jueves, octubre 09, 2008

‘Getsemaní’ (la oración en el huerto)

De la obra Jesucristo Superestrella de Lord Lloyd-Webber y Sir Tim Rice (letra).



Jesus: I only want to say,
If there is a way,
Take this cup away from me
For I don't want to taste its poison.
Feel it burn me,
I have changed.
I'm not as sure, as when we started.
Then, I was inspired.
Now, I'm sad and tired.
Listen, surely I've exceeded expectations,
Tried for three years, seems like thirty.
Could you ask as much from any other man?
But if I die,
See the saga through and do the things you ask of me,
Let them hate me, hit me, hurt me, nail me to their tree.
I'd want to know, I'd want to know, My God,
I'd want to know, I'd want to know, My God,
Want to see, I'd want to see, My God,
Want to see, I'd want to see, My God,
Why I should die.
Would I be more noticed than I ever was before?
Would the things I've said and done matter any more?
I'd have to know, I'd have to know, my Lord,
Have to know, I'd have to know, my Lord,
Have to see, I'd have to see, my Lord,
Have to see, I'd have to see, my Lord,
If I die what will be my reward?
If I die what will be my reward?
Have to know, I'd have to know, my Lord,
I'd have to know, I'd have to know, my Lord,
Why should I die? Oh why should I die?
Can you show me now that I would not be killed in vain?
Show me just a little of your omnipresent brain.
Show me there's a reason for your wanting me to die.
You're far to keen and where and how, but not so hot on why.
Alright, I'll die!
Just watch me die!
See how I die!
Then I was inspired.
Now, I'm sad and tired.
After all, I've tried for three years, seems like ninety.
Why then am I scared to finish what I started,
What you started - I didn't start it.
God, thy will is hard,
But you hold every card.
I will drink your cup of poison.
Nail me to your cross and break me,
Bleed me, beat me,
Kill me.
Take me, now!
Before I change my mind.




Jesús: Yo nada más deseo saber
si hay alguna opción.
Aparta de mí esta copa, que no quiero su veneno
ni probarlo ni con él quemarme…
He cambiado.
No estoy tan seguro como cuando comenzamos.
Entonces, tenía inspiración;
hoy, sólo tristeza y cansancio.
Escucha: de seguro he excedido expectativas…
Traté por tres años, ¿o treinta?
¿Podrías pedirle tanto a cualquier otro hombre?

Mas si he de morir…
Terminar con todo y hacer cuanto me pides:
¡que me odien y me peguen y me escarnien y me claven a un árbol!
Quiero saber, quiero saber, mi Dios,
lo quiero ver, lo quiero ver, mi Dios:
¡¿por qué morir?!

¿Podrías mostrarme que en vano no moriré?
¡Devélame tan sólo un poco de Tu divina lucidez,
demuéstrame que hay una razón por la que haya de morir!
¡Mucho te preocupa el dónde y cómo, mas no tanto el porqué!
Está bien… ¡moriré!
¡Nada más veme morir!
¡Mira cómo muero!

Entonces, tenía inspiración;
hoy, sólo tristeza y cansancio.
Después de todo, lo intenté. ¡Tres años!, ¿o noventa?
¿Por qué, pues, temo acabar lo que empecé?
No. ¡Lo que Tú empezaste! No yo.

Dios, Tu voluntad es dura,
pero tienes todas las cartas en Tu mano…
Beberé Tu cáliz envenenado:
¡clávame a la cruz, y rómpeme y desángrame y golpéame y mátame!
¡Tómame ahora, antes de que cambie mi parecer!

Traducción: G. G. Jolly

viernes, septiembre 26, 2008

Más sobre los pobres, en el día de San Vicente

Mañana, 27 de septiembre, la Iglesia celebra al patrono de la caridad y uno de los testigos más grandes de la historia cristiana: Vicente de Paúl, fundador de los lazaristas y las hijas de la caridad, a quienes agradezco su ejemplo y dedico esta entrada, a propósito de los pobres.

‘A los pobres debemos apreciarlos no por su vestido exterior o por su aspecto, ni por las dotes de que aparezcan revestidos, siendo mayormente de entendimiento rudo y sin cultivar. Antes bien, si los contemplan a la luz de la fe, los verán que desempeñan el papel de hijos de Dios, quien eligió ser pobre. Pues, al padecer, aun cuando casi perdió hasta la apariencia de hombre, convertido “en necedad para los gentiles y escándalo para los judíos”, quiso presentarse ante ellos como evangelizador de los pobres. “Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres”. Y esta misión la debemos sentir muy de corazón, imitando el ejemplo de Cristo, a saber: cuidando de los necesitados, llevándoles consuelo, ayudándoles y encomendándoles.
Ya que Cristo quiso nacer pobre, eligió para discípulos a unos pobres convirtiéndose él mismo en servidor de los pobres y adoptando su misma condición, hasta el punto de que afirmó que el bien o el mal que se hiciere a los pobres es como si se hiciere a él mismo. Y es que el Señor, al amar a los pobres, ama lógicamente a los que les aman; porque allí donde uno tiene algún íntimo, incluye también en el mismo cariño a aquellos que le están vinculados por lazos de amistad o de servicio. Por lo que también nosotros esperamos que, en atención de haber amado a los pobres, llegaremos a ser amados por Dios. Por consiguiente, al visitarles, esforcémonos en ser comprensivos para con los pobres necesitados, prodigándoles tanta compasión que nos adaptemos a la frase del Apóstol: “Me he hecho todo para ustedes”.
Nos esforzaremos, por lo tanto, en conmovernos hondamente ante los apuros y miserias del prójimo, rogando al Señor que infunda en nosotros el afecto de misericordia y de compasión, inundando con él nuestro corazón, sin permitir que decrezca.
Pero al servicio de los pobres habremos de darle preferencia total y lo prestaremos sin demora. Y, si al tiempo de la oración, hubiera que prestar medicamento o socorro a algún necesitado, acudamos a él sin alterarnos, ofreciendo al Señor la oportunidad de tal obra, cual si continuáramos en oración. No tienen por qué intranquilizarse con escrúpulo interior o conciencia de pecado, a causa de haber dejado la oración por atender el pobre. Dios en efecto no se siente abandonado, si de él nos apartamos a causa de él mismo, interrumpiendo en tal caso la obra de Dios, para realizar otra que no es menos de Dios.
Así, pues, cuando abandonen la oración para atender a algún pobre, recordarán que con ello prestan servicio al mismo Dios. Y es que la caridad está sobre cualquier otra clase de reglas, y a ellas debe ajustarse todo lo demás. Y, siendo ella la reina, habrá que hacer lo que ella mande. Prestemos, pues, con renovado cariño nuestro servicio a los pobres, tratando de localizar a los más abandonados, ya que nos han sido dados como dueños y patronos.’

San Vicente de Paúl (1581-1660), Epist. 2446.

‘Intempestivo sermón sobre ética del artista’ de Hugo Hiriart

Jan Vermeer, El arte de la pintura, c. 1666-1673.

Es muy difícil lograr y conservar cierta serenidad y cierta autonomía si uno es artista. El arte como trabajo tiene su mala hierba. En él se esconde, entre sus muchas alegrías, una serpiente, un tósigo: el deseo omnipresente de fama y mérito. Es un anhelo sutil, tan sutil que parece que se filtra en el deseo mismo de pintar, escribir, filmar, componer música, actuar en el teatro. Porque cada pincelada, cada cláusula o cada paso de baile, cada toma de la película parecen pregonar dramáticamente quién soy yo y someterme a juicio. ¿Soy buen artista, tengo talento o no, no lo tengo? Una forma semejante de tortura sufren hoy en día científicos e historiadores, filósofos y politólogos.

La fama está ligada a concebir la vida social como enfrentamiento, competencia o concurso. Hay que ganar, es decir, sobresalir, destacarse, alcanzar renombre. De esta manera, son los otros los que nos dicen quiénes somos, y por una especie de concurso. Y así es como, en el campo del arte y la cultura, el ambiente con frecuencia se enrarece y se convierte en ese avispero insano donde zumba el odio verbal de unos contra otros.

Sin embargo, ¿es inevitable el anhelo obsesivo de reconocimiento y fama si nuestro trabajo es artístico o intelectual?

Creo que no. Pero para examinarlo empecemos distinguiendo lo que no es vanaglorioso e ilícito, sino sano y lícito esperar de una producción intelectual o artística; diferenciémoslo de lo que es ilícito o ponzoñoso esperar. La distinción que voy a bosquejar no es mía, la debo a Alistair MacIntyre.

Es enfermo y no lícito que el creador intelectual o artístico sueñe obtener con su trabajo cualquier grado de fama o gloria, premios de cualquier clase, poder, celebridad acompañada de dinero, viajes, hoteles de lujo y demás. Y sobre todo la posibilidad de sobresalir, es decir, de ocupar un lugar superior y privilegiado sobre los demás.

Pero entonces, ¿es la dedicación a las ciencias, las humanidades y las artes, desde este punto de vista, ilícita? ¿No es lícito tratar de hacer una obra de arte, de investigación científica o de ciencias humanas, que trate de ser admirable? No, eso sí es lícito.

Es lícito tratar apasionadamente de realizar un trabajo que los conocedores en la materia aprecien o lleguen a apreciar como modelo, y que alcance esa condición de modelo de perfección en lo ya explorado, o modelo que abre nuevos caminos en el desarrollo del campo al que pertenece. Todo desvelo, toda insatisfacción y esfuerzo en este orden es lícito.

Un intelectual o artista puede haber logrado hacer una obra magistral en cualquier medio sin alcanzar los otros fines –celebridad, premios, riqueza, etc. Y puede suceder también, dada la ambigüedad del trabajo artístico e intelectual, que la alcance sin darse cuenta él mismo de que lo ha logrado.

Los fines equivocados e ilícitos los impone la publicidad. La codicia de fama universal es ajena al mundo no ya de la disciplina cultivada, sino aun de los medios académicos, del arte y de la cultura, y se distingue por ser insaciable, es decir, su perturbación no puede calmarse. Pero, me parece a mí, es muy difícil, casi imposible, no entrometer los fines impuros cuando se quieren alcanzar los propósitos legítimos del artista y del intelectual.

Cuando menos a mí, lo confieso, me cuesta trabajo tratar de hacerlo. Por eso he escrito una pequeña oración que he llamado, no sin algo de arrogancia absurda, “Oración del artista”. La oración dice así:

Señor: concede que mi trabajo tenga cierto mérito artístico e intelectual, cierta sutileza y verdad. Y si eso no sucede, Señor, concédeme humildad y sabiduría para aceptarlo con alegría.
Para terminar, unas observaciones sobre la oración. Se dice en ella “mi trabajo”, no dice “yo”. Escribir con arte es un don, un regalo. Hay que mostrarse humilde y agradecido por el don artístico, chico o grande, que nos ha sido dado, y no mostrarse ingrato ni exigente por no haber recibido un don mayor. Cada artista da la flor que le corresponde y todas son dignas de contemplación. Es preciso aprender a aceptar con humildad la posibilidad de que nuestro trabajo sea predecible, mediocre y que no tenga mérito alguno. La humildad, lo sabemos, es siempre difícil para el artista. Hay que entender que no es el fin del mundo si nuestro trabajo es un fracaso, algo de flaco valor. Y para eso se precisa, justamente, la sabiduría.

De hecho, según parece, si está bien encaminado, el artista mediocre y fracasado tiene mayor posibilidad de desarrollo espiritual que el artista triunfador.

domingo, septiembre 21, 2008

‘¿Qué aspecto tendrá la Iglesia del futuro?’ de Joseph Ratzinger


El teólogo no es un adivino. Tampoco es un futurólogo que, por los factores calculables del presente, deduce el futuro. Su oficio escapa bastante al cálculo. Sólo en una mínima parte podría por tanto ser objeto de la futurología, que no es tampoco adivinación, sino que constata lo calculable y debe dejar en suspenso lo incalculable. Ya que la fe y la Iglesia se internan hasta esa profundidad del hombre de la que brota continuamente lo nuevo creador, lo inesperado y no planificado, su futuro sigue siéndonos oculto incluso en la época de la futurología. ¿Quién, al morir Pío XII, hubiera podido predecir el Concilio Vaticano II o la evolución posconciliar? ¿O quién se hubiera atrevido a predecir el Vaticano I cuando Pío VI, secuestrado por las tropas de la joven república francesa, murió prisionero en Valence en 1799? […] Seamos, por tanto, cautos con los pronósticos. Todavía vale la frase de Agustín de que el hombre es un abismo; lo que de ahí sube, nadie puede verlo de antemano. Y quien cree que la Iglesia no sólo está determinada por el abismo, sino que se funda en el abismo mayor, infinito, de Dios, podrá tener bastante razón en abstenerse de unas predicciones cuyo ingenuo ‘querer-saber-respuestas’ podría ser sólo una manifestación de falta de visión histórica. […]

El futuro de la Iglesia puede venir y sólo vendrá, también hoy, de la fuerza de aquellos que tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. No vendrá de aquellos que dan sólo recetas. No vendrá de aquellos que sólo se acomodan al instante actual. No vendrá de los que critican sólo a los otros y se aceptan a sí mismos como norma infalible. Por eso tampoco vendrá de aquellos que sólo escogen el camino más cómodo, los que evitan la pasión de la fe, y tienen por falso y superado, por tiranía y legalidad, todo lo que exige al hombre, lo que le duele, lo que le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo positivamente: el futuro de la Iglesia, también ahora, como siempre, ha de ser acuñado nuevamente por los santos. Por hombres, por tanto, que perciben algo más que las frases que son precisamente modernas. Por hombres que pueden ver más que los demás, porque su vida tiene mayores vuelos. El desprendimiento que libera a los hombres, sólo se alcanza por las pequeñas renuncias diarias a sí mismo. En esta pasión diaria, por la cual únicamente puede expresar el hombre de qué múltiples formas le ata su propio yo, en esta pasión diaria y sólo en ella, se va abriendo el hombre palmo a palmo. El hombre sólo ve tanto cuanto ha vivido y sufrido. Si hoy apenas podemos percibir a Dios, es porque nos resulta muy fácil escapar a nosotros mismos, huir de la profundidad de nuestra existencia al sopor de cualquier comodidad. Así lo que es más profundo en nosotros sigue estando inexplorado. Si es verdad que sólo se ve bien con el corazón, ¡cuán ciegos estamos todos!

Y esto ¿qué significa para nuestra cuestión? Pues significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe, son discursos vacíos. No necesitamos una Iglesia que celebre en ‘oraciones’ políticas el culto de la acción. Nos es completamente superflua y perecerá con toda espontaneidad. Permanecerá la Iglesia de Cristo. La Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho hombre y nos promete vida más allá de la muerte. Del mismo modo, el sacerdote que sólo es un funcionario social puede ser substituido por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero el sacerdote que no es especialista, que no se está mirando al espejo al dar asesoramiento ministerial, sino que, a partir de Dios, se pone a disposición de los hombres, que está a su servicio en su tristeza, en su alegría, en su esperanza y en su angustia, éste seguirá siendo muy necesario.

Demos un paso más. De la Iglesia de hoy saldrá también esta vez una Iglesia que ha perdido mucho. Se hará pequeña, deberá empezar completamente de nuevo. No podrá ya llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más propicia. Al disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Se habrá de presentar a sí misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como comunidad voluntaria, a la que sólo se llega por una decisión libre. Como comunidad pequeña, habrá de necesitar de modo mucho más acentuado la iniciativa de sus miembros particulares. Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas y consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan en su profesión: en muchas comunidades pequeñas, por ejemplo en los grupos sociales homogéneos, la pastoral normal se realizará de esta forma. Junto a esto, el sacerdote plenamente dedicado al ministerio como hasta ahora, seguirá siendo indispensable. Pero en todos estos cambios que se pueden conjeturar, la Iglesia habrá de encontrar de nuevo y con toda decisión lo que es esencial suyo, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la asistencia del Espíritu que perdura hasta el fin de los tiempos. Volverá a encontrar su auténtico núcleo en la fe y en la plegaria y volverá a experimentar los sacramentos como culto divino, no como problema de estructuración litúrgica.

Será una Iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato político y coqueteando tan poco con la izquierda como con la derecha. Será una situación difícil. Porque este proceso de cristalización y aclaración le costará muchas fuerzas valiosas. La empobrecerá, la transformará en una Iglesia de los pequeños. El proceso será tanto más difícil porque habrán de suprimirse tanto la cerrada parcialidad sectaria como la obstinación jactanciosa. Se puede predecir que todo esto necesitará tiempo. El proceso habrá de ser largo y penoso. Hasta llegar a la renovación del siglo XIX, también fue muy largo el camino desde los falsos progresismos en vísperas de la revolución francesa, en los cuales incluso para los obispos era de buen gusto bromear sobre los dogmas y quizá hasta dar a entender que no se había de tener de ninguna manera por segura ni siquiera la existencia de Dios.

Pero tras la prueba de estos desgarramientos brotará una gran fuerza de la Iglesia interiorizada y simplificada. Porque los hombres de un mundo total y plenamente planificado, según serán indeciblemente solitarios. Cuando Dios haya desaparecido completamente para ellos, experimentarán su total y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo completamente nuevo. Como una esperanza que les sale al paso, como una respuesta que siempre han buscado en lo oculto. Así que me parece seguro que para la Iglesia vienen tiempos muy difíciles. Su auténtica crisis aún no ha comenzado. Hay que contar con graves sacudidas. Pero también estoy completamente seguro de que permanecerá hasta el final: no la Iglesia del culto político, que ya fracasó en la revolución francesa, sino la Iglesia de la fe. Ya no será nunca más el poder dominante en la sociedad en la medida en que lo ha sido hasta hace poco. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los hombres como patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte.

Tomado de: Joseph Ratzinger, Fe y Futuro, Salamanca, Sígueme, 1970. p. 67-77.

domingo, septiembre 07, 2008

Ricos y pobres, una polémica absurda para el cristiano


Siempre que me he topado con la cuestión ‘ricos y pobres’, tanto en el ámbito secular como en el eclesial, y siempre surgen tensiones y disputas. En el primero, la cuestión podría intentar zanjarse con sociología y economía, aunque al final, muy probablemente, no se llegue a ninguna conclusión que valga la pena. En el segundo ámbito, sin embargo, es sorprendente siquiera que se discuta el tema. Para la Iglesia y para los cristianos que la conforman, es innegable, tomando en cuenta las palabras que los evangelistas ponen en boca de Jesús, la declaración lapidaria de Jon Sobrino, SJ: ‘Extra pauperes nulla salus’ (‘Fuera de los pobres no hay salvación’). Baste asomarnos nada más al evangelio de San Lucas:

‘¡Ay de ustedes, los ricos!’ (Lc VI, 24)

‘Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de los cielos’. (Lc XVIII, 25)

‘Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.’ (Lc XIV, 33)

‘¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?’ (Lc IX, 25)

‘Guárdense de toda codicia, porque, aunque alguien posea abundantes riquezas, éstas no le garantizan la vida.’ (Lc XII, 15)

‘Vendan sus bienes y den limosna. Háganse bolsas que no se deterioren, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla corroe; porque donde esté su tesoro, allí estará su corazón.’ (Lc XII, 33-34)

‘Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y desdeñará al otro; o bien se dedicará a uno y desdeñará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero.’ (Lc XVI, 13)

Comienzo por definir salvación como el ‘ir al Cielo’, es decir, ‘el estado de felicidad suprema y definitiva’ en que se ve ‘a Dios cara a cara’ y que ‘no tendrá fin’ (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica 207 y 209). Y añado también que el Cielo es también el Reino de Dios ya presente entre nosotros aquí en la tierra mediante ‘la justicia y la paz, según las Bienaventuranzas’ (CCIC 590), tal como lo invocamos en el Padre Nuestro: ‘Hágase, Señor, tu voluntad en la tierra como en el cielo’ (CCIC 591).

¿Cómo, pues, el ser humano (y aún más el creyente, sobre todo si es cristiano) ha de entrar en el Reino de Dios sin los pobres, sin alimentar al hambriento, vestir al desnudo, dar de beber al sediento, acoger al indigente, cuidar del enfermo y visitar al cautivo (Mt XXV, 35-36)? ¿Cómo llegar al cielo sin la opción preferencial por los pobres, sin quienes los no pobres nunca aprenderán a vivir según las Bienaventuranzas (Mt V, 3-11)?

Y como el cristiano verdadero vive la fe en comunidad y no solo, podemos utilizar otra frase lapidaria: ‘Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada’ (Jacques Gaillot, ex obispo de Évreux, en el libro homónimo). Sin los pobres, apartada de ellos, ¿cómo ha la Iglesia de realizar su misión, que no es otra que la de ‘anunciar e instaurar entre todos los pueblos el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo’ (Lc IV, 16-19), y ‘ser germen e inicio sobre la tierra de este Reino de salvación’ (CCIC 150)?

Por último, para concluir estas reflexiones (simples, pero concretas) y aclarar algunos puntos, cedo la palabra a San Juan Crisóstomo:

‘Y, sin embargo, el rico no cometió propiamente una injusticia con Lázaro, pues no le quitó sus bienes. Su pecado fue no darle de lo propio. Ahora bien, si el que no da parte de lo propio tiene por acusador al que no compadeció, ¿qué perdón podrá alcanzar el que arrebata lo ajeno, pues los por él agraviados lo rodearán por todas partes? No habrá allá necesidad de testigos, ni de acusadores, ni de pruebas, ni de indicios. Los hechos mismos, tal como lo hicimos, aparecerán ante nuestros ojos. “He aquí —dice el Señor— el hombre y sus obras”.

Y es así que el no dar parte de lo que se tiene es ya linaje de rapiña. Esto es lo que se les hará tal vez más extraño, pero no se maravillen. Yo les voy a alegar un testimonio de las Escrituras divinas que dicen que es rapiña, avaricia y defraudación no sólo el arrebatar lo ajeno, sino también el no dar parte de lo suyo a los otros. ¿Qué testimonio es ése? Reprendiendo Dios a los judíos por boca del profeta: “La tierra ha producido sus frutos y no han traído los diezmos, sino que la rapiña del pobre está en sus casas”. “Porque no han hecho —dice— las ofrendas acostumbradas, han arrebatado lo del pobre”. Y eso es lo que dice para demostrar a los ricos que tienen lo que pertenece al pobre, aun cuando hayan entrado en la herencia paterna, aun cuando les venga el dinero de donde sea. Y en otra parte dice también: “No defraudes la vida del pobre” (Si IV, 1). El que defrauda, lo ajeno defrauda, pues se llama defraudación tomar y retener lo ajeno. Y por este pasaje se nos enseña también que si dejamos de hacer limosna, seremos castigados al igual que los defraudadores.

Y es así que las cosas o riqueza, de dondequiera las recojamos, pertenecen al Señor, y si las distribuimos entre los necesitados, lograremos gran abundancia. Y si el Señor te ha concedido tener más que otros, no ha sido para que lo gastes en fornicación y embriaguez, en comilonas y vestidos y demás disoluciones, sino para que lo distribuyas entre los necesitados. Un cobrador que recibe los dineros imperiales, si no los distribuye a quienes se le manda, sino que los emplea para sus propios vicios, tiene que dar cuenta y su fin es la muerte. Así el rico es un cobrador de dinero que ha de ser distribuido a los pobres y se le manda que lo reparta a aquellos de entre sus compañeros de servicio que están necesitados. Luego, si emplea para sí mismo más de lo que pide la necesidad, tendrá que dar en la otra vida la más rigurosa cuenta, pues lo suyo no es suyo, sino de los que, como él, son siervos del solo Señor.’

‘No alegues, pues, excusas superfluas e insensatas. Dios no pide abundancia en el dar, sino riqueza en la intención; y esta riqueza no se muestra por la medida de los dones, sino por la buena voluntad de los donantes. ¿Eres pobre, el más pobre de los hombres? Pero no lo serás más que aquella viuda que sobrepasó con mucho a los ricos (Lc XXI, 1-4). ¿Es que te falta el necesario sustento? Pero no te faltará tanto como a la viuda de Sidón, que había llegado hasta el fondo mismo del hambre, que no esperaba ya más que la muerte, estaba rodeada del coro de sus hijos y, no obstante, no perdonó lo que tenía, sino que con la extrema pobreza compró inefable riqueza. Su mano produjo una era y la hidria o cántaro se convirtió en un lagar. De poco hizo brotar una fuente abundante.’

‘Mas, ¿qué fin tiene decir esto tontamente a hombres que por nada del mundo despreciarían las riquezas y se apegan a ellas como si hubieran de ser eternas? Hombres que, al dar una miseria de lo mucho que tienen, ya se imaginan haberlo hecho todo. Eso no es limosna. Limosna es la de aquella viuda del evangelio, que se desprendió de todo lo que tenía para sustento de su vida (Mc XII, 41-44). Mas, si no eres capaz de dar tanto como la viuda, da por lo menos todo lo superfluo. Pero no hay nadie que dé ni lo superfluo. Esas manadas de esclavos, esos vestidos de seda, todas esas son cosas superfluas. Nada es necesario ni forzoso, cuando podemos vivir sin ello. Todo lo demás es superfluo y son simplemente cosas de fuera.Veamos, pues, si les placen las cosas sin las que podemos vivir. Aunque sólo tengamos dos criados, podemos vivir. Cuando hay quienes viven sin ninguno, ¿qué podemos alegar para no contentarnos con dos? Podemos tener una casa de ladrillos y tres habitaciones, y ello nos basta. ¿No hay, dime, quienes no disponen más que una habitación para mujer e hijos?’

Como epílogo, una última sentencia lapidaria, mucho más moderna y autorizada como ninguna otra: ‘Nadie puede reservarse para uso exclusivo suyo lo que de la propia necesidad le sobra, en tanto que a los demás falta lo necesario’ (Pablo VI, Populorum Progressio 23).

G. G. Jolly, nSJ

lunes, julio 28, 2008

‘Salmo CL’ por Ernesto Cardenal

La nebulosa Tarántula, captada por el telescopio espacial Hubble.

Alabad al Señor en el cosmos
Su santuario
de un radio de 100.000 millones de años luz

Alabadle por las estrellas
y los espacios inter-estelares

alabadle por las galaxias
y los espacios inter-galácticos

alabadle por los átomos
y los vacíos inter-atómicos

Alabadle con el violín y la flauta
y con el saxofón

alabadle con los clarinetes y el corno
con cornetas y trombones
con cornetines y trompetas

alabadle con violas y violonchelos
con pianos y pianolas

alabadle con blues y jazz
y con orquestas sinfónicas
con los espirituales de los negros
y la 5.ª de Beethoven
con guitarras y marimbas

alabadle con toca-discos
y cintas magnetofónicas

Todo lo que respira alabe al Señor

Toda célula viva

Aleluya

jueves, julio 10, 2008

‘Seis errores fundamentales del activismo por la justicia’ de Ronald Rolheiser, OMI


Nuestra ingenuidad

La falta de éxito en lograr un orden mundial más justo no siempre tiene como causa la falta de esfuerzos. Muchos grupos de justicia y paz, incluyendo algunos que son cristianos, han estado intentando durante mucho tiempo desafiar al mundo hacia una mayor justicia. Demasiado a menudo, sin embargo, no han sido efectivos. ¿Por qué? Una respuesta demasiado sencilla es que la justicia no progresa demasiado porque no puede disolverse con facilidad la dureza de corazón y los poderes atrincherados del privilegio se resisten a dejarse neutralizar. Esto es verdad, pero hay también otra razón que ha hecho poco efectivos a los movimientos a favor de la justicia y la paz. Dicho de manera sencilla muchas veces somos un tanto ingenuos con respecto a lo que nos exige si queremos desafiar al mundo para conseguir más paz y justicia.

¿De qué se trata esta ingenuidad? Puede resumirse en seis falacias que con demasiada frecuencia empapan a los grupos de justicia y paz. Éstas, tal como se expresan en sus análogos primarios, son las siguientes:

1) ‘La urgencia de mi causa es tan grande que en esta etapa es correcto poner entre paréntesis las leyes que normalmente gobiernan el discurso público. Por lo tanto puedo expresarme sin manifestar respeto, ser arrogante y desagradable con aquellos que se me oponen.’

2) ‘Aquí lo único importante es la verdad de la causa y no mi vida privada particular. Mi vida privada particular, por más que esté sometida a la ira, al sexo o a la envidia, carece totalmente de relevancia en términos de la causa de la justicia por la que estoy luchando. De hecho, todo enfoque de la moralidad privada es un impedimento en el trabajo a favor de la justicia.’

3) ‘La sola ideología basta para fundamentar esta búsqueda. No se necesita hablar de Dios o de Jesús. No necesito orar por la paz. Sólo debo trabajar a su favor.’

4) ‘Juzgo el éxito o el fracaso sobre la base de un logro político mesurable. Me interesa menos un reino a largo plazo.’

5) ‘Puedo exagerar o distorsionar un poco los hechos para plantear de manera más clara el caso de la justicia. La situación es tan horrenda que no necesito ser demasiado escrupuloso con respecto a la exactitud de la verdad.’

6) ‘Soy una víctima y por lo tanto estoy ubicado afuera de las reglas.’

Tomado de: Ronald Rolheiser, OMI, En busca de espiritualidad. Lineamientos para una espiritualidad cristiana del siglo XXI, Buenos Aires-México, Lumen, 1998. pp. 225-227.

miércoles, julio 09, 2008

Dos reflexiones sobre María

Queridos lectores y visitantes: Tras una larga ausencia (o indolencia, más bien), regreso de nuevo a este espacio, con la promesa de poner una nueva entrada cada jueves. La primera se la dedico a María. Gracias por su paciencia.

Andrea Mantegna, María con el Niño dormido, 1455.

‘Cuando contemplaba a este divino niño, vencida —imagino— por el amor y por el temor, ella hablaría así consigo misma: ¿Qué nombre puedo dar a mi hijo que le venga bien?; ¿hombre? Pero tu concepción es divina… ¿Dios? Pero por la encarnación has asumido lo humano… ¿Qué haré por ti? ¿Te alimentaré con leche o te celebraré como a un Dios? ¿Cuidaré de ti como una madre o te serviré como una esclava? ¿Te abrazaré como a un hijo o te rogaré como a un Dios? ¿Te ofreceré leche o te llevaré perfumes?’

Basilio de Seleucia, Homilía sobre la Theotókos, 5.

Rafael, María con Cristo niño, 1508.

La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que yo habría querido pintar sobre su cara es una maravillosa ansiedad que nada más ha aparecido una vez sobre una figura humana. Porque Cristo es su niño, la carne y el fruto de sus entrañas. Ella le ha llevado nueve meses y le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre de Dios. Y por un momento la tentación es tan fuerte que se olvida de que él es Dios. Le aprieta entre sus brazos y le dice: “Mi pequeño”. Pero en otros momentos se corta y se piensa: “Dios está ahí”, y es presa de un religioso temor ante ese Dios mudo, ante ese niño aterrador. Porque todas las madres se sienten a ratos detenidas ante ese trozo rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten desterradas ante esa nueva vida que se ha hecho con su vida y que tiene pensamientos extraños. Pero ningún niño ha sido más cruel y rápidamente arrancado a su madre que éste, porque es Dios y sobrepasa con creces lo que ella pueda imaginar.

Pero yo pienso que hay también otros momentos, fugaces y escurridizos, en los que ella siente a la vez que Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Ella le mira y le piensa: “Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Ha sido hecho por mí; tiene mis ojos, y el trazo de su boca es como el de la mía; se me parece. ¡Es Dios y se me parece!”

Y a ninguna mujer le ha cabido la suerte de tener a su Dios para ella sola; un Dios tan pequeño que se le puede tomar en brazos y cubrir de besos; un Dios tan cálido que sonríe y respira; un Dios al que se puede tocar y que ríe. Y es en uno de esos momentos cuando yo pintaría a María si supiera pintar…’

Jean-Paul Sartre, Bariona.

Citadas en Luis González-Carvajal Santabárbara, Esta es nuestra fe. Teología para universitarios, Santander, Sal Terrae, 1998. pp. 310-311.

jueves, abril 17, 2008

Diez años sin Paz. Entrevista de Carlos Castillo Peraza a Octavio Paz


Hermandad

‘Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en ese mismo instante
alguien me deletrea.’

Octavio Paz Lozano (1914-1998)
Cuando solicitamos la entrevista, nos dijo: ‘Soy pagano’. ‘Su respuesta —le dijimos— despierta en cualquier espíritu católico los instintos paulinos’. Y fuimos a hablar con él a su aerópago: una casa-museo-biblioteca tal vez parecida al templo del dios desconocido.

Carlos Castillo Peraza: ¿Por qué dice ser un pagano?

Octavio Paz: Fue un desafío. Es absurdo decirse pagano cuando se ha nacido dentro de una sociedad católica, en la que los valores en que se cree son cristianos o son consecuencia del cristianismo. Pero sí siento nostalgia del paganismo, sobre todo por lo que tenía de tolerante. Ningún filósofo de la Antigüedad pensó que sus ideas, aunque le pareciesen verdaderas, le daban derecho para legislar sobre las creencias de los otros. Tampoco la cultura griega desconoce del todo la libertad. Los héroes de la tragedia son víctimas del destino de su casa y sufren consecuencias pero, como lo dice Sófocles y lo ha subrayado Simone Weil, llegan a tener conciencia de su libertad. La tienen gracias a su conciencia del hado, es decir, a su interiorización del destino. La tragedia griega no es el único ejemplo. Los estoicos sabían que podía decir no. Epicuro afirmaba la libertad, no era un credo.

CCP: Cuando usted dice ‘alguien me deletrea’, nos parece escuchar a Kafka: trasladado de una prisión a otra, le queda la creencia de que ‘El Señor pasará casualmente por el pasillo y dirá: a éste no debéis encerrarle de nuevo, viene a verme’.

OP: Para mí la vida no es una prisión. Cuando dije: ‘alguien me deletrea’ no sabía exactamente qué quería decir. Al releerme, como un lector más, me digo: una de dos, o ese alguien es otro como yo o ese alguien está más allá de los hombres. Alguna vez creí que en Oriente, en el budismo, encontraría una respuesta, el nombre o un vislumbre del nombre de ese alguien. Pero descubrí que de Oriente me separa algo más hondo que el cristianismo: no creo en la reencarnación. Creo que aquí nos lo jugamos todo, no hay otras vidas. Sin embargo, en Oriente descubrí una ‘vacuidad’ que no es la nada y que me hace pensar en el Uno de Plotino, una realidad que está antes del ser y del no ser. Tal vez ese Uno puede ser el que me deletrea. Pero de él no podemos decir nada.

CCP: Sin embargo, como todos los que dicen que nada se puede decir de Dios, ya dijo usted mucho de Él…

OP: Es fascinante comprobar cómo son parlanchines los partidarios del silencio. Por ejemplo, los místicos. No es menos impresionante ver cómo los pesimistas y los obsesionados con la muerte, como Quevedo, se preocupan por la perfección de la forma. Sucede lo mismo con los corrosivos aforismos de un escritor que admiro, Cioran: están escritos en un francés clásico, del siglo XVII. Las civilizaciones atraídas por la muerte se enamoran, por compensación, de la forma y erigen hermosos mausoleos que son templos vacíos. Templos a la negación.

CCP: ¿Cuáles han sido sus relaciones con la religión católica?

OP: Un día, en Goa, en el centro de una civilización que no era la mía, entré en la vieja catedral. Celebraba la misa un sacerdote portugués, en portugués. La escuché con fervor. Lloré. No sé todavía si descubrí algo. Tampoco si recordé mi infancia —yo iba a misa— o si reviví mi vida en la parroquia de Mixcoac. Pero sentí la presencia de eso que han dado en llamar la otredad. Mi ser otro dentro dentro de una cultura que no era la mía. Mi identidad histórica.

CCP: ¿Tiene algo que ver su identidad histórica con el catolicismo?

OP: La gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical, fue la de los misioneros españoles. En el ser del mexicano está el pasado prehispánico indígena pero, sobre todo, está el gran logro de los evangelizadores: hicieron que un pueblo cambiara de religión. En esto ha fracasado el liberalismo y ha fracasado la modernidad. Esto yo no lo sabía, pero lo adiviné cuando escribí El laberinto de la soledad. Esta obra mía es un intento de diálogo con mi ser de mexicano y en el centro de ese diálogo está la religión, como lo está en mi ensayo sobre la poesía, El arco y la lira. No soy creyente pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más grande que el hombre que soy porque está abierta al infinito. En fin, en México se logró la gran revolución cristiana. Ahí están los templos, ahí está la Virgen de Guadalupe y ahí está mi emoción en la catedral de Goa. El diálogo de un no creyente mexicano con ustedes es un diálogo con una parte de nosotros mismos.

CCP: Usted parece decir que el problema esencial del hombre es religioso…

OP: El problema esencial del hombre es que, siendo hombre, no es sólo eso. Hay en los hombres una parte abierta hacia el infinito, hacia la otredad. Las estrellas que miro, en mi poema, iluminan la hermandad de los huérfanos. O la verdad que vieron en el cielo estrellado el neoplatónico Ptolomeo y el cristiano San Juan y que nos trasciende a todos. Mirada hacia el cielo, el infinito y también su mirada hacia la muerte.

CCP: ¿No cae usted en el gnosticismo?

OP: Tal vez. Pero lo que quiero decir es que las respuestas filosóficas no son suficientes. Yo tengo una amiga que es monja católica y que vivió muchos años en la India. Ella dice ahora que no se sabe qué es, salvo que es contemplativa…

CCP: ¿Por qué rompió usted con el catolicismo?

OP: Para mí el cristianismo era el orden y la burguesía. Soy ‘hijo de mi siglo’ y mi rebelión juvenil tenía que ser obra de demolición.

CCP: ¿Es usted ateo?

OP: Hay palabras muy gastadas. Con los surrealistas aprendí que hay fervor y fe en algunos ateísmos. Breton era un temperamento religioso a pesar de que era violentamente ateo. Él me dijo alguna vez que su ateísmo era como la apuesta de Pascal, pero al revés. No era un escéptico. El surrealismo fue un síntoma del vacío de la cultura de Occidente y una rebelión contra ese vacío. Por esto fue también un momento importante de la crítica a la modernidad. Breton creía en el ocultismo y estaba fascinado, en el sentido fuerte de la palabra, por la tradición hermética. A mí, en cambio, esta tradición me atrae y me intriga pero no me conquista. Soy escéptico. Mi rebelión contra el cristianismo fue contra la modernidad.

CCP: Pero el catolicismo es para usted poco moderno, según ha dicho.

OP: Tiene usted razón. En realidad, mi rebelión fue contra la institución. Eran los años en que la Iglesia de España estaba muy cerca de Franco. Después de la guerra y del estalinismo, vino la decepción del marxismo y no me quedó sino la poesía. Creí en la frase de Rimbaud: la poesía podía cambiar la vida.

CCP: ¿Qué le satisface hoy?

OP: No puedo responder. Van respondiendo mis obras. Dije que ‘alguien me deletrea’: dialogo conmigo mismo, con esa parte de mí mismo que no se reduce a la razón.

CCP: ¿Qué le critica ahora a la modernidad?

OP: Al capitalismo, lo mismo que decía Marx: haber enfriado la vida humana en las aguas del cálculo egoísta. Al comunismo, querer imponer la comunión obligatoria. Sin embargo, cuando critico al capitalismo no me olvido de que el liberalismo es la democracia, la herencia liberal tolerante del siglo XVIII. Y aquí me entra la nostalgia por el paganismo tolerante…

CCP: ¿No son liberalismo y marxismo frutos de la misma matriz?

OP: El marxismo es el tiro por la culata de la Enciclopedia. Trata de realizar en la historia el reino de la razón y la libertad pero acaba por imponer la superstición y la esclavitud. Es una fe militante como el Islam. Sólo que el Islam afirma que todos los hombres son hijos de Dios y deja puertas abiertas al infinito mientras que el marxismo-leninismo es una pseudorreligión. O más exactamente: una ideología, una creencia y que cree que es ciencia.

CCP: ¿Concibe usted la lucha por una sociedad plural sin los católicos? ¿Puede haber pluralismo real si la vida pública es sólo para los laicos?

OP: Durante algún tiempo fue necesario laicizar la vida política mexicana, dado el carácter religioso militante del Estado español. Ya no. Hay que integrar. En México, los católicos se aislaron. No siempre fue así: la Independencia tuvo detrás a los jesuitas, los liberales tuvieron interlocutores católicos de altura. Sin embargo, desde la mitad del siglo pasado los católicos se automarginaron. Sólo los poetas, como López Velarde, se atrevieron a ser católicos. Después hubo también pensadores. Pero Vasconcelos es más romántico que católico. Esta marginación debe desaparecer. No por donde piensan los teólogos de la liberación; más bien debe recuperarse la herencia de las teologías de la libertad. Pienso en los teólogos españoles del siglo XVI. Esto nos haría más fácil a los no creyentes dialogar porque nos pondría ante una parte sepultada de nosotros mismos. Algo tenemos que hacer todos los verdaderos liberales para sacar a este desdichado país del monólogo en que vive.

CCP: ¿Qué monólogo?

OP: En realidad son varios monólogos: el monólogo del poder, e, monólogo del marxismo, el monólogo de los católicos marxistas que sólo se oyen a sí mismos como el padre Cardenal, el monólogo de los que estamos fuera de la Iglesia, el monólogo de los católicos…

CCP: ¿Tiene usted una obsesión antieclesiástica?

OP: Es fruto de mi pasado intelectual. De mi rebelión juvenil contra una estructura jerárquica y contra una administración. Veo en la Iglesia no sólo una comunidad de fieles sino a una institución cuyo modelo histórico fue el Imperio romano. Por otra parte, en lo esencial, en lo íntimo, estoy más cerca de Pelagio que de San Agustín, y más cerca de Molina que de Pascal.

CCP: ¿No le parece un angelismo pedir una que una comunidad de fieles carezca de una jerarquía?

OP: Sí, pero las rebeliones juveniles como la mía son angélicas… o diabólicas…

CCP: ¿Por qué siempre que habla de ángeles en seguida menciona a los demonios y cuando se refiere a Dios inmediatemente menciona al diablo? ¿Es para darse una protección de intelectual liberal?

OP: Un hombre con mi pasado tiene que ser cuidadoso para no desatar ciertas iras. Además, el diablo es una realidad en la existencia humana. Es la presencia del mal. Y el mal es un misterio para el que no tienen respuesta ni Marx ni los liberales ni Epicuro, que se resigna ante él pero que no lo explica.

CCP: ¿Cuál es la gran herejía de nuestro siglo?

OP: Haber substituido a Dios por la historia. Si se es ateo, hay que vivir en la negación o en la privación de Dios, no inventar sucedáneos quiméricos que son verdaderos testaferros afectivos o intelectuales. La historia, por lo demás, en un sentido riguroso realmente no existe: no es una substancia ni una entelequia. La historia es nosotros, los hombres. Divinizar a la historia es divinizarnos a nosotros mismos. La historia es horrible como un ídolo y también, como todos los ídolos, fascinante. Pero no existe: es una ilusión, una proyección de nuestros sueños y terrores. No niego, claro, al pasado ni a los procesos históricos: los hombres, las sociedades, las culturas. En cuanto a la vieja pregunta: ¿la sucesión de actos y de obras que llamamos historia es racional?, contesto: creo que a estas alturas nadie se atrevería a afirmarlo. Tampoco digo que sea un proceso enteramente irracional. La historia no carece de sentido o, mejor dicho, de sentidos. La historia no es una: es plural. Hay tantas historias como civilizaciones y, dentro de cada proceso histórico, aparecen distintos sentidos y caminos, unos convergentes y otros divergentes. La sociedad humana es, como el universo, una realidad enigmática y difícilmente descifrable. Sin embargo, no es el resultado de la ciega casualidad. Lo dijo Einstein: Dios no juega a los dados con el universo. Esto es, quizá, lo que también quiso decir Mallarmé en su célebre poema: el azar obedece a una lógica que desconocemos. En fin, hay algo que me conturba como a todos los que se han asomado a la física moderna: sabemos muchas cosas del universo, pero todavía ignoramos cómo nació y cómo morirá. Desconocemos la última y la primera palabra. Son los vulgarizadores de la ciencia los que pretenden que ésta tiene una solución para todo.

CCP: ¿Es usted optimista en relación con América Latina?

OP: Sí y no. Las democracias vuelven, las dictaduras terminan. La democracia no es la solución de todos los problemas pero sí es el camino para, entre todos, buscar soluciones. Usted debe aceptar, sin embargo, porque es cristiano, que la historia es perdición.

CCP: No. Los cristianos sabemos que la historia es salvación.

OP: La historia es valle de lágrimas, es el tiempo de la prueba, el lugar de la prueba. La salvación y la condenación personales son posibles para los cristianos pero la historia es lugar de prueba…

CCP: ¿Se siente usted hombre de fe, hombre de religión, hombre de Iglesia?

OP: No lo sé. Mentiría si digo que lo sé. Yo sigo buscando. Alguien me deletrea…

Tomado de: Carlos Castillo Peraza, El porvenir posible, México, F. C. E., 2007.

Algunas frases de Karl Rahner, SJ

Según Johann-Baptist Metz, la teología de Karl Rahner, SJ, uno de los teólogos católicos más potentes e influyentes del siglo XX, tenía ‘una tendencia: ser siempre una nueva iniciación al misterio del amor de Dios y, de este modo, un servicio a la esperanza humana.’ Aquí hay algunas frases suyas.


‘Jesús es el “sacramento original” de la salvación en el que “la voluntad salvífica de Dios, establecida desde el principio como gracia para el mundo, se hace manifestación histórica unívoca”, de la misma manera que la Iglesia, esa “presencia de Cristo, hecha sociedad para todos los tiempos”, despliega su función universal en los siete sacramentos, que responden a situaciones cruciales de la existencia humana y que son “encarnaciones históricas de la gracia, que siempre está actuando en la historia de la humanidad”.’ (Rahner, según W. Kern y A. Batlogg)

‘Toda filosofía de la religión que convierte en objeto de religión cualquier tipo de correlato de algún aspecto finito del hombre es básicamente falsa. De esa forma, dado que lo “divino” no puede convertirse por principio en correlato objetivado de algún tipo de particularidad racial, de la sangre, del pueblo, del mundo o de alguna otra cosa semejante. Porque el hombre en cuanto Espíritu ha trascendido desde siempre todas esas cosas finitas en la dirección hacia algo que es más que todo.’

‘A partir de los principios cristianos sobre la fe y costumbres no puede deducirse nunca con claridad un modelo de mundo que resulte único y obligatorio. En principio no existe, ni en la forma de entender el Estado, ni en la economía, ni en la cultura, ni en la historia, ningún imperativo preciso y concreto que pueda deducirse como el único verdadero a partir de la doctrina del cristianismo.’

‘Como ser humano y como cristiano, me resulta evidente que soy un cristiano eclesial. La religión debe ser mi propio y mi más libre convencimiento, debe ser experimentada en el centro más íntimo de mi existencia. Pero esta existencia sólo se encuentra en una comunidad y en sociedad, en la medida que se abre a la dinámica del dar y del recibir. Además, el cristianismo es una religión histórica, referida al único Jesucristo. De él he oído a la Iglesia y a nadie más. Por ello no puedo permitirme un cristianismo privado, que sería la negación de su procedencia.’

martes, abril 08, 2008

¡Feliz centésimo cumpleaños, Maestro!

El 5 de abril, el mundo musical celebró los cien años del natalicio de una de las figuras más importantes de la música, en especial de la mal llamada ‘clásica’: Heribert Ritter von Karajan (1908-1989), director artístico de la Filarmónica de Berlín entre 1954 y 1989, sucesor del eminente Wilhelm Furtwängler. Niño prodigio, astro juvenil y vigoroso nuevo talento, fue muy popular durante el régimen nazi, en Alemania y Austria: dirigió la Ópera Estatal de Berlín durante los años que duró la II Guerra Mundial (1939-1945), lo cual le acarrearía múltiples problemas más tarde, cuando eminentes artistas se rehusaron a trabajar con él, como: Isaac Stern, Itzhak Perlman y Arthur Rubinstein.

Fue un intérprete excepcional, en especial del repertorio romántico alemán (Beethoven, Brahms, Schumann, Strauss y Wagner). Genio capaz de reinventar obras maestras y mentor de una generación de estrellas, como la violinista Anne-Sophie Mutter o la soprano Mirella Freni, por mencionar algunas. Fundó el Festival de Salzburgo y, gracias a su carisma y talento, hizo llegar la música orquestal, culta, a las grandes masas, por medio de incursiones en el cine y los medios masivos de comunicación, lo cual nos lleva a otra cualidad suya: la de innovador tecnológico, pues, de la mano de la compañía discográfica Deutsche Grammophon, Karajan probó y difundió nuevas técnicas de grabación y escucha musical, especialmente el disco compacto. Reza la leyenda (y es muy probable que sea cierta), que añadió diez minutos al tiempo que duraba un CD (60 minutos), para acomodar la grabación completa de la 9a. sinfonía de Beethoven, una de sus máximos éxitos.

He aquí un pequeño video que le rinde homenaje. Me sumo a él...



...y les dejo unos más:

- Sinfonía No. 7 en A mayor Op. 92 de Beethoven.

- Concierto para violín Op. 61 de Beethoven, con Anne-Sophie Mutter.

- ‘Ave Maria’ de la ópera Otello de Verdi, interpretado por Mirella Freni.

G. G. Jolly

martes, abril 01, 2008

Motivos del filósofo aullador original

Con esta entrada, su humilde filósofo alcanza su centésimo aullido en este espacio y cumple dos años de ulular. Muchas gracias a todos mis lectores y contribuyentes. Les dejo, pues, unas citas de E. M. Cioran, el escritor cuya frase escogí como epígrafe y leitmotiv de este blog.
‘No es el conocimiento lo que nos acerca a los santos, sino el despertar de las lágrimas que duermen en lo más profundo de nosotros mismos. Entonces únicamente, a través de ellas, tenemos acceso al conocimiento y comprendemos cómo se puede llegar a ser santo después de haber sido hombre.’

‘Por el beso culpable de una santa, aceptaría yo la peste como una bendición.’

‘Hubo una época en que los hombres podían dirigirse en cualquier momento a un Dios acogedor que enterraba en su Nada los suspiros humanos. Hoy nos hallamos desconsolados por no tener a quién confesar nuestros tormentos. ¿Cómo dudar de que antaño este mundo haya estado en Dios? La Historia se divide en un antaño en el que los hombres se sentían atraídos por el vacío vibrante de la Divinidad y un hoy en el que la nimiedad del mundo carece de aliento divino.’

‘En el Juicio Final sólo se pesarán las lágrimas.’

‘“No puedo diferenciar las lágrimas de la música” (Nietzsche). Quien no comprende esto instantáneamente, no ha vivido nunca en la intimidad de la música. Toda verdadera música procede del llanto, puesto que ha nacido de la nostalgia del paraíso.’

‘Después de todo, podríamos habernos dispensado de la obsesión de la santidad. Cada uno de nosotros se hubiera dedicado a sus ocupaciones, soportando alegremente sus imperfecciones. La frecuentación de los santos engendra un tormento estéril, su compañía es un veneno cuya virulencia crece a medida que aumenta nuestra soledad. ¿No nos han corrompido acaso mostrándonos mediante el ejemplo que los infortunios tenían una finalidad? Nosotros estábamos acostumbrados a sufrir sin objetivo, fascinados por la inutilidad de nuestros dolores, felices de contemplarnos en nuestras propias heridas.’

‘El órgano expresa el estremecimiento interior de Dios. Comulgando con sus vibraciones nos autodivinizamos, nos desvanecemos en Él.’

‘Job, lamentaciones cósmicas y sauces llorones… Llagas abiertas de la naturaleza y del alma… Y el corazón humano —llaga abierta de Dios.’

‘¿Lograré un día no citar más que a Dios? Ni los hombres, ni siquiera los santos, tienen nombre. Sólo Dios lo posee. Pero, ¿qué sabemos nosotros de Él, sino que es una desesperación que comienza donde acaban todas las demás?’

‘Las enfermedades han acercado el cielo y la tierra. Sin ellas se hubieran ignorado mutuamente. La necesidad de consuelo ha superado a la enfermedad, y en la intersección del cielo con la tierra ha dado origen a la santidad.’

‘El límite de cada dolor es un dolor aún mayor.’

‘La muerte objetiva, exterior, para un Rilke, no significa nada. Para Novalis tampoco. Pero después de todo, ¿existe algún poeta que haya muerto una sola vez?

‘Soy como un Anteo de la desesperación. La mía aumenta tras cada contacto con la tierra. ¡Ah, si pudiera dormirme en Dios a fin de morir para mí mismo!
El único olvido verdadero es el sueño en la Divinidad.’

‘Sólo creemos en Dios para evitar el torturador monólogo de la soledad. ¿A quién, si no, dirigirse? Al parecer, Él acepta de buena gana el diálogo y no nos guarda rencor por haberle escogido como pretexto teatral de nuestros abatimientos.’

‘Cuando hemos aniquilado el mundo y nos quedamos solos, orgullosos de nuestra hazaña, Dios, rival de la Nada, aparece como una última tentación.’

‘Con el Renacimiento comienza el eclipse de la resignación. De ahí la aureola trágica del hombre moderno. Los antiguos aceptaban su destino. Ningún moderno se ha rebajado a esa concesión. El desprecio del destino nos es igualmente ajeno, dado que carecemos demasiado e sabiduría para no amarlo con una pasión dolorosa.’

‘¿Poseeré la suficiente música dentro de mí como para no desaparecer jamás? Hay adagios tras los que no puede uno ya pudrirse.’

‘El vino ha hecho más por acercar los hombres a Dios que la teología. Hace tiempo que los borrachos tristes —¿y los hay que no lo sean?— han superado a los eremitas.’

‘¿Por qué los santos escriben tan bien? ¿Es únicamente porque están inspirados? Lo cierto es que poseen un estilo particular cada vez que describen a Dios. Les resulta fácil escribir estando como están a la escucha de los susurros divinos. Sus obras poseen una sencillez sobrehumana, pero como en ellas no tratan del mundo, no pueden considerarse escritores. No les reconocemos como tales pues no nos hablamos en ellos.’

Creer en la filosofía es un signo de buena salud. Lo que no lo es, es ponerse a pensar.’

E. M. Cioran (1911-1995)

viernes, marzo 07, 2008

Más videos jesuíticos

Permítanme presentarles dos videos, excelentes para conocer un poco a la moderna Compañía de Jesús. La primera es una película hecha por los jesuitas estadounidenses, en tres partes, llamada Un mundo no es suficiente. Ésta repasa la misión actual de los jesuitas y reproduce la fundación de la orden por San Ignacio de Loyola y sus compañeros. La segunda es más bien una reseña hecha en México por estudiantes de la universidad jesuita de León, Guanajuato. ¡Disfrútenlos!







Nuestro nuevo prepósito general (videos)

Primero que nada, un honroso adiós al rvdo. p. Peter-Hans Kolvenbach, SJ. El Sumo Pontífice, la Iglesia entera, los hijos de san Ignacio y tanta gente beneficiada por su obra y la de la orden que dirigió con tanto ahínco, le están profundamente agradecidos.


Foto: Don Doll, SJ

Y damos la bienvenida al rvdo. p. Adolfo Nicolás, SJ, XXIX sucesor de San Ignacio de Loyola al frente de la Compañía de Jesús, por lo que presento, primero, un breve video en que el mismo padre Nicolás habla de su experiencia espiritual y, después, una serie de tres videos en que la periodista Carmen Aristegui interroga al eminente teólogo Luis del Valle, SJ y al sociólogo de las religiones Bernardo Barranco sobre la figura de la nueva cabeza de los jesuitas y los retos que éstos enfrentan de cara al siglo XXI y a la jerarquía eclesiástica.







martes, febrero 19, 2008

‘Death’ de Harold Pinter

Death

Where was the dead body found?
Who found the dead body?
Was the dead body dead when found?

How was the dead body found?

Who was the dead body?
Who was the father or daughter or brother
Or uncle or sister or mother or son

Of the dead and abandoned body?

Was the body dead when abandoned?
Was the body abandoned?
By whom had it been abandoned?
Was the dead body naked or dressed for a journey?

What made you declare the dead body dead?
Did you declare the dead body dead?
How well did you know the dead body?
How did you know the dead body was dead?

Did you wash the dead body
Did you close both its eyes
Did you bury the body
Did you leave it abandoned
Did you kiss the dead body


¿Dónde se encontró el cuerpo muerto?
¿Quién encontró el cuerpo muerto?
¿Estaba muerto el cuerpo muerto cuando fue hallado?

¿Quién era el cuerpo muerto?

¿Quién era el padre o hija o hermano
O tío o hermana o madre o hijo
Del cuerpo muerto y abandonado?

¿Estaba muerto el cuerpo muerto cuando fue abandonado?
¿Fue abandonado el cuerpo?
¿Quién lo abandonó?

¿Estaba el cuerpo muerto desnudo o vestido para un viaje?

¿Qué hizo que declararas muerto al cuerpo muerto?
¿Declaraste tú muerto al cuerpo muerto?
¿Cómo supiste que estaba muerto el cuerpo muerto?

¿Lavaste el cuerpo muerto?
¿Cerraste sus ojos?
¿Enterraste el cuerpo?
¿Lo abandonaste?
¿Besaste el cuerpo muerto?
Harold Pinter (1930-2008)

(versión de G. G. Jolly)

jueves, febrero 07, 2008

Doble adiós en la Iglesia

Finalmente, tras una larga ausencia debido a las misiones navideñas, las vacaciones y los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola (¡un mes entero en completo silencio y aislamiento!), hago mi retorno poco triunfal a este espacio electrónico.

Y quisiera empezar el año haciendo mención de dos renombrados hombres de Iglesia, si bien no podrían ser más distintos uno de otro: me refiero al padre Marcial Maciel Degollado, LC, fundador y superior general de la Legión de Cristo y del movimiento laico Regnum Christi, fallecido el pasado 30 de enero; y al padre Peter-Hans Kolvenbach, SJ, prepósito general de la Compañía de Jesús entre 1983 y 2008.

Maciel nació en el pueblo de Cotija, Michoacán, en 1920. Seminarista desde los dieciséis años y ordenado sacerdote muy joven por uno de sus tíos obispos, fundó la Legión de Cristo en 1941, una congregación religiosa de sacerdotes, cuyo modelo a seguir fue la Compañía de Jesús preconciliar. La Legión, de manera vertigionosa y constante, en especial bajo el pontificado de Juan Pablo II, ha gozado de un crecimiento inusitado en adeptos, simpatizantes, obras apostólicas, influencia y detractores. Hoy día, con varias universidades, decenas de colegios, parroquias, los aproximadamente 75 mil miembros del Regnum Christi, presencia en más de veinte países, 800 sacerdotes y 2.500 novicios y religiosos en formación (además de tres obispos egresados de sus filas), se ha convertido en una de las congregaciones más influyentesy, en definitiva, el mayor aporte de México a la Iglesia universal en los últimos tiempos. Ése es el legado tangible y loable del padre Maciel. Sin embargo, las denuncias de abuso sexual, presentadas contra él por ex legionarios en los años noventa y la definitiva (aunque tardía) sentencia vaticana en el 2005 han manchado para siempre, y quizá de forma irreparable, la imagen de ‘santo’ y el legado personal del fundador, sin mencionar lo discutido de algunos aspectos del carisma legionario: la llamada ‘teología de la prosperidad’, el tradicionalismo de sus formas y doctrinas o su enorme cercanía con las clases dominantes…

Peter-Hans Kolvenbach, por su parte, es oriundo de Druten, Holanda. Hijo de un empleado de banco holandés y una italiana. Entró en la Compañía de Jesús a la edad de veinte años, en 1948, y, tras estudiar filosofía en Nimega, fue enviado al Líbano, donde pasaría la mayor parte de su vida apostólica. Hizo la teología en la Universidad de San José, en Beirut, y realizó diversos estudios en Francia y Estados Unidos. Es especialista en lengua y literatura armenias, además de ser sacerdote de rito armenio, y por tanto de una profunda espiritualidad oriental. Profesor de lingüística y viceprovincial, vive en carne propia la guerra en el Líbano, hasta que, en 1981, Pedro Arrupe, general de los jesuitas, le designa rector del Pontificio Instituto Oriental de Roma. Tras la incapacidad de Arrupe y la imposición, por parte del Papa, de un delegado apostólico para gobernar la orden, la XXXIII Congregación General le elige para suceder a aquél, el 13 de noviembre de 1983.

Estuvo al frente de la orden de San Ignacio (es decir, gobernando sobre 20 mil jesuitas) durante un cuarto de siglo, hasta que, reunido el pleno de la XXXV Congregación General y aceptada la renuncia al cargo, supuestamente ad vitam, por S. S. Benedicto XVI, le sucedió el español Adolfo Nicolás. Kolvenbach tomó las riendas de la orden en un momento delicadísimo; puso fin al estado de excepción en el gobierno interno, renovó y mejoró las tensas y frías relaciones con Juan Pablo II, al mismo tiempo que se mantenía fiel a la renovación del Vaticano II, de Arrupe y de la XXXII Congregación General, con su famoso decreto IV, el de la ‘promoción de la justicia’. También insistió en la renovación espiritual y en adaptar la formación religiosa a las nuevas exigencias de la época, ayudó a superar los conflictos y divisiones posconciliares dentro de la Compañía, supo dar libertad a la innovación (a los apostolados de frontera que elogiaba Pablo VI) y acotar los excesos. En pocas palabras: con callada prudenca oriental y no poco valor llevó a la Compañía de Jesús al siglo XXI, fiel al sucesor de San Pedro, fiel a sí misma y fiel a los signos de los tiempos: testimonio de ello son los 28 jesuitas que sufrieron una muerte violenta durante su generalato. Sus 20 mil hijos y la Iglesia toda le estamos sumamente agradecidos.

G. G. Jolly, nSJ