegó al colegio en 1605, hablaba con él sobre la oración y el seguimiento. Fue Rodríguez quien lo urgió a pedir las misiones de la América española. En 1615, ya débil y encorvado, se confinó a su cama, y sólo se levantaba de vez en cuando para asistir a misa. Murió dos años después.

La calidad y profundidad de su vida de oración fue conocida sólo por pocos durante su vida; y solamente, tras su muerte, al descubrirse sus memorias y apuntes espirituales (catorce cuadernos), se supo que Alonso se vio favorecido por notables gracias místicas, éxtasis y visiones. Su espiritualidad es cristocéntrica, llegando a hablar expresamente de ser introducido en al Corazón de Jesús. La fuente básica de sus escritos fue su propia experiencia: sus apuntes tratan de la oración, presencia de Dios, mortificación, obediencia, etc., y sus memorias, redactadas por orden de su superior, se inician con las palabras: ‘Memoria de algunas de las cosas, las que han acontecido a aquella persona’. Se publicaron bajo el título de Autobiografía, y se han traducido a varias lenguas. Tofos sus escritos los editó Jaime Novell en tres volúmenes. El proceso de beatificación empezó a los dos años de su muerte (1619). Beatificado por León XII el 20 de mayo de 1825, fue canonizado por León XIII el 15 de enero de 1888.

Tomado de: E. Anel, en Charles O’Neill, SJ y Joaquín María Domínguez, SJ [editores], Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, IV, Institutum Historicum S. I. y Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2001. p. 3393.

Alocución del Padre General en el 1er. Centenario de la Canonización de San Alonso Rodríguez, SJ

‘Como Hermano, era plenamente miembro de la Compañía de Jesús, participando estrechamente en la vocación y misión única de todo jesuita’ (Lc XIV,1.7-11).

Al celebrar hoy alrededor de la mesa del Señor el primer centenario de la canonización de San Alonso Rodríguez, la Iglesia nos propone el Evangelio que proclama esta bienaventuranza: ‘El que se enaltece, será humillado, y el que se humilla será enaltecido.’ La vida y la actividad de San Alonso están profundamente marcadas por esta bienaventuranza. Puesto que nosotros tenemos tanta dificultad en tomarla en serio, el Señor recurre a nuestro buen sentido. Todavía en el Próximo Oriente el principio de un banquete es com­plicado, pues todos intentan ponerse en un puesto, todos tratan de sentarse delante. Una vez conquistado un sitio preferente, llega un huésped de más categoría, y hay que abandonado: uno se siente humillado. Al contrario, dice el Señor, cuando uno se pone en el último puesto, será invitado por el dueño de la casa a ocupar un puesto mejor, y será enaltecido.

Los que oían a Jesús hablar pensaban probablemente que este consejo era demasiado bello para ser verdadero. El que escoge el último puesto en la mesa tiene gran peligro de quedarse allí definitivamente, pues hay tantos candidatos para los primeros puestos, que hace falta un dueño de casa verda­deramente excepcional: para apreciar la humildad. Precisamente el Señor es ese dueño excepcional: aprecia al hombre en su justo valor, en lo que es ver­dad, verdaderamente. Al que se enaltezca, será Dios quien le humille; al que se humille, Dios le enaltecerá. Nuestra Señora lo canta en el Magníficat: ‘Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes’.

No debemos pensar que San Alonso era conocido en la Isla de Mallorca como un ‘minus habens’, como un ignorante o un incapaz. Antes de entrar en la Compañía había tenido su experiencia en la vida como estudiante y como comerciante. Durante muchos años desempeñó en el Colegio de Mon­tesión el cargo delicado y complejo de portero. No sólo tenía una gran fami­liaridad con Dios, sino que sabía expresarla en palabras escritas —verdade­ros tratados de espiritualidad— y en palabras de hombre a hombre, ayudan­do a tantas personas a encontrar el camino hacia Dios. Como Hermano, era plenamente miembro de la Compañía de Jesús, participando estrechamente en la vocación y misión única de todo Jesuita. Su grandeza y santidad no consistieron en ser menos hombre, sino en ser —como él mismo lo dice­: hombre en la verdad de Dios, el único que nos hace verdaderamente hom­bres—. San Alonso encuentra palabras desconcertantes para confesar la verdad de nuestro origen: hemos surgido de la mano de Dios… para confesar la rea­lidad de nuestra existencia humana: sin Dios no podemos hacer nada… para confesar el único sentido de nuestra vida: ‘Él conmigo, yo con Él para siem­pre’. En la luz gozosa y estremecedora de esta verdad, San Alonso medía su nada, pero también su corazón de hombre, siempre tentado de olvidar su ori­gen y su fuente en busca de primeros puestos, a los que en ningún modo tiene derecho.

Inspirado por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, Alonso medía su verdadero valor —ninguno— y de ahí la desconcertante gratuidad de Jesús que quiso tener a Alonso como compañero… quiso tener necesidad de él para continuar su obra de salvación entre los estudiantes del Colegio, los jesuitas de la comunidad de Montesión y los habitantes de la Isla. Los dones huma­nos y el valor espiritual que San Alonso poseía, no se los arrogó él para ocu­par un primer puesto: reconoció que todo lo había recibido y entonces dejó al Señor disponer de todo y fue Él el que le dijo: ‘Alonso, amigo mío, sube más arriba’.

Vivir la humildad, decía la gran Santa Teresa de Ávila, es vivir en la ver­dad. Para San Ignacio la humildad era vivir como compañero la verdad de Cristo, queriendo y eligiendo, por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores... San Alonso vivía esta humildad que abaja quizá al hombre en nuestras falsas perspectivas y según nuestras medi­das engañosas, pero que eleva al hombre a los ojos de Dios y de todos los que viven en esta verdad. Alonso vivió como Hermano Coadjutor esta voca­ción, como más tarde su hijo espiritual —uno entre tantos otros—, San Pedro Claver, viviría una humildad igual como sacerdote.

Según las palabras del Provincial que decidía la admisión de Alonso en la Compañía, contra la opinión de sus Consultores, Alonso tenía demasiada edad para poder ser Sacerdote en la Compañía, y su salud no era suficiente para admitirle como Hermano; en tal caso, sería admitido para Santo. En efecto, dejándose transformar por Cristo, testimoniaba esa inversión de valo­res que anuncia el mismo Señor en el Evangelio de hoy. Para el Señor no se trata de unas hermosas palabras, sino de la elección de Dios, del camino pas­cual que el Padre ha escogido amorosamente para su Hijo y para nuestra sal­vación. El más grande entre vosotros es el que sirve a la mesa. El que es el Verbo de Dios se ha abajado hasta la cruz y el Padre lo ha elevado hasta la gloria. Es ese camino pascual que san Alonso encarna en su trabajo y en su oración, en su aventura espiritual y en el apostolado de su conversación.

Que San Alonso nos inspire para encarnar en nosotros, según nuestra vocación personal y según la misión sacerdotal, religiosa o laica, que el Señor nos ha confiado, esta humildad, que es la verdad de Cristo. El que se abaje, será elevado en la participación del Cuerpo y la Sangre del Señor, que se ha humillado para enaltecemos.

Peter-Hans Kolvenbach, SJ, Palma de Mallorca, 31 de octubre de 1988.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ululatus:
Que gran Santo, como hizo de su dolor un camino hacia la santidad. Ejemplo hermoso de perseverancia y humildad, para seguir el llamado, a pesar de todas las dificultades que encontraba en el camino para ser Jesuita, pero encontro un visionario, Antonio Cordeses "Vaya, recibamosle para Santo" ni mas ni menos.
No conocia la historia de San Alonso, como la vida de muchos santos, importante saber estas historias para ver que el llamado a la santidad es para todos.
Saludos y Dios te bendiga

Anónimo dijo...

Pense que el "ya voy Señor, ya voy" era de San CARLOS Borromeo ;)

Ululatus sapiens dijo...

Mar�a Laura: me alegra que te haya gustado. Este mes hay muchos santos, �te van a conmover!

Carlos: el '�Ya voy, Se�or, ya voy!' es de San Alonso Rodr�guez, pues era portero, y eso dec�a cada vez que llamaban a la puerta del colegio de Montesi�n.

�Saludos y gracias por visitarme!

Peregrino dijo...

A pesar de que en algunos lugares la vocación de hermano está casi desapareciendo, considero que es una vocación actual. En estos tiempos de fronteras creo que los hermanos dan un gran aporte a la misión. Al menos aquí en Brasil la vocación de hermano se está reavivando.
Finalmente, felicitaciones por el blog! Se nota un interés en temáticas diversas donde se logra percibir la huella ignaciana!