sábado, agosto 26, 2006

Un post muy desagradable...

Photobucket - Video and Image Hosting

Traté de contenerme durante más de un mes y no herir suceptibilidades tocando el tema de la guerra en el Líbano... pero mi tolerancia ha llegado a su límite.

He confirmado que en México somos buenos para escandalizarnos sin saber por qué. Siempre es muy fácil decir, cuando vemos los problemas del mundo en la tele: ‘¡Pinches gringos!’ (por mencionar el caso más usual) y quedarnos allí, sin hacer nada ni comprender nada, felices en nuestro querido país con paz, bienes materiales, posibilidades y clima y cultura maravillosos...

Fue en el clima de retiro espiritual y vida comunitaria con mis compañeros prenovicios en Ciudad Guzmán, Jalisco, donde, a falta de otro medio de información, me vi forzado a leer el pasquín izquierdoso de este país: el periódico La Jornada ( www.jornada.unam.mx ). Por supuesto, no le presté la atención que no merecen a los dimes y diretes sobre el conflicto post electoral y me fui derechito a la sección internacional. ¿Cuál habrá sido mi sorpresa al encontrame una caricatura que retrataba una estrella de David con cuatro líneas negras superpuestas en cuatro de los picos de la estrella, como esvástica? ¡Qué digo sorpresa, náuseas, desdén e ira absolutas! Pocas veces he visto tanta imbecilidad, ignorancia histórica y abierta falta con respeto a un país... Me puse verde, azul, morado... ¡el periódico voló hacia el jardín por la ventana!

Al día siguiente, la polémica cundía en los medios, pues el embajador de Israel en México había reaccionado negativamente (y con harta razón) a una proclama de los ‘intelectuales’ mexicanos en contra de la guerra, que hacía énfasis en las víctimas civiles libanesas y la destrucción causada por las fuerzas armadas de Israel, pero que no contenía mención alguna sobre las víctimas israelíes (yo supongo que el fin detrás de todo era salvaguardar su reputación como ‘intelectuales’ comprometidos con la ‘causa’ políticamente correcta en boga, en vez de hacer de eso, de intelectuales, pensando y orientando a la gente de forma objetiva e inteligente). A esto, el director de La Jornada respondió al embajador (y, por lo tanto, al pueblo israelí), en la primera plana de su mamotreto de papel y tinta: que era el deber de los periodistas denunciar las ‘atrocidades’ y hacer ‘algo’ para no repetir lo sucedido en el Holocausto, cuando millones fueron condenados por el silencio y la indiferencia de otros millones.

No tengo que decir que aquella primera plana acabó en el suelo, pisoteada. ¡Jamás había leído yo semejante pendantería, estupidez, altanería e insultante ignorancia reunidas en cinco líneas! Decidí que, de ahora en adelante, por salud de mi hígado, no he de acercarme a menos de 5 m de un diario La Jornada.

Pero allí no acabó el asunto. Hace unos días me tocó ver la imagen desplegada en el MSN de uno de mis contactos, un amigo de la preparatoria: una bandera israelí, con franjas blanquiazules y la cruz gamada nazi en sustitución de la estrella de David. Con ánimos de tener una discusión civilizada con él, le expuse de forma correcta mi indignación... Expongo el diálogo íntegro a continuación:

YO: Esa imagen me parece un insulto gravísimo y aberrante, carente de todo fundamento histórico, de pésimo gusto, salido de un mal caricaturista de La Jornada...

ÉL: Es una analogía.

YO: Muy mala...

ÉL: No, una imagen llena de precisiones y contexto rico en Historia. Es una analogía de la utilización de medios de terror por la policía secreta (si es que se le puede llamar ‘policía’ a esos delincuentes de la liga israelí), comparación con los métodos de la SS. Aunque tienes razón, no es tan similar, los israelitas utilizan métodos terroristas cobardes: sobre la SS se sabía cómo operaba.

YO: Es una soberana tontería comparar una cosa con la otra...

ÉL: En esencia no hay tanta diferencia. El fin es la eliminación racial e imposición de la propia. Más que racial, étnica.

YO: ¿Según quién? Olvídalo... No voy a discutir pendejadas...

ÉL: Como gustes, yo no inicié la pugna ideológica. Para mí es más sencillo, porque no persigo intereses de grupo.

YO: No es pugna ideológica... era una discusión objetiva, pero eso es lo que menos veo: objetividad. Y yo no persigo ningún interés de grupo. En fin. Adiós.’

Como pueden ver, lo correcto no me duró nada... No tienen una idea de cuán mal humor me puse. No podía creer lo que leía, el hediondo tufo de conspiración maligna y, para decirlo con todas sus letras: el aura de imbecilidad de una izquierda ya de por sí estúpida, ávida por descalificar cualquier cosa con la que no están de acuerdo utilizando ‘analogías’ fuera de contexto, sin ningún fundamento histórico racional y sin la más mínima reflexión filosófica previa... Esto, sumado a un comentario que escuché en un café: ‘¿Cómo ves lo de Medio Oriente? ¿A poco no se extraña la época en la que los corrían de todos lados?’; y a un correo electrónico titulado ‘¡No lo podemos permitir!’ con fotografías terribles de niños mutilados y escuelas destruidas y la acusación de ‘terrorismo de Estado’ por allí, me han llevado a escribir esta diatriba.

No cabe duda de que los niños libaneses mutilados y escuelas derruidas sean algo terrible. La guerra en sí misma es un mal, terrible e injustificable en esencia, pero más terrible es que juzguemos las guerras de manera sensacionalista y parcial (como la comunidad libanesa en México, que estuvo presta para sacar banderas y manifestarse contra la guerra, pero nunca se manifestó en contra de que Hezbolláh utilizara el país de sus ancestros como base para actividades terroristas, controlara parte de él y tuviese participación activa en su gobierno...)

En ese correo, yo no veo ninguna foto de los cientos de civiles asesinados a lo largo de los años por el grupo terrorista Hezbolláh en las ciudades israelíes. No dice tampoco que este grupo se resguardaba precisamente entre civiles y los usaba como escudos humanos, que era protegido y resguardado por el gobierno libanés (del que incluso formaba parte), en abierta violación a la resolución 1559 del consejo de seguridad las Naciones Unidas. No menciona tampoco las represalias que Hezbolláh tomó, lanzando misiles de forma deliberada contra poblaciones civiles en Israel (aquí, en efecto, es muy importante hacer la distinción entre las muertes de civiles por daños colaterales y ataques deliberados). Ya no digamos que mencione el abierto apoyo de Hezbolláh por parte de Irán, cuyo presidente ha declarado que el Estado de Israel no tiene derecho a existir. Y, por supuesto, el correo no toma en cuenta el contexto geopolítico, demográfico e histórico de la región... aunque eso es demasiado pedir para un patético mail de propaganda...

G. G. Jolly

miércoles, agosto 23, 2006

Carta de don Albino Luciani a Jesús

‘Querido Jesús:

He sido objeto de algunas críticas. “Es obispo, es cardenal —dicen—, ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M. Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!”.

Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un coloquio continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?

Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.

No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos por hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando fue enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: “¡No soy más que un niño, Señor, y no sé hablar!”.

* * *

Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: “¡He aquí al hombre!”. Creía conocerte, pero no conocía siquiera una brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.

Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que cuidase de ella, y dijiste a Juan: “He aquí a tu madre”.

Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Les instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: “A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos”. También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: “Hay que hacerse pequeños, ponerse en último lugar, servir”.

En el cenáculo les pusiste en guardia: “¡Tendréis miedo y huiréis!”. Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negará tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: “Apacienta a mis ovejas”.

En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo XXI de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.

Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquel padre bueno que, cuando reza al hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión —es la que yo tengo— de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: “¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!”.

* * *

Además del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica.

Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: “No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. De dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad”.

Tenías horror a las palabras inútiles: “Sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras”.

Querías los hechos reales y moderación: “Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”. Al leproso cuando le ordenaste: “No lo digas a nadie”. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: “Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”.

En la cruz, antes de morir, dijiste: “Todo está cumplido”. Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: “La gente nos sigue hace tiempo: enviémosla a su casa para que coman”. Tú respondiste: “No, démosle nosotros de comer”. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: “Recoged las sobras; no está bien que se pierdan”.

Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: “Ahora, dadle de comer”. La gente proclamaba ante Ti: “¡Ha hecho bien todas las cosas!”.

* * *

¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y éstos volvieron con las manos vacías. “¿Por qué no lo habéis detenido?”. Los guardias respondieron: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como él!”. Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: “Éste sí que habla con autoridad! ¡Lo contrario de lo que hacen los escribas!”.

¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.
Tú, por el contrario, dijiste: “Habéis oído que se dijo… Yo, en cambio, os digo…”. Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: “Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

Y no te cansabas nunca de enseñar en las sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casa e incluso durante la comida.

* * *

Hoy, todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste el tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: “Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído”.

Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.

El día en que enseñaste: “Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos”, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te habría susurrado al oído: “Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia, y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?”. Imprertérrito, continúas y te oigo decir: “Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero”.

Ya se cumplió esa profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contra los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?

* * *

Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas las partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta.

Cuando Pedro proclamó: “Tú eres cristo, el Hijo de Dios vivo”, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino que también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti lo que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.

Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: “¿Eres o no eres el Hijo de Dios?” Tú respondiste: “Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre”. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.

Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podrían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo.

Y, afortunadamente —a pesar de todo—, esto sigue ocurriendo también hoy.


Mayo, 1974.’

Tomado de: Albino Cardenal Luciani, Ilustrísimos señores, Madrid: Biblioteca de autores cristianos, 1978. pp. 317-323.

‘Por qué somos liberales’ de Aryeh Neier (III)

Tercera y última parte (aquí están la primera parte y la segunda).

‘En tanto que liberales, solemos reconocer que las relaciones con los otros nos traen grandes beneficios. Nuestra salud, educación, vida cultural, seguridad y prosperidad son posibles y tienen sentido únicamente en tanto consecuencia de nuestras relaciones con otros, o así lo entendemos la mayoría. Por ende, por eso creemos que somos responsables para con ellos. Esto no significa que debamos negarnos los privilegios de los que gozamos por azares del nacimiento, de las relaciones, o como consecuencia de nuestros propios logros; a menos que dichos privilegios sean particularmente grandes, cederlos por completo o en parte no hará gran cosa por los demás. Asimismo, reconocemos que los incentivos parea que todos prosperen generan beneficios sustanciales. Pero nuestra responsabilidad hacia los otros comporta la disposición a ayudar a quienes padecen las mayores cadencias y a proteger a los débiles. Esta responsabilidad se exacerba, según creemos casi todos nosotros, cuando las carencias se pueden atribuir a un estatus sobre el cual ellos carecen de control, como es la raza, la etnia o el género. Por lo general, los liberales creen que asegurarse de que tales características no se conviertan en impedimentos es una responsabilidad común a toda la humanidad.

Casi siempre los liberales reconocemos que nuestra responsabilidad para con los otros no puede abordarse exclusivamente a través de la caridad. La mayoría de nosotros coincide en que el Estado, actuando en nuestro nombre, debe asumir la responsabilidad primaria en lo que respecta a la educación, los servicios de salud y la asistencia social para todos. Pensamos que se debe dar un mayor cuidado a quienes así lo requieren, por ejemplo a los que son muy jóvenes, muy viejos o a quienes estén impedidos física o mentalmente. Puesto que para nosotros todas las personas valen por igual, consideramos importante el esfuerzo que se realiza para que estos servicios y prestaciones alcancen el nivel más alto posible.

Como liberales, sostenemos que nuestra responsabilidad hacia los otros no se limita a nuestros connacionales. Consideramos que nuestras obligaciones también se extienden a quienes padecen carencias en otras tierras. Pocos entre nosotros creemos que esta responsabilidad llegue al punto de intentar que todos en todas partes alcancen el nivel de vida del que disfrutamos en nuestros países. Esto sería muy poco práctico y si alguien intentara realizarlo ocasionaría una baja generalizada de dicho nivel. Tampoco podemos poner mucho énfasis en el así llamado “derecho al desarrollo”. Sin embargo, casi todos pensamos que los países más prósperos son capaces de hacer más y deberían de hacer más para mejorar las circunstancias en los países menos prósperos en todo el mundo.

Casi todos los liberales creen que es preciso esforzarse, hasta donde sea posible, para resolver las disputas pacíficamente. Aunque pocos somos pacifistas y la mayoría aceptamos que existen circunstancias extremas en las que la violencia se justifica, por lo general pensamos que debe ser el último recurso. Aparte de la defensa propia y de la intervención para defender a los que son atacados, los liberales creen que las fuerzas militares sólo se deben usar para detener la perpetración inminente de un gran mal, como es el genocidio; y esto sólo cuando todos los demás medios para detener el mal se han aplicado y han fracasado, cuando la intervención no empeoraría la situación, y cuando la intervención se conduce lo más humanamente posible.

La mayoría de los liberales cree en la necesidad de instituciones multilaterales que aborden estos asuntos. Necesitamos de organismos internacionales para resguardar los derechos, para asistir a quienes sufren de carencias, para promover el desarrollo económico, para proteger nuestra salud, para mantener la paz y para regular y supervisar las acciones militares cuando los medios pacíficos para lidiar con las emergencias ya han fracasado. Si bien muchos de nosotros vemos muchas fallas en la Organización de las Naciones Unidas, nos inclinamos a apoyarla como institución porque reconocemos sus múltiples logros, y porque creemos que socavarla o descartarla hará que las cosas empeoren.

Al sostener que los peligros más grandes para la libertad y el liberalismo provienen de doctrinas basadas en la certeza, aceptamos que las posturas liberales son debatibles. Además, como resulta obvio, incluso si uno acepta dichas posturas en principio, su aplicación en circunstancias particulares siempre será materia de controversia. ¿acaso el contenido de una expresión determina si ésta causa un dalo directo e inmediato a otros, y cuándo lo causa? ¿Cuáles son los elementos de la justicia? ¿Qué es exactamente lo que se excluye al prohibir la crueldad? ¿Cuál es la dimensión de nuestra responsabilidad para con los otros? ¿Cuándo se decide que todos los medios distintos a la intervención armada se han agotado en el intento por detener el mal? ¿Acaso nuestras instituciones internacionales funcionan en verdad, o son algunas de ellas meras burocracias autocomplacientes?

Las ideas centrales del liberalismo fueron desarrolladas en los textos filosóficos escritos hace dos siglos y medio por Immanuel Kant, Benjamin Constant, Alexis de Tocqueville, John Stuart Mill y, más recientemente, Sir Karl Popper, Sir Isaiah Berlin, John Rawls y, entre los más prominentes de hoy día, Amartya Sen. Probablemente las ideas más importantes, entre todas, son las que el poder debe estar acotado, y que hay aspectos de la vida humana en los que uno no debe de intervenir. Desde esta perspectiva, la libertad no sólo es un medio para un fin: es un fin en sí mismo. O, como Sen escribiera, “la libertad no es sólo una vía al desarrollo, es una parte constitutiva del desarrollo”.

Desde que ha sido posible hablar del liberalismo como una visión del mundo, el liberalismo ha sido atacado. A menudo, los liberales han sido objeto de burlas y desprecio por parte de quienes se suman a las corrientes postotalitarias de pensamiento que se han manifestado con gran fervor en nuestra época. En realidad, el liberalismo se puede prestar al escarnio porque se define en parte aceptando su propia falibilidad, y porque se apresura a reconocer que no posee el monopolio de la verdad ni la virtud. El liberalismo tiene afirmaciones modestas. Aunque no esté seguro de tener la razón, está bastante seguro de que quienes no albergan dudas similares no están en lo correcto.’

Tomado de: Letras Libres 91, julio 2006, Aryeh Neier, ‘Por qué somos liberales’. pp. 32-33.

viernes, agosto 18, 2006

Día de San Alberto Hurtado, SJ


He de admitir que el domingo pasado no fui a misa y que mi ‘voy en la semana’ no se había concretado hoy viernes. Para mi fortuna, hoy fui a comer a una comunidad jesuita en el centro de la ciudad y, previo a la comida (un pescado delicioso y acompañado con vino, sentado a la mesa con jesuitas de varias generaciones, con un invitado argentino y otro estadounidense), asistí a una misa en la capillita de la casa, ¡y vaya coincidencias de la fiesta y las lecturas de hoy! Un santo jesuita y actual y mis pasajes favoritos del Nuevo Testamento:

‘¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: “Tengo fe”, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen de sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos y hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué nos sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al contrario, alguno podrá decir: “¿Tú tienes fe? Pues yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré por las obras mi fe”’. De la Carta del apóstol Santiago, II, 14-18.

‘Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y mi disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí”. Entonces los justos responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?”. El Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”’. De la Buena noticia según San Mateo, XXV, 31-40.

El padre Luis Alberto Hurtado Cruchaga, SJ (Viña del Mar 1901 – Santiago 1952) fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 16 de octubre de 1994 y reconocido en el catálogo de los santos por Benedicto XVI el 23 de octubre de 2005.

Estudió la carrera de leyes en la Pontificia Universidad Católica de Chile, pero entró al noviciado de la Compañía de Jesús en 1923 y fue ordenado sacerdote diez años más tarde.

El padre Hurtado es un ejemplo perfecto de las enseñanzas de la Escritura y de la ‘promoción de la fe en la justicia’ proclamada por la Compañía de Jesús: fue capellán del grupo Acción Católica, donde trabajó con jóvenes, ganándose su admiración y cariño, y fundó El hogar de Cristo, un refugio para niños y niñas desposeídos. Entre sus labores apostólicas destaca la creación de la prestigiosa revista Mensaje y del Sindicato Chileno, asociación que abogaba por los derechos de los trabajadores y el respeto de su dignidad, pero desde una perspectiva de valores cristianos.

Hace unos días discutía con mi querido amigo sudafricano, Christian Uitzinger (pronto a comenzar su formación para el sacerdocio de la Iglesia Anglicana), sobre mi limitado espíritu ecuménico. No lo niego: mi respeto o cariño por otras religiones (sobre todo el judaísmo y el Islam) termina ante las puertas de los hijos de Lutero, Calvino, Zwinglio y compañía… Los únicos que considero legítimos hermanos separados son los ortodoxos y los anglicanos. Y así como Chris tiene un gran cariño por Roma, yo lo tengo por Lambeth (el palacio sede del Arzobispo de Canterbury), a pesar de nuestras muchas diferencias. Aunque no nos pongamos de acuerdo, podemos discutir muy a gusto sobre la ordenación de mujeres, moral sexual o el legado de Juan Pablo II… no fue así cuando, hablando sobre los protestantes, llegamos al tema de la Salvación. ¿Salvación por la fe o por las obras o por la fe y las obras?

Mi teología es muy veterotestamentaria (judaizante, quizá) y es por eso que soy católico, porque para mí los dos pasajes de la Escritura citados arriba resumen tanto el mensaje evangélico como la Ley de la antigua Alianza. El Reino de Dios no es nada más para el final de los tiempos, sino para el aquí y al ahora; el Paraíso se gana aquí y ahora. El Dios bíblico no quiere que crean en Él, lo adoren y lo alaben, sino que se siga su santa Voluntad, por medio de la cual no sólo seremos felices aquí y ahora, sino que obtendremos la vida eterna junto a Él. A un Dios que es amor no se puede llegar sino por medio del amor.

No cabe duda de que el padre Hurtado creía en Dios y profesaba su fe todos los días. Mas, ¿habría tenido una vida santa sin su amor derramado sobre los jóvenes, los niños desamparados o los obreros sumidos en la injusticia y tentados por el marxismo?

G. G. Jolly

martes, agosto 15, 2006

‘Por qué somos liberales’ de Aryeh Neier (II)

Continúa, de la primera parte de este artículo.

‘Es cierto que los liberales discrepamos a menudo entre nosotros mismos, pero acaso sea posible trazar un bosquejo panorámico de la perspectiva liberal en torno a los asuntos públicos contemporáneos. Si existe un primer principio que los liberales comparten, éste es que rechazamos las ideologías basadas en la certeza. Cualesquiera que sean nuestras creencias, y muchas de ellas son muy firmes, no nos sentimos con derecho a imponerlas a otros. Los liberales se esfuerzan en persuadir a otros y, a su vez, son susceptibles de ser persuadidos. Nosotros estamos dispuestos a mejorar nuestro pensamiento y nuestra comprensión a través de la información y el intercambio de ideas. De la misma manera, esperamos contribuir a las concepciones que otros sostienen. En su discurso de 1944 sobre “el espíritu de la libertad”, el juez Hand fue más allá y dijo: “[ése] es el espíritu que busca comprender el pensamiento de otros hombres y mujeres; el espíritu de la libertad es el que sopesa esos intereses junto con los propios sin ningún prejuicio”.

Esto no quiere decir que los liberales no tengan convicciones. Entre las creencias que defendemos con ahínco están las relativas a nuestra concepción de la libertad: que todos son libres de expresarse en el mayor grado posible, siempre y cuando no dañen directa o indirectamente a otros; que todos poseen el derecho a ser tratados con justicia por los que ejercen el poder público; que todos valen lo mismo frente a la ley; que nadie ha de ser tratado jamás con crueldad por el Estado; y que todos tienen derecho a una zona de privacidad, que cuando el Estado busca invadir esta zona es su tarea demostrar que hay razones de fuerza mayor para hacerlo, y que sólo lo ha de hacer con una gran reserva tal como la ley lo prescribe.(1)

Sin duda, la mayoría de los liberales reconocemos que al defender derechos para todos asumimos un riesgo: quienes rechazan todo aquello en lo que creemos pueden tomar el poder e instaurar un sistema de gobierno que encontremos aborrecible. Al pugnar por los derechos de expresión, brindamos la oportunidad de persuadir a otros y de organizar junto con ellos el derrocamiento de un Estado o de las instituciones de un Estado en el que los derechos son protegidos. Si otros recurren a la violencia, nuestro compromiso con la justicia y nuestra negativa al uso de la crueldad en contra de ellos pueden darles las armas para eludir o soportar el castigo. Circunscribir nuestro gobierno y nuestras propias personas de esta manera amplía la posibilidad de que el mal triunfe. Pero abandonar tales reservas sobre el ejercicio del poder parece aún más peligroso. La mayoría de nosotros rechaza la opinión de los que insisten en que los enemigos de la libertad no tienen derecho al beneficio de la libertad. No son sólo los fines lo que importa para los liberales; también importan los medios para obtener esos fines. Por lo tanto, el liberalismo es arriesgado, y nosotros aceptamos los riesgos.

(1) Popper escribió: “…por supuesto, es imposible negar que los individuos son, como todo en este mundo, desiguales en muchos aspectos… Pero todo esto simplemente no tiene relación con la pregunta de si debemos o no tratar a los hombres, particularmente en asuntos políticos, como iguales, o tan igualmente como sea posible, esto es, con derechos iguales y con un trato igual; y tampoco tiene relación con la pregunta de si debemos construir nuestras instituciones políticas en consecuencia. La “igualdad ante la ley” no es un hecho, sino un requerimiento político basado en una decisión moral, y es en verdad independiente de la teoría —que quizás sea falsa— según la cual “todos los hombres nacen iguales”.’

Tomado de: Letras Libres 91, julio 2006, Aryeh Neier, ‘Por qué somos liberales’. pp. 31-32.

domingo, agosto 13, 2006

‘Por qué somos liberales’ de Aryeh Neier (I)


‘El espíritu de la libertad es el espíritu que no está totalmente seguro de tener la razón.’
Juez Billings Learned Hand (1872-1961)

‘El juez Hand dijo esto en mayo de 1944, cuando la guerra mundial contra los nazis aún estaba en curso y cuando Stalin aún gobernaba la Unión Soviética. Las ideologías totalitarias de aquella época proclamaban su certeza. El comunismo soviético se pretendía científico y los nazis también se empeñaban en demostrar que sus teorías racistas se basaban en la ciencia. Seguros de estar en lo correcto, nazis y soviéticos no dudaban en imponer sus concepciones a otros, no sólo dentro de sus propios países, sino también en otras tierras. Los nazis detonaron la II Guerra Mundial apoderándose del territorio de varios estados independientes. Al finalizar la guerra, los soviéticos colonizaron toda la Europa del Este. Los imperios que ambos planeaban establecer no se parecían a los creados en períodos anteriores por otras potencias europeas. Los nazis y los comunistas se concentraban ante todo en magnificar el territorio dentro del cual sus ideologías predominaran (y, en el caso de los nazis, en anexar territorios donde algunos integrantes del Volk sentaran sus raíces), y no en la explotación económica de las tierras conquistadas, aunque por supuesto no se abstenían de ejercer ciertas prerrogativas imperiales. Ambos recalcaban que todos estaban obligados a mostrar una y otra vez su lealtad a los sistemas totalitarios establecidos y a los líderes que personificaban dichos sistemas —de ahí la repetición constante del “Heil, Hitler!” en la Alemania nazi y las imágenes ubicuas de Stalin en los países dominados por Moscú.
La derrota del nazismo sobrevino por la vía militar en 1945; el comunismo soviético perduró por más de cuatro décadas, pero con el paso del tiempo ese imperio se colapsó al llegar el punto en que ni siquiera sus líderes mantuvieron el compromiso ideológico con sus principios. Antes de expirar, causaron la muerte de decenas de millones de personas. Varias decenas de millones más murieron en China cuando se impulsó allí otro sistema de certeza como un retoño del comunismo soviético.
La obra clásica de Karl Popper La sociedad abierta y sus enemigos se publicó por vez primera en Inglaterra —casi al unísono, en Estados Unidos, el juez Hand pronunciaba su discurso—, y en ella se proporcionaba un extenso análisis filosófico sobre la relación entre la certeza y la negación de la libertad. El libro fue escrito bajo lo que Popper describiría más tarde como “un estado de depresión”, pues, mientras trabajaba en él durante aquellos años de guerra, el triunfo del totalitarismo parecía del todo posible. Un análisis complementario apareció en el famoso ensayo de Isaiah Berlin “Dos conceptos de libertad”, publicado cerca de una década y media después. Para entonces, por supuesto, los nazis habían sido derrotados y casi nadie en Alemania o en cualquier otro lugar profesaba aún simpatía por sus concepciones. Sin embargo, el comunismo soviético y el chino mantenían su fortaleza, e Isaiah Berlin consideraba que el peligro más grande que enfrentaba la libertad todavía emanaba de aquellos individuos que no albergaban dudas sobre la corrección y la virtud de las ideologías con las que estaban comprometidos; el peligro era eso que él llamaba “doctrinas políticas y sociales sostenidas fanáticamente”.
El comunismo soviético se ha ido junto con el nazismo. El comunismo chino ya no puede caracterizarse de manera doctrinal: es tan sólo un vehículo para que la institución burocrática, el Partido Comunista, mantenga el monopolio del poder. Y sin embargo, aun cuando casi todo el mundo es consciente de que el inmenso dolor del siglo XX bien puede atribuirse a las doctrinas basadas en certeza, todavía no estamos más allá de la época en que las ideologías caracterizadas por la intolerancia ante el disentimiento o la duda representaban un papel protagónico en el conflicto y el sufrimiento. La década de los noventa estuvo marcada por el ascenso del nacionalismo étnico que llevó la mutilación a la ex Yugoslavia, Ruanda y otros lugares. El fundamentalismo religioso bajo una forma eminentemente política –sobre todo, claro está, el islamista, pero con sus contrapartes de mucha menor escala en la cristiandad, el judaísmo y el hinduismo- crece día con día. […] Si bien carecen del carácter totalitario de los sistemas establecidos durante el siglo XX, los sistemas de gobierno y las perspectivas mundiales basadas en las doctrinas nacionalistas, fundamentalistas y supremacistas de nuestro tiempo constituyen un anatema para los liberales.’

Tomado de: Letras Libres 91, julio 2006, Aryeh Neier, ‘Por qué somos liberales’. pp. 30-31.

viernes, agosto 11, 2006

‘Un liberal en aprietos’ por Federico Reyes Heroles

‘Contra la impresión común , un auténtico liberal económico es una persona muy preocupada por la prosperidad general y no sólo por la propia.’

‘Está apunto de aterrizar en la Ciudad de México cuando se acuerda de la tarifa por llegar a Poza Rica: casi equivalente a lo que hubiera pagado para Nueva York. Los cielos deberían abrirse, sólo así bajarían las tarifas. Desde la ventanilla se observa el servicio de abastecimiento de combustible y cabila sobre un mercado energético en el cual el monopolio estatal domina varios puntos. Si hubiera varios oferentes, piensa. En los pasillos del aeropuerto se topa con las larguísimas hileras de turistas en espera de pasar migración. Por su cabeza atraviesa, es incontenible, la idea de que la demanda de ese servicio es perfectamente rutinaria “ya saben cuándo llegan los Jumbos de Lufthansa, de Air France, de British Airways, casi todos a la vez, ¡por qué no destinar más personal ―oferta― y evitar la pérdida de tiempo!

Mientras se lava las manos recuerda que el nuevo aeropuerto no se construyó y, claro, las erosionadas tierras del lago de Texcoco no encontraron mejor fin y, claro, la central aeroportuaria no podrá ofrecer más y mejores servicios y, claro, dejará entrar inversión y, claro, las compañías no podrán operar con plena eficiencia y, claro, seremos menos competitivos y, claro, habrá otro país que aproveche la coyuntura de inseguridad de Estados Unidos y, claro, una vez más dejamos ir oportunidades de generar empleos productivos en perjuicio de todos y beneficio de quién sabe quién. Pone su equipaje sobre un carrito y se encamina rumbo a la salida cuando se topa con uno de esos tubos cromados cuya única misión es impedir que el ciudadano ejercite su derecho de llevar el equipaje hasta donde lo desee, para así garantizar la “chamba” a los “maleteros”. Él piensa que hay lugar para todos, siempre habrá necesidad de ese trabajo para ancianos, niños, madres o personas con capacidades distintas o simplemente con problemas de espalda. Lo que le irrita hasta la médula es que le impongan el servicio imponiéndole usar las ruedas por sí mismo. Eso atenta en contra de sus libertades.

Pero todavía le falta un trago muy amargo. Es viernes por la noche y está lloviendo. La hilera para abordar el taxi se mete a la Terminal, debe de tener unos 300 metros de largo. Cientos, miles de personas durante horas, tirando la energía de su vida, energía que podría estar usando en generar ideas, ingresos o simplemente energía para estar con sus familiares y gozar. Tiempo perdido, desperdiciando vida que se va al caño. Eso piensa mientras los zapatos le aprietan y el portafolio en la mano le pesa. Ha sido un día largo y todavía falta lo peor, por lo menos para él: ese espectáculo de auténtico sadismo consistente en ver a los taxis de la ciudad llegar al aeropuerto a dejar pasaje, justo a unos metros de donde cientos de personas esperan transporte y verse impedidos de recoger a los que esperan. ¡Genial! No, en México los taxis que entran con pasaje se van vacíos y los que salen con pasaje regresan vacíos. ¡Qué gran idea; más contaminación, más desgaste de las máquinas, de nuevo tiempo y recursos perdidos! Resultado, menos productividad, menos crecimiento del pastel, una sociedad más pobre.

Nuestro amigo, que podría llamarse Manuel o Everardo o Federico, padece una enfermedad: es un liberal. Su enfermedad tiene varios síntomas, le puede a uno subir la presión del coraje, los derrames de bilis son frecuentes, los enojos y la irritabilidad también se presentan. Pero lo más terrible es el impacto psicológico. Comienza por el desencanto y puede llegar a la depresión profunda. Doctor, dice desesperado el liberal desde el diván, simplemente no entiendo. No entiendo por qué no podemos dedicarnos a producir aquello en donde tenemos ventajas, por qué ofuscarnos en ramas donde la tenemos perdida. Por qué guardar los hidrocarburos como si fueran un tesoro cuando en realidad son un instrumento más para poder generar riqueza. Por qué no podemos premiar a los que hacen bien su trabajo y jalarles las orejas a los otros, estímulos, vamos. Por ejemplo, en educación, demos bonos educativos y que las familias con información adecuada decidan qué quieren. Lo mismo en los servicios médicos. Por qué, doctor, no confiamos en el criterio de la gente, por qué todo el tiempo inventamos figuras paternales que le colgamos al Estado. Por qué nunca pensamos en el consumidor, que somos todos. Por qué nos gusta amafiarnos en sindicatos que destruyen a las empresas, siendo que viven de ellas, o en auténticas guildas de notarios que encarecen todas las transacciones. Por qué le tenemos miedo a cambiar de trabajo, a buscar algo mejor, a progresar, por qué. El terapeuta escucha con paciencia a su paciente y llega a la conclusión de que el viaje a Poza Rica le afectó más de lo normal. Explique, doctor, ¿qué acaso estoy loco?, pregunta con verdadera angustia nuestra personaje.

La enfermedad es grave, aunque no es muy común porque los liberales económicos no pululan. El liberalismo auténtico es una forma de ver el mundo en el cual el beneficio general va primero. Las libertades individuales se someten a esa consideración mayor. No es una defensa de la libertad por la libertad misma, tampoco del mercado como fin. La libertad individual y el mercado pueden ser el mejor camino para disminuir esa vergüenza que es la miseria. Contra la impresión común , un auténtico liberal económico es una persona muy preocupada por la prosperidad general y no sólo por la propia. Para detectar el mal sugiero: Economía mexicana para desencantados, de Manuel Sánchez González, F. C. E., 2006. Claro y sin desperdicio. Atrévase a encontrar el mal en usted.’

Federico Reyes Heroles