domingo, diciembre 25, 2011

‘Sermón de Navidad’ de Martín Lutero

Albrecht Dürer, La Natividad, s/a

‘El Evangelio es tan claro que no necesita muchas interpretaciones. Sólo requiere que lo miremos y contemplemos y que lo dejemos penetrar hasta lo más hondo de nuestro corazón. Sólo aprovecha a los que, aquietando su corazón, se olvidan de todas las cosas y sólo ponen la atención en sus páginas. Es como el sol sobre las aguas quietas: vemos sus reflejos y nos calienta. Mas el sol, sobre las aguas agitadas, no se ve, y tampoco nos calienta. Si queréis, pues, iluminación y calor, la gracia divina y sus milagros; si queréis tener el corazón ardiente, alumbrado, devoto y alegre, id allí donde encontráis quietud y las imágenes penetran en vuestro corazón, y hallaréis milagro sobre milagro.

¡Cuán sencilla y simplemente tienen lugar en la tierra los sucesos que tan ensalzados son en el cielo! En la tierra sucedió de esta guisa: Había una pobre y joven esposa, María de Nazaret, entre los pobladores más pobres de la aldea, tan poco estimada que nadie se dio cuenta de la gran maravilla que ella llevaba. Era callada, no se vanagloriaba, sino que servía a su marido, José, pues no tenían sirvienta ni mozo. Ellos simplemente abandonaron su casa. Quizá tenían un asno para que María cabalgara, aunque los evangelios no dicen nada de él, y bien podemos suponer que fuera a pie. El viaje era, por cierto, de más de un día desde Nazaret de Galilea hasta Belén, en el país judío que se halla al otro lado de Jerusalén. José había pensado: “Cuando lleguemos a Belén, esteramos entre parientes y podremos pedir prestado todo”. ¡Buena idea! Ya era bastante malo que una joven desposada, casada hacía solamente un año, no pudiera tener un hijo en Nazaret en su propia casa y tuviera que hacer todo ese viaje de tres días estando encinta. ¡Cuánto peor aun el que cuando llegara no hubiera lugar para ella! La posada estaba llena. Nadie quiso ceder su habitación a una mujer embarazada. Tuvo que ir a un establo y allí dar a luz al Hacedor de todas las criaturas a quien nadie quería hacer lugar. ¡Qué vergüenza, malvado Belén, habría que haber pegado fuego a esa posada! Pues aun cuando la virgen María hubiera sido una pordiosera o no hubiera estado casada, todos en ese momento deberían haberse alegrado de poder prestarle ayuda. Hay muchos de vosotros en esta congregación que pensáis: “Si yo hubiera estado allí! ¡Cuán pronto hubiera estado para ayudar al Niño! Le hubiera lavado los pañales. ¡Ojalá yo hubiese tenido la suerte, como los pastores, de ver al Señor yaciendo en el pesebre!”. Sí, ahora lo haríais, porque conocéis la grandeza de Cristo, pero en aquel entonces no os hubierais comportado mejor que la gente de Belén. ¡Qué pueriles y tontos pensamientos son ésos! ¿Por qué no lo hacéis ahora? Tenéis a Cristo en vuestro prójimo. Debéis pues lo que hacéis a favor de vuestro prójimo necesitado lo hacéis al Señor Jesucristo mismo. El nacimiento fue aún más lastimoso. Nadie se compadeció de esa joven esposa que daba luz a su primogénito; nadie la atendió; nadie reparó en su vientre grávido; nadie se dio cuenta de que en ese extraño lugar no tenía la menor cosa para un parto. Allí estaba sin nada preparado: sin luz, sin fuego, en plena noche, sola en la obscuridad. Nadie le prestó la ayuda habitual. Todos están beodos y alegres en la posada, un pulular de huéspedes de todas partes, de modo que nadie se ocupa de esa mujer. También creo que ella misma no se había percatado que su alumbramiento no estaba tan próximo; si no, se hubiera quedado en Nazaret. Y podéis imaginar qué clase de paños pueden haber sido aquellos en que lo envolvió. Quizás su velo, pero no por cierto los pantalones de José, que ahora se exhiben en Aquisgrán.

Pensad, mujeres, que allí no había nadie para bañar al Niño. Nada de agua caliente, ni siquiera fría. Ningún fuego, ninguna luz. La madre tuvo que ser ella misma comadrona y criada. El frío pesebre fue cama y baño. ¿Quién enseñó a la pobre muchacha lo que debía hacer? Nunca antes había tenido un hijo. Me maravilla que el pequeño no muriera de frío. No hagáis de María una piedra. Pero cuanto más altas están las gentes en el favor de Dios, tanto más frágiles son.

Cuando meditamos, pues, sobre el Evangelio del Nacimiento, hay que imaginar que todo sucedió del mismo modo que con nuestros hijos. Contemplad a Cristo yaciendo en el regazo de su joven madre. ¿Qué cosa puede ser más dulce que el Niño, qué más encantador que su madre? ¿Qué cosa más hermosa que su juventud? ¿Qué cosa más tierna que su virginidad? Mirad al Niño, ¡cuán inocente es! Sin embargo, todo lo que existe le pertenece, para que vuestra conciencia no le tema sino que busque consuelo en él. No dudéis. Para mí no hay mayor consuelo dado a la humanidad que éste, que Cristo se convirtiera en hombre, en un niño, un infante que jugaba en el regazo y en el pecho de su graciocísima Madre. ¿A quién no reconforta esta visión? Ahora ya está vencido el poder del pecado, de la muerte, del infierno, de la conciencia y de la culpa, si os acercáis a este Niño que juguetea y creéis que ha venido no para juzgarnos sino para salvarnos.’

Martin Luther, c. 1534.

viernes, diciembre 09, 2011

Händel, el anarquista

Independientemente de la crítica trillada (mas no por eso menos atinada) del problema teológico y filosósfico sobre cristianismo y poder, la Navidad de 2011 me invita a y me exige a repetir ciertas verdades de perogrullo.

En primer lugar, habrá que recordar qué significa en verdad la Navidad, cuál es la razón de asuetos, cenas, compras, regalos y abrazos. Vayamos, pues, a las fuentes:

For unto us a Child is born, unto us a Son is given, and the government shall be upon His shoulder: and His name shall be callèd Wonderful, Counsellor, the Mighty God, the Everlasting Father, the Prince of Peace.



Porque nos ha nacido un niño, un hijo nos ha sido dado. Estará el señorío sobre su hombro, y su Nombre será llamado: Maravilla de Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de la Paz. [Is IX, 5]

Sí, ¡porque nos ha nacido un niño, un bebé de carne y hueso, que señala el inicio del fin definitivo de la Humanidad! Toda la paz de la humildad, la debilidad, la ternura, la inocencia, que sólo un recién nacido puede traer: así es como acaece la victoria definitiva sobre el mal, el poder corrompido, la guerra y la injusticia. Ésa es la única vía. Y por ello, ese Niño es llamado Príncipe de la Paz: porque es manso, sencillo, amable, dulce, no busca nada para sí y no tiene nada a qué llamar propio. Porque ésa es la paz bíblica: no sólo la ausencia de guerra, sino el imperio de la solidaridad, la justicia, la caridad y la gratuidad.

Hoy, en cambio, resulta que hasta Fidel Castro (el mismo que, en 1962, incitó a Jrúshchiov a llenar Cuba de misiles...) advierte al mundo contra la guerra nuclear, dado el inminente peligro de que Israel y/o EE. UU. ataquen al integrista Irán una vez que se confirme su largamente sospechado desarrollo de armas nucleares, y puesto que Rusia ha enfríado sus relaciones con Estados Unidos, Europa y la OTAN como nunca desde 1989...

Lo cual me hace cuestionar, con el Salmista y con Händel:

Why do the nations so furiously rage together?
[and] why do the people imagine a vain thing?
The kings of the earth rise up, and the rulers take consel together against the Lord,
and against His Anointed.



¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos conspiran en vano?
Los reyes de la tierra se sublevan,
los príncipes a una se alían
en contra del Señor y de su Ungido. [Sal II, 1-2]

¿Por qué empeñarse, pues, en la misma manera de pensar y hacer las cosas de siempre? ¿Qué no fue suficiente el siglo XX con sus horrores y calamidades? ¿Por qué las naciones se sublevan contra un Orden mayor, que toda persona de buena voluntad anhela y que cualquier Hombre sensato conoce? ¿Por qué rebelarse contra la civilización del amor, el Reino de Dios, el Shalom bíblico? ¿No es una mejor opción que mantener todo como está, a pesar de que resulta obvio que hemos fracasado incluso como especie (con 2/3 partes de la Humanidad malviviendo en la pobreza, a punto de destruir al planeta), por no mencionar la vergüenza que somos como familia humana?

Tan sencillo: porque el poder y el falso saber (la seguridad que por naturaleza busca todo ser) sólo pueden afirmarse a sí mismos: no admiten nada mayor que ellos y subsisten por sobre todo lo demás. La precariedad de la gracia, en cambio, corroe desde sus cimientos todas sus pretensiones, y por ello le oponen resistencia. Mas el Niño del pesebre, con su yugo suave y carga ligera, ha venido a anunciar la abolición de la mentira y el derrocamiento del poder idolátrico:

Let us break their bonds asunder, and cast away their yokes from us.



Rompamos sus cadenas,
sacudámonos sus riendas. (Sal II, 3)

Y si Dios mismo incita la rebelión y fomenta la subversión del status quo es porque el ídolo del poder requiere todo el culto para sí y exige víctimas. Mas no puede haber dos Dioses. El Señor de los ejércitos celestiales, no obstante, lo ha vencido ya, revirtiendo su jugada: desde la pobreza del portal de Belén y la fragilidad del pesebre. Por eso, la victoria está de antemano asegurada y las consecuencias advertidas:

He that dwelleth in heaven shall laugh them to scorn;
the Lord shall have them in derision.


Thou shalt break them with a rod of iron;
Thou shalt dash them in pieces like a potter's vessel.




El que habita en el Cielo se ríe,
el Señor se burla de ellos.

Los machacarás, Señor, con cetro de hierro,
los pulverizarás, oh Dios, como vasija de barro. (Sal II, 4.9)

¿Y qué nos sorprenden las amenazas y las duras palabras, si ya lo había dicho por boca de sus profetas y en el momento mismo de hacerse carne en el vientre de una muchacha?

Every valley shall be exalted, and every mountain and hill made low;
the crooked straight, and the rough places plain.




Todo valle será elevado, y todo monte y cerro rebajado;
volveráse lo escabroso, llano; y las breñas, planicie. (Is XL, 4)

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. (Lc I, 51-53)

Y eso será cuanto ha de acarrear el haber claudicado ante Mammon y haber entronizado las maneras de hacer las cosas según el mundo: como los cristianos con belenes de plata, cenas pantagruélicas y gastos millonarios para celebrar el nacimiento, en pobreza extrema, de Aquel que ha venido a reinar sobre reyes y establecer un Reino donde ya no mueran unos de inanición y otros de obesidad:

Hallelujah! for the Lord God omnipotent reigneth.
The kingdom of this world is become the kingdom of our Lord, and of His Christ: and He shall reign for ever and ever.

King of Kings, and Lord of Lords!
Hallelujah!




¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso!
Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y su Cristo;
y reinará por los siglos de los siglos.

¡Rey de reyes y Señor de señores!
¡Aleluya! (Ap XIX, 6; XI, 15; XIX, 16)

G. G. Jolly